miércoles, 8 de mayo de 2019

Matrimonio y divorcio

    INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- Creacionismo y Evolución
2.- No hay mayor viajero que el Espíritu
3.- El bien y el mal
4.- Codificación: De los médiums
      Frase de Kardec
5.- Matrimonio y divorcio



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       CREACIONISMO Y EVOLUCIÓN
                                                             Camilo Flammarion

La cuestión del origen del hombre, es sin duda alguna, la más interesante, la de mayor importancia, de todas cuantas cautivan nuestra atención.
El hombre fue creado por la voluntad directa de un dios, en virtud de un milagro; o el hombre desciende de los animales que la han precedido, en la evolución de la naturaleza.
Estas son las únicas hipótesis posibles, no puede haber una tercera.
La primera implica el milagro y el origen sobrenatural, no sólo del hombre, sino también de todos los animales, de todas las plantas y todos los minerales. Todos los seres vivos debieron nacer adultos y ya en condiciones convenientes para poderse nutrir y reproducirse.
La segunda es el producto de la deducción científica. Todas las especies se han formado de un modo natural, derivando unas de otras.
¿Cuál es el medio para conocer la verdad?
1º) Tener el espíritu libre
2º) Observar lo que sucede en la naturaleza.
Examinemos, pues al hombre con la más completa independencia e imparcialidad.
Empecemos por su vida embrionaria. En el comienzo de su vida embrionaria, el hombre es una simple célula. El ovario humano es esencialmente parecido al de los demás mamíferos.
Es imposible reconocer en el primer estado distinción alguna entre el embrión del hombre y algunos mamíferos, pájaros o reptiles. En las primeras semanas de su vida embrionaria, el hombre pasa sucesivamente, por las principales especies animales, que existen hoy en día.
El embrión de un niño en la cuarta semana, y los de un perro en la misma edad, de una tortuga de igual fecha o de un polluelo de cuatro días, se parecen hasta el punto de poderlos confundir.
La misma naturaleza responde la pregunta, con nuestra embriogenia actual. Pero cuando ya estamos enteramente formados, aún nos restan órganos rudimentarios o atrofiados que nos son totalmente inútiles y que no pueden ser sino un legado de nuestros antecesores.
En lo anterior se encuentran el vello que cubre nuestro cuerpo, los músculos de la oreja, con los cuales no logramos mover nada, mientras los animales si lo hacen. En el ángulo interno de nuestro ojo, hay un repliegue semilunar, que es el último vestigio del tercer párpado interno de algunos animales, como los pájaros, los reptiles, etc.
La cola de los monos la conservamos, aún durante dos meses, al principio de la vida embrionaria.
Todos estos órganos, son otras tantas pruebas, que establecen la verdad de la teoría de la descendencia, o transformación natural.
Si el hombre o cualquier otro ser hubiese sido hecho desde el principio, con un objeto determinado, si hubiesen sido llamados a la vida por un creador, la existencia de esos órganos no tendría ninguna razón de ser.
La teoría de la descendencia por el contrario, da con mucha sencillez la explicación, y nos enseña que los órganos rudimentarios, son partes del cuerpo que, con el transcurso de los siglos, han quedado fuera de servicio.
Y a pesar de que nuevas adaptaciones los han hecho inútiles, no por eso han dejado de trasmitirse, de generación en generación.
Todas las conclusiones confirmadas por la Geología y Paleontología, confirman que hay una progresión continua, de los organismos más sencillos a los más complicados.
Entre los diversos tipos de animales fósiles, se observa gradación sucesiva, como si alguna fuerza de organización se hubiera ingeniado para añadir, modificar y complicar incesantemente, llevando al infinito el número y variedad de las especies. Pero queda la huella del movimiento, y ¿no hereda acaso el niño, la facultad esencial del mono?
Hay algunos hombres que prefieren ser descendientes de un Adán perfecto, que haberse elevado desde el simio progenitor. Es cuestión de gusto…
Extractado de su obra:
“Noches de Luna”
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        NO HAY MAYOR VIAJERO QUE EL                                        ESPÍRITU

