Hola amigos: Hoy tenemos las siguientes lecturas:
- Nacimiento de "El Libro de los Espíritus"
-El ser humano como constructor de su destino
-Opinar distinto: Hacia la unión desde lo diverso
-Reflexiones desde el otro lado: Médium probado
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NACIMIENTO DE "EL LIBRO DE LOS
ESPÍRITUS"
" En 1854 oí hablar por primera vez de las mesas giratorias. Un día encontré al Sr. Fortier, magnetizador, a quien conocía desde mucho tiempo atrás, y me dijo que no sólo se puede magnetizar a las personas sino también a las mesas, y se consigue que giren y anden según se desee.
Este fenómeno no me pareció esencialmente imposible. El fluido magnético, que es una especie de electricidad, puede muy bien obrar
sobre los cuerpos inertes y hacer que se muevan.
sobre los cuerpos inertes y hacer que se muevan.
Cierto tiempo después me encontré nuevamente con el Sr. Fortier, quien me habló sobre un fenómeno mucho más extraordinario: la mesa no sólo se movía, sino que también hablaba y cuando se le hacían preguntas, respondía mediante signos convenidos.
Estábamos ante un fenómeno que parecía imposible de explicar, aparentemente contrario a las leyes de la naturaleza, y al cual mi razonamiento rechazaba. Sólo sabía que las experiencias se realizaban en presencia de personas honorables y dignas de confianza.
Al año siguiente, el Sr. Carlotti, que era amigo mío hacía 25 años, me habló de esos mismos fenómenos con entusiasmo. Fue el primero que mencionó la intervención de los espíritus y me contó tantas cosas sorprendentes que, lejos de convencerme, aumentó mis dudas.
Poco después fui invitado a presenciar las experiencias que se realizaban en la casa de la Sra. Plainemaison, y acepté de inmediato. Fue allí cuando por primera vez presencié el fenómeno de las mesas que giraban, saltaban y corrían. Presencié también algunos ensayos muy imperfectos de escritura mediúmnica. Sin duda, se trataba de un fenómeno que forzosamente era consecuencia de una causa.
En esas reuniones comencé mis estudios serios de Espiritismo, no tanto por medio de revelaciones como mediante observaciones. Apliqué a esa nueva ciencia, como lo había hecho hasta entonces, el método experimental: nunca elaboré teorías preconcebidas; observaba cuidadosamente, comparaba y deducía las consecuencias. De los efectos trataba de remontarme hasta las causas, mediante la deducción y la sucesión lógica de los hechos.
Uno de los primeros resultados que extraje de mis observaciones fue que los espíritus eran simplemente las almas de los hombres, y no poseían ni la absoluta sabiduría ni la erudición integral. El saber del que disponían se limitaba al grado de adelanto que habían alcanzado, y su opinión sólo tenía el valor de una opinión personal.
Esta constatación me preservó de creer en la infalibilidad de los espíritus y de formular teorías prematuras, basándome en lo que habían manifestado algunos de ellos.
El simple hecho de la comunicación con los Espíritus, prescindiendo de lo que dijesen, probaría la existencia del mundo invisible circundante. Esto por sí mismo era un punto esencial, un inmenso campo abierto para nuestras investigaciones. El segundo punto, no menos importante, era que esa comunicación permitía que se conociese el estado de ese mundo, sus costumbres, si así nos podemos expresar.Uno de los primeros resultados que extraje de mis observaciones fue que los espíritus eran simplemente las almas de los hombres, y no poseían ni la absoluta sabiduría ni la erudición integral. El saber del que disponían se limitaba al grado de adelanto que habían alcanzado, y su opinión sólo tenía el valor de una opinión personal.
Esta constatación me preservó de creer en la infalibilidad de los espíritus y de formular teorías prematuras, basándome en lo que habían manifestado algunos de ellos.
