jueves, 9 de agosto de 2018

Conexión entre cuerpo y Alma


Hoy os presento  :

- Fundamentos y aspectos del Espiritismo
-    Orgullo : Veneno interior
- Conexión entre cuerpo y alma
-   Reflexión: Humildad                   

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Fundamentos y aspectos del Espiritismo


                                                               
El Espiritismo se basa en ocho principios fundamentales, a saber:
1. La existencia de Dios como creador universal.
2. La existencia e inmortalidad de los espíritus.
3. La ley de la evolución.
4. La ley de la reencarnación.
5. La comunicabilidad de los espíritus a través de la mediumnidad.
6. La ley de causa y efecto o de acción y reacción.
7. La pluralidad de mundos habitados.
8. La fraternidad universal. (Ley de justicia, amor y caridad).
Estos principios también son conocidos como los postulados del Espiritismo y constituyen la fundamentación científica, filosófica y moral de la doctrina espiritista, contenida en las obras de Allan Kardec, y como en los libros de los autores clásicos del Espiritismo que desarrollaron y complementaron las enseñanzas sistematizadas por el pedagogo francés.
Allan Kardec escribió: “El Espiritismo se presenta con tres aspectos distintos a saber: el hecho de las manifestaciones, los principios filosóficos y morales que de ella emanan y la aplicación practica de tales principios. A partir de esta definición se han establecido los tres aspectos del espiritualismo científico, filosófico y moral.”
El aspecto científico comprende la fenomenología mediúmnica, las investigaciones experimentaciones y comprobaciones, la demostración de la realidad espiritual, la aplicación del método científico y la determinación de las leyes que rigen los fenómenos psíquicos y espirituales.
El aspecto filosófico comprende el conjunto de explicaciones y respuestas que el espiritualismo da ante los grandes interrogantes básicos e históricos de la humanidad: Dios, Universo, el hombre, el alma, la vida, el amor, el dolor, la verdad, el bien y el mal, los orígenes, las finalidades, el destino, etc.
El aspecto ético o moral se fundamenta en las enseñanzas y en la ejemplificación vivenciada, dadas por el Maestro Jesús a la humanidad como código de moral por excelencia de aplicación universal en el ámbito personal, familiar y social.
El Espiritismo es considerado como la tercera de las grandes revelaciones. La primera revelación estuvo personificada por Moisés, la segunda por Cristo, la tercera por nadie en especial. Las dos primeras son individuales, la tercera es colectiva y está es una característica esencial de gran importancia.
Es colectiva porque no se hizo ante nadie en particular, no hay un profeta exclusivo. Los elementos de la revelación espiritista fueron sembrados al unísono en gran cantidad de sitios, revelados a infinidad de hombres de condiciones sociales diversas y con diferentes grados de instrucción.
Cada centro encontró en los demás el complemento de lo que obtuvo, y el conjunto y la coordinación de todas las enseñanzas parciales han integrado la doctrina espiritista.
- Dr. Fabio Alberto Navas- (Art. tomado del Blog Zona Espírita.com)
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ORGULLO, VENENO INTERIOR

