domingo, 10 de julio de 2016

ESPÍRITUS ERRANTES.

LA ÚLTIMA BIENAVENTURANZA
El Sermón de la montaña es un pasaje bíblico muy conocido.
 En él, Jesús anuncia las bienaventuranzas.
 Él enaltece la conducta de los mansos, de los humildes y de los sedientos de justicia, entre otros, afirmando que son bienaventurados.
 Sin embargo, Jesucristo anunció una bienaventuranza más, que suele pasar desapercibida.
 Tras Su resurrección, Él apareció a varias personas, pero el discípulo Tomás no estaba entre ellas.
 Al enterarse del evento, Tomás afirmó que solamente creería si viera las señales del martirio en Jesús y pudiera tocarlas.
 La oportunidad no se hizo tardar y el Maestro pronto le apareció.
 Tras mostrarse, Jesús sentenció:
 Porque me viste, Tomás, creíste. Bienaventurados los que no vieron y creyeron.
 Es interesante observar que se trataba del momento en que los testimonios de los Apóstoles empezarían.
 Había terminado la época del aprendizaje directo junto al Mesías Divino.
 Lo que pasa es que en la lucha por la implantación de un ideal ni siempre todo transcurre a las mil maravillas.
 Suele haber resistencias y muchos que se sienten molestos se hacen adversarios de la obra.
 Para perseverar, en los momentos de dificultad, hace falta tener fe.
 Sin una creencia firme de que el bien vencerá es muy fácil desistir a mitad del camino.
 Es necesario creer en la efectuación del ideal antes de verlo concluido.
 Feliz el que posee la fuerza íntima necesaria para luchar sin desanimarse.
 El que cree en el bien, aun cuando el mal aparentemente vence.
 El que necesita ver para creer vacila y desfallece frecuentemente.
 Porque la corrupción parece crecer, duda de la victoria final de la honestidad.
 Porque son muchos los crueles, piensa que la compasión tal vez nunca venza.
 Si el bien tarda a instalarse, cree que no compensa luchar por él.
 Ya se ve cuanto la fe es necesaria en un proyecto a largo plazo.
 Sin esa seguridad de las cosas esperadas, la fuerza vacila y se abandona la lucha.
 En estos tiempos turbulentos, conviene reflexionar sobre la firmeza de la propia fe.
 Creer firmemente en la victoria del bien ayuda a no corromper nunca la propia esencia.
 Sin esa convicción, uno puede estar tentado a tener ventajas y a salirse con la suya, con perjuicio de la propia dignidad.
 Sucede que la dignidad y la fidelidad a los propios valores son extremamente preciosas.
 Ellas brindan paz de conciencia y hacen posible ir con la cabeza erguida a cualquier ambiente.
 Bienaventurado el que cree antes de ver y por eso tiene la fuerza de vivir y construir el bien.
 Piense en eso.
 Redacción del Momento Espírita, basada en el cap. XXI  del libro A mensaje do amor inmortal, por el Espíritu Amelia Rodríguez, psicografia de Divaldo Pereira Franco, ed. Leal.

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PRINCIPIOS BASICOS SOBRE LOS QUE 

DESCANSA LA DOCTRINA ESPIRITA 

Dios o Causa Primera. 
Los Espíritus nos hablan de Dios. Nos dicen que todavía no podemos comprenderlo, pero nos explican que es nuestro Padre, que nos ama y nos cuida. 
No nos está permitido adentrarnos en la naturaleza íntima de Dios. Para comprender a Dios nos falta el sentido que sólo se adquiere con la completa depuración del espíritu. (Allan Kardec, El Génesis). 
Nuestra razón se empequeñece forzosamente ante estos problemas insondables. Dios existe. No dudamos un solo instante de ello. Es infinitamente justo y bueno: ésa es su esencia. Su acción todo lo abarca, lo comprendemos. No desea más que nuestro bien, por eso debemos confiar en Él: eso es lo principal. El resto puede esperar hasta que seamos dignos de comprenderlo. (Allan Kardec, El Génesis). 


