Hoy os presento los siguientes temas:
- La visión de Dios
-Reencarnación
-Sobre las apariciones de Espíritus
- Espíritas
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LA VISIÓN DE DIOS
Si Dios está en todas partes, ¿por qué no lo vemos? ¿Habremos de verlo después de dejar la Tierra? Esas son las preguntas que nos plantean a diario.
La primera se puede responder fácilmente. Nuestros órganos materiales tienen percepciones limitadas que no les permiten ver determinadas cosas, incluso materiales. De ese modo, ciertos fluidos escapan totalmente a nuestra visión, como también a nuestros instrumentos de análisis, aunque eso no da motivo a que dudemos de su existencia. Vemos los efectos de la peste, pero no vemos el fluido que la transmite; vemos los cuerpos en movimiento bajo la influencia de la fuerza de gravedad, pero no vemos esa fuerza.
Los órganos materiales no pueden percibir las cosas de esencia espiritual. Sólo podemos ver a los Espíritus y las cosas del mundo inmaterial con la visión del Espíritu. Por lo tanto, únicamente nuestra alma puede tener la percepción de Dios. ¿Acaso lo verá de inmediato después de la muerte? Al respecto, sólo las comunicaciones de ultratumba pueden ilustrarnos. Por medio de ellas llegamos a saber que la visión de Dios constituye un privilegio exclusivo de las almas más purificadas, y que son muy pocas las que, cuando abandonan la envoltura terrenal, poseen el grado de desmaterialización necesario para ello. Una comparación vulgar hará que lo comprendamos fácilmente.
Una persona que se encuentra en el fondo de un valle, envuelta por una densa bruma, no puede ver el sol. Sin embargo, por la luz difusa percibe que el sol brilla. Si decide subir a la montaña, a medida que ascienda, la neblina se irá disipando cada vez más y la luz se hará cada vez más viva. Con todo, todavía no verá el sol. Recién después de que se haya elevado por completo por encima de la capa de niebla, y haya llegado al punto donde el aire esté perfectamente limpio, contemplará al astro en todo su esplendor.
Lo mismo ocurre con el alma. La envoltura periespiritual, aunque para nosotros sea invisible e intangible, con relación al alma es una materia verdadera, demasiado grosera todavía para ciertas percepciones. Esa envoltura se espiritualiza a medida que el alma se eleva en moralidad. Las imperfecciones del alma son como capas neblinosas que enturbian la visión. Cada imperfección de la que se despoja es una mancha menos, pero sólo después de que se ha purificado completamente goza de la plenitud de sus facultades.
Puesto que Dios es la esencia divina por excelencia, solamente puede ser percibido en todo su esplendor por los Espíritus que han alcanzado el más alto grado de desmaterialización. En cuanto a los Espíritus imperfectos, por el hecho de que estos no vean a Dios, no se concluye que estén más alejados de Él que los demás, puesto que, al igual que todos los seres de la naturaleza, están inmersos en el fluido divino, del mismo modo que nosotros lo estamos en la luz. Lo que ocurre es que las imperfecciones de esos Espíritus son como vapores que les impiden verlo. Cuando la niebla se disipe, lo verán resplandeciente. Para eso no necesitan ascender ni buscarlo en las profundidades de lo infinito. Cuando la visión espiritual quede desobstruida de las manchas morales que la oscurecían, lo verán, sea cual fuere el lugar en que se hallen, incluso en la Tierra, porque Dios está en todas partes.
El Espíritu se purifica con el correr del tiempo, y las diferentes encarnaciones son alambiques en cuyo fondo deja, cada vez, algunas impurezas. Al abandonar su envoltura corporal, los Espíritus no se despojan instantáneamente de sus imperfecciones, razón por la cual, después de la muerte, no ven a Dios más de lo que lo veían cuando estaban vivos. No obstante, a medida que se purifican, tienen de Él una intuición más clara. Aunque no lo vean, lo comprenden mejor, pues la luz es menos difusa. Así pues, cuando algunos Espíritus manifiestan que Dios les prohíbe que respondan una pregunta, no significa que Dios se les haya aparecido o les haya dirigido la palabra para ordenarles o prohibirles tal o cual cosa. Por supuesto que no. Ellos lo sienten, reciben los efluvios de su pensamiento, del mismo modo que ocurre con nosotros en relación con los Espíritus que nos envuelven en sus fluidos, aunque no los veamos.