Al año siguiente, 1856, comencé a frecuentar también las reuniones espíritas que se realizaban en la casa del Sr. Roustan. Esas reuniones eran serias y se llevaban a cabo con orden. Las preguntas fútiles habían perdido todo su atractivo para la mayoría de las personas. En cuanto a mí, me dediqué a la solución de los problemas que me interesaban desde el punto de vista de la Filosofía, de la Psicología y de la naturaleza del mundo invisible. Llevaba a cada sesión una serie de preguntas preparadas y ordenadas en forma metódica. Poco a poco, las sesiones adquirieron características muy diferentes. Entre los participantes había matemáticos, estudiosos y científicos de las más diversas áreas del conocimiento humano. Todos planteaban preguntas con el propósito de profundizar los temas y las cuestiones. Más adelante, cuando comprendí que aquello constituía un todo e iba adquiriendo las dimensiones de una doctrina, tuve la idea de publicar las enseñanzas recibidas.
Una gran parte de mi trabajo ya estaba concluida, y tenía las dimensiones de un libro. No obstante, era mi intención someterlo al análisis de otros espíritus, con la ayuda de diferentes médiums.
Más de diez médiums participaron de esa labor. De la comparación y de la fusión de todas las respuestas coordinadas y clasificadas, y muchas veces corregidas en el silencio de la meditación, fue que elaboré la primera edición de El libro de los Espíritus".
(Texto elaborado sobre el tema Mi iniciación en el espiritismo, que figura en el libro Obras póstumas organizado por P. G. Leymarie, a partir de manuscritos guardados por Allan Kardec.)
Lucas Milagre
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EL SER HUMANO COMO CONSTRUCTOR
DE SU DESTINO
Si acudimos a los antiguos filósofos griegos como
Epicuro, Zenón, Sócrates, etcétera, descubrimos que el
objeto final de su ciencia fue el destino del ser humano
y los medios para alcanzarlo. Posteriormente hemos ido
diluyendo aquella idea esencial que insinuaba nuestro verdadero
origen, procurando el olvido del ser. Es la característica
de nuestro mundo contemporáneo, tecnológico.
El mundo, en su mundanidad (en la que cabe el ser),
es un constructor del ser humano y en esta construcción
racional debemos aceptarnos a nosotros mismos en tanto
proceso cultural, esto es, en cuanto arquitectos de sí
mismos en la dinámica dialéctica de la vida. La cultura sobredetermina
la sociabilidad y el incremento de ésta produce
la complejidad cultural. Es una realidad sistematizada
por el Homo sapiens, aunque el proceso es de género:
del género Homo en el devenir histórico de la evolución
antropo-psico-sociológica en la que somos guionistas y
actores gracias a la ganancia de nuestro libre albedrío.
Sin embargo, nuestra tradición espiritual, aquella que
caracteriza la cuna de nuestra civilización –pretendidamente
negada desde la postmodernidad– tiene la finalidad
de devolvernos a nuestras raíces. Existió en función
de testigo, como podemos comprobar en la Introducción
de El Evangelio según el espiritismo, donde Allan Kardec
nos presenta a Sócrates y Platón como precursores de
la idea del cristianismo y del espiritismo. Es la Doctrina
Espírita, pues, cariñosamente llamada Espiritismo, la ocupada
en rediseñar los rumbos del destino del ser humano,
perdido en la elaboración de su conciencia crítica, hacia la
tierra promisoria de un mundo de justicia, amor y caridad.
Ella nos permite, en verdad, restablecer el conocimiento
en la secuencia natural de ciencia, filosofía y religión, convirtiéndose,
así, en la síntesis del conocimiento cultural de
la humanidad interpretando a Léon Denis, el apóstol del
espiritismo.
