sábado, 10 de febrero de 2024

Amor, Perdón. Cura y Autocura

  INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- El Espíritu: Su llegada al Más Allá ( 5 de 5)

2.- Jesús y los sucesivos mensajeros.

3.- Los pasos de Jesús

4.- Amor, Perdón. Cura y Autocura                     


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 EL ESPÍRITU :

   SU LLEGADA AL MÁS ALLÁ   

( 5 de 5 )                  

  

   Cuando llega el atardecer de la vida; cuando nuestra existencia, semejante a la página de un libro, va a volverse para dejar su puesto a una página en blanco, a una página nueva, el bueno pasa revista a sus actos.

   El cuerpo humano, vestimenta de carne, despojo miserable, vuelve al laboratorio de la Naturaleza; pero el Espíritu, después de haber realizado su obra, se lanza a una vida más avanzada, hacia esa vida espiritual que sucede  a la existencia corporal como el día sucede a la noche, y separa cada una de nuestras encarnaciones.

   La muerte es la gran reveladora. En las horas de padecimiento, cuando la sombra se hace a nuestro alrededor, algunas veces nos hemos preguntado: ¿por qué nací ? ¿por qué no me quede en la profunda noche, allá donde no se siente,  donde no se sufre, donde se duerme el eterno sueño? Y en esas horas de dudas, de ahogo, de angustia, una voz suena en nuestro interior que nos dice:

   Sufre para engrandecerte y purificarte. Sabe que tu destino es grande. Esta fría tierra no será tu sepulcro. Los mundos que brillan en la superficie de los cielos son tus moradas del porvenir, la herencia que Dios  reserva a sus hijos. Eres por tanto un ciudadano del Universo; perteneces a los siglos futuros como a los siglos pasados, y en la hora presente  preparas tu elevación. Soporta, pues, con calma  los males elegidos por ti mismo. Siembra en el dolor  y en las lágrimas la semilla que brotará en tus próximas vidas; siembra también para los demás, como otros han sembrado para ti. Espíritu inmortal, avanza con paso firme por el sendero escarpado hacia las alturas desde donde el porvenir se te mostrará sin velo. La ascensión es ruda, y el sudor inundará con frecuencia tu rostro; pero, por la cima, veras asomarse la luz, verás brillar en el horizonte el sol de la verdad y de la justicia

   La voz que  nos habla así es la de los muertos, la de las almas amadas que nos han precedido en la región de la verdadera vida, que muy lejos de dormir bajo las losas, velan por nosotros. Desde el fondo de lo invisible nos contemplan y nos sonríen. ¡Adorable y Divino misterio! Se comunican con nosotros. Nos dicen: Basta de dudas estériles; trabajad y amad, ¡Un día, cuando hayáis cumplido vuestra tarea, la muerte nos reunirá!

      Por la voz de los Espíritus, la voz de los muertos se ha hecho oir. La verdad ha salido de nuevo de la sombra, más bella y más esplendorosa que nunca. La voz ha dicho: muere para renacer, renace para engrandecerte y elévate con la lucha y el sufrimiento. Y la muerte no es ya una causa de espanto, , pues detrás de ella vemos a la resurrección. Así, ha nacido el Espiritismo. A la vez ciencia experimental, filosofía y moral, que nos proporciona un concepto general del mundo y de la vida basado en la razón y en el estudio de los hechos y de las causas, concepto más vasto, más esclarecido y más completo que cuantos les han precedido.

   Las voces de nuestros hermanos mayores, nos dicen que recordemos que la vida es corta. Y que mientras dure debemos esforzarnos  en adquirir lo que venimos a buscar, que es el verdadero perfeccionamiento. Luchando con valor contra las viles pasiones, y de vemos hacerlo con el Espíritu y el corazón, corrigiendo nuestros defectos, suavizando el carácter y fortificando la voluntad. ¡ que el pensamientos se  aparte de las vulgaridades terrenales y se abra orientado hacia el cielo luminoso!

