lunes, 15 de mayo de 2017

Centros vitales energéticos (Chakras)



Programación para el día de hoy :

-Enseñanza sobre el dolor,estudiando espíritus sufrientes.
-Centros vitales energéticos (Chakras)
-Buscando felicidad
- ¿Existe el diablo y los demonios?

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     Enseñanza sobre el dolor estudiando espíritus sufrientes


Los espíritus sufrientes

Si analizamos las costumbres de prácticamente la totalidad de los pueblos de la Tierra, en el fondo de muchas de sus tradiciones, se encuentra la creencia de la existencia de espíritus sufrientes. La industria cinematográfica se ha aprovechado de todo ello para ganar espectadores utilizando sus propias predisposiciones debido a sus creencias. Son innumerables las películas que introducen en su trama a los espíritus con la finalidad de crear suspense y misterio, aunque en pocas ocasiones dando enseñanza moral alguna. La religión se ha aprovechado del creyente infundiendo miedo de las penas de lo que denominan purgatorio, aumentando el control sobre sus feligreses y creando distintos sistemas externos para exonerarse sin tener que llevar a cabo una reforma moral interna. El arrepentimiento superficial, sin reparación del mal, ni transformación interior, es considerado suficiente para que el pobre incauto se sienta perdonado, encontrando muy "barato" dejarse caer para supuestamente volver a levantarse, innumerables veces, según esta ley de los hombres.

Los reporteros parapsicólogos llenan portadas y libros con casos que mantienen siempre inexplicables para que no decaiga el misterio como fuente de ingresos. No se conoce todavía un caso resuelto satisfactoriamente desde el conocimiento espiritual mientras que prevalecen teorías de lo más exóticas y perturbadoras para el raciocinio humano. Se echa de menos a los verdaderos maestros de la psicología experimental del pasado que anteponían la verdad científica a sus intereses personales, enfrentándose muchas veces a la pérdida del respeto por parte de las academias científicas, cegadas por el orgullo y compradas por los intereses del materialismo, despreciando el estudio del alma como ser inmortal.

Por todo ello, al hablar sobre espíritus sufrientes es normal que la imagen que se nos venga a la cabeza sea lo visto en algún programa de misterio, película, etc., la mayoría de ellos muy alejados de la realidad.

La desencarnación

Conocemos gracias al Espiritismo, que el espíritu después de desencarnar se encuentra en un estado de turbación más o menos largo en función de los lazos que lo unen a la materia (1). Cuando es liberado finalmente de dichos lazos materiales se encuentra en la situación que le corresponde a su evolución espiritual. Unos aferrados a las pasiones buscan satisfacer sus apetitos buscando colaboradores incautos que se los brinden. Otros ignorantes no comprenden y reniegan de su situación. Otros con la conciencia más desarrollada sufren por las culpas de lo que hicieron o se afligen por la falta de elevación que todavía no alcanzaron.

La asistencia a los espíritus sufrientes  a través de la mesa mediúmnica es una gran escuela de la vida, donde las experiencias se muestran tan evidentes que llegan a conmover enseñándonos la realidad espiritual de lo que podría ser nuestra situación al desencarnar en caso de cometer los mimos sus errores.

La mesa mediúmnica en el servicio a espíritu sufrientes ofrece un amplio abanico de experiencias espirituales, consecuencia de los actos en la vida material. Ejemplos ardientes de la Ley de Causa y Efecto y de la Ley de Reencarnación.
Si fuéramos conocedores de la realidad espiritual después de la desencarnacion, muchos de nosotros nos comportaríamos de manera diferente de lo que normalmente nos comportamos. Seríamos más conscientes de las consecuencias de nuestros actos.

El conocimiento no siempre lleva asociado el ser consciente de lo aprendido, es necesario interiorizarlo. Procesamos mucha información que creemos asimilar sin plantearnos las consecuencias morales que tiene con respecto a nuestro comportamiento. El conocimiento que nos llega con una carga emocional sin embargo puede tener un efecto desgarrador que puede arañar nuestras estructuras de la personalidad impulsándonos al cambio y a la mejora moral. A veces, al vernos reflejados en los demás, podemos prever lo que nos estamos forjando por nosotros mismos.
La mediumnidad por tanto, es una escuela de conocimiento espiritual aplicado. Las principales leyes que se ven reflejadas son: Reencarnación, Causa y Efecto, Justicia Amor y Caridad, Igualdad, Afinidad y Sintonía.