       A lo largo de su periplo evolutivo, cuántos universos conocerá el espíritu. Cuántas vidas, cuántos pueblos, cuántos cuerpos encarnará, cuántos padres, madres, hijos, hermanos, amigos, cuántos, cuántos… qué viaje tan largo, tan intenso, tan sin parar, tan próspero y fructífero, tan glorioso; cuánta carga de deseos, de sentimientos, de emociones, de dichas y desdichas, sufrimientos y gozos… y con todo puede. Qué fuerza tan irrefrenable nos da nuestro creador, cuánta vida, cuánta luz y cuánto todavía por emprender. Y es que el progreso es una ley universal,que  está implícitamente en nuestro ser y nadie lo puede parar…..

      Y nos creíamos que con la muerte acababa todo. 

     Somos los beneficiarios de la obra de Dios, herederos de su amor y de su sabiduría; no obstante, mientras alcanzamos por nuestro trabajo, esfuerzos y méritos todo aquello que nos aguarda, somos también herederos de nuestros actos, de nuestro ayer, del pasado que nos rinde cuentas; para el debe o el haber, de todo cuanto sembramos y que irremediablemente dará su fruto, para el engrandecimiento de la conciencia y de nuestro ascenso hacia el perfeccionamiento espiritual. Como creación suya que somos, herederos por derecho y beneficiaros de su obra, nuestro Padre no nos pone trampas en el camino, no se esconde para amedrentarnos; ya sabemos que no es un Dios justiciero, cruel, vengativo, irascible; es un Dios de amor, bondadoso e indulgente, pero no por ello nos lo da todo regalado. ¡No tendría sentido! No podríamos valorar aquello que no sabemos el coste que tiene, porque lo tenemos ahí disponible para disfrutarlo; no, Él es un Dios justo y quiere que seamos merecedores de la felicidad por derecho propio, no por privilegio o dádiva sin mérito.

      Por ello, aunque tengamos que ganarnos a pulso, con el sudor de la frente, todo aquello que nos espera, Él quiere que lleguemos lo antes y lo mejor posible a su lado, que seamos parte integrante de su creación, como hijos suyos.  Nunca seremos dioses, tal cual Él lo es, pero seremos participes y coprotagonistas de su obra, contribuyendo en la misma.

      La Tierra no es un valle de lágrimas, la vida no es un suplicio irremediable para la mayoría y una gloria para unos pocos, “como solemos decir”; no. La Tierra es una escuela de aprendizaje y la vida es un don, es el mejor regalo que  nos ofreció Dios.

      Como ocurre con todo, los novicios a veces pagan la consecuencia de su inocencia, cometiendo errores, pero se pueden reparar fácilmente, con buena voluntad y con buena conciencia. Pronto, los buenos estudiantes se dan cuenta de lo que tienen y no tienen que hacer. Pronto saben cuál es el método para adelantar más y más, para no tener que repetir asignaturas, desde el esfuerzo y el trabajo, con humildad y constancia; todo lo demás va llegando poco a poco en su momento.

      Cuando comenzamos nuestro progreso, somos primerizos, novatos, alumnos sin experiencia, pero con el don del progreso en nuestro interior, aunque no lo sepamos, hemos sido creados para aprender, para progresar, para emprender un viaje sin retorno. Desde el más tierno principio ya somos capaces de escoger, aunque de forma muy rudimentaria; comenzamos a elaborar pensamientos, comenzamos a construir un micro hogar, a esbozar una sociedad; eso es lo que nos distingue del resto de los seres vivos, la capacidad de pensar, de razonar, de aprender, de progresar más y más. Todo lo tenemos que aprender, y la VIDA se encarga de eso, poniéndonos en el camino una serie de obstáculos, una serie de necesidades, primarias en principio, que se van ampliando en la misma medida que avanzamos; poseemos una serie de instintos heredados del psiquismo en la fase pre-humana, los instintos nos dotan de mecanismos que nos ayudan a sobrevivir, a defendernos de la dureza de la vida en las primeras fases primitivas, y junto a las cualidades del espíritu comenzamos la andadura hacia la búsqueda de la felicidad y la perfección. Como novicios nos equivocamos, pero como espíritus que somos comenzamos a maniobrar, a corregirnos; aprendemos sobre la marcha, constantemente, sin cesar, despacio pero sin pausas; la ley del progreso constantemente vibra dentro de nuestro ser. No tenemos por qué anclarnos una y mil veces a cometer los mismos errores. Salvo que por rebeldía u obstinación lo queramos así. 