    Recordando que todo lo que es material es efímero. Las generaciones pasan como las olas del mar; los imperios se derrumban, los mundos mismos desaparecen y los soles se apagan; todo pasa y se desvanece. Pero hay tres cosas que resplandecen por encima del espejismo de las glorias humanas, que son: la Sabiduría, la Virtud y el Amor.                        ¿Conquistarlas con nuestros esfuerzos, y cuando las hayamos conseguido, nos elevaremos por encima de lo pasajero y transitorio, para empezar a gozar de lo que es eterno!   (FIN)


Trabajo realizado por Merchita, extraído del libro “Más Allá de la muerte” de Divaldo Pereira Franco y del libro “Después de la muerte” de León Denis


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 JESUS Y LOS SUCESIVOS MENSAJEROS
18. Dios, que envió a Jesús para salvar a los hombres, probando de este modo su amor
hacia sus criaturas, ¿las hubiera dejado sin protección? Sin ninguna duda, Cristo es el divino Mesías, enviado para enseñar a los hombres la verdad y mostrarles el buen camino. ¡Pero sólo desde que él vino, contad el número de los que han podido oír su palabra de verdad! ¡Cuántos han muerto y cuántos morirán sin conocerla! Y entre los que la conocen,   ¿ cuántos son los que la ponen en práctica? ¿Por qué Dios, en su cuidado por la salvación de sus hijos, no les enviaría otros mensajeros, que viniendo a la tierra, penetrando en los más humildes aposentos, dirigiéndose a los grandes y a los pequeños, a los sabios y a los ignorantes, a los incrédulos y a los creyentes, enseñaran la verdad a los que no la conocen, la hicieran comprender a los que no la comprenden, y suplieran con su enseñanza directa múltiple la insuficiencia de la propagación del Evangelio y apresuraran el advenimiento del reino de Dios? ¡Y cuando estos mensajeros llegan en masas innumerables, abriendo los ojos a los ciegos, convirtiendo a los impíos, curando a los enfermos, consolando a los afligidos, a ejemplo de Jesús, vosotros los rechazáis, y repudiáis el bien que hacen diciendo que son los demonios! Tal era también el lenguaje de los fariseos respecto de Jesús, porque ellos también decían que hacía el bien por el poder del diablo. ¿Qué les respondió?
“Reconoced el árbol por su fruto. Un mal árbol no puede dar buenos frutos.”
Pero para ellos, los frutos producidos por Jesús eran malos, porque venía a destruir los
abusos y a proclamar la libertad que debía arruinar su autoridad. Si hubiera venido a lisonjear su orgullo, a sancionar sus prevaricaciones y a sostener su poder, hubiera sido a sus ojos el Mesías esperado por los judíos. Él estaba solo, era pobre y débil. Le hicieron perecer y creyeron matar su palabra. Pero su palabra era divina y le ha sobrevivido. Sin embargo, se ha propagado con lentitud, y después de 18 siglos (21) , apenas es conocida por la décima parte del género humano. Y cismas numerosos han estallado en el seno mismo de sus discípulos. Entonces Dios, en su misericordia, envía los espíritus a confirmarla, completarla, ponerla al alcance de todos y derramarla por toda la Tierra. Pero los espíritus no están encarnados en un solo hombre, cuya voz hubiera sido limitada.
Son innumerables, van por todas partes y no se les puede coger. Y éste es el motivo de su
enseñanza, que se extiende con la rapidez del relámpago. Hablan al corazón y a la razón. He aquí por qué los más humildes las comprenden.
19. “¿No es indigno de los celestes mensajeros, decís vosotros, el transmitir sus instrucciones por un medio tan vulgar como es el de las mesas parlantes? ¿No es ultrajarles suponer que se divierten en trivialidades, dejando su brillante morada para ponerse a disposición del primero que los llama?”
¿Jesús no dejó la morada de su Padre para nacer en un establo? Por otra parte, dónde habéis visto nunca que el Espiritismo atribuya las cosas triviales a los espíritus superiores? Por el contrario, dice que las cosas vulgares son producto de espíritus vulgares. Pero no porque sean vulgares han dejado de afectar las imaginaciones, sirviendo para probar la existencia del mundo espiritual y demostrando que este mundo es otra cosa distinta de lo que se creía. Esto en el principio era un medio sencillo como todo lo que empieza. Pero el árbol, aunque salido de un pequeño grano, no por eso, más tarde, ha dejado de extender muy lejos su ramaje.
¿Quién hubiera creído que del miserable pesebre de Belén saldría un día la palabra que debía conmover al mundo?
Cristo es el Mesías divino, esto es indudable. Su palabra es la verdad, también es muy
cierto. La religión fundada sobre esta palabra será inquebrantable, esto es la realidad. Pero con la condición de que siga y practique su sublime doctrina y no haga de un Dios justo y bueno, tal como él nos lo reveló, un Dios parcial, vengativo y despiadado.

