lunes, 23 de julio de 2012

Oír con el corazón

Juana de Angelis



    Más allá de la facultad de escuchar con los oídos, se puede hacer también con la mente, con la emoción, con interés, con malicia, con desanimo, con resentimiento, con alegría, con el corazón…


     El arte de oír es muy complejo.
     Normalmente se oyen informaciones pensando en otras cuestiones que predominan, desviando la atención e impidiendo que se fijen las impresiones de aquello que se informa.

 Algunas veces, se oyen las narrativas que son presentadas con estado de espíritu crítico y perdiéndose los mejores contenidos, porque no están de acuerdo con el pensamiento y la conducta de quien escucha.

 En diversas oportunidades, se oyen a las personas con indiferencia, pensando en los propios problemas e inquietudes, distantes del sufrimiento ajeno, por considerarse muy grande el propio.

 Es común oír por obligación social o circunstancial, estando en otro lugar y situación mental, aunque físicamente estemos al lado.


    Las criaturas humanas conviven unas con las otras, manteniéndose siempre extrañas, no consiguiendo salir de la propia cárcel en donde restringen los pasos, sin embargo preservando la apariencia de libres.


     Por consecuencia, la soledad y la depresión aumentan en razón directa en que se  engrandecen  los grupos sociales, siempre ávidos de novedades y capacidades  transitorias, casi ningunas cosas.

      La saturación que proviene  del mismo, de las actividades respectivas, sin embargo de alta gravedad, que terminan por transformarse triviales  para quien las escucha, responde por el aturdimiento y desinterés de aquellos que se colocan en la posición de oyentes.

     Especialmente las personas  que escuchan las narraciones de los sufrimientos humanos, de tal forma se acostumbran  con los dramas  y tragedias  que, por mecanismos defensivo, se distancian de los hechos y ofrecen palabras destituidas de emoción y de significado, que momentáneamente atienden a los afligidos, sin confortar con seguridad.


     Es comprensible esa actitud, porque también son individuos que sufren presiones, angustias, ansiedades y organizan programas de felicidad que no se completan como les gustaría.

 Se tornan de ese modo, oyentes insensibles.

    Despertando para la circunstancia aflictiva, de la que ellos también necesitaran de servidos y orientados, en la soledad  en que se encuentran, en las necesidades  a la que están expuestos, son inducidos a hacer una evaluación de conducta, mudando de actitud en relación a aquellos que los buscan.

    Pasan entonces a oírlos con el corazón.

 Esto es, participan de la narrativa del otro con el espíritu solidario, saliendo de la propia soledad.

 ¡Oír con el corazón!

 Quien narra un drama es gente que, como tal, debe ser considerada.

 No es un caso más, un cliente, un necesitado, una pesadilla de la cual se debe uno descartar.

 Está sobrecargado y no sabe como proseguir. Necesita ayuda. Requiere atención.

 Puede ser molesto para quien oye. No en tanto, una palabra dicha con el corazón consigue el milagro de modificarle la visión en torno de lo que le ocurre, animándolo para proseguir en el cometido.

 Una sonrisa de comprensión le da una señal de que está siendo atendida y encontró a alguien que con ella simpatiza y se dispone a ser su amigo.

 Escasean los amigos, los afectos verdaderos.

 Se multiplican aquellos que hacen parte de los muertos vivos de la sociedad consumista, cuando ella necesita de seres que piensen que sientan, vibrando en espíritu de solidaridad.

 Cada persona es un país a conquistar  y a ser conquistado.

 Particularmente, cuando se encuentra frágil, aislada en la isla  de su aflicción, perdida en la fijación del sufrimiento, ansía  que alguien  le pueda arrancar el ancora infeliz que le retiene  la embarcación existencial en ese peñasco sombrío.

  Solamente cuando se  puede oír con el corazón, es cuando el mensaje encuentra resonancia y puede repercutir en el alma  que llora.

    No pocas veces, el cansancio que a todos acomete, la irritación que se deriva de los problemas cotidianos o malestar proveniente de los problemas existenciales arma al individuo de indiferencia por su prójimo, tapándole los oídos del corazón.

 Jesús lo dijo con mucha propiedad… Ellos tienen oídos, más no oyen.

   Los suyos son oídos bloqueados  para el mundo exterior, en razón de los conflictos internos y de los estridentes  sonidos morales que estremecen y agonizan.

 Hay, sin embargo, una forma para el cambio de conducta,  beneficiándose y auxiliado a los demás.

 Procura oír  en cada ser una historia, como si fueses un escritor, un periodista, alguien interesado en la otra vida.
   Descubrir lo nuevo, lo inusitado en su prójimo, con ojos más expectantes, penetrando en el amago de la ocurrencia.

   Dejarse inspirar por el otro, por su necesidad, por su aflicción, por su alegría y mensaje, cuando eso ocurra.
   Más a allá de oír, ofrecer algo a cambio: una palabra alentadora, un gesto fraternal en forma de abrazo, una sonrisa compasiva, cualquier cosa que responda al suplicante de manera cierta.

    Ampliar el corazón en el rumbo de quien habla o de quien apenas, en silencio, demuestra su terrible aflicción.

    Oír con el corazón es también una forma feliz de hablar, mediante  el uso o no uso de las palabras.

   Es una  vibración de amor que se expande y que retorna como  música de solidaridad.

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  Los médicos, invariablemente utilizando el estetoscopio, auscultan el corazón de su pacientes, más raramente escuchan el mensaje discreto que  transmite, pidiendo socorro fraternal, ayuda emocional, bondad estimuladora…
   Aprende, tu, a oír  con el corazón, todo cuanto los otros corazones están procurando decirte.


   Descubrirás un mundo totalmente nuevo, enriquecedor, en el cual te encuentras y aun no lo habías percibido, alegrándote con la honra inmensa de estar en él y ayúdalo a  ser  cada vez más feliz.

 Extraído del libro de Divaldo Pereira Franco “Directrices para el Éxito” Joanna de Angelis Espíritu y traducido por Merche.


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     - Allan Kardec -



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