      Las prisas no son buenas; querer conseguir las cosas sin esfuerzo es imposible; rebelarse ante el hecho de tener que hacer marcha atrás y corregir los errores no conduce tampoco a la consecución de la buena conciencia, de la paz, de la felicidad. Rebeldía y comodidad son dos grandísimos obstáculos para el progreso, son carencias que nosotros mismos nos creamos, fuerzas contrarias a la evolución y a los valores e instrumentos que Dios pone en nuestro espíritu para alcanzar las metas y los objetivos que nos corresponden en cada nueva existencia. Todas las complicaciones y retrasos, padecimientos y sufrimientos que experimentamos en exceso, no son sino consecuencia de habernos desviado del camino del bien; ese que trazado está en la conciencia, y que todos los hombres de bien saben sentir y seguir, por ley natural. Cuando tomamos otros caminos, nos aventuramos a perdernos, a contraer riesgos y peligros innecesarios. No podemos violar las leyes universales sin consecuencias dañinas para nuestra propia evolución; ya es bastante con recorrer el camino superando las pruebas y todas aquellas experiencias que hemos de vivir continuamente, que ponen a prueba nuestros valores: la razón, la inteligencia, la fuerza de voluntad; experiencias que ponen aprueba nuestros instintos, los miedos, la desconfianza; tantos y tantos golpes que, a semejanza del metal, tenemos que asumir para forjarnos a nosotros mismos. Este es el gran mérito, el gran trabajo, la gran odisea que representa el hacer frente, en cada momento, a las vicisitudes de la vida, sabiendo sufrir estoicamente todas y cada una de las inclemencias del vivir diario; no exentas de penalidades y de sometimiento de la materia en pos del espíritu; esta es la grandeza de los espíritus fuertes, abnegados, que ponen su fuerza de voluntad y la conciencia que van adquiriendo para salir victoriosos de las pruebas de la vida.

      A cada momento nos puede asaltar un sentimiento de egoísmo, de comodidad, de envidia, de malquerencia, si nos sentimos ofendidos o atacados en nuestros intereses; infinidad de sentimientos y emociones que nos asaltan en el día a día y que hemos de saber gestionar, controlar, rectificar, pagar bien por mal, perdonar, sacrificar, dar; esto requiere de saber sufrir, saber vivir, resistir las mil y unas tentaciones en la materia, del entorno, de las influencias perniciosas.