Remitiéndonos, entonces, a la Codificación, que para
nosotros es El Libro de los espíritus (LE), vemos que en su
tercera parte trata del destino de los espíritus decodificándose,
como sabemos, en la tercera gran obra del Pentateuco
espiritista: El Evangelio según el espiritismo. Este
libro, indiscutible código de amor, nos abre los caminos
para acceder a la grandeza divina, verdadero grado de
plenitud del ser espiritual que somos, como destaca Emmanuel
en Viña de luz. Sólo la aplicación, en nuestras vidas,
de la cuestión 918 del LE sobre el carácter del hombre
de bien sería suficiente para alcanzar nuestro destino
aquí, en nuestra amada Tierra; porque el hombre penetrará
un día el misterio de las cosas ocultas, como encontramos
en la cuestión 18 del LE, tras su transformación
moral. He ahí, entonces, la clave que perseguimos a lo
largo de todos estos milenios de equivocación recorridos
en la aplicación del Evangelio de manera externa, es
decir, destinado a los demás, cuando en verdad debe ser
dirigido hacia nuestro adentro, hacia el comportamiento
íntimo de cada ser conforme nos esclarece Carlos Torres
Pastorino, en Sabiduría del Evangelio.
Alcanzar aquel objetivo, nuestra sublimación, se reduce
a mirar lo que quisiéramos que no nos hicieran y no
nos engañaríamos en nuestros actos y elecciones, puesto
que el hombre puede, con pequeños esfuerzos, vencer
siempre sus malas inclinaciones. Lo que le falta es la voluntad
de querer hacerlo. La voluntad es esa potencia que
junto al pensamiento conforma para el Espíritu lo que
son las manos para el hombre. Con lo cual, podemos, por
acción de la voluntad, como encontramos en el Libro de
los médiums (LM, cap. VI, 126 a 131) –tanto encarnados
como desencarnados– crear elementos, átomos, alterar
la estructura de lo ya creado, crear alimentos, medicamentos
y hasta venenos en este gran viaje de desenvolvimiento
que acometemos. Para Emmanuel la voluntad
es la gestora del espíritu en relación a la mente (Pensamiento
y vida) que prepara todo el contenido, según el
comportamiento del alma encarnada, para actuar sobre
sus vehículos de manifestación: el periespíritu y el cuerpo
físico. En Pan nuestro nos dice que existe en el fondo de
cada mente (la mente es la extensión del Espíritu, la representación
del todo) una vasta red de potenciales de
progreso y sublimación requiriendo trabajo. Y teniendo
en cuenta que cuando quiero pienso; si pienso actúo; si
actúo atraigo y si atraigo realizo, como bien dice André
Luiz (Señal verde). Tenemos en nosotros todo aquello que
facilitará nuestra propia realización e integración con la
Conciencia cósmica; o bien todo aquello que propiciará
el auto encuentro de la criatura con el Creador, a nivel
macrocósmico; y del yo con el Sí mismo, a nivel microcósmico,
posibilitando la conciencia plena de la finalidad de
la existencia terrena.
La voluntad acciona el mecanismo de la conciencia y
trae hacia el fondo de la mente, en forma de pensamiento,
el contenido de esa conciencia, el ser inmortal. En el
opúsculo Qué es el espiritismo Allan Kardec pregunta sobre
la conciencia a los Espíritus superiores. Respondiendo
estos que «Es aquel conjunto de recuerdos intuitivos
de las buenas resoluciones tomadas por el Espíritu en
las diversas encarnaciones, que no siempre son posibles
tomarlas como hombre». Luego, entonces, ¿el alma encarnada
no es el Espíritu? ¿Somos Espíritus o apenas fragmento de esta realidad?
En la cuestión 455 de LE vemos que existe el ser del
cuerpo, existe el ser espiritual y alguien en el medio dirigiendo
sin saber que lo hace, que somos nosotros. Somos
un fragmento del Espíritu no la totalidad. El yo superficial
no pasa de un fragmento del yo profundo. Y Allan Kardec
en La Génesis, ítem 27 del capítulo II dice que «El hombre
es un pequeño mundo cuyo director es el espíritu, en el
cual el principio dirigido es el cuerpo». Hay tres entidades.