La inmortalidad del alma: 
Nuestra verdadera naturaleza es espiritual. Somos Espíritus Inmortales, creados por Dios. Tras nuestra experiencia en la Tierra, volveremos al mundo espiritual, que es nuestro verdadero hogar. Los Espíritus nos desvelan cómo es su día a día y nos describen cómo es la vida para ellos. 
El libre albedrío y la ley de causa y efecto: 
A través de sus testimonios vemos cuáles son sus circunstancias personales tras su muerte y aprendemos que nuestro futuro espiritual depende de lo que hayamos sembrado y construido aquí en nuestras vidas en la Tierra. Nos explican que somos libres para tomar nuestras decisiones, pero también tendremos que asumir las consecuencias del camino que hayamos elegido, tanto en esta vida como cuando regresemos al mundo espiritual o en vidas posteriores. 


ACERCA DEL INFIERNO EL ESPIRITISMO NOS ENSEÑA: 

La razón rechaza, como incompatible con la bondad divina, la idea de las penas irremisibles, perpetuas y absolutas, a menudo infligidas como castigo por una única falta, así como aquella otra que nos dice que ni siquiera el arrepentimiento más sincero y ardiente puede suavizar los suplicios del infierno. Pero se inclina ante la justicia distributiva e imparcial que todo lo considera, que nunca cierra la puerta al que desea entrar y que tiende siempre las manos al náufrago en vez de empujarlo al abismo. (Allan Kardec, El Génesis). 

La Reencarnación 
Los Espíritus nos enseñan que el ser humano va atravesando numerosas existencias que le sirven de aprendizaje y de medio de perfeccionamiento moral y espiritual. La evolución que cada uno de nosotros tenemos que realizar para conseguir la evolución moral e intelectual no es posible en una vida, sino que se realiza en múltiples vidas. 
La vida es un camino de evolución, una escuela en la que aprendemos gracias a las dificultades y a los retos que se nos presentan para que podamos progresar. En cada existencia recogemos el fruto de nuestras vidas pasadas, y vamos sembrando las semillas para nuestras próximas vidas. Solo así podemos entender la diversidad de situaciones por las que el ser humano atraviesa: de salud o enfermedad, de riqueza o pobreza, situaciones de alegría o de dolor… Con todas estas experiencias aprendemos y seguimos nuestro camino de progreso espiritual. 

La comunicación con el mundo espiritual: 
Pasamos de la vida terrena a la espiritual y regresamos a la terrena. En un ciclo de aprendizaje constante hacia la luz y la perfección espiritual. 
La humanidad encarnada en la Tierra y la Humanidad Espiritual es una única humanidad que camina junta. Los que ahora nos encontramos en la Tierra y los que ahora se encuentran en el mundo espiritual somos hermanos de camino y quizá pronto nos encontremos en la situación opuesta: nosotros ya de regreso al mundo espiritual y ellos de regreso a la vida terrena. Juntos nos ayudamos y acompañamos en nuestro camino. 


La pluralidad de mundos habitados 
Nuestro planeta no es una excepción en el Universo. La humanidad no está sola en su camino. Otros orbes también están habitados al igual que la Tierra, tanto en el plano físico como en el plano espiritual. En todos los planetas seguimos el mismo camino de evolución espiritual, aunque cada uno de ellos tiene un nivel evolutivo diferente. Algunos apenas acaban de empezar su proceso evolutivo y están más atrasados que la Tierra y otros están habitados por Espíritus altamente evolucionados. 
Todos formamos una misma familia espiritual universal, hijos de un mismo Dios, y hermanos en la evolución. 
Por las comunicaciones que el hombre puede establecer ahora con los seres que han abandonado la Tierra, el hombre tiene no solamente la prueba material de la existencia e individualidad del alma, sino que comprende la solidaridad que une a los vivos con los muertos de este planeta, y a los seres de este mundo con los habitantes de otros globos. Conoce la situación de los desencarnados en el mundo espiritual. Los sigue en sus migraciones, es testigo de sus alegrías y penas, y sabe por qué son felices o desgraciados y la suerte que les espera, según hayan hecho bien o mal. Esos contactos lo inician en la vida futura, puede observarla en todas sus fases y peripecias, el futuro ya no es una vaga esperanza, sino un hecho positivo, una certeza matemática. La muerte ya no tiene nada de terrorífico, es una liberación, la puerta que conduce a la verdadera vida. 
(Allan Kardec, El Génesis).