      Los espíritus buenos sufren de afuera hacia adentro, en silencio, venciendo todas las tentaciones y provocaciones que le llegan; saben sobreponerse  a ellas y aceleran sobremanera su desarrollo espiritual, acentúan sus virtudes, crecen interiormente y disparan su progreso. Esta es su grandeza; el sacrificio, entendimiento y bien hacer les llevan a la cima, al tope que han de conseguir en las diversas vidas, y cada vez que encarnan les resulta más fácil y menos penoso su progreso. Los espíritus rebeldes, cómodos, violentos, que llegan al estado en que sólo les complace el mal y no quieren trabajar por su regeneración, sufren de adentro hacia afuera; todo les contraviene, todo les molesta, nada quieren hacer por amor  hacia los demás; confunden su porvenir anclándose en el mal y, por tanto, al sufrimiento; y por ende, justifican el estado al que llegan de deterioro y de animalidad culpando a todos menos a ellos mismos; no se consideran responsables por haber llegado hasta esas cotas de degradación y de inferioridad. De este modo, multiplican por cien sus sufrimientos, así como el trabajo que habrán de realizar para llegar a la misma meta que todos hemos de alcanzar antes o después, la plenitud, despojándonos de las impurezas e imperfecciones y logrando toda la grandeza que subyace en estado latente en nuestro espíritu. El camino a recorrer es el mismo para todos; mientras que para Dios no existe el tiempo, para nosotros sí. Dependemos de nosotros mismos exclusivamente, nadie va a recorrer ninguna parte del camino por nosotros, nadie puede vivir nuestra vida, ni echarse a sus espaldas las experiencias que nos toque pasar. Por lo tanto, cada uno de nosotros se marca sus metas y objetivos, y sale más mal o bien parado en cada una de sus existencias fruto de su libre albedrío, del esfuerzo y del empeño e interés que manifieste a la hora de afrontar, tanto sus pruebas como sus expiaciones y los frutos de las obras que emprendió en el pasado. Unos escogen el camino más largo, otros escogen el camino más corto; realizan éstos un esfuerzo mayor, se sacrifican por los demás, renuncian a la comodidad y al egoísmo, y pronto aprenden a salvar los obstáculos y a poner en práctica las cualidades que llevan en su interior; no se descuidan, no hacen daño a nadie, no pierden el tiempo dejándose llevar por la ilusión de los placeres materiales, y así van descubriendo en cada nueva vida en la carne lo que son capaces de realizar, comprobando que van cogiendo más luz y fuerza espiritual, más claridad y mejores condiciones para conducirse a través del bien y del trabajo para su perfeccionamiento. 

       No es cosa de Dios, ni de nadie, que unos se rodeen de entorpecimientos, de oscuridad, se transformen en instrumentos del mal, llenando su alma de ruindad y resentimiento, de odio y de rencor, y sólo hallen su complacencia en la venganza y la destrucción. Es cosa de nosotros, el camino lo escogemos por nosotros mismos, y sembramos allá por donde vamos lo que por libre albedrío queremos. Dios solo nos ha creado y nos ha dado a todos las mismas oportunidades, colocándonos en el mismo punto de partida. Para Dios no hay privilegios, porque si los hubiera no habría justicia, y Dios por encima de todo es justo y bondadoso. No todos hemos de pasar por las mismas pruebas ni por los mismos sufrimientos; no todos recorremos el camino de la perfección en el mismo tiempo, ni mucho menos; eso sería derogar el libre albedrío y colocarnos a todos en la posición de autómatas que obedecen a un programa y no se pueden salir del mismo, porque ni siquiera tienen el don de pensar y de escoger. Nosotros, como seres en evolución, tenemos el don de pensar, de sentir, de razonar y de escoger, por lo cual cada uno opta por aquello que cree más conveniente, y unos recorren ese camino del perfeccionamiento en menos tiempo y con menos sufrimiento, mientras que otros lo contrario; pero no se debe a que el Creador lo haya propuesto así, sino que es fruto del libre albedrío que se nos concede.

 “804. ¿Por qué Dios no ha dotado de las mismas aptitudes a todos los hombres? – “Dios creó iguales a todos los Espíritus, pero cada uno de ellos ha vivido más o menos tiempo y, por tanto, ha adquirido también más o menos experiencia. La diferencia reside, pues, en su grado de experiencia y también en su voluntad, que es el libre arbitrio. De ahí que unos se perfeccionen con más rapidez, lo que les da aptitudes distintas”. El libro de los Espíritus, Allan Kardec.

Fermín Hernández Hernández © Amor, Paz y Caridad,

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                       EL BIEN Y EL MAL
             Algunos argumentos sobre estos dos aspectos. 
                          Libre albedrío como factor evolutivo. 


El bien y el mal son dos aspectos contrapuestos consecuenciales del uso que las gentes hacen de su libertad o libre albedrío; libertad que Dios concede al Espíritu humano. 