El cuerpo físico representa para el Espíritu su creación, de
la que él sería dios. Y compara a Dios con el Espíritu de
forma analógica, cada uno en su espacio. A nivel cósmico
si cada uno de nosotros pensamos, Dios lo sabe. Para
el Espíritu cada una de las células que se mueven en su
universo biológico, sabe por qué lo hacen. Y preguntamos:
¿Y el alma encarnada lo sabe. El hombre, la personalidad,
lo sabe?
Debemos entender cuál es nuestra naturaleza humana
para después concebir el mecanismo que nos direcciona,
en virtud a la ley universal de causa y efecto,
hacia nuestra propia conquista; a nuestra elaboración por
la sublimación de la personalidad en beneficio de nuestro
Espíritu, de su purificación y elevación. Porque entendemos
que esta Conciencia eterna, que es la suma, la
síntesis de todas las personalidades vivenciadas, actualiza
su potencial y posibilita la adquisición de experiencias animando
varios cuerpos. Y sabiendo que todos nuestros
desequilibrios, problemas y enfermedades tienen su origen
en la mente en desaliño (Evolución en dos mundos),
así como que en nuestro entorno se encuentra la materia
cósmica de la que asimilamos una porción; y como
hallamos, igualmente, en Mecanismos de la mediumnidad:
cada cual trae una fuente inagotable de energía. Cuando
tomamos conciencia de esta realidad y movilizamos nuestros
recursos, construimos átomos, moléculas saludables
para la reconstrucción de nosotros mismos o incluso
dirigiéndolos hacia el exterior para beneficio de nuestro
semejante, en amoroso acto de intercesión por él. Es
nuestra realidad. El problema de sublimación radica, pues,
en el despertar de nuestra conciencia, en la adquisición
del conocimiento de Sí, que nos permite asumir nuevas
disposiciones de elaboración.
Y es la voluntad la que dirige los recursos de la
mente, que está constituida por cuatro departamentos
o áreas fundamentales: la de los deseos, la inteligencia, la
memoria y la de la imaginación. De esta forma, si quiero
pienso, si pienso actúo, si actúo atraigo y si atraigo realizo.
Adecuando, así, la construcción de todo aquello que queramos
y que redundará, en última instancia, en nuestra
propia autorrealización, a todos los niveles.
Y nos dice Emmanuel que el corazón está entorno
de la mente. El corazón es la cara de la mente, el equipo
de los sentimientos que necesitamos trabajar; los instintos,
las sensaciones, las emociones, todo esto se encuentra
en el mundo psíquico: de la mente hasta la última
capa del periespíritu. Es el trabajo de miles de millones
de años que viene realizando el espíritu con e minúscula,
el principio inteligente del universo. Así que, cuando requiramos
cambiar algún sentimiento, debemos instar ese
sentimiento en el área del inconsciente; bucear en nuestro
ser para identificar aquello que queremos trabajar, la
ternura frente a la rudeza, por ejemplo; la salud, lo que
queramos… ¡Allí está nuestra realidad inmediata! Una
vez pensada la idea, la grabamos en la memoria. Seguidamente
consultamos la inteligencia, y si no encontramos
los valores necesarios para enfrentar aquella realidad, no
sabemos cómo hacer esa transformación. Es el momento
entonces de la oración en la que vamos a pedir orientación,
guías, para actualizar nuestras potencias divinas en
aras de nuevos niveles de conciencia o grados evolutivos
de ser. André Luiz nos dice en Liberación: «Que la mente
estudia, arquitecta, determina y materializa los deseos que
le son peculiares». Aquello que queremos construir. Y lo
realizamos con la materia que está entorno, la materia
cósmica, que es la misma materia que compone nuestra
mente. Ésta está regida bajo la misma ley, la ley de amor.
La atracción es la ley de amor para la materia inorgánica
y el amor es la ley de atracción para el mundo orgánico.