El dolor y el sufrimiento

El primer libro que nos mostró conversaciones con espíritus sufridores es "El Cielo y el Infierno" de Allan Kardec y posteriormente hubo continuidad en la "Revista Espirita" entre los años 1858 y 1869.
La "Revista Espírita" de diciembre 1858 habla sobre las sensaciones y sufrimientos de los espíritus, concluyendo que para "El Espíritu, los sufrimientos que padece son siempre la consecuencia de la manera con la que ha vivido en la Tierra; sin duda, no tendrá más la gota ni el reumatismo, pero tendrá otros sufrimientos que no son menores. Hemos visto que sus sufrimientos son el resultado de los lazos que todavía existen entre él y la materia; que cuanto más desprendido está de la influencia de la materia –dicho de otro modo–, cuanto más desmaterializado se encuentra, menos penosas son sus sensaciones; ahora bien, depende de él liberarse de dicha influencia desde esta vida; tiene libre albedrío y, por consecuencia, puede elegir entre hacer o no hacer; que dome sus pasiones animales, que no tenga odio, ni envidia, ni celos, ni orgullo; que no se deje dominar por el egoísmo, que purifique su alma con buenos sentimientos, que haga el bien y que no dé a las cosas de este mundo más importancia de la que merecen, y entonces –incluso bajo su envoltura corporal– ya estará purificado, ya estará desprendido de la materia, y cuando deje esa envoltura no sufrirá más su influencia; los sufrimientos físicos que haya experimentado no le dejarán ningún recuerdo penoso ni le quedará de ellos ninguna impresión desagradable, porque sólo afectaron al cuerpo y no al Espíritu; se sentirá feliz al verse liberado, y la calma de su conciencia lo librará de todo sufrimiento moral".(1)
También la "Revista Espírita", en su número de abril de 1860, nos habla de la conciencia, la Ley Divina, inscrita en el fondo de nuestros corazones, que está relacionada con el sufrimiento del espíritu deudor tanto en cuanto es  responsable de que pueda aparecer o no el sentimiento de culpa. Nos dice: "Cada hombre tiene en sí mismo lo que vosotros llamáis: una voz interior. Es aquello que el Espíritu llama: la conciencia, juez severo que preside todas las acciones de vuestra vida. Cuando el hombre está solo, escucha a esta conciencia y evalúa las cosas en su justo valor; frecuentemente tiene vergüenza de sí mismo: en este momento reconoce a Dios. Pero la ignorancia —fatal consejera— lo arrastra y le pone la máscara del orgullo; ante vosotros, él se presenta engreído en su vacuidad, buscando engañaros con el aplomo que aparenta." (2)

El dolor moral viene relacionado por el desarrollo de la conciencia y la desaparición del orgullo. Aquellos espíritus que utilizan el orgullo para acallar la conciencia aparentemente, al principio, no sufren. Pueden retardar su sufrimiento moral puesto que en ellos está ausente el sentimiento de culpa. La "Revista Espírita" de octubre de 1860 nos lo explica perfectamente en este pasaje: "El Espíritu malo que pone en práctica su rabia es casi dichoso; sólo sufre en los momentos en que no logra actuar y cuando el bien triunfa sobre el mal. Sin embargo, los siglos transcurren; el Espíritu malo siente que de repente las tinieblas lo invaden. Su círculo de acción se restringe, y su conciencia, hasta entonces sorda, le hace sentir las puntas afiladas del remordimiento". Sus sufrimientos, en las primeras etapas, de expiación, son principalmente de origen externo, consecuencia de la Ley de Causa y Efecto, expiaciones consecuencia de errores pasados, frente a los sufrimientos de origen interno que vendrán en las etapas posteriores, de pruebas, consecuencia del desarrollo de la conciencia y el consecuente sentimiento de culpa. En estas etapas, conforme desarrolle su conciencia, podrá solicitar sus propias pruebas siendo el único responsable por su dolor, manteniendo su libre albedrío.

El dolor es el remedio que la Naturaleza nos ofrece para comunicarnos que algo está mal como consecuencia de haber actuado en contra de la Ley Divina. Nos impide estancarnos y permanecer evolutivamente estáticos con los hábitos erróneos adquiridos creándonos la necesidad imperiosa de cambiar. Cuando incorporamos un hábito erróneo, nuestro subconsciente lo cristaliza e intenta protegerlo como propio, puesto que la mente tiende hacia la conservación de todo lo que considera útil. Únicamente el dolor podrá despertar la dosis de conciencia necesaria para despertar la necesidad de reaprender, rechazando el hábito dañino. El dolor, por tanto, es el camino largo del despertar de la conciencia. Elijámos el camino corto del cumplimiento de la Ley Divina para apartarnos de la necesidad del sufrimiento.

Concluimos con todo ello que el dolor, fuente de sufrimiento y revulsivo para el alma, generalmente puede ser clasificado según su origen y según la sensación que provoca. Puede ser sentido moralmente o sentido como físico (sin cuerpo material no existe dolor físico real pero sí la evocación de un recuerdo que en ciertos momentos puede confundir al Espíritu como si lo estuviera sintiendo realmente en su cuerpo). Según su origen puede venir del interior, como consecuencia del despertar de la conciencia que determinará la necesidad del sentimiento de culpa; o venir del exterior, cuando la Ley de Acción y Reacción nos devuelve los frutos de aquello que sembramos en el pasado.