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Intervención de la Ciencia en el 

Espiritismo 

La oposición de las asociaciones de sabios es uno de los argumentos que evocan incesantemente los adversarios del Espiritismo. ¿Por qué los sabios no se han apropiado del fenómeno de las mesas giratorias? Se dice: «si los sabios hubieran visto algo serio en ese fenómeno, estarían muy lejos 
de ignorar hechos tan extraordinarios, mucho menos de tratarlos con desdén, y no estarían todos contra vosotros. ¿Los sabios no son la antorcha de las naciones, y el deber de ellos no es difundir la luz? ¿Cómo podríais pensar que la hubieran apagado cuando una ocasión tan hermosa se les presentaba para revelar al mundo una fuerza nueva? » 

En primer lugar, es un error grave el decir que todos los sabios están en contra de nosotros, ya que el Espiritismo se propaga precisamente en la clase esclarecida. No hay sabios solamente en la ciencia oficial ni en las asociaciones constituidas. ¿El hecho de que el Espiritismo todavía no haya sido aceptado por la ciencia oficial juzga, de antemano, la cuestión? Se conoce la circunspección de ésta respecto a las ideas nuevas. Si la ciencia jamás se hubiera engañado, su opinión podría pesar aquí en la balanza; desafortunadamente, la experiencia demuestra lo contrario. ¿La ciencia no ha rechazado como si fueran quimeras una multitud de descubrimientos que, más tarde, han hecho ilustre la memoria de sus autores? ¿Eso quiere decir que los sabios son ignorantes? ¿Se justifican los epítetos groseros que, a fuerza de mal gusto, ciertas personas se complacen en prodigarles? Seguramente, no; no hay persona sensata que no le haga justicia al conocimiento de los sabios, pero, al mismo tiempo, se reconoce que ellos no son infalibles y que, por lo tanto, su juicio no es la última instancia. 

La culpa de los sabios está en decidir ciertas cuestiones un poco a la ligera, confiando demasiado en sus luces, antes de que el tiempo haya dado su palabra, exponiéndose, así, a recibir los desmentidos de la experiencia. Cada uno es buen juez sólo en lo que es de su competencia. ¿Si deseáis construir una casa, tomaréis a un músico? ¿Si tenéis una enfermedad, os haréis cuidar por un arquitecto? ¿Si tenéis un juicio, pediréis el parecer de un danzarín? ¿En fin, si se trata de una cuestión de teología, la haréis resolver por un químico o un astrónomo? No, a cada uno su oficio. Las ciencias comunes se basan en las propiedades de la materia, que se puede manipular a voluntad. Los fenómenos que la materia produce tienen como agentes las fuerzas materiales. Los del Espiritismo tienen, como agentes, inteligencias que poseen su independencia, su libre albedrío, y no están sometidas a nuestros caprichos; escapan, así, a nuestros procedimientos anatómicos o de laboratorio y a nuestros cálculos y, por eso, no son más de competencia de la ciencia propiamente dicha. Por lo tanto, la ciencia se ha equivocado cuando ha deseado experimentar con los Espíritus como si fueran una batería. Ha partido de una idea fija, preconcebida, a la que se engancha, y quiere forzosamente relacionarla con la idea nueva. Ha fracasado y eso debía ocurrir, porque ha operado en base a una analogía que no existe. Además, sin ir más lejos, ha concluido negando los fenómenos del Espiritismo: juicio temerario, que el tiempo se encarga, todos los días, de reformar, como ha reformado muchos otros, y aquellos que lo han pronunciado fracasarán en su esfuerzo de negar, tan ligeramente, el poder infinito del Creador. 

Las asociaciones de sabios no tienen y jamás tendrán motivo para pronunciarse sobre la cuestión. Ésta no es más de la competencia de los sabios que aquélla de decretar si Dios existe; es, pues, un error hacer, de las asociaciones de sabios, jueces. ¿Pero quién, entonces, será el juez? ¿Los Espíritas se creen en el derecho de imponer sus ideas? No, el gran juez, el juez soberano es la opinión pública. Cuando esa opinión esté formada del consentimiento de las masas y de las personas esclarecidas, los sabios oficiales la aceptarán en la condición de individuos y experimentarán la necesidad de ella. Dejad pasar una generación y, con ésta, los prejuicios del amor propio que se obstina, y veréis que será del Espiritismo lo mismo de otras tantas verdades que se han combatido y que ahora sería ridículo poner en duda. Hoy, son los creyentes los que son tratados como locos; mañana, será el turno de aquellos que no crean, del mismo modo que se trataba, antiguamente, como locos a aquellos que creían que la Tierra giraba, lo que no le ha impedido girar. 