EL CIELO Y EL INFIERNO SEGÚN EL ESPIRITISMO.
ALLAN KARDEC.
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   LOS PASOS DE JESÚS

“Os he dicho estas cosas estando con vosotros; pero el defensor, el Espíritu Santo, el que el Padre enviará en mi nombre, él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho.” (Juan, XIV, 25-26).

La Religión de Jesús es la eterna Religión de la Luz y de la Verdad. Ella no se limita a la práctica de simples virtudes, tal como los hombres creen. Abarcando los amplios horizontes de la Vida Espiritual, nos enseña los medios indispensables para adquirir la Inmortalidad. La Religión de Jesús no desaparece en la tumba, sino que se eleva como un Sol majestuoso más allá del sepulcro; donde todo parece sumergirse en tinieblas, en la nada, la Verdad y la Vida se manifiesta con todo su fulgor. ¡La Religión de Jesús no es la Religión de la Cruz, sino la Religión de la Luz! ¡No es la Religión de la Muerte, sino la de la Vida! ¡No es la Religión de la Desesperanza, sino la de la Esperanza! ¡No es la Religión de la Venganza, sino la de la Caridad! ¡No es la Religión de los Sufrimientos, sino la de la Felicidad! La muerte, la desesperación, el martirio, los sufrimientos, son oriundos de las religiones humanas, así como la Cruz es el instrumento de suplicio inventado por los verdugos de la vieja Babilonia, de la Roma Primitiva, cuyos señores masacraban cuerpos y almas, infringiendo los preceptos del Decálogo.

     La Religión de Jesús no es la Religión de la Fuerza, sino la Religión del Derecho. Cuando las multitudes absortas se acercaban al Maestro querido, para oír sus prédicas investidas de Fe, perfumadas de Caridad y resplandecientes de Esperanza, nunca el Joven Nazareno les hizo señales con una cruz; nunca pretendió poner sobre los hombros de sus infelices hermanos el peso del madero infamante. Por el contrario, los atraía con su mirada piadosa, con sus exhortaciones sublimes y con sus amorosos consejos; para todos tenía palabras de perdón, de afecto y de consuelo. A los afligidos y desanimados les decía: “Venid a mí, vosotros que estáis sobrecargados; aprended de mí, que soy humilde y manso de corazón; llevad sobre vosotros mi yugo, que es suave, mi carga, que es ligera, y tendréis descanso para vuestras almas.” La gran misión de Jesús fue destruir todas las cruces que el mundo había levantado; arrasar todos los calvarios. Él fue el portador del bálsamo para todas las heridas, del consuelo para todas las aflicciones, de la luz para todas las tinieblas. Sólo aquél que tuvo la dicha de recorrer las páginas del Nuevo Testamento y acompañar los pasos de Jesús desde su nacimiento hasta su muerte y gloriosa resurrección, bien podrá valorar en qué consiste la Doctrina del Resucitado.