Una profunda reflexión nos puede llevar a relacionar el dolor que viene de fuera, externo, impredecible, accidental, fortuito, con aquellos estados de ausencia de conciencia, donde el Espíritu, estancado indefinidamente con sus barreras de comodidad y orgullo, ve de repente como todo se le derrumba y tiene que empezar una nueva etapa desde cero. Es la Providencia que le trae una nueva oportunidad de empezar de nuevo.

En el extremo contrario, un desarrollo de la conciencia irá despertando el sentimiento de culpa que nos traerá el dolor moral necesario para alcanzar el arrepentimiento y el principio del fin del sufrimiento e inicio de nuestra transformación.

Si racionalmente entendemos que el dolor principalmente físico parece el más indicado para despertar de los estados de ausencia de conciencia, conforme vayamos desarrollando la conciencia iremos necesitando de revulsivos cada vez más morales, que nos remuevan sobretodo interiormente y no tanto físicamente. En perfecto paralelismo con la Ley de Acción y Reacción podemos comprender que el egoísmo material nos traerá carencias materiales, con dolores principalmente físicos; el egoísmo emocional nos traerá carencias emocionales, con desgarradores sentimientos de vacío, frío, gelidez, todavía sentidos casi físicamente; el egoísmo mental que no es otra cosa que el orgullo, nos traerá carencias mentales llenas de desvalorización, depresión, ansiedad, miedo, de caracter moral y físico, debido al desequilibrio cuerpo-mente, pero desgarrando interiormente al Espíritu, predisponiéndole para el despertar de la conciencia, donde empezará a dar valor a lo que realmente importa, a los bienes del Espíritu.

De forma general, el dolor progresará de origen exterior a origen interior y de dolor físico a dolor moral. El dolor exterior es providencial para que aparezcan los primeros gérmenes de la conciencia donde empieza a dejar de ser tan necesario.

Muchos dolores que creemos físicos tienen implícito  un sufrimiento moral tanto en cuanto que el verdadero afectado es nuestro orgullo. Inteligencias atrapadas en cuerpos físicos imperfectos sufren espiritualmente en estado de desdoblamiento viéndose en desventaja sin posibilidad de satisfacer sus intereses.

La enfermedad, acompañada normalmente por el dolor, puede provenir del exterior o de nuestro interior, con el mismo fin, despertar nuestra conciencia. El cuerpo expresa a través de la enfermedad lo que el Espíritu no consigue traer a la conciencia.

La enfermedad que viene del interior es la  consecuencia de la falta de equilibrio por parte del Espíritu que no puede mantener el orden energético de todas las estructuras periespirituales,
manifestando sus desarmonías mentales en los planos inferiores del periespíritu hasta llegar al cuerpo físico, dando origen a las enfermedades psicosomáticas. Por otro lado, al margen de las desarmonías, cuando la culpa se instala en la mente, siendo consciente de ella, se cumple la máxima del Evangelio que dice: "si tu mano te hace pecar córtatela... y si tu ojo te hace pecar, sácatelo"(3). La conciencia cercena el órgano donde proyecta su culpa. Prueba de ello tenemos a los espíritus sufrientes que muestran tener ciertos miembros mutilados, manos que utilizaron en sus crímenes, pulmones que recogieron el humo pernicioso, órganos que recibieron la bala suicida, garganta que sufrió la asfixia, estómago que sufrió el ataque de químicos, etc.

La enfermedad que viene del exterior del Espíritu normalmente es consecuencia igualmente de la Ley de Causa y Efecto, el abuso conlleva debilitamiento, extenuación de los órganos de eliminación y acumulación de toxinas que terminan congestionando los puntos débiles de nuestra salud, debilitados por nuestras desarmonías.

Recopilación de experiencias

El suicidio sería un caso de dolor con origen interno y externo simultaneamente, donde la causa del dolor es el acto inmundo de quitarse la vida pero su origen es debido a no haber soportado las pruebas de la vida. El dolor producido al desencarnar es prácticamente físico y desgarrador con daños terribles en el periespíritu. Poco a poco la conciencia se va abriendo paso hasta impulsar al espíritu a mirar hacia lo alto, reconocer el error y pedir ayuda. En ese momento es socorrido por hermanos espirituales, el dolor casi físico se va reduciendo con las atenciones de auxilio, pero despierta el dolor moral al comprender el terrible error cometido. El desarrollo de la conciencia hace menos necesario el dolor físico mientras que la reparación de los errores nos aleja del dolor moral asociado a la culpa.
Muchos accidentes trágicos tienen como finalidad el despertar de la conciencia. Existen miles de testimonios de superación y crecimiento personal después de un accidente. También pueden ocurrir para evitar seguir cometiendo errores desperdiciando el don de la vida evitándonos mayores sufrimientos futuros.