Por consiguiente, esa energía entorno de la mente
cuando acepta esta invitación técnica, y la acepta siempre,
comenzamos a pensar. Y ya que el pensamiento es el
Espíritu en acción, procedemos a crear infra corpúsculos,
líneas de fuerza, principios subatómicos, átomos y todos
estos elementos son vivos, conforme el ministro Flacus
en Liberación. Simientes de vida de las que el ser organizado
asimila una porción en conformidad a la obra que
desea construir, comenzando por nosotros mismos, y de
la que somos responsables. Emmanuel en Siembr a de los
médiums nos muestra que atraemos esos elementos y de
la misma manera que una lámpara exterioriza fotones,
nuestra mente exterioriza materia mental cuando pensamos.
¡Cuidemos, pues, nuestro campo mental porque, en
conformidad a la enseñanza del Cristo, hallamos aquello
que buscamos! Busquemos nuestra plenitud, nuestro
perfeccionamiento bajo el deseo de ser hoy mejores que
ayer y mañana mejores que hoy, poniendo en marcha, así,
todos los recursos divinos que Dios nuestro Padre erige
para que prosperemos en nuestra purificación y elevación.
Autor: Miguel Vera
Tomado de la Revista nº 8 de la FEE
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Opinar Distinto: (Hacia La Unión Desde Lo Diverso)
El otro día, el comentario de un amigo subido a un site espírita de una red social, suscitó entre otros compañeros un alarmismo -exento de maldad- pero totalmente desproporcionado, pues ni el contenido (ni las intenciones) de ese comentario escrito fueron las de crear malestar ni provocación alguna más allá de compartir una opinión personal.
Al final los comentarios haciendo determinadas observaciones extrapolaron el sentido original, y entre unos y otros provocaron una polémica innecesaria que, encima, no figuraba en el mensaje en cuestión.
Esto, unos días más tarde, me hizo reflexionar en un par de cosas que, finalmente, han terminado por confluir en este artículo-reflexión.
¿Por dónde estamos caminando, realmente, si entre hermanos de ideal, el escuchar una opinión diferente (o en apariencia diferente) llega a provocar encendidas reacciones de alarma?
¿Estamos preparados para mirar las cosas desde otra perspectiva, o al menos, aceptar que otros la tengan?
¿No confundimos a veces la pureza doctrinaria con la rigidez de pensamiento? El mensaje residual de este tipo de reacciones provoca en el lego justo lo que tanto se teme: rechazo ¿Por qué? Porque sabe a corporativismo más que a algo espiritual y transformador…
Es como si hubiese un “guión”, invisible, implícito, pero de gran peso, y salirse de él fuese sinónimo de apostasía o de incómodo tabú.
Quizá nos hemos acostumbrado a rodearnos de una especie de burbuja evangélico doctrinaria tan repleta de mensajes amorosos como ausente de confianza, pensamiento libre y auto-crítica… y dudo mucho que sin estas tres cosas el movimiento marche con dignidad y coherencia.
Si leo las sabias reflexiones de Kardec, o acudo a los textos sensatos y sensibles de Herculano Pires o las páginas de La luz del porvenir se reafirma mi cada vez menos fe en este Espiritismo tan pastoral como desconfiado, o aquel que nace y muere en una asamblea, o aquel otro que queda limitado a las directrices de tres o cuatro líderes cuyas opiniones son ley y no pueden ser puestas en duda (por que opinar diferente sea sinónimo de ir contra ellos).
Estas cosas pasan… y deberíamos trascenderlas, no esconder la cabeza como los avestruces por temor a provocar evangélicas sensibilidades.
A menudo hay más maldad en las reacciones de los ortodoxos (o los timoratos) que en las observaciones de los que simplemente, y desde la paz, han pensado diferente.
Seguramente muchos estarán más cómodos visitando o colaborando en webs o chats donde todos piensen lo mismo (aunque por dentro piensen diferente), las opiniones sigan un protocolo amable (pero que no puede pasarse por alto) y todo se amenice con amorosos pots de Emmanuel. Quizá pensemos que así se hace más Espiritismo que en otros lugares de la red, donde además de Emmanuel, también tenga su lugar el debate constructivo y el libre pensamiento.