Pero no todos los sabios han juzgado de igual modo; hay quién ha hecho el razonamiento siguiente: No hay efecto sin causa, y los efectos más comunes pueden ayudar a encontrar los problemas más grandes. Si Newton hubiera menospreciado la caída de una manzana, si Galvani hubiera repelido a su empleada tratándola como loca y visionaria, cuando ella le habló de las ranas que danzaban en el plato, tal vez estaríamos todavía por encontrar la admirable ley de la gravitación y las fecundas propiedades de la pila. El fenómeno que se designa con el nombre burlesco de danza de las mesas no es más ridículo que aquél de la danza de las ranas, y tal vez contenga también algunos de esos secretos de la naturaleza que revolucionan la humanidad, cuando se tiene la clave de ellos. Se ha dicho además: «Ya que tantas personas se ocupan de eso, ya que personas serias lo estudian, debe haber algo; una manía, un capricho si se quiere, no puede tener esa característica de generalidad; puede seducir a un círculo, a un grupo específico, pero no da la vuelta al mundo». 

Aquí está, principalmente, lo que nos decía un sabio doctor en Medicina, hasta hace poco incrédulo y, hoy en día, adepto fervoroso: «Se dice que seres invisibles se comunican, ¿y por qué no? ¿Antes de la invención del microscopio, se sospechaba de la existencia de esos millones de animálculos que causan tantos estragos en el organismo? ¿Dónde está la imposibilidad material de que haya, en el espacio, seres que escapan a nuestros sentidos? ¿Tendríamos, por casualidad, la ridícula pretensión de saber todo y de decirLe a Dios que Él no nos puede enseñar nada más? Si esos seres invisibles que nos rodean son inteligentes, ¿por qué no se comunicarían con nosotros? Si se relacionan con las personas, deben desempeñar un papel en el destino, en los acontecimientos; ¿quién lo sabe? Es, tal vez, una de las potencias de la naturaleza, una de esas fuerzas ocultas de las que no sospechamos. ¡Qué nuevo horizonte eso abriría al pensamiento! ¡Qué vasto campo de observación! 

El descubrimiento del mundo de los invisibles sería muy diferente de aquél de los infinitamente pequeños; sería más que un descubrimiento: toda una revolución en las ideas. ¡Qué luz puede surgir de eso! ¡Cuántas cosas misteriosas explicadas! Aquellos que creen son puestos en ridículo; ¿pero qué prueba eso? ¿No ha pasado lo mismo con todos los grandes descubrimientos? ¿Cristóbal Colón no fue rechazado, colmado de disgustos, tratado como insensato? Esas ideas, se dice, son tan extrañas que la razón las niega; pero las personas se habrían reído en la cara de aquel que hubiera dicho, apenas medio siglo atrás, que, en algunos minutos, se podría mantener correspondencia de un extremo a otro del mundo; que, en algunas horas, se atravesaría toda Francia; que, con el humo de un poco de agua hirviente, un navío avanzaría con el viento en la vertical; que se sacarían del agua los medios para la iluminación y la calefacción. Si un hombre hubiera venido a proponer un medio para iluminar toda París en un minuto, con un solo reservorio de una sustancia invisible, se lo habría enviado a Charenton (1). ¿Es, por lo tanto, una cosa más prodigiosa que el espacio esté poblado de seres pensantes que, después de haber vivido en la Tierra, dejaron su envoltorio material? ¿No se encuentra, en ese hecho, la explicación de una multitud de creencias que se remontan a la más alta Antigüedad? ¿No es la confirmación de la existencia del alma, de su individualidad después de la muerte? ¿No es la prueba de la propia base de la religión? Únicamente, la religión se limita a hablar vagamente de lo que sucede con las almas; el Espiritismo lo define. ¿Qué pueden decir sobre eso los materialistas y los ateos? Vale mucho la pena profundizar en semejantes cosas.» 