Convalecientes de largo recorrido pueden traspasar el velo de la vida y la muerte apenas sin darse cuenta. Su inconsciencia de la vida espiritual les impide ver las diferencias y se despiertan en la otra vida pensando simplemente que han cambiado de hospital manteniendo muchos de los dolores, ahora inexistentes en el cuerpo pero presentes en su mente en base a sus creencias. Conforme despierta su conciencia de la vida espiritual van sanando sus dolores y poco a poco van recuperando sus energías preparándose para futuras reencarnaciones.

El abuso de las Leyes Naturales siempre genera dolor. Muchos son los desencarnados fruto del abuso, alcohol, tabaco, drogas, glotonería, etc., que al entrar en la vida espiritual sufren por la ausencia de sus sustancias deseadas. Los lazos materiales que forjaron les impiden levantarse hacia lo alto y muchos ansían volver a la Tierra para satisfacer sus vicios. En este punto sienten el dolor de haber herido a su periespíritu, su cuerpo espiritual, y conforme son ayudados van viendo una posible salida mediante la elevación de sus pensamientos y sentimientos, despertando la conciencia sanadora que les impulsará hacia el trabajo edificante en el bien.

Las falsas creencias también son motivo de dolor en el plano espiritual. A veces el creyente en falsas ideas siente una terrible decepción cuando el más allá se le descubre de pronto diferente a lo que le habían inculcado. Las obligaciones y leyes superficiales carecen de mérito en el mundo espiritual. Cuando despierta la conciencia a la realidad espiritual comprende todo el tiempo y las oportunidades que ha perdido y un gran dolor moral le inunda al ver que ha desperdiciado todos los favores recibidos.

Egoístas de todo tipo inundan el mundo espiritual. Egoístas aislados los hay porque sufren por no merecer tener trato con nadie. No escuchan a sus deudores porque puede que no hayan hecho mal pero tampoco ningún bien. Egoístas por apego sufren por no poder satisfacer sus deseos materiales. Egoístas por robo sufren al ver pasar a su lado a sus antiguas víctimas recriminándoles su comportamiento. Egoístas por inacción sufren por todo el bien que dejaron de hacer.

Conclusiones

Todo ello nos lleva a reflexionar sobre la inexistencia del llamado castigo divino y la excelsitud de la Ley de Amor por la cual toda la Creación se ordena en base a la Ley de Unión para traernos en cada momento justamente aquello que más necesitamos, en la justa dosis en que lo necesitamos. Es la llamada Providencia Divina actuando para la elevación de todas las conciencias, empezando por las más escondidas víctimas del orgullo y el egoísmo. Nunca sufrimos por tanto más de lo necesario pero nosotros nos encargamos de ir ampliando el límite con nuestros nuevos errores. El orgullo retrasa el despertar de la conciencia prolongando nuestros sufrimientos por miedo al dolor que supone la llegada del sentimiento de culpa. El miedo del orgullo es una debilidad psicológica causada por la inseguridad de uno mismo de verse desposeído de artilugios externos mostrandose al mundo tal como se es realmente.

Nuestros sufrimientos futuros vendrán por aquello que ahora no tengamos conciencia. Reflexionemos sobre nuestros dolores e investiguemos sobre nuestra falta de conciencia. Desarrollemos nuestra conciencia y reparemos nuestros errores para no perpetuarnos en el remordimiento y sobrepongámonos a los sentimientos de culpa sembrando buenas acciones correctivas.

El tiempo de graves caídas ha pasado para muchas conciencias, que despertando todavía, rechazan directamente el mal. Sin embargo todavía nos queda mucho por recorrer. No estamos libres de futuros sufrimientos ligados a la falta de conciencia por no esforzarnos en hacer el bien. Todavía nos queda mucho camino de autotransformación, practicar la Caridad, implicarnos socialmente por los demás, vivir de forma sostenible, ecológica, sin generar sufrimiento al prójimo, grande o pequeño, como dice "El Libro de los Espíritus": "Sed caritativos,... sed indulgentes para... vuestros semejantes,... Sed dulces y benévolos con todo lo que os sea inferior. Proceded igual con los seres más ínfimos de la Creación, y habréis obedecido a la ley de Dios." (4)

José Ignacio Modamio
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"
                     
(1) "La Revista Espírita", diciembre 1858.
(2) "La Revista Espírita", abril de 1860.
(3) Marcos 9:43-47
(4) "El Libro de los Espíritus", preg. 888

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                                  CENTROS VITALES                           ENERGÉTICOS  ( CHAKRAS )

      Estudiando en el plano en que nos encontramos, en la posición de criaturas desencarnadas, el cuerpo espiritual o psicosoma es, así, el vehículo físico, relativamente definido por la ciencia humana, con los centros vitales que esa misma ciencia, porque no puede indagar y reconocer.
 
