viernes, 20 de julio de 2012

Continuar siempre





En la actualidad, es necesaria mucha disposición de espíritu para conducirse en la vida con dignidad moral y elevada auto-estima. El mundo de apariencias ofrece un espectáculo de colores y sueños materiales estimuladores de deseos que suplantan la razón y los sentimientos, marginando el amor. ¿Cómo se autovisualizan los seres implicados en el contexto de ese complejo sistema social ofrecido por el mundo de hoy?

Los anhelos en general están dirigidos para efectuar los sueños ilusorios y consecuentemente, conquistas de una felicidad ficticia, que nosotros los espíritas entendemos que esté al alcance de las almas de mediana evolución, como expresión viva de sus realizaciones personales, aunque vacías de contenidos ennoblecedores.

Estacionamos en un orbe, en el cual la violencia, en sus múltiples manifestaciones, aumenta en proporciones inimaginables. La vivencia estresante y la eterna búsqueda de “estatus”, termina por conducir al individuo a actitudes agresivas y destructivas, en constante proceso de autoviolencia moral.

En los días actuales, persiste un cierto desinterés por la formación evangélica y muchos ambicionan apenas las conquistas estrictamente temporales. A pesar de todo, algunos se esfuerzan en el sentido del crecimiento interior, sin embargo, delante de las situaciones aflictivas para exigirnos sentimientos solidarios, no siempre el compañero del caminar evolutivo, comprometido por el dolor, recibe de los demás el auxilio que necesita.

No todos se adaptan con facilidad a los parámetros establecidos por la sociedad y, en consecuencia, muchos son excluidos para que se sientan marginados. De ahí la razón de tanta manifestación de revuelta, de violencia irracional y vandalismo practicados en nombre de supuestos derechos, con perjuicio, inclusive, para algunas víctimas inocentes que nada tienen que ver con tales reivindicaciones.
No afirmamos en absoluto que la culpa sea exclusivamente de la sociedad como un todo, muy al contrario, reconocemos como la sociedad puede influir circunstancialmente en los destinos humanos.
Buena parcela de la comunidad planetaria aun cultiva el orgullo de tal forma que las actitudes inconsecuentes son causadas principalmente por la ausencia de interiorización del ser, manera por la cual, el individuo se sentiría más armonizado consigo y con el ambiente exterior en la rutina de la convivencia social.

Las filosofías y las religiones no siempre son factores suficientes para que se venza el orgullo cuando el ser se siente herido, ajusticiado o despreciado. 

Quién dirá que tanta energía gastada con sentimientos de venganza y de odio se convirtiese en posibilidades de auxilio, amparo y cariño en una larga escalada. Todos carecemos de amor, con todo, el hombre moderno se muestra receloso de envolverse con el sufrimiento ajeno.

Simula una independencia no verídica, cuando en verdad, no pasa de ser un solitario mendigando atenciones. El corazón, allá en su interior, bien conoce la verdad, pero cuando él se deja envolver con otros sentimientos mezquinos, ahí sí, prevalecen las pasiones desequilibradas

Por eso, cuando la criatura se sintiera envuelta por el sufrimiento de difícil solución, que recorra en oración al Divino Maestro en la búsqueda del coraje y del equilibrio aun escasos en los escondrijos del alma, en la seguridad de que Él, a su vez, no la dejará desamparada y la conducirá amorosamente a un puerto seguro.
El Espiritismo, por medio de la Codificación Kardeciana, nos faculta el real conocimiento de la vida y esclarece objetivamente que, para aspirar a un mundo mejor es preciso antes que cada ser trabaje por su edificación a costa de un esfuerzo propio y comportamiento evangélico.

Ciertamente, la trayectoria terrena a lo largo de la caminata, alterna recorridos floridos con desiertos aparentemente intransponibles, no obstante, a pesar de la violencia reinante y de las muchas desilusiones vividas el lema es “continuar siempre”.
“Se reconoce al verdadero espírita por su transformación moral y por el esfuerzo que emplea para domar sus malas inclinaciones.”
                       (Allan Kardec, O Evangelho Segundo o Espiritismo, cap.  XVII, item 4






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