Aquí están las reflexiones de un sabio; pero de un sabio sin pretensiones. Son también las reflexiones de una multitud de personas esclarecidas, que han reflexionado, estudiado seriamente sin prejuicio. Han tenido la modestia de no decir: «No comprendo; por lo tanto, eso no existe». Su convicción ha sido formada por medio de la observación y del recogimiento. Si esas ideas hubieran sido quimeras, ¿cómo se explica, entonces, que tantas personas de élite las hayan adoptado? ¿Se puede creer, acaso, que hayan podido ser víctimas, por mucho tiempo, de una ilusión? No hay, pues, imposibilidad material de que existan seres invisibles a nosotros que pueblan el espacio, y tan sólo esa consideración debería llevar a más circunspección. Recientemente ¿quién alguna vez hubiera pensado que una gota de agua límpida pudiera contener millares de seres vivos, de una pequeñez que confunde nuestra imaginación? Ahora bien, le era más difícil a la razón concebir seres de una tal tenuidad, provistos de todos nuestros órganos y funcionando como nosotros, que admitir a aquellos que denominamos Espíritus. 

Los adversarios preguntan por qué los Espíritus, que deben empeñarse en hacer prosélitos, no se avienen, mejor de lo que lo hacen, a los medios para convencer a ciertas personas cuya opinión tendría gran influencia. Añaden que se les objeta su falta de fe; en relación a eso, contestan, con razón, que ellos no pueden tener una fe anticipada. Es un error creer que la fe es necesaria, pero la buena fe es otra cosa. Hay escépticos que niegan hasta la evidencia y que ni los milagros los podrían convencer. Hay incluso aquellos que se enfadarían mucho al ser forzados a creer, porque su amor propio sufriría al admitir que se han engañado. ¿Qué contestar a las personas que sólo ven, por todo lado, ilusión y charlatanería? Nada; se las debe dejar tranquilas y dejar que digan, tanto como deseen, que nada han visto e incluso que nada se les ha podido hacer ver. Al lado de esos escépticos endurecidos, hay aquellos que desean ver a su manera; que, al haberse formado una opinión, desean asociar todo con ella, no comprenden que los fenómenos no pueden obedecer a su voluntad; no pueden o no quieren ponerse en las condiciones necesarias. Si los Espíritus ya no se apresuran a convencerlos por prodigios, es porque aparentemente poco se interesan, por el momento, en convencer a ciertas personas a quienes no les miden la importancia como ellas mismas lo hacen. Es poco lisonjero, se debe reconocer, pero no mandamos en la opinión de los Espíritus. Ellos tienen una manera de juzgar las cosas que no es siempre la nuestra; ven, piensan y actúan según otros elementos. Mientras nuestra visión está circunscrita por la materia, limitada por el círculo estrecho en medio del cual nos encontramos, ellos abarcan el conjunto. 

El tiempo que nos parece tan largo es, para ellos, un instante; la distancia es sólo un paso. Ciertos detalles que nos parecen de una importancia extrema son, a sus ojos, infantilidades y, al contrario, juzgan como importantes cosas cuyo alcance no aprehendemos. Para comprenderlos, es necesario elevarse, por medio del pensamiento, por encima de nuestro horizonte material y moral, y ponerse desde su punto de vista. No les corresponde a ellos descender hacia nosotros, nos corresponde a nosotros subir hacia ellos, y es a eso a lo que nos conducen el estudio y la observación. A los Espíritus les gustan los observadores constantes y concienzudos. Para ellos, multiplican las fuentes de luz. Lo que los aleja no es la duda de la ignorancia: es la fatuidad de esos presuntos observadores que nada observan, que desean ponerlos en el banquillo de los acusados y manejarlos como marionetas. Es, sobre todo, el sentimiento de hostilidad y de denigración que esos presuntos observadores traen, sentimiento que está en el pensamiento de ellos, si no está en las palabras, a pesar de las protestas que hacen en contra. Para esos presuntos observadores, los Espíritus nada hacen y se inquietan muy poco de lo que puedan decir o pensar, porque su turno vendrá. Es por eso que hemos dicho que no es la fe la que es necesaria, sino la buena fe. Ahora bien, preguntamos si nuestros adversarios sabios están siempre en esas condiciones. Desean que los fenómenos estén bajo su comando, pero los Espíritus no obedecen al comando: se debe esperar la buena voluntad de ellos. No basta decir: «Mostradme tal hecho y yo creeré». Es necesario tener la voluntad de la perseverancia, dejar que los hechos se produzcan espontáneamente sin pretender forzarlos o dirigirlos. 