      En el periespíritu poseemos todo el equipamiento de recursos automáticos que gobiernan los billones de entidades microscópicas al servicio de la Inteligencia, en los círculos de acción en que nos retrasamos, recursos esos adquiridos vagamente por el ser, en milenios y milenios de esfuerzo y recapitulación, en los múltiples sectores de la evolución anímica.

     Es así que, rigiendo la actividad funcional de los órganos relacionados por la fisiología terrena, en ellos identificamos:
• El centro coronario, instalado en la región central del cerebro, sede de la mente, centro que asimila los estímulos del Plano Superior y orienta la forma, el movimiento, la estabilidad, el metabolismo orgánico y la vida consciente del alma encarnada o desencarnada, en las cintas de aprendizaje que le corresponden en el abrigo planetario. El  centro coronario supervisa, aun, los otros centros vitales que le obedecen el impulso, procedente del Espíritu, así como las piezas secundarias de una fábrica responden al comando de la pieza-motor de que se sirve el aprendizaje del hombre para ordenarlas y dirigirlas. 


De esos centros secundarios, entrelazados en el psicosoma y, consecuentemente, en el cuerpo físico, por redes plexiformes, destacamos:

•                    El centro cerebral contiguo al coronario, con la influencia decisiva sobre los demás, gobernando el córtex encefálico en la sustentación de los sentidos, marcando la actividad de las glándulas endocrinas y administrando el sistema nervioso, en toda  su organización, coordinación, actividad y mecanismo, desde las neuronas sensitivas hasta las células efectivas; 

•                    El centro laríngeo, controlando  la respiración y la fonía;  

•                    El centro cardíaco, dirigiendo la emotividad y la circulación de las fuerzas de base;    

•                    El centro esplénico, determinando todas las actividades en que se expresa el sistema hemático, dentro de las variaciones de medio y volumen sanguíneo;    

•                    El centro gástrico, responsabilizándose de la digestión y absorción de los alimentos densos o menos densos que, de cualquier modo, representan concentrados fluídicos que nos  penetran en la organización.  

•                    El  centro genésico, guiando el modelo de nuevas formas entre los hombres o el establecimiento de estímulos creadores, con vistas al trabajo, a la asociación y a la realización entre las almas. 

André Luiz  (Uberaba, 19 de Janeiro de 1958) 
 
El periespíritu – cuerpo de materia rarefacta – está íntimamente regido por siete centros de fuerza, que se conjugan en las ramificaciones de los plexos y que, vibrando en sintonía unos con los otros, por el poder de la mente, establecen para nuestro uso, un vehículo de células eléctricas (como un campo magnético). 







 La compleja tesitura psicosomática presenta, lo que todo indica, un número considerable de “puntos de fuerza”, responsables por la distribución da energía vital (“neuropsíquica”  y por el equilibrio fisiológico del organismo físico.

En los Vedas, ya se sabía  su existencia. Y mucho antes los chinos con base en el Taoísmo.  
Según se comprende, es a través del doble etérico, con sus recursos vitales (“emanaciones neuropsíquicas”)  como  los centros de fuerzas del periespíritu, componiendo un complejo sistema de redes de intercomunicación e interacción energética, sustentan la organización somática, haciendo posible que cada célula física reciba de la respectiva célula psicosómatica, su matriz anatómica y fisiológica, la energía necesaria a su sustentación. 

La tradición oriental denomina esos centros como chakras o tchacras (del sánscrito: rueda, círculo, disco, órbita), se localizarían, en un segundo cuerpo, sutil, matriz del físico. 

Son siete los chakras citados (en sánscrito: sahasrâra, situado en lo alto de la cabeza; ajnã, en la región frontal del cerebro; vishuddha, en la región do cuello; anâhata, sobre el corazón; manipula, en la región del estómago; swadhisthana, a la altura del bazo, y mulâdhâra, situado en la parte inferior de la columna vertebral). 
El periespíritu rige la vida física, dinamizando la energía vital aglutinada en el llamado doble etérico, a través de sus centros de fuerza.  Como estos se proyectan en el doble etérico, de naturaleza más próxima a la del cuerpo material, reflejándose en este, se hace posible su detectarla por instrumentación física. 