    Es admirable ver al Gran Evangelizador en medio de la plebe harapienta, repartiendo, con todos, los tesoros de su amor. Les hablaba la lengua del Cielo; los convidaba a la regeneración, a la perfección; les hacía percibir el futuro lleno de promesas saludables; los animaba a buscar las cosas de Dios; finalmente, procuraba grabar en aquellas almas, turbadas por el sufrimiento, el benévolo reflejo de la Vida Eterna, que Él tenía por misión ofrecer a todas las almas. Jesús no fué el emisario de la espada, el gladiador que lleva el luto y la muerte a la familia y a la sociedad; sino el Médico de las Almas, el Príncipe de la Paz, el Mensajero de la Concordia; el Gran Exponente de la Fraternidad y del Amor a Dios. A lo largo de los caminos pedregosos por donde pasó, por las ciudades y aldeas, el Maestro animaba a sus oyentes a ser buenos, les mostraba los tesoros del Cielo y a todos les garantizaba el auxilio de ese Dios Invisible, cuyo amparo se extiende a los pájaros del cielo y a los lirios de los campos. Tras su admirable Sermón de la Montaña, y para demostrar la acción de sus palabras, cura a un leproso que, postrado a sus pies, lo adora, diciendo: “¡Señor, si quieres, puedes curarme!” En su viaje por Cafarnaum, un centurión se aproxima a él y le pide que cure a su criado: el ejército celestial se pone en movimiento y el enfermo se restablece.
Llegando a la ciudad de Cafarnaum, entra en casa de Pedro y encuentra en la cama, presa de una fiebre maligna, a la suegra de este. Inmediatamente, a la imposición de sus manos compasivas, la pobre anciana se levanta. Acompañado de sus discípulos, en una barca en el Mar de Galilea, se desencadena una tempestad, el viento sopla fuerte y las olas se encrespan. Los discípulos, llenos de pavor, llaman al Maestro, y a una palabra suya los vientos cesan y el mar se calma. Cuando llegan a la otra orilla, él retira una legión de Espíritus malignos que obsesaban a un pobre hombre. Al salir nuevamente de la tierra de los gadarenos y de vuelta a Cafarnaum, unos hombres se aproximan al Nazareno y le llevan un paralítico que yacía en una camilla. El enfermo recibe el perdón de sus faltas y el hombre, curado, da gracias a Dios. Jairo, uno de los dirigentes de la sinagoga, sabiendo los grandes prodigios realizados por Jesús, corre a su encuentro y le pide que libere a su hija de la muerte. Mientras Jesús camina hacia la casa de Jairo, una mujer que sufría, hacía doce años, molestias incurables, le toca la túnica y sana. Llegando el Maestro a la casa del fariseo, libra a la jovencita de las garras de la muerte. Cuando Jesús sale de la casa de Jairo, dos ciegos corren tras el Maestro, clamando: “Hijo de David, ten misericordia de nosotros” Sus ojos se abren y ellos salen a divulgar, en Galilea, las grandes cosas que el Señor les hizo. En el mismo instante un grupo de hombres le traen al hijo de Dios un mudo endemoniado; Jesús expulsa al Espíritu maligno y el mudo recupera el habla. Y en proporción que las gracias eran dadas, la multitud crecía, porque en ellas crecía la Palabra de Dios; y Jesús andaba por todas partes anunciando a todos el Reino de Dios: contaba parábolas, hacía comparaciones y, bajo la forma de alegoría, propagaba en las almas la Voluntad Suprema para que todos, evitando obstáculos, pudiesen, con el auxilio divino, liberarse de los sufrimientos oprimentes por los que pasaban.

     Durante un largo período de tres años consecutivos, Jesús, todo dedicado a la gran misión que tan bien desempeñó, no perdió un solo momento para dejar bien clara su tarea liberadora. Gran Reformador Religioso, derogó todos los cultos, todos los ritos, todos los sacramentos de invención humana, que sólo han servido para dividir a la Humanidad, formar sectas, constituir partidos, en perjuicio de la unificación de los pueblos, de la fraternidad que él supo proclamar bien alto. Y fue por eso que fariseos y escribas, sacerdotes, doctores de la Ley y pontífices congregados en complot maléfico, hostigaron a la muchedumbre bestializada contra el Cariñoso Rabino, y, unidos a los Herodes, a los Caifás, a los Pilatos y Tartufos; unos por malevolencia sanguinaria, otros por ambición y orgullo, otros por avaricia, vil mercancía, cobardía y servilismo, llevaron al Afectuoso Evangelizador al Patíbulo infamante, torturándolo hasta la muerte. Pero el triunfo de la Verdad no se hizo esperar; cuando todos creían muerto al Redentor del Mundo, cuando creían haber extinguido su Doctrina de Amor, he aquí que la Piedra del Sepulcro, donde habían depositado el cuerpo de Mozo Galileo, estremece al toque de los luminosos Espíritus; la cavidad de la roca se muestra vacía; Jesús se aparece a María Magdalena, resuena por todas partes el eco de la Resurrección.