Los que acusan a otros de ser polemistas (sin tener vocación de eso, ni de lejos) por expresar algo diferente desde una actitud amiga y sincera, se llevarían las manos a la cabeza si leyesen las encendidas opiniones de un H. Pires, un Colavida o una Amalia, que no solo eran terriblemente directos sino que sus abiertas críticas para el movimiento espírita, o para ciertos sectores del mismo, raramente eran diplomáticas y, por supuesto, escasamente afectuosas.
Sus opiniones podían ser tan contundentes como, carecer de cualquier atisbo de remilgo evangélico… Entonces, ¿dónde está el problema? ¿Debemos ser mansas ovejas sin opinión propia que solo siguen la voz de este o aquel pastor de renombre? Ninguno de los ilustres personajes antes citados era precisamente un corderito… pero el Espíritu de Verdad brillaba en sus corazones.
La polémica por la polémica es insustancial, a veces incluso malsana. Los polemistas no hacen bien al movimiento espírita ni a sus centros, si los tuvieren. Pero esto no significa que debemos de callar para no “molestar” la opiniones de la mayoría, (por “sensibles” que estos puedan ser…), sobre todo cuando nuestras intenciones irradian desde el respeto y la unión.
Las diversidad de opiniones, las propuestas diferentes, invitan a mirar las cosas desde más ángulos, y, por lo mismo, inspiran ideas y actuaciones. ¿Cómo avanzar si permanecemos inflexibles y severamente establecidos en las mismas consignas y las mismas acciones?
Obviamente no basta con tener opiniones diferentes, sino que estas deben ser conducidas hacia la unificación, pero, en cualquier caso, esto no se consigue desde la rigidez.
La crítica respetuosa y la opinión personal (amiga y pacífica), que apuesta por el diálogo y la confianza fraternal siempre serán signos de madurez, participación y progreso.
Escrito por Lumen
Blog de Lumen en Zona Espírita
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REFLEXIONES DESDE EL OTRO LADO(*)
MÉDIUM PROBADO
Durante mi estancia en la tierra, y cuando ya llevaba algunos años ejerciendo la facultad de la mediumnidad que afloró en mí a su debido tiempo, solía recordarme a mí mismo que el conocimiento no lo es todo, y a pesar de que me consideraba un “medium probado” por las circunstancias y efectos que a través de mí realizaban los espíritus, siempre albergaba una sensación de inconsistencia, de falta de seguridad, de confirmación.
Este era el motivo de repetirme constantemente que las pruebas que otros y yo mismo habíamos recibido a través de mi mediumnidad, eran extraordinarias bondades de la facultad además de una auténtica bendición para el progreso de mi espíritu.
Cuando hablo de inconsistencia o falta se seguridad no estoy hablando de duda. La duda en la mediumnidad era y es perniciosa para su desarrollo, y así lo entendí aún con cuerpo físico. Pero lo cierto es que a pesar de múltiples pruebas y de reiterados beneficios de esta facultad, realizados por los espíritus a mi prójimo a través mío, incluso sobre causas y circunstancias que yo desconocía y que servían de consuelo y auxilio para sus necesidades espirituales -a pesar de todo ello como digo-, siempre la confirmación y los resultados positivos de las manifestaciones espirituales son hechos impagables para un médium.
Esta confirmación se presentaba con frecuencia a través de otros; y casi siempre de forma inesperada. Personas que llegaban a mí con la necesidad de consuelo por familiares queridos que habían partido al plano espiritual, y que me demandaban información sobre los mismos, a veces, no siempre, veían satisfechas y calmadas sus angustias con informaciones de los espíritus del familiar en cuestión.