 Nuestro cuerpo de materia rarefacta (periespíritu) está íntimamente regido por siete centros de fuerza (coronario, cerebral, laríngeo, cardíaco, esplénico, gástrico y genésico), los cuales se conjugan en las ramificaciones de los plexos y que, vibrando en sintonía unos con los otros, al influjo del poder directriz de la mente, establecen para nuestro uso un vehículo de células eléctricas, que podemos definir como un campo electromagnético, en el cual el pensamiento vibra en circuito cerrado.

ANDRÉ LUIZ - Psicografado por Francisco Cândido Xavier 
Trabajo de João Gonçalves Filho

Es bajo el comando de los centros vitales del psicosoma  como se procesa la interacción energética total entre el cuerpo físico y el periespíritu.   Identificados por algunos científicos como “centros morfogénicos”.  En las fases de intermisión los centros vitales nada pierden en importancia, en la sustentación del dinamismo periespíritico, aunque con algunas transformaciones importantes, principalmente, en los centros gástrico y genésico,  tal como informa André Luiz (Espíritu). 

La exteriorización de los centros vitales se procesa asociando conocimiento magnético y sublimación espiritual, los científicos humanos llegaron, por sí mismos, a la realización referida, como ya alcanzaron nociones preciosas en cuanto a la regresión de la memoria y exteriorización de la sensibilidad. 

( Trabajo aportado por Claribel Díaz )

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                                                            BUSCANDO FELICIDAD

Un turista americano fue a El Cairo, con el único objetivo de visitar a un famoso sabio. El turista se sorprendió al ver que el sabio vivía en un cuarto muy simple y lleno de libros. Las únicas piezas de mobiliario eran una cama, una mesa y un banco. 
- ¿Dónde están sus muebles? – preguntó el turista. 
Y el sabio también preguntó: – ¿Y dónde están los suyos? 
- ¿Los míos? – se sorprendió el turista -¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso ! 
- Yo también… – concluyó el sabio. 
Esta fábula representa a la perfección uno de los pilares del budismo, filosofía de la cual ha bebido en los últimos tiempos la Psicología: el desapego, que se convierte en una de las principales vías para alcanzar la tranquilidad espiritual, el bienestar y la felicidad. No obstante, también es uno de los mandamientos más difíciles de seguir. 
El apego es una expresión de inseguridad 
La ley del desapego nos indica que debemos renunciar a nuestro apego a las cosas, lo cual no significa que renunciemos a nuestras metas, no renunciamos a la intención sino más bien al interés por el resultado. A primera vista, puede parecer una nimiedad o un cambio insustancial pero en realidad, se trata de una transformación colosal en nuestra forma de comprender el mundo y en nuestra manera de vivir. 
De hecho, en el mismo momento en que renunciamos al interés por el resultado, nos desligamos del deseo, que a menudo confundimos con la necesidad y que nos conduce a perseguir metas que realmente no nos satisfacen. En ese momento, adoptamos una actitud más relajada y, a pesar de que puede parecer un contrasentido, nos resulta más fácil conseguir lo que deseamos. Esto se debe a que el desapego sienta sus bases en la confianza en nuestras potencialidades, mientras que el apego se basa en el miedo a la pérdida y la inseguridad. 
Cuando nos sentimos inseguros, nos apegamos a las cosas, a las relaciones o a las personas. Sin embargo, lo curioso es que mientras más desarrollamos ese apego, más se acrecienta nuestro miedo a la pérdida. Ese miedo no solo afecta nuestra estabilidad emocional, sino que también nos puede llevar a crear patrones de comportamiento disfuncionales. 
Por ejemplo, podemos desarrollar un apego enfermizo a las cosas, como las personas que no pueden vivir sin su smartphone e incluso sufren alucinaciones auditivas provocadas por el hábito de estar siempre pendientes de la próxima llamada o mensaje. Por supuesto, también podemos caer en patrones relacionales dañinos, que ahoguen a la persona que amamos y terminen dañando profundamente la relación o incluso rompiéndola. 