    Triunfante de las calumnias, de las injurias, de los tormentos, de los suplicios, de la muerte, el Hijo Amado de Dios recomienza sus valiosas lecciones, embalsamando a sus queridos discípulos con los efluvios de la Inmortalidad, únicos que nos garantizan Fe viva, Esperanza sincera y Caridad eterna. No valió la prevención de los sacerdotes, la orden de Pilatos; no valieron los sellos que lacraban el sepulcro ni los soldados que lo guardaban; en el amanecer del primer día de la semana todo fue derribado, y Cristo, resucitado, volvió a la arena mundial, victorioso en la lucha contra sus terribles verdugos. Y en su narrativa llena de sencillez, dice el Evangelio, por todos los Evangelistas, que Cristo Jesús apareció después de muerto, se comunicó con los once apóstoles, se apareció a los demás discípulos, y, después, a más de quinientas personas de las cercanías de Jerusalén; les explicó nuevamente las Escrituras, les repitió la Doctrina, que no puede quedar encerrada en una tumba, ni en una Iglesia; delante de ellos realizó fenómenos estupendos, como la Maravillosa Pesca, les anunció todas las cosas que debían suceder, les garantizó la venida del Consolador, les prometió, además de eso, su asistencia hasta la consumación de los siglos, no sólo a ellos, sino a todos los que siguiesen sus pasos y se elevó a las altas regiones del Espacio, desde donde velaría por nosotros.

     La Religión de Jesús no consiste en dogmas y promesas falaces; es la Religión de la Realidad. Religión sin manifestaciones ni comunicaciones de los Espíritus, es la misma cosa que una ciudad sin habitantes o una casa sin moradores. La Religión consiste justamente en esa comunión de Espíritus, en ese auxilio recíproco, en ese afecto mutuo. ¿Por qué es Cristo nuestra esperanza y nuestra fe? ¿Por qué le dedicamos amor, respeto y veneración? ¿Por qué le confiamos nuestras aflicciones? ¿Por qué le hacemos oraciones? ¿Por qué le dedicamos admiración y le rendimos gracias? Porque sabemos que Él puede y viene a iluminarnos la vida, a fortalecernos la creencia, nos protege y nos ampara, nos auxilia y acaricia, como un padre dedicado proporcionaría la felicidad y el bienestar a sus hijos. Pues siendo Cristo las primicias del Espíritu, como lo afirma el Apóstol Pablo; estando nosotros seguros de que Él resucitó, apareció, se comunicó, ¿por qué no pueden hacer lo mismo aquellos Espíritus que fueron nuestros amigos y parientes, aquellos que vivían con nosotros, manteniendo mutuo cariño? En la Epístola a los Corintios, el Apóstol de la Luz, dice: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó y es nula nuestra fe.” La resurrección de Cristo implica la resurrección de los muertos; y si fuese contraria a la Ley de Dios, la manifestación, la aparición, la comunicación de los muertos, Jesús hubiera infringido esa Ley; hubiera ido al encuentro de su primer mandamiento, que dice que tenemos la obligación de obedecer a nuestro Padre Celestial, amarlo de todo nuestro corazón, entendimiento y alma y con todas nuestras fuerzas. Pero ya que Cristo se apareció y se comunicó, es una señal segura de que la Ley de Dios consiste en la comunicación de los Espíritus. ¿Jesús no invocó, en el Tabor, a los Espíritus de Moisés y Elías? Esta es la Religión de Jesús, pues se basa en hechos irrefutables; esta es la Religión de la Fraternidad, porque tiene por base el amor verdadero, que no termina en la tumba; seguir los pasos de Jesús es lo bastante para que seamos guiados por Él y venzamos también como Él venció, la muerte, como el triunfo de la Resurrección.

Cairbar Schutel

Extraído del libro "Parábola y Enseñanza de Jesús"

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AMOR, PERDÓN, CURA y AUTOCURA 

Entrevista con El Dr. Andrei Moreira

Dr. Andrei,  ¿que es la salud, la enfermedad, la cura y la autocura en un abordaje médico-espírita?

La salud es entendida como el reflejo del ser en relación a las leyes Divinas. En la visión espírita, el hombre es un ser inmortal. alguien que preexiste a la vida física, que sobrevive al fenómeno biológico de la muerte y, a lo largo del proceso evolutivo, a través de la reencarnación, va creciendo, desarrollándose en dirección a Dios.
La salud del cuerpo físico es un reflejo del nivel e equilibrio de ese espíritu en proceso evolutivo, mediante el amor, lo bello y lo bueno. Y la enfermedad es una señalización interior de reequilibrio, invitando al ser a reconectarse con el amor y con la Fuente. Es un mensaje generado en lo más profundo de la realidad espiritual del ser, y que se refleja en el cuerpo físico como una invitación para la reconexión con el amor, el desarrollo del autoamor y con el amor al prójimo.
En esa visión, la salud y la enfermedad, son construcciones del propio hombre y nadie es víctima de nada, salvo de sí mismo, de sus propias decisiones, de sus propias elecciones, de aquello que decide y determina en su vida. Por tanto, toda cura es también un fenómeno de autocura, porque para que esta se instale definitivamente, es necesario que haya no simplemente un alivio de los síntomas y una resolución del proceso biológico en el cuerpo físico, sino también una reformulación moral del pensamiento, del sentimiento y de la acción, haciendo que el ser se transforme en profundidad, en consonancia con la ley divina, o sea, más en sintonía con la ley del Amor.