Aquel fenómeno que deseáis será precisamente aquel que no obtendréis, pero se presentarán otros, y aquel fenómeno que deseáis vendrá, tal vez, en el momento en que menos lo esperéis. A los ojos del observador atento y constante, surgen masas de fenómenos que se corroboran los unos a los otros. Pero aquel que cree que basta girar una manivela para hacer funcionar la máquina se engaña en extremo. ¿Qué hace el naturalista que desea estudiar los hábitos de un animal? ¿Le ordena hacer esta o aquella cosa para tener toda la libertad de observarlo según su voluntad y conveniencia? No; pues sabe bien que el animal no le obedecerá. Observa las manifestaciones espontáneas de su instinto; las espera y las capta en el momento que pasan. El simple buen sentido nos muestra que, con mucha más razón, debe ser lo mismo con los Espíritus, que son inteligencias mucho más independientes que las de los animales. 

Allan Kardec 


(1) N. de la T.: hospital para enfermos mentales en Charenton-Saint-Maurice, Francia. 
Revista Espírita –Periódico de Estudios Psicológicos, 2º año, nº 6, junio de 1859

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            ESPÍRITUS ERRANTES.

223 – ¿El alma se reencarna inmediatamente después de su separación del cuerpo?
– Algunas veces reencarna de inmediato, pero con más frecuencia después de intervalos más o menos largos. En los mundos superiores la reencarnación es casi siempre inmediata. Siendo menos grosera la materia corporal, el Espíritu encarnado goza allí de casi todas sus facultades de Espíritu y su estado normal es el de vuestros sonámbulos lúcidos.

224 – ¿En qué se convierte el alma en los intervalos de las encarnaciones?
– En un Espíritu errante que aspira a su nuevo destino.
– ¿Cuál puede ser la duración de esos intervalos?
– Desde algunas horas a algunos millares de siglos. Por lo demás, hablando con exactitud, no hay límite extremo señalado para el estado errante, que puede prolongarse mucho tiempo; pero nunca es perpetuo, pues el Espíritu puede siempre, tarde o temprano, volver
a empezar una existencia que sirve para purificar sus existencias anteriores.
– ¿Esta duración está subordinada a la voluntad del Espíritu, o puede serle impuesta como expiación?
– Es consecuencia del libre albedrío. Los Espíritus saben perfectamente lo que hacen; pero, para algunos es también un castigo impuesto por Dios. Otros piden la prolongación de semejante estado para proseguir estudios que sólo pueden hacer con provecho, como
Espíritus.

225 – ¿La erraticidad es en sí misma señal de inferioridad en los Espíritus?
– No, pues hay Espíritus errantes de todos los grados. Ya dijimos que la encarnación es un estado transitorio; en su estado normal el Espíritu está liberado de la materia.

226 – ¿Puede decirse que todos los Espíritus que no están encarnados están errantes?
– Los que deben reencarnarse, sí; pero, los Espíritus puros que alcanzaron la perfección, no están errantes: su estado es definitivo.
Con relación a las cualidades íntimas, los Espíritus son de diferentes órdenes o grados que sucesivamente recorren, a medida que se purifican. En cuanto a su estado, pueden estar: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo; errantes, esto es, libres del cuerpo material y esperando una nueva encarnación para mejorarse y pueden ser Espíritus puros, es decir, perfectos y sin necesidad de nuevas encarnaciones.

227 – ¿De qué modo se instruyen los Espíritus errantes, pues sin duda no lo hacen de la misma manera que nosotros?
– Estudian su pasado y procuran los medios de elevarse. Miran y observan lo que ocurre en los lugares que recorren; oyen la palabra de los hombres más ilustrados y las advertencias de los Espíritus más elevados, y esto les proporciona ideas de que carecían.

228 – ¿Los Espíritus conservan algunas de las pasiones humanas?
– Los Espíritus elevados, al perder su envoltura física, dejan las malas pasiones y sólo guardan las del bien; en cuanto a los Espíritus inferiores, las conservan, pues de otro modo pertenecerían al primer orden.

229 – ¿Por qué los Espíritus, al dejar la Tierra, no dejan en ella todas sus malas pasiones, puesto que ven sus inconvenientes?
– En este mundo hay personas que son excesivamente envidiosas, ¿crees que tan pronto lo abandonan pierden sus defectos?
Después de su partida de la Tierra, les queda, sobre todo a los que han tenido pasiones dominantes, una especie de atmósfera que les rodea y les conserva todas esas cosas malas; porque el Espíritu no está completamente desprendido de ellas y sólo en ciertos momentos entrevé la verdad, como para mostrarle el buen camino.

