lunes, 5 de febrero de 2018

Reflexiones desde el otro lado: Médium probado




Hola amigos: Hoy tenemos las siguientes lecturas:

- Nacimiento de "El Libro de los Espíritus"
-El ser humano como constructor de su destino
-Opinar distinto: Hacia la unión desde lo diverso
-Reflexiones desde el otro lado: Médium probado


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        NACIMIENTO DE  "EL LIBRO DE LOS 
                             ESPÍRITUS"



      " En 1854 oí hablar por primera vez de las mesas gi­ratorias. Un día encontré al Sr. Fortier, magnetizador, a quien conocía desde mucho tiempo atrás, y me dijo que no sólo se puede magnetizar a las personas sino también a las mesas, y se consigue que giren y anden según se desee. 
       Este fenómeno no me pareció esencialmente imposible. El fluido magnético, que es una especie de electricidad, puede muy bien obrar
so­bre los cuerpos inertes y hacer que se muevan.  

       Cierto tiempo después me encontré nuevamente con el Sr. Fortier, quien me habló sobre un fenómeno mucho más extraordinario: la mesa no sólo se movía, sino que también hablaba y cuando se le hacían preguntas, respondía mediante signos convenidos. 
     Estábamos ante un fenómeno que parecía imposible de explicar, aparentemente contrario a las leyes de la naturaleza, y al cual mi razonamiento rechazaba. Sólo sabía que las experiencias se realizaban en presencia de personas honorables y dignas de confianza. 
         Al año siguiente, el Sr. Carlotti, que era amigo mío hacía 25 años, me habló de esos mismos fenómenos con entusiasmo. Fue el primero que mencionó la intervención de los espíritus y me contó tantas cosas sorprendentes que, lejos de con­vencerme, aumentó mis dudas.       
       Poco después fui invitado a presenciar las experiencias que se realizaban en la casa de la Sra. Plainemaison, y acepté de inmediato. Fue allí cuando por primera vez presencié el fenómeno de las mesas que giraban, saltaban y corrían. Presencié también algunos ensayos muy imperfectos de escritura mediúmnica. Sin duda, se trataba de un fenómeno que forzosamente era consecuencia de una causa.
      En esas reuniones comencé mis estudios serios de Espiritismo, no tanto por medio de revelaciones como mediante observaciones. Apliqué a esa nueva ciencia, como lo había hecho hasta entonces, el método experimental: nunca elaboré teorías preconcebidas; observaba cuidadosamente, comparaba y deducía las consecuencias. De los efectos trataba de remontarme hasta las causas, mediante la deducción y la sucesión lógica de los hechos.

       Uno de los primeros resultados que extraje de mis observaciones fue que los espíritus eran simplemente las almas de los hombres, y no poseían ni la absoluta sabiduría ni la erudición integral. El saber del que disponían se limitaba al grado de adelanto que habían alcanzado, y su opinión sólo tenía el valor de una opinión personal.

       Esta constatación me preservó de creer en la infalibilidad de los espíritus y de formular teorías prematuras, basándome en lo que habían manifestado algunos de ellos. 
        El simple hecho de la comunicación con los Espíritus, prescindiendo de lo que dijesen, probaría la existencia del mundo invisible circundante. Esto por sí mismo era un punto esencial, un inmenso campo abierto para nuestras investigaciones. El segundo punto, no menos importante, era que esa comunicación permitía que se conociese el estado de ese mundo, sus costumbres, si así nos podemos expresar.

        Al año siguiente, 1856, comencé a frecuentar también las reuniones espíritas que se realizaban en la casa del Sr. Roustan. Esas reuniones eran serias y se llevaban a cabo con orde­n.        Las preguntas fúti­les habían perdido todo su atractivo para la mayoría de las personas. En cuanto a mí, me dediqué a la solución de los problemas que me interesaban desde el punto de vista de la Filosofía, de la Psicología y de la naturaleza del mundo invisible. Llevaba a cada sesión una serie de preguntas preparadas y ordenadas en forma metódica. Poco a poco, las sesiones adquirieron características muy diferentes. Entre los participantes había matemáticos, estudiosos y científicos de las más diversas áreas del conocimiento humano. Todos planteaban preguntas con el propósito de profundizar los temas y las cuestiones. Más adelante, cuando comprendí que aquello constituía un todo e iba adquiriendo las dimensio­nes de una doctrina, tuve la idea de publicar las enseñanzas recibidas.