Esta información era proporcionada muy escasas veces por el espíritu mismo, sino por otros espíritus familiares que, conocidos por el demandante de consuelo, informaban de las situaciones y condiciones espirituales del sujeto por el que preguntaban. Yo mismo quedaba sorprendido por las coincidencias, confirmaciones y pruebas que se vertían a través mío sin ser apenas más que un instrumento en esta actividad mediúmnica limitado a transmitir el pensamiento del espíritu comunicante, unas veces mediante la psicografía y otra por la mediumnidad de incorporación.
Con el ejercicio comprometido y serio de la mediumnidad, me visualicé a mi mismo ayudando a otros en su desesperación, en su oscuridad, en el ofrecimiento de consuelo y esperanza. A todos ellos les indicaba que yo apenas servía de instrumento y que la vida continuaba más allá del túmulo; haciéndoles partícipes de la buena nueva de la inmortalidad del alma y de la esperanza del posible reencuentro con el ser querido que había partido.
Todo siempre con el fin de que olvidaran el concepto de “perdida” de un ser querido; y lo sustituyeran por el de “separación temporal” del mismo. Nadie se pierde, nada se pierde, pues la vida es una y única, y en lo tocante al espíritu humano la vida continúa plena, hermosa, y extraordinaria en el plano espiritual.
Con todo y con ello, cuanto más practicaba la mediumnidad, dos circunstancias me condicionaban cada vez más. Por un lado; el conocimiento que la filosofía kardeciana ofrece sobre la mediumnidad me aportaba la seguridad y el camino cierto a seguir; pero era un camino de dificultad, de exigencia moral, de vigilancia permanente sobre mis imperfecciones. Pues para ser un buen médium, lo más importante no es ejercer la facultad sino hacerlo correctamente, y para ello hay que elevar el nivel de nuestro espíritu con la reforma moral y la constante atención a nuestras imperfecciones.
Por otro, conforme la facultad ampliaba su territorio, y la claridad y manifestación de los espíritus era más notoria; me daba cuenta de la pequeñez, de la insignificancia que los espíritus encarnados tenemos respecto a la sabiduría y el amor que nos ofrecen los espíritus elevados, los espíritus de los planos superiores que exceden con mucho los atributos de humildad, sencillez, caridad y sabiduría a los que nosotros podamos aspirar.
Esta enormidad; esta infinitud de manifestaciones de amor, de consuelo, de auxilio sin límite, de humildad sin límite, de caridad sin límite, de paciencia sin límite que a veces expresaban a través de mi materia, causaba en mí la preocupación de poder estar a la altura, como instrumento, de tales portavoces. Y ello fomentaba en mi interior la necesidad de disciplinarme en mejorar mis debilidades de carácter.
Así fui entendiendo y practicando la mediumnidad en mi etapa terrena; y además, en las primeras fases de mi desarrollo, donde los errores aparecen y la maquinaria no está todavía engrasada, tuve la gran ayuda de mi guía espiritual que, con la debida delicadeza, me señalaba las faltas cometidas, me indicaba la prudencia y la discreción como pauta a seguir, animándome siempre a continuar sin dudar ni un ápice de mi facultad.
Sin los conocimientos de la doctrina espiritista nunca podría yo haberme aventurado en tal empresa. Comprendí entonces que necesitaba ejercer este testimonio de la inmortalidad del alma para ayudar a los demás, y al mismo tiempo que me servía de progreso; comencé dando gracias a Dios por la misericordia que había tenido para conmigo, al proporcionarme la herramienta que necesitaba para saldar deudas de mi pasado y alcanzar un mayor grado de perfeccionamiento moral que el ejercicio responsable de la mediumnidad lleva consigo.
Ahora, desde aquí, redoblo mi gratitud al creador, pues gracias a la magnífica facultad que tuve la ocasión de desenvolver, muchas piedras en mi camino de progreso fueron apartadas, conquistando a través de la renuncia y el auxilio a los demás, bondades impensadas para mi espíritu tiempo atrás.
Benet de Canfield
Psicografiado por Antonio Lledó Amor, Paz y Caridad
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