El orgullo responde a un sentimiento de supervaloración de sí mismo. Tiene un exceso de            autoestima y de sus méritos, por lo cual se siente superior a los demás.
El orgullo es uno de los defectos que más hieren internamente al ser humano, pues desdeña a           todo semejante que no crea que está a su altura. Se puede presentar de muchas maneras que a    veces son difíciles de discernir. La manifestación de esta suficiencia puede ser mostrada de             forma notoria o por el contrario de forma disfrazada, sin apariencia alguna, como puede ser      mostrando timidez o vergüenza, forma que se adquiere para protegerse de las críticas que           pudiera    sufrir o sentirse humillada ante cualquier valoración de su forma de ser.
Podemos pensar que no somos orgullosos, sin embargo, cuando ese defecto lo observamos                 en los demás nos molesta; habría que reflexionar por qué nos provoca ese rechazo, y si eso          puede ser un síntoma de que albergamos ese mismo defecto, aunque no nos demos cuenta.
Para ir eliminando esta carcoma del espíritu e ir transformándola en humildad, necesitamos un       trabajo firme y perseverante; esta modificación es uno de los objetivos que traemos la gran         mayoría de los que tomamos materia. ¡Qué pocos le dan importancia a esta necesidad espiritual!
Además, el orgullo nos hace indulgentes y condescendientes con todo aquel que nos adula, que               valora todo lo que hacemos, que nos siguen sin hacer crítica a aquello que realizamos. Nos            gusta vernos rodeado de gente que nos da “palmaditas en la espalda”, siendo halagados en       cualquier actividad que participemos.
Las críticas, por el contrario, nos enojan, las tomamos como un ataque personal                        totalmente injustificadas, sufrimos cuando nos sentimos menospreciados. No entendemos ni      podemos soportar que nos contradigan; siendo las ofensas lo que peor llevamos porque no                 las  sabemos gestionar; siempre nuestra reacción es de forma negativa, ya sea sarcástica,         agresiva, vejatoria… o incluso vengativa.
El egoísmo es el motor que mueve a un orgulloso; nos da igual que nuestro comportamiento           llegue a dañar o perjudicar al prójimo, sobre todo a nuestro círculo más íntimo. No nos damos       cuenta del perjuicio que podemos causar, incluso obstaculizando y entorpeciendo los          compromisos espirituales de aquellos que pertenecen a nuestro entorno.
Existe el orgullo de clase social o de lugar de procedencia, dándole excesiva importancia a                    la    “dignidad” mal entendida, la “posición” social o económica, “honorabilidad” de la familia,       empresa, creencia… es decir, “el ego” y “lo mío”.
La deformación de la realidad o la exageración entran dentro de las variantes de manifestación             del orgullo, pues engaña con respecto a su estatus social, sus capacidades, su posición         económica; le importa más la imagen que da a los demás que realmente lo que es, ya que                   la  vanidad está ligada al orgullo en muchos casos; la necesidad de aparentar, y esa forma de        proceder para sentirse importante y valorado, le puede ocasionar un estado de ansiedad que         impide la serenidad interior; una falta de paz producto del desequilibrio moral.
El orgullo, por regla general, genera personas ingratas que fácilmente reniegan u olvidan las        ayudas  que reciben de los demás; creen que los méritos son sólo personales. Si la ayuda la           recibe de la  familia, suele minimizarla, quitándole valor, dando a entender que, aunque no                  les  hubieran ayudado, lo habrían conseguido igualmente. Si es de otras personas no tan              allegadas,  marcan una distancia, porque la sensación de deberle algo a alguien no les gusta,                si esto no lo consiguen, se pueden llegar a sentir muy incómodos.
Esa distancia también puede venir provocada por la actitud de creerse con una verdad superior a          la de los demás, lo que dificulta la atención o el interés por escuchar al semejante, puesto                  que    considera que aquello que puedan exponer o decir es de poco valor. Sufre también cuando         no es el centro de atención, y tiene una tendencia a imponer su criterio allá por donde pasa.
Esta tara moral provoca falta de empatía hacia las necesidades de los demás, sean de la familia             o del prójimo en general, ya que el orgullo puede destruir matrimonios, familias, amistades… ya         que pedir perdón no entra dentro de su vocabulario; es maestro en justificar los propios                errores, echándole la culpa, por ejemplo, a la complejidad del momento vivido, o a las          circunstancias e incluso a los posibles errores de los demás.
Los comportamientos que tiene esta imperfección, como hemos ido describiendo con            anterioridad, generan con facilidad ambientes de malestar allá donde él se encuentre;                     incluso provocando discusiones sin causa real. Si en esos incidentes recibe una ofensa, por           banal  que sea, como el rencor también asoma en esta lacra, procurará devolver la humillación     recibida en cuanto tenga ocasión.
El orgullo es el padre de muchos más defectos, por lo que es importante que nos analicemos,              que estudiemos nuestras reacciones ante cualquier prueba, vicisitud, acción… para poder        localizarlo, pues como he comentado con anterioridad, el orgullo se puede manifestar de              muchas formas, y a veces incluso en alguna de sus vertientes la podemos considerar una virtud.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Mateo 5:3.
El peor pensamiento que puede tener un orgulloso es que no tiene necesidad de Dios. La              oración la tiene olvidada porque piensa que nada le debe ni tiene que pedirle al Padre. Se              revela   ante la idea de lo contrario, cree que puede prescindir de Él, sin darse cuenta que Él es el            creador de todo, de lo que nos rodea, y de nosotros mismos; por esa razón existimos. Y que todo          lo que vivimos, tenemos, disfrutamos… es gracias a su amor infinito; además, nos deja la              libertad de actuación, tomando el camino de nuestra preferencia, eligiendo de qué manera o          cuándo queremos llegar a la perfección, que sean nuestros méritos los que nos acerquen a Él.
La transformación pasa por desarrollar el amor hacia los demás, colocarse en su lugar, valorando           a las personas; siendo comprensivo, tolerante; desarrollando la capacidad de empatía;            rompiendo la dureza de corazón que no permite pensar en las necesidades de nuestro                 prójimo. Acercarse a ellos para ver en qué podemos ayudarles,y con ese proceder experimentar        una alegría interior que nos indicara que sí, que hay algo más de lo que vemos a través de          nuestros ojos, que la vida no gira exclusivamente a nuestro compás.
La humildad es reconocer las limitaciones y que necesitamos de los demás;   nadie es autosuficiente.
Darnos cuenta de que somos hijos de Dios, de un Dios lleno de amor por nosotros, generoso, que    pone a nuestra disposición unos instrumentos de ayuda para conseguir llegar a la perfección, como    son la voluntad, la templanza, la perseverancia… además de marcarnos la senda por donde        recorrer  el camino con rumbo claro, siendo nosotros, con nuestro libre albedrío, los que elegimos seguirla o no. Él nos abre un mundo lleno de esperanza, de fe en el porvenir. Es un Padre  misericordioso que pone toda su ayuda a nuestro alcance para que logremos los méritos que nos conducen a la perfección. Sin abandonarnos en todo el trayecto, por largo que este sea.
Seamos conscientes de nuestras limitaciones, debilidades, así como de nuestras virtudes, y      podremos actuar en consecuencia; sabiendo que tenemos conquistas pero también fracasos,  reconociendo ambas realidades; que no somos ni más ni menos que nadie, aceptándonos como    somos y trabajando para ser mejores.
La docilidad, familia de la mansedumbre, nos fortalece para aceptar todas las vicisitudes por las que tengamos que pasar. El reconocimiento del compromiso firmado voluntariamente antes de encarnar   nos ayuda a enfrentarnos a las dificultades, pruebas u obstáculos que se nos van presentando, convirtiendo la vida en una experiencia más llevadera; asimismo sabiendo que, si pedimos ayuda a   Dios, la tendremos, pues nunca nos deja desatendidos.
Por tanto, el trabajo interior nos conduce a una transformación interna que nos permite ir   evolucionando, en cada esfuerzo, en cada pequeña conquista espiritual que logramos.       Desarrollando la humildad desarrollamos otras cualidades que nos ayudan a ser mejores, como   pueden ser el amor, la tolerancia, la paciencia, la prudencia, la justicia, la calma… y sobre todo,      como hemos dicho antes, la fe y la esperanza.
“No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen; lo que eres delante de Dios,        eso eres y nada más”.  Tomás de Kempis (1380-1471).
      - Gloria Quel-  2018, Amor, Paz y Caridad