       Una gran parte de mi trabajo ya estaba concluida, y tenía las dimensiones de un libro. No obstante, era mi intención someterlo al análisis de otros espíritus, con la ayuda de diferentes médiums.

       Más de diez médiums participaron de esa labor. De la comparación y de la fusión de todas las respuestas coordinadas y clasificadas, y muchas veces corregidas en el silencio de la meditación, fue que elaboré la primera edición de El libro de los Espíritus".  

(Texto elaborado sobre el tema Mi iniciación en el espiritismo, que figura en el libro Obras póstumas organizado por P. G. Leymarie, a partir de manuscritos guardados por Allan Kardec.)

Lucas Milagre
                                                      

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EL SER HUMANO COMO CONSTRUCTOR

                    DE SU DESTINO


    Si acudimos a los antiguos filósofos griegos como Epicuro, Zenón, Sócrates, etcétera, descubrimos que el objeto final de su ciencia fue el destino del ser humano y los medios para alcanzarlo. Posteriormente hemos ido diluyendo aquella idea esencial que insinuaba nuestro verdadero origen, procurando el olvido del ser. Es la característica de nuestro mundo contemporáneo, tecnológico.

    El mundo, en su mundanidad (en la que cabe el ser), es un constructor del ser humano y en esta construcción racional debemos aceptarnos a nosotros mismos en tanto proceso cultural, esto es, en cuanto arquitectos de sí mismos en la dinámica dialéctica de la vida. La cultura sobredetermina la sociabilidad y el incremento de ésta produce la complejidad cultural. Es una realidad sistematizada por el Homo sapiens, aunque el proceso es de género: del género Homo en el devenir histórico de la evolución antropo-psico-sociológica en la que somos guionistas y actores gracias a la ganancia de nuestro libre albedrío. 

    Sin embargo, nuestra tradición espiritual, aquella que caracteriza la cuna de nuestra civilización –pretendidamente negada desde la postmodernidad– tiene la finalidad de devolvernos a nuestras raíces. Existió en función de testigo, como podemos comprobar en la Introducción de El Evangelio según el espiritismo, donde Allan Kardec nos presenta a Sócrates y Platón como precursores de la idea del cristianismo y del espiritismo. Es la Doctrina Espírita, pues, cariñosamente llamada Espiritismo, la ocupada en rediseñar los rumbos del destino del ser humano, perdido en la elaboración de su conciencia crítica, hacia la tierra promisoria de un mundo de justicia, amor y caridad. Ella nos permite, en verdad, restablecer el conocimiento en la secuencia natural de ciencia, filosofía y religión, convirtiéndose, así, en la síntesis del conocimiento cultural de la humanidad interpretando a Léon Denis, el apóstol del espiritismo. 

    Remitiéndonos, entonces, a la Codificación, que para nosotros es El Libro de los espíritus (LE), vemos que en su tercera parte trata del destino de los espíritus decodificándose, como sabemos, en la tercera gran obra del Pentateuco espiritista: El Evangelio según el espiritismo. Este libro, indiscutible código de amor, nos abre los caminos para acceder a la grandeza divina, verdadero grado de plenitud del ser espiritual que somos, como destaca Emmanuel en Viña de luz. Sólo la aplicación, en nuestras vidas, de la cuestión 918 del LE sobre el carácter del hombre de bien sería suficiente para alcanzar nuestro destino aquí, en nuestra amada Tierra; porque el hombre penetrará un día el misterio de las cosas ocultas, como encontramos en la cuestión 18 del LE, tras su transformación moral. He ahí, entonces, la clave que perseguimos a lo largo de todos estos milenios de equivocación recorridos en la aplicación del Evangelio de manera externa, es decir, destinado a los demás, cuando en verdad debe ser dirigido hacia nuestro adentro, hacia el comportamiento íntimo de cada ser conforme nos esclarece Carlos Torres Pastorino, en Sabiduría del Evangelio. 