A diario vemos personas con una tendencia bien marcada hacia la práctica del bien, así como otras personas inclinadas al mal. Y en los tiempos actuales podemos apreciar ya la existencia de organizaciones humanas orientadas hacia el bien, pero también organizaciones humanas orientadas hacia el mal en los diversos y lamentables aspectos; por lo que, algunas personas, juzgando por las apariencias, creen que el mal existe y que es algo esencialmente negativo. Sin embargo, el mal no es más que una consecuencia, un efecto de las actuaciones del ser humano (encarnado y desencarnado) haciendo uso de su libertad. Y en el curso de esta lección, será explicada brevemente la influencia y acción de los seres del mal (desencarnados) y como se contrarrestan. 

Como ya conocemos, el Universo todo está regido por leyes sabias y justas. Leyes emanadas de la Sabiduría Cósmica, en un funcionamiento perfecto para el progreso y felicidad de todo lo creado. Y siendo el mal contrario al progreso y a la felicidad, la más elemental lógica nos lleva a la conclusión que el mal no es creación de Dios, sino de los hombres. Luego, el mal no tiene existencia propia sino resultado de la acción del hombre en el uso de su libertad. El bien, es la manifestación de la Ley del Amor. El mal es el efecto de la transmutación de la vibración positiva en negativa, cuando el individuo, desoyendo la “voz de la conciencia” (que es la llamada del Espíritu), se deja dominar por alguna pasión que le obceca y le torna intransigente, o por el egoísmo y ambición económica y de poder, que llegan a turbar la razón. 

¡Cuántos se enredan en los caminos del mal, llevados por una ambición material que acaso les dé lo que anhelan; pero, perturbando su paz interna que vale más que la riqueza material, hipotecando la felicidad de vidas futuras!. 

Otros, en su ambición de autoridad, sacrifican su propia conciencia y dignidad, prestándose para abusos de autoridad, creando con ello destinos futuros de dolor. 

Ciertas mentalidades miopes que solo buscan el dinero y posesión de bienes materiales a cualquier precio, sin percatarse que van creando en su psiquismo una desarmonía vibratoria que les arrastrará irremisiblemente a la frustración. Y lo curioso es que no se percatan de ello hasta que han caído en ese estado, cuyos síntomas primeros son: el tedio, hastío y aburrimiento (que tratan de disiparlo en las diversiones) hasta caer en la ansiedad y desesperación. Porque, la riqueza material por sí sola, es incapaz de crear felicidad. Sólo el bien, en sentimiento y acción, puede generar felicidad. La ambición humana va creando para sí destinos de dolor en sus acciones de mal, efectuadas en su ceguera psíquica. La ambición, el orgullo y el amor propio, dominan a muchos y no les deja ver el precipicio de la frustración hacia el cual se encaminan inconscientemente. 

Sebastián de Arauco.

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                                                   CODIFICACIÓN


                                   
                                   DE LOS MÉDIUMS 

Toda persona que siente en cualquier grado la influencia de los Espíritus, es por esto mismo médium. Esta facultad es inherente al hombre, y por consecuencia no es privilegio exclusivo; así es que hay pocos entre los que nos se encuentren algunos rudimentos. Se puede, oda persona que siente en cualquier grado la influencia pues, decir, que casi todos son médiums. 
Sin embargo, en el uso, esta calificación sólo se aplica a aquellos cuya facultad mediúmnica está claramente caracterizada y se conoce por los efectos patentes de cierta intensidad, lo que depende de una organización más o menos sensitiva. También debemos 
notar que esta facultad, no se revela en todos de la misma manera; los médiums tienen generalmente, una aptitud especial para tal o cual orden de fenómenos, y en esto consiste que se hagan tantas variedades, como hay clases de manifestaciones. 


Las principales son: 
Los médiums de efectos físicos. 
Los médiums sensitivos o impresionables. 
Auditivos, parlantes, videntes, sonámbulos, 
Sanadores, pneumatógrafos, escribientes o psicógrafos. 