Sin embargo, el desapego predica otra forma de relacionarse, implica no depender de lo que tenemos o de esa persona con la cual hemos establecido vínculos afectivos. Es importante comprender que el desapego no significa no amar, sino ser autónomos, liberarnos del miedo a la pérdida para comenzar a disfrutar realmente de lo que tenemos o de la persona que amamos. El desapego no significa dejar de disfrutar y experimentar placer sino todo lo contrario, comenzar a vivir de forma más plena, porque nuestras experiencias dejan de estar ensombrecidas por el temor a la pérdida. 
La incertidumbre como camino 
El apego es el producto de una conciencia de pobreza, que se centra en los símbolos. De hecho, para el budismo, la vivienda, la ropa, los coches y los objetos en sentido general, son símbolos transitorios, que vienen y van. Perseguir esos símbolos equivale a esforzarse por atesorar el mapa, pero no implica disfrutar del territorio. Por eso, terminamos sintiéndonos vacíos por dentro. En práctica, cambiamos nuestro “yo” por los símbolos de ese “yo”. 
¿Por qué perseguimos esos símbolos? Básicamente, porque nos han hecho pensar que en las posesiones materiales radica la seguridad. Pensamos que al tener una casa y ganar mucho dinero, nos sentiremos seguros. De hecho, hay quienes piensan: “Me sentiré seguro cuando tenga X cantidad de dinero. Entonces seré libre económicamente y podré hacer lo que me gusta”. Sin embargo, lo curioso es que en muchos casos, mientras más dinero se posee, más inseguras se sienten las personas. 
El problema radica en que identificar la seguridad con las posesiones no es más que una señal de inseguridad y, obviamente, la tranquilidad que pueden brindar es efímera. Quienes buscan la seguridad, la persiguen durante toda su vida, sin llegar a encontrarla. 
Esto se debe a que buscar la seguridad y la certeza no es más que un apego a lo conocido, un apego al pasado. Lo conocido es simplemente una prisión construida a partir del condicionamiento anterior. No prevé la evolución, y cuando no hay cambios, simplemente aparece el caos, el estancamiento y la decadencia. 
Al contrario, es necesario afianzarse en la incertidumbre. Esta es terreno fértil para la creatividad y la libertad ya que implica penetrar en lo desconocido, un gran abanico de posibilidades donde todo es nuevo. Sin la incertidumbre, la vida es tan solo una repetición de los recuerdos, de las experiencias que ya hemos vivido. Por tanto, nos convertimos en víctimas del pasado. 
Cuando renunciamos al apego a lo conocido, podemos adentrarnos en lo desconocido, abrazar la incertidumbre y abrirnos a nuevas experiencias que alimentan nuestras ganas de vivir y nos convierten en personas más felices. 
Los problemas como oportunidades 
La ley del desapego no nos indica que no debemos tener metas. Cuando abrazamos el desapego no nos convertimos en hojas movidas por el viento. De hecho, en el budismo las metas son importantes para marcar la dirección en la que caminaremos. Sin embargo, lo interesante es que entre el punto A y el punto B, existe incertidumbre, lo cual significa un universo prácticamente infinito de posibilidades. Así, para alcanzar nuestro objetivo, podemos seguir diferentes caminos y cambiar la dirección cuando lo deseemos. 
Esta manera de comprender la vida nos reporta otra ventaja: no forzar las soluciones a los problemas y mantenernos atentos a las oportunidades. Cuando ponemos en práctica el verdadero desapego, no nos sentimos obligados a forzar las soluciones de los problemas sino que somos pacientes y esperamos y, mientras lo hacemos, encontramos las oportunidades. 
De hecho, según el budismo, cada problema encierra una oportunidad que conlleva a su vez algún beneficio. Lo que sucede es que con la mentalidad del apego, nos asustamos e intentamos forzar la solución, de manera que la mayoría de las veces solo nos centramos en la parte negativa del problema y desaprovechamos la oportunidad que este encierra. 
Sin embargo, cuando creemos que cada problema contiene la semilla de la oportunidad, nos abrimos a una gama mucho más amplia de oportunidades. De esta forma, no solo sufriremos mucho menos en la adversidad sino que encontraremos más rápido la solución y esta nos permitirá crecer como personas. 
Recuerda que: “Todas las cosas a las que te apegas, y sin las que estás convencido que no puedes ser feliz, son simplemente tus motivos de angustia. Lo que te hace feliz no es la situación que te rodea, sino los pensamientos que hay en tu mente…”