    Alcanzar aquel objetivo, nuestra sublimación, se reduce a mirar lo que quisiéramos que no nos hicieran y no nos engañaríamos en nuestros actos y elecciones, puesto que el hombre puede, con pequeños esfuerzos, vencer siempre sus malas inclinaciones. Lo que le falta es la voluntad de querer hacerlo. La voluntad es esa potencia que junto al pensamiento conforma para el Espíritu lo que son las manos para el hombre. Con lo cual, podemos, por acción de la voluntad, como encontramos en el Libro de los médiums (LM, cap. VI, 126 a 131) –tanto encarnados como desencarnados– crear elementos, átomos, alterar la estructura de lo ya creado, crear alimentos, medicamentos y hasta venenos en este gran viaje de desenvolvimiento que acometemos. Para Emmanuel la voluntad es la gestora del espíritu en relación a la mente (Pensamiento y vida) que prepara todo el contenido, según el comportamiento del alma encarnada, para actuar sobre sus vehículos de manifestación: el periespíritu y el cuerpo físico. En Pan nuestro nos dice que existe en el fondo de cada mente (la mente es la extensión del Espíritu, la representación del todo) una vasta red de potenciales de progreso y sublimación requiriendo trabajo. Y teniendo en cuenta que cuando quiero pienso; si pienso actúo; si actúo atraigo y si atraigo realizo, como bien dice André Luiz (Señal verde). Tenemos en nosotros todo aquello que facilitará nuestra propia realización e integración con la Conciencia cósmica; o bien todo aquello que propiciará el auto encuentro de la criatura con el Creador, a nivel macrocósmico; y del yo con el Sí mismo, a nivel microcósmico, posibilitando la conciencia plena de la finalidad de la existencia terrena. 

    La voluntad acciona el mecanismo de la conciencia y trae hacia el fondo de la mente, en forma de pensamiento, el contenido de esa conciencia, el ser inmortal. En el opúsculo Qué es el espiritismo Allan Kardec pregunta sobre la conciencia a los Espíritus superiores. Respondiendo estos que «Es aquel conjunto de recuerdos intuitivos de las buenas resoluciones tomadas por el Espíritu en las diversas encarnaciones, que no siempre son posibles tomarlas como hombre». Luego, entonces, ¿el alma encarnada no es el Espíritu? ¿Somos Espíritus o apenas  fragmento de esta realidad? 

   En la cuestión 455 de LE vemos que existe el ser del cuerpo, existe el ser espiritual y alguien en el medio dirigiendo sin saber que lo hace, que somos nosotros. Somos un fragmento del Espíritu no la totalidad. El yo superficial no pasa de un fragmento del yo profundo. Y Allan Kardec en La Génesis, ítem 27 del capítulo II dice que «El hombre es un pequeño mundo cuyo director es el espíritu, en el cual el principio dirigido es el cuerpo». Hay tres entidades. El cuerpo físico representa para el Espíritu su creación, de la que él sería dios. Y compara a Dios con el Espíritu de forma analógica, cada uno en su espacio. A nivel cósmico si cada uno de nosotros pensamos, Dios lo sabe. Para el Espíritu cada una de las células que se mueven en su universo biológico, sabe por qué lo hacen. Y preguntamos: ¿Y el alma encarnada lo sabe. El hombre, la personalidad, lo sabe? 

    Debemos entender cuál es nuestra naturaleza humana para después concebir el mecanismo que nos direcciona, en virtud a la ley universal de causa y efecto, hacia nuestra propia conquista; a nuestra elaboración por la sublimación de la personalidad en beneficio de nuestro Espíritu, de su purificación y elevación. Porque entendemos que esta Conciencia eterna, que es la suma, la síntesis de todas las personalidades vivenciadas, actualiza su potencial y posibilita la adquisición de experiencias animando varios cuerpos. Y sabiendo que todos nuestros desequilibrios, problemas y enfermedades tienen su origen en la mente en desaliño (Evolución en dos mundos), así como que en nuestro entorno se encuentra la materia cósmica de la que asimilamos una porción; y como hallamos, igualmente, en Mecanismos de la mediumnidad: cada cual trae una fuente inagotable de energía. Cuando tomamos conciencia de esta realidad y movilizamos nuestros recursos, construimos átomos, moléculas saludables para la reconstrucción de nosotros mismos o incluso dirigiéndolos hacia el exterior para beneficio de nuestro semejante, en amoroso acto de intercesión por él. Es nuestra realidad. El problema de sublimación radica, pues, en el despertar de nuestra conciencia, en la adquisición del conocimiento de Sí, que nos permite asumir nuevas disposiciones de elaboración. 

    Y es la voluntad la que dirige los recursos de la mente, que está constituida por cuatro departamentos o áreas fundamentales: la de los deseos, la inteligencia, la memoria y la de la imaginación. De esta forma, si quiero pienso, si pienso actúo, si actúo atraigo y si atraigo realizo. Adecuando, así, la construcción de todo aquello que queramos y que redundará, en última instancia, en nuestra propia autorrealización, a todos los niveles. 