Ningún hombre puede, por consiguiente, ver a Dios con los ojos de la carne. Si esa gracia le fuera concedida a algunos, sólo se realizaría en estado de éxtasis, cuando el alma está tan desprendida de los lazos de la materia que hace que ese hecho sea posible durante la encarnación. Por otra parte, ese privilegio correspondería exclusivamente a las almas selectas, que han encarnado en cumplimiento de alguna misión, y no a las que han encarnado para expiar. Con todo, como los Espíritus de la categoría más elevada resplandecen con un brillo deslumbrante, puede suceder que los Espíritus menos elevados, encarnados o desencarnados, maravillados con el esplendor que rodea a aquellos, supongan que ven al propio Dios. Sería como quien ve a un ministro y lo confunde con el soberano.
¿Con qué apariencia se presenta Dios a quienes se hacen dignos de verlo? ¿Será con alguna forma en particular? ¿Con una figura humana o como un resplandeciente foco de luz? En el lenguaje humano no se lo puede describir, porque no existe para nosotros ningún punto de comparación que nos pueda dar una idea de Él. Somos como ciegos de nacimiento a quienes se intentara inútilmente hacer que comprendamos el brillo del sol. Nuestro vocabulario está limitado a nuestras necesidades y al círculo de nuestras ideas; el de los salvajes no serviría para describir las maravillas de la civilización; el de los pueblos más civilizados es demasiado pobre para describir los esplendores de los cielos, y nuestra inteligencia es muy limitada para comprenderlos, así como nuestra vista, excesivamente débil, quedaría deslumbrada. A. Kardec- La Génesis
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REENCARNACIÓN
Cualquier observador puede apreciar que el niño en su infancia, y aún los nacidos en la misma cuna, tienen tendencias y grados de capacidad perceptiva e intelectual diferentes; lo que nos lleva a la conclusión de que, todo niño al nacer trae ya en sí el bosquejo de su individualidad que, a medida de su crecimiento se manifestará en su personalidad. Personalidad susceptible de perfección, mediante una educación apropiada.
Las desigualdades humanas nos dan la demostración visible y más palpable de la ley reencarnacionista, de las vidas múltiples, trayendo en cada una el fruto de su siembra. Por medio de esta ley, llegamos a comprender que no venimos a este mundo para comer, dormir y divertirnos; sino a progresar, a desarrollar nuestras facultades latentes por medio del ejercicio en el trabajo, en el estudio, venciendo obstáculos, resistiendo a las tentaciones del mal manifestadas en las múltiples atracciones del placer en los sentidos, en el mundo de hoy; a adquirir experiencias y a practicar la fraternidad en nuestras relaciones humanas TRATANDO A LOS DEMÁS COMO QUEREMOS SER TRATADOS.
No puede haber igualdad entre quienes se esfuerzan en progresar y perfeccionarse, y quienes no. No puede haber igualdad de resultados entre quienes practican el bien y quienes el mal. Por ende, fácil es comprender que, en las desigualdades humanas existe la acción de la Justicia Divina de, a cada cual según sus obras.
Nuestro mundo es una escuela milenaria, donde hay diversos grados de aprendizaje, de acuerdo con nuestro adelanto. De cuerpo en cuerpo, como quien cambia de traje, peregrina el Espíritu, el verdadero ser, donde en cada nueva vida humana, viene a aprender nuevas lecciones o REPETIR LAS MAL APRENDIDAS; viene a adquirir nuevos conocimientos que le permitirán ir subiendo más y más en la escala ascendente de la sabiduría y el amor fraterno.