Remitido por Viviana Gianitelli

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¿Existen  el “diablo” y  los “demonios”?

     Estas son figuras alegóricas referidas a los Espíritus imperfectos, a los cuales se les ha querido presentar como  el colmo de la maldad y una amenaza terrible para el  Alma humana.
 La palabra “demonio”, viene del griego “Daimon”, que en los textos clásicos antiguos tiene el significado de Dios, ángel, o génio; así el Daimon de Sócrates  se refería a  la parte incorruptible del hombre, o sea, lo que hoy conocemos como alma o espíritu.
Tanto en griego como en latín, Daimon es  el nombre que se le da a todos los Seres incorpóreos, buenos o malos, en los que se suponen conocimientos o poderes superiores al hombre.
Posteriormente, el Cristianismo relegó esta idea  solamente a los Seres maléficos por naturaleza.
Lo mismo sucede con la denominación de “diablo”, que viene del griego “diábolos” y significa calumniador, difamador y  delator.  El diablo es la personificación del mal, pero  en realidad es solamente un ser alegórico que reúne en sí todas las malas pasiones de los  Espíritus imperfectos.
El demonio y  el diablo, así como “Satanás, Lucifer, etc, no son seres con una existencia concreta,  real  y personalizada  tal y como pretende el mito religioso, sino que vienen a ser  las figuras alegóricas  y representativas de los Entes espirituales que están en los planos más inferiores del Bajo Astral, interfiriendo cuando pueden en las vidas de los humanos, llevados por su extrema maldad, deseos de venganza, envidia, etc.
Estos seres, al igual que el resto de los Espíritus de otros planos, también están jerarquizados  con arreglo a sus grados de maldad, de poder y de inteligencia.
Ante la cuestión de su existencia real en la forma que se les ha representado por las religiones, cabría objetar  que si son seres con una existencia real y concreta, deben de proceder de la misma Esencia que el resto de los Seres de la Creación. Si esta Fuente de Origen a la que llamamos Dios,  tiene que ser Infinita  y  Él es Soberanamente Justo  Bueno y Perfecto, no ha podido crear Seres consagrados al mal y eternamente desgraciados. De lo infinitamente Bueno y Perfecto, no puede salir nada que sea  malo y defectuoso. No ser bueno ya es un defecto y a quien no lo es le llamamos malo; ser infinitamente malo por toda una eternidad, sería admitir  también un Dios imperfecto e infinitamente  malo, lo cual es un contrasentido que no cabe en mente humana alguna. Es algo fuera de toda lógica en cualquier mente analítica y racional: Si cuando Dios, Ser Supremo, los creó,  lo hizo conociendo que creaba Seres  consagrados al mal, no es aceptable esta idea, porque del Infinito Bien no puede salir el mal; recordemos que el mal básicamente es ausencia del bien, tal como la oscuridad es ausencia de luz.  Por  otra parte no sería un Dios bueno ni perfecto, si los hizo  sabiendo que iban a ser  condenados eternamente y para que al poder  engañar a muchos humanos, de paso condenar también a estos en un infierno infinito.
Si, según las teologías, los que se han llamado ángeles del mal o “demonios”, se rebelaron después de ser creados,  es de considerar que si  Dios no  sabía lo que iba a pasar  cuando los creó, sería porque no era  infinitamente  previsor, por tanto no sería perfecto; por tanto si no lo era, no pudo ser Dios quien lo creó, por lo que dicho ser a su vez, sería también otro hijo de un Dios imperfecto.
Aceptar  la idea de la existencia del  diablo como un ser individual, condenado a hacer mal seduciendo al hombre por toda la eternidad, es como negar la existencia de  la  Bondad y de la  Perfección  o Dios, por toda la eternidad, lo cual mutila los atributos  de la perfección infinita del Principio Eterno que llamamos Dios.
La teoría de los demonios y del infierno eterno no puede ser ya invocada por ninguna persona sensata, sin embargo todavía  las teologías del Cristianismo, defienden la idea de su existencia real, como un Ser concreto al que Dios le dio una oportunidad  de ser feliz pero que está eternamente excluido del plan de salvación. Cabe pensar según estas teologías que si  Dios no es capaz de perdonar por toda la eternidad a una criatura de Él, es porque es Dios un Ser  eternamente inmisericorde con un dudoso sentido de la  misericordia  e incapaz de perdonar a un  Ser creado por El, por tanto estamos diciendo que este Dios no es infinitamente bueno, ni justo ni perfecto.
 Todavía se ven  predicadores que afirman sin escrúpulo alguno que el diablo puede entrar en personas que “han hecho una sesión de Espiritismo”;  una de dos: o su desconocimiento sobre lo que es el Espiritismo  es  de una ignorancia supina y hablan sin ningún fundamento, o lo hacen con toda la mala fe del mundo, tratando de hacer todo el daño posible al Espiritismo, pues se siguen considerando enemigos sistemáticos de él, porque creen que es  un serio oponente para sus  viejos y ya trasnochados dogmas, y por eso creen  que deben arrojar encima el lodo de la mentira siempre que haya oportunidad de hacerlo.  Sin embargo a estos clérigos que tanto defienden a su iglesia y a sus demonios, prohibiendo la invocación de espíritus con base  la Biblia, habría que preguntarles si  los santos a los que ellos veneran e invocan, no son  también sino seres espirituales que ya no están entre nosotros en este mundo....
          Las figuras de Satán  y Lucifer no son  nada más que un mito ; no  existen tales seres, no existen demonios en la acepción restringida y absoluta de la palabra, porque ninguna criatura está destinada eternamente al mal ; más bien se puede interpretar que existen Espíritus imperfectos  y muchas veces malignos, e incluso muy malignos, que nos influyen continuamente si les damos paso con nuestro estado mental, moral y anímico, pero  que están llamados  finalmente a  mejorar  con la ayuda de otros Seres del bien, y  mediante sus esfuerzos voluntarios por mejorar su situación existencial.
- Jose  Luis Martín-

“Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que andan por los aires”.
La Biblia (Efesios, 6-12)-

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