   Y nos dice Emmanuel que el corazón está entorno de la mente. El corazón es la cara de la mente, el equipo de los sentimientos que necesitamos trabajar; los instintos, las sensaciones, las emociones, todo esto se encuentra en el mundo psíquico: de la mente hasta la última capa del periespíritu. Es el trabajo de miles de millones de años que viene realizando el espíritu con e minúscula, el principio inteligente del universo. Así que, cuando requiramos cambiar algún sentimiento, debemos instar ese sentimiento en el área del inconsciente; bucear en nuestro ser para identificar aquello que queremos trabajar, la ternura frente a la rudeza, por ejemplo; la salud, lo que queramos… ¡Allí está nuestra realidad inmediata! Una vez pensada la idea, la grabamos en la memoria. Seguidamente consultamos la inteligencia, y si no encontramos los valores necesarios para enfrentar aquella realidad, no sabemos cómo hacer esa transformación. Es el momento entonces de la oración en la que vamos a pedir orientación, guías, para actualizar nuestras potencias divinas en aras de nuevos niveles de conciencia o grados evolutivos de ser. André Luiz nos dice en Liberación: «Que la mente estudia, arquitecta, determina y materializa los deseos que le son peculiares». Aquello que queremos construir. Y lo realizamos con la materia que está entorno, la materia cósmica, que es la misma materia que compone nuestra mente. Ésta está regida bajo la misma ley, la ley de amor. La atracción es la ley de amor para la materia inorgánica y el amor es la ley de atracción para el mundo orgánico. 

    Por consiguiente, esa energía entorno de la mente cuando acepta esta invitación técnica, y la acepta siempre, comenzamos a pensar. Y ya que el pensamiento es el Espíritu en acción, procedemos a crear infra corpúsculos, líneas de fuerza, principios subatómicos, átomos y todos estos elementos son vivos, conforme el ministro Flacus en Liberación. Simientes de vida de las que el ser organizado asimila una porción en conformidad a la obra que desea construir, comenzando por nosotros mismos, y de la que somos responsables. Emmanuel en Siembr a de los médiums nos muestra que atraemos esos elementos y de la misma manera que una lámpara exterioriza fotones, nuestra mente exterioriza materia mental cuando pensamos. 

     ¡Cuidemos, pues, nuestro campo mental porque, en conformidad a la enseñanza del Cristo, hallamos aquello que buscamos! Busquemos nuestra plenitud, nuestro perfeccionamiento bajo el deseo de ser hoy mejores que ayer y mañana mejores que hoy, poniendo en marcha, así, todos los recursos divinos que Dios nuestro Padre erige para que prosperemos en nuestra purificación y elevación.

Autor: Miguel Vera

Tomado de la Revista nº 8 de la FEE

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Opinar Distinto: (Hacia La Unión Desde Lo Diverso)