230 – ¿Progresa el Espíritu en estado errante?
– Puede mejorarse mucho, siempre según su voluntad y su deseo; pero en la existencia corporal es donde practica las nuevas ideas que ha adquirido.

231 – ¿Son felices o infelices los Espíritus errantes?
– Más o menos, de acuerdo con sus méritos. Sufren los efectos de las pasiones cuyo principio han conservado, o bien son felices según están más o menos desmaterializados. En estado errante, el Espíritu entrevé lo que le falta para ser más feliz y procura los medios para alcanzar la felicidad; pero no siempre le es permitido reencarnarse como sería de su agrado, lo que entonces constituye un castigo.

232 – En estado errante, ¿pueden los Espíritus ir a todos los mundos?
– Según las circunstancias. Cuando el Espíritu deja el cuerpo, no está por ello completamente desprendido de la materia, y pertenece aún al mundo que ha vivido, o a otro del mismo grado, a menos que, durante la vida, no se haya elevado, y este es el objetivo a que debe dirigirse, pues en caso contrario, no se perfeccionaría nunca. Puede,
sin embargo, ir a ciertos mundos superiores; pero estará en ellos como un extraño. Por decirlo así, no hace más que entreverlos, lo que le despierta el deseo de mejorarse, para ser digno de la felicidad que en ellos se goza y poder habitarlos más tarde.

233 – ¿Los Espíritus purificados van a los mundos inferiores?
– Van con frecuencia para ayudar a su progreso; pues sin eso esos mundos estarían entregados a sí mismos, sin guías para dirigirlos.

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC.

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       MEDIUMS INSPIRADOS

Toda persona que, ya sea en estado normal, ya sea en estado de éxtasis, recibe por el pensamiento comunicaciones extrañas a sus ideas preconcebidas, puede colocarse en la
categoría de médiums inspirados; como se ve, es una variedad de la mediumnidad intuitiva; con la sola diferencia de que la intervención de esta potencia oculta es todavía mucho menos sensible, porque en el inspirado es aún más difícil de distinguir el pensamiento propio del que es sugerido. Lo que caracteriza a este último, sobre todo, es la espontaneidad. La inspiración nos viene de los Espíritus que nos influyen en el bien o en el mal, pero antes es la obra de aquellos que nos quieran bien, y cuyos consejos dejamos de seguir muy a menudo; se aplica a todas las circunstancias de la vida, en las resoluciones que debemos tomar; bajo este aspecto se puede decir que todos son médiums, porque
no hay persona que no tenga sus Espíritus protectores y familiares que hacen todos sus esfuerzos para sugerir a sus protegidos pensamientos saludables. Si nos penetráramos de esta verdad, recurriríamos más a menudo a la inspiración de nuestro ángel guardián en los momentos en que no sabemos qué decir o qué hacer. Que se le invoque con fervor y confianza en caso de necesidad y nos admiraremos de ideas que muchas veces surgirán
como por encanto, ya sea que debamos tomar un partido, ya sea que tenga que componerse alguna obra. Cuando no acude ninguna idea es porque será preciso esperar. La prueba de que la idea que sobreviene es extraña a uno mismo, es que si hubiera estado en
nosotros siempre hubiéramos sido dueños de ella y no habría motivo para que no se manifestaran cuando quisiéramos.

–¿Cuál es la causa primera de la inspiración?
Espíritu que se comunica por el pensamiento.
–¿La inspiración sólo tiene por objeto la revelación de las grandes cosas?
No, tiene muchas veces relación con las circunstancias más ordinarias de la vida. Por ejemplo, tú quieres ir a alguna parte, y una voz secreta te dice que no lo hagas porque hay peligro para ti; o bien te dice que hagas una cosa en la cual no pensabas; esto es la inspiración. Hay muy pocas personas que no hayan sido más o menos inspiradas en ciertos momentos.
–Un autor, un pintor, un músico, por ejemplo, en los momentos de inspiración, ¿podrían ser considerados como médium?
Sí, porque en estos momentos su alma es más libre y está como separada de la materia; recobra una parte de sus facultades de Espíritu y recibe más fácilmente las comunicaciones de los otros Espíritus que le inspiran.

EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC.

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