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC


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"Es mejor rechazar diez verdades, que aceptar una mentira "
                                       -Allan kardec-

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           Matrimonio y divorcio

    Para ser felices todos precisamos de un compañero  con quien compartir ansiedades, resolver problemas cotidianos, confiar triunfos y reveses, y principalmente  realizar  nuestros deseos  de dar y recibir cariño.

     Los objetivos principales  que han de ser alcanzados en el matrimonio es el conseguir establecer vínculos  de amor,  comprensión  y fidelidad entre marido y mujer, asegurando así el equilibrio emocional.

    El matrimonio constituye uno de los primeros actos de progreso  en las sociedades humanas; porque establece la solidaridad fraterna y se encuentra en todos los pueblos, aunque en condiciones diversas. Abolir  el casamiento seria  retroceder  a la infancia de la Humanidad y colocar al hombre por debajo incluso de ciertos animales que les dan el ejemplo de uniones constantes.

Casarse es tarea para todos los días, por lo que solamente  de la comunión espiritual gradual y profunda   surgirá  la integración de los cónyuges en la vida compartida,  de corazón a corazón, en la cual el matrimonio se impulsa siempre  hacia lo Más Alto, en plenitud de amor eterno.

El porvenir de toda criatura está lleno de incertidumbres e inseguridades,  por eso al contar con un (compañero) o (compañera) que nos ampare y asista en caso de enfermedad o en la vejez, es lo ideal, para evitar la soledad que es muy triste. Los dolores compartidos, duelen menos, y las alegrías con alguien  que vibre a nuestro lado, ganan en sabor e intensidad.

   Durante el enamoramiento  y el noviazgo,  los jóvenes,   deseosos de causarse,  recíprocamente  una favorable impresión, empeñándose en mantener una buena conducta, procurando esconder o camuflar los aspectos indeseables de sus caracteres.

    Viven en un estado de encantamiento, estimulados por la atracción física, evitando la menor alusión a episodios desagradables del pasado de cada uno, para entregarse solamente   a devaneos y fantasías, ante la ilusión de las deliciosas promesas del futuro.

     Aunque se observen características comprometedoras o poco dignas,  creen, ingenuamente, que el matrimonio las eliminará o que tendrán fuerzas suficientes para superarlas, sin perjuicio de la “eterna felicidad” con la que sueñan.

Sin embargo, después  de casados, al conocer la realidad de la vida, comprenderán  que la vida no está hecha  solo de momentos románticos, exigiéndoles, ahora, arduos trabajos y no pocos sacrificios para los cuales no siempre están convenientemente preparados.

    Algunas veces, sobrevienen  dificultades de orden financiero, que los llevan a sufrir privaciones  nunca antes experimentadas y con ellas, acusaciones  y quejas del uno contra el otro.

    Los aspectos  del uno y del otro que intentaron no tener en cuenta, empiezan a manifestarse con toda crudeza, generando  conflictos, discusiones, enfados y represalias.

    No existe una formula única y por supuesto infalible para la conquista  de la felicidad en el matrimonio.

    Existen, sin embargo determinadas condiciones y ciertos preceptos, dictados  por la prudencia y por la experiencia  de los cónyuges  bien intencionados, que,  si son observados les podrán ofrecer  alguna garantía de que “su” matrimonio venga a ser lo más venturoso posible.

    Uno de los primeros puntos a considerar es la edad para ese paso. Ninguna fijación rigurosa, cabe aquí, ya que  los grados de madurez varían de individuo a individuo, en cualquier fase de la vida, en función  de las experiencias adquiridas en esta encarnación y en las precedentes.

    En la actualidad, la edad más propicia  para un matrimonio estable y feliz, se sitúa entre 23 y 26 años para los chicos y 21 a 24 para las chicas. Diversas investigaciones llegaron a la conclusión de que los  matrimonios malogrados fueron, en su mayoría, motivados por la precipitación, es decir por haberse realizado demasiado temprano. 

    Otra cosa que influye  en el matrimonio es el grado de cultura y educación.  Lo deseable  es que ambos tengan el mismo nivel cultural y hayan sido educados con patrones  éticos semejantes, pues esto facilitará grandemente la adaptación entre sí.