1176204_681080385252814_2076387211_nEl otro día, el comentario de un amigo subido a un site espírita de una red social, suscitó entre otros compañeros un alarmismo -exento de maldad- pero totalmente desproporcionado, pues ni el contenido (ni las intenciones) de ese comentario escrito fueron las de crear malestar ni provocación alguna más allá de compartir una opinión personal.
Al final los comentarios haciendo determinadas observaciones extrapolaron el sentido original, y entre unos y otros provocaron una polémica innecesaria que, encima, no figuraba en el mensaje en cuestión.
Esto, unos días más tarde, me hizo reflexionar en un par de cosas que, finalmente, han terminado por confluir en este artículo-reflexión. 
¿Por dónde estamos caminando, realmente, si entre hermanos de ideal, el escuchar una opinión diferente (o en apariencia diferente) llega a provocar encendidas reacciones de alarma?
¿Estamos preparados para mirar las cosas desde otra perspectiva, o al menos, aceptar que otros la tengan?
¿No confundimos a veces la pureza doctrinaria con la rigidez de pensamiento? El mensaje residual de este tipo de reacciones provoca en el lego justo lo que tanto se teme: rechazo ¿Por qué? Porque sabe a corporativismo más que a algo espiritual y transformador…
Es como si hubiese un “guión”, invisible, implícito, pero de gran peso, y salirse de él fuese sinónimo de apostasía o de incómodo tabú.
Quizá nos hemos acostumbrado a rodearnos de una especie de burbuja evangélico doctrinaria tan repleta de mensajes amorosos como ausente de confianza, pensamiento libre y auto-crítica… y dudo mucho que sin estas tres cosas el movimiento marche con dignidad y coherencia.
Si leo las sabias reflexiones de Kardec, o acudo a los textos sensatos y sensibles de Herculano Pires o las páginas de La luz del porvenir se reafirma mi cada vez menos fe en este Espiritismo tan pastoral como desconfiado, o aquel que nace y muere en una asamblea, o aquel otro que queda limitado a las directrices de tres o cuatro líderes cuyas opiniones son ley y no pueden ser puestas en duda (por que opinar diferente sea sinónimo de ir contra ellos).
Estas cosas pasan… y deberíamos trascenderlas, no esconder la cabeza como los avestruces por temor a provocar evangélicas sensibilidades.
A menudo hay más maldad en las reacciones de los ortodoxos (o los timoratos) que en las observaciones de los que simplemente, y desde la paz, han pensado diferente.
Seguramente muchos estarán más cómodos visitando o colaborando en webs o chats donde todos piensen lo mismo (aunque por dentro piensen diferente), las opiniones sigan un protocolo amable (pero que no puede pasarse por alto) y todo se amenice con amorosos pots de Emmanuel. Quizá pensemos que así se hace más Espiritismo que en otros lugares de la red, donde además de Emmanuel, también tenga su lugar el debate constructivo y el libre pensamiento.
Los que acusan a otros de ser polemistas (sin tener vocación de eso, ni de lejos) por expresar algo diferente desde una actitud amiga y sincera, se llevarían las manos a la cabeza si leyesen las encendidas opiniones de un H. Pires, un Colavida o una Amalia, que no solo eran terriblemente directos sino que sus abiertas críticas para el movimiento espírita, o para ciertos sectores del mismo, raramente eran diplomáticas y, por supuesto, escasamente afectuosas.
Sus opiniones podían ser tan contundentes como, carecer de cualquier atisbo de remilgo evangélico… Entonces, ¿dónde está el problema? ¿Debemos ser mansas ovejas sin opinión propia que solo siguen la voz de este o aquel pastor de renombre? Ninguno de los ilustres personajes antes citados era precisamente un corderito… pero el Espíritu de Verdad brillaba en sus corazones.
La polémica por la polémica es insustancial, a veces incluso malsana. Los polemistas no hacen bien al movimiento espírita ni a sus centros, si los tuvieren. Pero esto no significa que debemos de callar para no “molestar” la opiniones de la mayoría, (por “sensibles” que estos puedan ser…), sobre todo cuando nuestras intenciones irradian desde el respeto y la unión.
Las diversidad de opiniones, las propuestas diferentes, invitan a mirar las cosas desde más ángulos, y, por lo mismo, inspiran ideas y actuaciones. ¿Cómo avanzar si permanecemos inflexibles y severamente establecidos en las mismas consignas y las mismas acciones?
Obviamente no basta con tener opiniones diferentes, sino que estas deben ser conducidas hacia la unificación, pero, en cualquier caso, esto no se consigue desde la rigidez.
La crítica respetuosa y la opinión personal (amiga y pacífica), que apuesta por el diálogo y la confianza fraternal siempre serán signos de madurez, participación y progreso.

Escrito por Lumen

Blog de Lumen en Zona Espírita
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REFLEXIONES DESDE EL OTRO LADO(*)