Y así evolucionando mediante el esfuerzo propio en la escuela de la vida, va capacitándose gradualmente para la vida en mundos mejores, de felicidad, donde ya la maldad no tiene cabida. «La casa de mi padre tiene muchas moradas« —dijo el sublime Nazareno.
¡Cuan esplendorosa brilla de este modo la justicia de Dios sobre la Tierra!
Sebastián de Arauco.
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SOBRE LAS APARICIONES DE
ESPÍRITUS
Las apariciones propiamente dichas tienen lugar en estado de vigilia, y cuando uno goza de plena y entera libertad de sus facultades.
Generalmente se presentan bajo una forma vaporosa y diáfana, algunas veces vaga e indecisa; a menudo es en el primer momento una luz blanquecina cuyos contornos se dibujan poco a poco. Otras veces las formas son acentuadas con claridad y se distinguen las menores trazos del rostro, al punto de poder hacer de ellas una descripción muy precisa. Los ademanes y el aspecto son parecidos a los del Espíritu cuando vivía.
Pudiendo tomar todas las apariencias, el Espíritu se presenta bajo aquella que mejor puede hacerle conocer si tal es su deseo.
Una cosa notable es que a menos de circunstancias particulares, las partes menos dibujadas son los miembros inferiores; mientras que la cabeza, el tronco, los brazos y las manos, se presentan siempre claramente.
Tampoco casi nunca se les ve andar, sino deslizarse como sombras.
En cuanto al traje, ordinariamente se compone de un ropaje terminando en largos pliegues flotantes; la apariencia de los Espíritus que no han conservado nada de las cosas terrestres, es al menos con una cabellera ondulante y graciosa; pero los Espíritus vulgares, aquellos que se han conocido, tienen generalmente el traje que tenían en el último periodo de su existencia. Muchas veces tienen atributos característicos de su elevación, como una aureola o alas para aquellos que puedan considerarse como ángeles mientras que otros llevan los que recuerdan sus ocupaciones terrestres; de este modo un guerrero podrá aparecerse con su armadura, un sabio con sus libros, un asesino con un puñal, etc.
Los Espíritus superiores tienen una figura bella, noble y serena; los más inferiores tienen algo de feroz y bestial, y algunas veces llevan aún las señales de los crímenes que han cometido o de los suplicios que han sufrido. La cuestión del traje y de todos estos objetos accesorios puede que sea la que más admira.
103. Hemos dicho que la aparición tiene algo de vaporoso; en ciertos casos se podría compararla a la imagen reflejada en un espejo sin alinde, y que a pesar de su limpieza no impide ver al través los objetos que están por detrás. Así, es generalmente, como los distinguen los médiums videntes; los ven ir y venir, entrar y salir de una habitación, circular entre los grupos de los vivos, teniendo el aire, al menos por lo que respecta a los Espíritus vulgares, de tomar una parte activa en todo lo que se hace alrededor de ellos, de interesarse y escuchar lo que se dice. Frecuentemente se les ve acercarse a una persona, sugerirle ideas, influirla, consolarla si son buenos, ridiculizarla si son malignos, mostrarse tristes o contentos de los resultados que obtienen; sucede, en una palabra, lo mismo que en el mundo corporal. Tal es el mundo oculto que nos rodea, en medio del cual vivimos sin que lo apercibamos, así como vivimos sin tampoco percibirlo en medio de las miríadas del mundo microscópico. El microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño que no sospechábamos; el Espiritismo, ayudado por los médiums, nos ha revelado el mundo de los Espíritus, que es también una de las fuerzas activas de la Naturaleza. Con ayuda de los médiums videntes hemos podido estudiar el mundo invisible, iniciarnos en sus costumbres, como un pueblo de ciegos podría estudiar el mundo visible, ayudado de algunos hombres que gozasen de la vista. (Véase el capítulo XIV, De los médiums el artículo concerniente a los médiums videntes).