    Las profundas diferencias, una vez pasada, “la luna de miel” en la que todo es deslumbramiento e ilusión, cuando el refinamiento social del cónyuge mejor dotado choque  con la cortedad, la ineptitud,  el desaseo o el mal gusto del otro, esto hará   insostenible una vida en común, dando lugar a que alguno o ambos pasen a buscar   compensaciones  fuera del hogar, junto a otra u otro que mejor les comprendan, aprecie 
su modo de ser y responda  a sus necesidades más intimas.

   Otro elemento  más de la armonía conyugal es el sentimiento religioso, el cual no debe ser subestimado. Al considerar  que la religión es una  característica de la personalidad, se torna penoso, por ejemplo,  a uno de los cónyuges que desease cumplir  fielmente los deberes establecidos por la Iglesia o por las propias convicciones religiosas, tener que soportar, sin enfado o protesta, las propuestas  del otro, ateo o indiferente, que considerase  tales deberes meras simplezas, infantilismo mental, etc.

      Es muy difícil mantener la paz doméstica, con un esposo, fanático e intransigente, que intenta convertir al otro  a su credo, importunándolo a cada instante  y con cualquier pretexto con sus discursos de catequesis.

     La conciencia del exacto papel de cada uno en la construcción y manutención del hogar; la identidad de propósitos en lo tocante a la planificación familiar;  a la finalidad espiritual; a la filosofía de vida que esposen; a la certeza de que se aman; a pesar de los defectos de cada uno, incluso sabiendo que ellos continuarán después del matrimonio, la aceptación de la familia del futuro cónyuge, tal como ella es; la capacidad reciproca de divergir, sin discutir, y de argumentar, sin pelear, la buena disposición de ambos  de respetarse las opiniones y favorecer la solución de problemas  de interés común, etc. Son otros tantos factores que contribuyen para un matrimonio afortunado.

    En la unión de los sexos, a la par de la ley divina material, común a todos los seres vivos, hay otra ley divina, inmutable como lo son todas las leyes de Dios, exclusivamente moral. Quiso Dios que los seres se uniesen  no solo por los lazos de la carne, sino también por los lazos del alma,  con el fin  de que el afecto mutuo de los esposos  se transmitiese  a los hijos y que fuesen los dos, y no uno solamente, para amarlos,  cuidar de ellos y hacerlos progresar.

    La felicidad conyugal tiene un precio bastante alto, tan alto  que solo podrá ser pagado, a largo plazo, mientras dure el matrimonio, con monedas de humildad, comprensión, paciencia, espíritu de renuncia y gran dosis de buena voluntad en el sentido de adaptación mutua.

  Para conseguir la felicidad en común, cada uno de los cónyuges precisa sacrificar un poco de su “yo” para que el “nosotros” se fortalezca y se vuelva cada vez más agradable.  Para ello  la primera cosa que debe ser cultivada, de parte a parte, es el don de perdonar.
  
  Conflictos, discusiones, mal entendidos… son hasta cierto punto  normales  en la vida de una pareja, y, si no hay comprensión y tolerancia reciproca, intención de minimizarlos y superarlos, el hogar  acabará dejando de ser un reducto de amor, de paz y de alegría, para convertirse en un campo de negligencias, deprimente y deplorable.

   El apoyo mutuo y un poco de humildad espiritual,  harían desaparecer tantos   antagonismos   irreductibles en las relaciones familiares. La Evangelización en el hogar también es otro recurso muy preciado, ya que el recuerdo de los preceptos de Jesús, sus divinas enseñanzas junto con la misericordia, les harían soportar  las faltas y las flaquezas de los que los rodean sin guardarles resentimiento, perdonándolos de corazón.

  Sabrían que “ El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consisten  en ver cada uno solo superficialmente   los defectos del otro y esforzarse  en hacer que prevalezca lo que hay en él de bueno y virtuoso.

   Otro factor imprescindible para la preservación de la felicidad conyugal es el dialogo entre los esposos. “El sublime amor del altar domestico anda muy lejos, cuando los cónyuges pierden el gusto de conversar entre ellos.