                                      MÉDIUM PROBADO

Durante mi estancia en la tierra, y cuando ya llevaba algunos años ejerciendo la facultad de la mediumnidad que afloró en mí a su debido tiempo, solía recordarme a mí mismo que el conocimiento no lo es todo, y a pesar de que me consideraba un “medium probado” por las circunstancias y efectos que a través de mí realizaban los espíritus, siempre albergaba una sensación de inconsistencia, de falta de seguridad, de confirmación.
Este era el motivo de repetirme constantemente que las pruebas que otros y yo mismo habíamos  recibido a través de mi mediumnidad, eran extraordinarias bondades de la facultad además de una auténtica bendición para el progreso de mi espíritu.
Cuando hablo de inconsistencia o falta se seguridad no estoy hablando de duda. La duda en la mediumnidad era y es perniciosa para su desarrollo, y así lo entendí aún con cuerpo físico. Pero lo cierto es que a pesar de múltiples pruebas y de reiterados beneficios de esta facultad, realizados por los espíritus a mi prójimo a través mío, incluso sobre causas y circunstancias que yo desconocía y que servían de consuelo y auxilio para sus necesidades espirituales -a pesar de todo ello como digo-, siempre la confirmación y los resultados positivos de las manifestaciones espirituales son hechos impagables para un médium.
Esta confirmación se presentaba con frecuencia a través de otros; y casi siempre de forma inesperada. Personas que llegaban a mí con la necesidad de consuelo por familiares queridos que habían partido al plano espiritual, y que me demandaban información sobre los mismos, a veces, no siempre, veían satisfechas y calmadas sus angustias con informaciones de los espíritus del familiar en cuestión.
Esta información era proporcionada muy escasas veces por el espíritu mismo, sino por otros espíritus familiares que, conocidos por el demandante de consuelo, informaban de las situaciones y condiciones espirituales del sujeto por el que preguntaban. Yo mismo quedaba sorprendido por las coincidencias, confirmaciones y pruebas que se vertían a través mío sin ser apenas más que un instrumento en esta actividad mediúmnica limitado a transmitir el pensamiento del espíritu comunicante, unas veces mediante la psicografía y otra por la mediumnidad de incorporación.
Con el ejercicio comprometido y serio de la mediumnidad, me visualicé a mi mismo ayudando a otros en su desesperación, en su oscuridad, en el ofrecimiento de consuelo y esperanza. A todos ellos les indicaba que yo apenas servía de instrumento y que la vida continuaba más allá del túmulo; haciéndoles partícipes de la buena nueva de la inmortalidad del alma y de la esperanza del posible reencuentro con el ser querido que había partido.
Todo siempre con el fin de que olvidaran el concepto de “perdida” de un ser querido; y lo sustituyeran por el de “separación temporal” del mismo. Nadie se pierde, nada se pierde, pues la vida es una y única, y en lo tocante al espíritu humano la vida continúa plena, hermosa, y extraordinaria en el plano espiritual.
Con todo y con ello, cuanto más practicaba la mediumnidad, dos circunstancias me condicionaban cada vez más. Por un lado; el conocimiento que la filosofía kardeciana ofrece sobre la mediumnidad me aportaba la seguridad y el camino cierto a seguir; pero era un camino de dificultad, de exigencia moral, de vigilancia permanente sobre mis imperfecciones. Pues para ser un buen médium, lo más importante no es ejercer la facultad sino hacerlo correctamente, y para ello hay que elevar el nivel de nuestro espíritu con la reforma moral y la constante atención a nuestras imperfecciones.
Por otro, conforme la facultad ampliaba su territorio, y la claridad y manifestación de los espíritus era más notoria; me daba cuenta de la pequeñez, de la insignificancia que los espíritus encarnados tenemos respecto a la sabiduría y el amor que nos ofrecen los espíritus elevados, los espíritus de los planos superiores que exceden con mucho los atributos de humildad, sencillez, caridad y sabiduría a los que nosotros podamos aspirar.
Esta enormidad; esta infinitud de manifestaciones de amor, de consuelo, de auxilio sin límite, de humildad sin límite, de caridad sin límite, de paciencia sin límite que a veces expresaban a través de mi materia, causaba en mí la preocupación de poder estar a la altura, como instrumento, de tales portavoces. Y ello fomentaba en mi interior la necesidad de disciplinarme en mejorar mis debilidades de carácter.
Así fui entendiendo y practicando la mediumnidad en mi etapa terrena; y además, en las primeras fases de mi desarrollo, donde los errores aparecen y la maquinaria no está todavía engrasada, tuve la gran ayuda de mi guía espiritual que, con la debida delicadeza, me señalaba las faltas cometidas, me indicaba la prudencia y la discreción como pauta a seguir, animándome siempre a continuar sin dudar ni un ápice de mi facultad.
Sin los conocimientos de la doctrina espiritista nunca podría yo haberme aventurado en tal empresa. Comprendí entonces que necesitaba ejercer este testimonio de la inmortalidad del alma para ayudar a los demás, y al mismo tiempo que me servía de progreso; comencé dando gracias a Dios por la misericordia que había tenido para conmigo, al proporcionarme la herramienta que necesitaba para saldar deudas de mi pasado y alcanzar un mayor grado de perfeccionamiento moral que el ejercicio responsable de la mediumnidad lleva consigo.
Ahora, desde aquí, redoblo mi gratitud al creador, pues gracias a la magnífica  facultad que tuve la ocasión de desenvolver, muchas piedras en mi camino de progreso fueron apartadas, conquistando a través de la renuncia y el auxilio a los demás, bondades impensadas para mi espíritu tiempo atrás.
Benet de Canfield
   Psicografiado por Antonio Lledó  Amor, Paz y Caridad
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