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      CONEXIÓN ENTRE CUERPO Y ALMA

Nuestro cuerpo físico es como una cárcel para el Espíritu, una verdadera cárcel, de la que sólo sale a intervalos para recuperar fuerzas en los planos sutiles del Espíritu, en el espacio, cuando el cuerpo físico duerme y también en los estados de éxtasis. Y los sentidos físicos son como aberturas o ventanales, por los cuales puede percibir y comunicarse en este plano físico. El cuerpo carnal, es tan sólo una vestidura, una forma física, un instrumento de manifestación en el plano físico, instrumento del cual se vale el Espíritu inmortal, para su progreso. 
El cuerpo humano es una maravillosa organización celular, biológica, muestra tangible e irrefutable de la sabiduría divina, dentro de la cual, interpenetrado, existe un cuerpo fluídico o alma que mantiene esa cohesión celular. Desprendida esa alma, ese psiquismo animador de la forma, en el trance llamado muerte, éste pierde cohesión y comienza a desintegrarse. 
Hay quien considera que su cuerpo es el causante de sus debilidades. Débil puede ser el Espíritu, por no haber desarrollado aún la fortaleza necesaria para controlarlas y superar las atracciones del medio ambiente circundante (mal llamadas atracciones de la carne). No es en el cuerpo carnal donde radican los deseos y las pasiones, ya que éste no es más que el instrumento de manifestación imprescindible para la evolución del Espíritu en el plano físico. Los deseos y pasiones están en el psicosoma o alma humana, que trae de sus vidas pasadas. Así pues, no consideremos inmundo a nuestro cuerpo, ya que, siendo formado dentro de las leyes emanadas de la Sabiduría Cósmica, no puede ser inmundo. Inmundo puede ser el mal uso que de él hagamos. 
Y por último, aunque brevemente, daremos a conocer que, entre el alma y el cuerpo físico existe un agente de unión, al cual se le denomina «cuerpo vital» y también «duplo etérico», y que es una contraparte del cuerpo físico sumamente importante, compuesto de sustancia etérea densa o éter físico emanado de la tierra, y cuya función es vitalizante para el cuerpo físico, al absorber de la atmósfera la energía vital o prana y distribuirla en todo el sistema orgánico; así como también comunicante al cerebro, de las vibraciones que el cuerpo psíquico (periespíritu) recibe del Espíritu. Siendo por tanto intermedio indispensable entre el cuerpo psíquico y físico. 
Durante las horas de sueño, cuando el Espíritu con su cuerpo fluídico o alma se desprende a vivir en libertad, queda unido a este cuerpo vital y cuerpo físico por un hilo magnético o lazo fluídico, conocido también con el nombre de «cordón plateado», al cual no se le conoce límite de extensión. Cuando este lazo de unión se rompe o es cortado (por entidades espirituales), sobreviene la llamada muerte, no antes; y entonces, este cuerpo vital paraliza también sus funciones, comenzando a desintegrarse con el cuerpo físico. 

Sebastián de Arauco
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           REFLEXIÓN : HUMILDAD

Procura ser humilde en todas las circunstancias. 
Humildad no es decir "si" a todo y a todos. 
Ni es pregonar que somos humildes. 
No es asentir a todo lo que los otros dicen. 
¡No! 
Humildad es saber exactamente lo que somos y lo que valemos. 
Es conocernos a nosotros mismos, procurar corregir sinceramente nuestros defectos y no querer imponernos a los demás. 
El que es humilde, generalmente no sabe que lo es. 
Pero el que no es humilde, piensa que ya lo es.

( Reflexión aportada por MªÁngeles Calatayud)

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