   La vanidad y el orgullo son dos sentimientos de los más comunes que pueden anidar en lo íntimo de las personas. Y son ellos los que, a menudo, provocan  el estremecimiento de las relaciones entre marido y mujer.

   “La caridad sublime, que Jesús enseñó, también consiste  en la benevolencia que uses  siempre y en todas  las cosas para vuestro prójimo. Por eso la pareja  puede ejercitar esa virtud sublime, dirigiendo palabras de consuelo,   coraje, y amor.

    No estamos en la obra del mundo para aniquilar lo que es imperfecto, sino para completar  lo que se encuentra inacabado.

   En las esferas elevadas, los espíritus evolucionados consideran motivo de honra el amparo a los compañeros menos evolucionados que se adiestran en los planos inferiores.

   El matrimonio en la tierra puede asumir variados aspectos, teniendo varios objetivos. Accidentalmente, tanto el hombre como la mujer  pueden experimentar diversas veces el casamiento terrestre, sin por ello encontrar  la compañía de las almas afines con las cuales realizar  la unión ideal.  Eso  es porque comúnmente, el hombre necesita rescatar  deudas que se contrajeron  a causa de la energía sexual aplicada de forma inadecuada ante los principios de causa y efecto.

     Cuando el matrimonio expiatorio ocurre en segundas nupcias, el cónyuge liberado de la vestimenta física, cuando se ajusta a su nueva existencia, frecuentemente se coloca al servicio  de la compañera o del compañero que quedó en la retaguardia, con el que ejercita  la comprensión y el amor puro.  Si los viudos y las viudas de las efectuadas nupcias con poca  afinidad demuestran  una sana  condición de entendimiento, son habitualmente conducidos, tras la muerte,  a la convivencia del matrimonio , disfrutando una posición análoga  a la de los hijos queridos junto a los  padres terrenales, que por ellos se someten  a los más elocuentes y polifacéticos testimonios de cariño y de sacrificio personal para que atiendan, dignamente, a la articulación de los propios destinos.

   Si la desesperación de los celos o la nube del despecho ciegan a uno de los miembros del equipo fraterno, los cónyuges que asisten  en el plano superior le amparan en la reencarnación, a la  manera de benefactores ocultos, interpretando  su rebelión como un síntoma enfermizo, sin retirarles el apoyo amigo, hasta que se reajusten en el tiempo.

   Cuando el hogar terrestre es analizado sin preconceptos, permanece estructurado en las mismas bases esenciales, y al igual que  los padres humanos, reciben, muchas veces, en el instituto domestico, por hijos e hijas, a aquellos mismos lazos del pasado, con los cuales atienden  al rescate de antiguas cuentas, purificando emociones, renovando impulsos, dividiendo compromisos o esmerando relaciones afectivas del alma  para el alma.

El divorcio, según conocimientos del Plano Espiritual, no debe ser facilitado o estimulado entre los hombres, porque no existen en la Tierra uniones conyugales, legalizadas o no, sin vínculos graves  en el principio de la responsabilidad asumida en común.

Es imperativo, que la sociedad humana establezca regulaciones severas a beneficio de nuestros hermanos  contumaces en la infidelidad a los compromisos asumidos consigo mismos, a beneficio de ellos, para que no se unan a mayor desgobierno, y a beneficio de sí mismos, a fin de que no regrese a la promiscuidad envilecida de las zonas oscuras, en las que el principio y la dignidad de la familia aun son plenamente  desconocidos.

Es imprescindible que el sentimiento de Humanidad interfiera  en los casos especiales, en el que el divorcio es el mal menor que pueda surgir  entre los grandes  males pendientes sobre la frente  del matrimonio, sabiéndose, por tanto,  que los deudores de hoy volverán mañana al acierto de las propias cuentas.
Merchita

Trabajo extraído de los Libros “Evolución en dos mundos”  y “la vida en Familia” ambos de F. Cándido Xavier.                              
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