¿El amor es, entonces, el camino para la cura?

El amor es el gran medicamento y la gran finalidad de la existencia. En realidad nosotros caminamos en dirección a Dios, como el "hijo pródigo" de la parábola de Jesús, reconectando nuestra relación con el Padre y con el propio corazón, donde Dios está. Poco a poco, vamos haciendo eso, descubriendo nuestras virtudes, la grandeza íntima que hay dentro de nosotros, todo aquello que Dios nos dió como posibilidad evolutiva y que puede realizarnos plenamente.
En ese contexto, el amor representa un movimiento medicamentoso por excelencia, en cuanto movimiento de respeto, de consideración, de valoración, de inclusión. Él nos trata las enfermedades del alma, que son el orgullo, egoísmo, vanidad, prepotencia, arrogancia, y nos coloca en sintonía con la FUente, que es Dios, ayudándonos a reconectarnos con nuestro Padre. Desarrollar el amor es el camino más rápido, fácil y eficaz para la cura del alma y del cuerpo.

En los seminarios, usted presentó también el perdón como el camino para la salud integral. ¿Puede hablar algo sobre eso?

Si, el perdón es condición esencial para la salud. Sin el perdón no hay paz interior, no hay salud ni física, ni emocional. Shakespeare decía que
no perdonar o guardar odio, es como beber veneno, dejando que el otro muera. El veneno actúa en aquel que lo guarda, que lo cultiva dentro de sí. Y la angustia actúa dentro de nosotros a semejanza de una planta que, una vez guardada, cultivada, va creciendo, creando raices, dando frutos y multiplicándose.
Y nosotros acabamos enredados en una serie de dolores emocionales, sin que sepamos a veces, en donde comenzó todo. Y todo porque vamos guardando cosas dentro de nosotros, sin trabajar, sin dialogar, sin metabolizar emocionalmente aquello que estamos sintiendo y vivenciando. Cuando nos damos cuenta, la situación ya  es un asunto muy profundo y muy grave.
Para que tengamos paz, es necesario que abracemos el perdón como un proyecto.  El perdón es una decisión para la paz, que se traduce en actitudes por el establecimiento de esa paz, en el entendimiento de las cuestiones emocionales, de nuestras características personales, de las circunstancias que envuelven el acto agresor y de la responsabilidad y corresponsabilidad nuestra en el proceso. Él se traduce como un proceso, porque no se da de la noche al día. Él se construye a lo largo del tiempo a través de actitudes sucesivas de búsqueda de esa metabolización emocional, que muchas veces precisa de un acompañamiento terapéutico profesional, a través de un psicólogo que haga ese abordaje íntimo y nos ayude a encontrar nuestras respuestas, sentidos y significados más profundos.
El perdón pasa también por el acogimiento y aceptación de nuestra humanidad y de la humanidad del otro, sobre todo, en la superación de los traumas, porque solo aceptando la condición fundamental del ser humano, de estar en un proceso contínuo de errar y acertar, es como la gente se da cuenta de que conviven con los equívocos del otro que nos hiere, e incluso también con los propios nuestros.
Naturalmente, nosotros solo hacemos para el  otro aquello que hacemos para nosotros mismos. Entonces solo conseguimos aceptar la humanidad del otro cuando aceptamos nuestra propia humanidad, cuando acogemos en nosotros nuestra capacidad de equivocarnos y recomenzar, abrazando el auto amor como una propuesta de vida.
El auto-amor es hijo de la humildad, una de las representaciones magníficas de amorosidad divina, aquella decisión interna de acogernos, de tratarnos con ternura, compasión, y con la benevolencia que nosotros necesitamos, aunque con la firmeza necesaria para dominar nuestras pasiones y renovarnos de nuestros defectos que juzguemos necesario. Entonces, el perdón es una actitud de conquista de ese estado de paz interior, a través del entendimiento de las circunstancias que nos envuelven en la decisión por el amor.
   Tomado de la Revista Verdad y Luz

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