104. El Espíritu que quiere o puede aparecer, reviste algunas veces una forma más clara todavía, teniendo todas las apariencias de un cuerpo sólido, hasta el punto de producir una ilusión completa y hacer creer que se tiene delante de sí un ser corporal.
105. Por su naturaleza y en su estado normal el periespíritu es invisible, así como hay una porción de fluidos que sabemos que existen y que, sin embargo, no hemos visto jamás; pero pueden también, lo mismo que ciertos fluidos, sufrir modificaciones que le hagan perceptible a la vista, ya sea por una especie de condensación, ya por un cambio en la disposición molecular; entonces nos aparece bajo una forma vaporosa. La condensación (no es necesario tomar esta palabra a letra; sólo la empleamos a falta de otra y a título de comparación), la condensación, decimos, puede ser tal que el periespíritu adquiere las propiedades de un cuerpo sólido y tangible; pero puede instantáneamente volver a tomar su estado etéreo e invisible. Podemos darnos cuenta de este efecto por el del vapor, que puede pasar de la invisibilidad al estado nebuloso, luego líquido, luego sólido y viceversa. Estos diferentes estados del periespíritu son el resultado de la voluntad del Espíritu y no de una causa física exterior como en nuestros gases. Cuando nos aparece, es porque pone su periespíritu en el estado necesario para hacerle visible; para esto su voluntad no basta, porque la modificación del periespíritu se opera por su combinación con el fluido propio del médium; pero esta combinación no es siempre posible, lo que explica por que la visibilidad de los Espíritus no es general. Así, no basta que el Espíritu quiera mostrarse; no basta tampoco que una persona quiera verle; es preciso que los dos fluidos puedan combinarse, que haya entre ellos una especie de afinidad; puede ser también que la emisión del fluido de la persona sea bastante abundante para operar la transformación del periespíritu y probablemente otras condiciones que nos son desconocidas; por fin es menester que el Espíritu tenga el permiso de hacerse ver a tal persona, lo cual no siempre se le concede o sólo se le permite en ciertas circunstancias, por motivos que no podemos apreciar.
EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC.
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*E S P Í R I T A S...*
Nadie se torna espírita por frecuentar sistemáticamente una institución espírita.
Ser espírita es practicar la caridad con "mirar humano", con empatía;
Nadie se torna espírita por asumir un cargo en una institución espírita.
Ser espírita es comprender que hay conductas y faltas de otras existencias que precisan ser trabajadas con el auxilio al prójimo, independiente de la función ejercida;
Nadie se vuelve espírita por leer obras espíritas.
Ser espírita es ejercer el conocimiento adquirido siempre y en todo lugar;
Nadie se vuelve espírita por actuar en sesiones mediúmnicas.
Ser espírita es comprender que la asistencia mediúmnica es una primera caridad para con los desencarnados que aún sufren en el plano espiritual, siendo una falta desconocer su principal función;
Nadie se torna espírita por nacer hijo de espíritas. No hay caridad hereditaria. Cada ser tiene compromisos como espíritu reencarnante;
Nadie se torna espírita por realizar trabajos sin remuneración.
Ser un voluntario espírita es comprender que su papel es divulgar el Espiritismo a través de sus actitudes, practicando la Ley de <igualdad para con todos, sin distinción de cargos o de clase social;
Nadie se vuelve espírita por dar una gran cantidad de dinero para una institución.
Ser espírita es actuar con desinterés, independientemente de si dio dinero, objetos, tiempo o conocimientos;
Nadie se torna espírita por cumplir reglas de disciplina de una institución.
Ser espírita es ser flexible cuando el socorrer a alguien fuere urgente, incluyendo a los desencarnados;
Nadie se torna espírita por decirse espírita, sino por ser cristiano y comprender como el Cristo Jesús actuaría ante las aflicciones humanas".
Haga siempre la caridad. Ame a su prójimo con Amor en el corazón.
*" Se reconoce al verdadero espiritista por el esfuerzo que hace para vencer sus malas inclinaciones."*
*André Luiz/Chico Xavier*
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