Hoy os ofrezco:
- La Fe
- Vibraciones
- Reencarnación : Proceso evolutivo del Espíritu
- Anotaciones sobre el sexo: Mentes enfermas
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LA FE
La fe religiosa. Condición de la fe inalterable.
Desde el punto de vista religioso, la fe es la creencia en los dogmas particulares que constituyen las diferentes religiones; todas las religiones tíenen sus artículos de fe. Bajo este aspecto, la fe puede ser "razonada y ciega". La fe ciega, no examinando nada, acepta sin comprobación lo mismo lo falso que lo verdadero, y choca a cada paso contra la evidencia y la razón; empujada hasta el exceso, produce el "fanatismo".
Cuando la fe se apoya en el error, se pierde tarde o temprano; la que tiene por base la verdad, está asegurada para el porvenir, porque nada tiene que temer del progreso de las luces, toda vez que "lo que es verdad en la oscuridad, lo es también en pleno día". Todas las religiones pretenden estar en la exclusiva posesión de la verdad; "preconizar la fe ciega sobre un punto de creencia, es confesar su impotencia en demostrar que se tiene razón".
7. Se dice vulgarmente que "la fe no se impone"; de aquí viene que muchas gentes digan que si no tienen fe, no es por culpa suya. Sin duda que la fe no se obliga, y lo que es más justo aún, "no se impone". No, no se impone, pero se adquiere, y no hay nadie a quien se rehúse el poseerla, aun entre los más refractarios. Hablamos de verdades espirituales fundamentales, y no de tal o cual creencia particular. No es la fe la que debía ir a ellos, sino ellos ir al encuentro de la fe, y si la buscan con sinceridad la encontrarán. Tened, pues, por seguro, que los que dicen:
"Quisiéramos creer, pero no podemos", lo dicen de boca y no con el corazón, porque
diciendo esto se tapan los oídos; sin embargo, las prueban abundan a su alrededor; ¿por
qué rehusan verlas? En los unos es indiferencia; en los otros es miedo de verse obligados
a cambiar de costumbres; en la mayor parte es el orgullo que rehusa conocer un poder
superior, porque les sería preciso inclinarse ante él.
En algunas personas, la fe parece de algún modo innata; sólo una chispa basta para desarrollarla. Esta facilidad en asimilarse las verdades espirituales es una señal evidente del progreso anterior; en los otros, al contrario, sólo penetra con dificultad, señal muy evidente de una naturaleza muy atrasada. Los primeros han creído ya y comprendido; traen, volviendo a "nacer", la intuición de lo que fueron; su educación está hecha; los segundos tienen que aprenderlo todo; su educación está por hacer; ella se hará, y si no se concluye en esta existencia se concluirá en la otra.
Respecto a la resistencia del incrédulo, es menester convenir que es menos por su culpa que por la manera como se presentan las cosas. A la fe es preciso una base, y esta base es la inteligencia perfecta de lo que se debe creer; para creer no basta "ver", es necesario, sobre todo, "comprender".
La fe ciega no es de este siglo, pues hoy el mayor número de incrédulos, es debido a que quiere imponerse y exige la abdicación de una de las más preciosas prerrogativas del hombre: el razonamiento y el libre albedrío. Contra esta fe se parapeta el incrédulo y tiene razón de decir que no se impone: no admitiendo aquellas pruebas, deja en el Espíritu un vacío, de donde nace la duda.
La fe razonada, la que se apoya en los hechos y en la lógica, no deja en pos de sí ninguna oscuridad; se cree porque se está cierto, y no se está cierto hasta que se ha comprendido; esta es la razón por lo que es inalterable, "porque no hay fe inalterable sino la que puede mirar frente a frente a la razón en todas las edades de la humanidad".
A este resultado conduce el Espiritismo, y por esto triunfa de la incredulidad, siempre que no encuentre oposición sistemática e interesada.
EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO. ALLAN KARDEC.
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VIBRACIONES
LEÓN DENIS
Sabemos que todo vibra e irradia en el Universo, porque todo es vida, fuerza, luz. La Naturaleza, en sus menores átomos, está penetrada de una energía infinita, manantial de todos los fenómenos. Así también, cada espíritu libre o encarnado tiene, según su estado de adelanto y de pureza, una radiación cada vez más intensa, más rápida, más luminosa.
La ley de las atracciones y de las correspondencias rige todas las cosas; las vibraciones, al atraer vibraciones similares, aproximan y unen los corazones, las almas, los pensamientos.
Nuestras codicias, nuestros malos deseos, crean en torno nuestro una atmósfera fluídica malsana favorable a la acción de las influencias del mismo orden, mientras que las aspiraciones elevadas atraen las vibraciones poderosas, las radiaciones de las esferas superiores.
Tal es el principio de la evolución; el ser posee la facultad de acumular las fuerzas misteriosas de la Naturaleza para elevarse con su auxilio y remontarse, de grado en grado, hacia la causa de las causas, hacia la fuente inagotable origen de toda vida.
La escala ascensional comprende planos sucesivos y superpuestos; en cada uno de ellos los seres están dotados del mismo estado vibratorio; de medios de percepción análogos que les permiten reconocerse unos a otros, en tanto que continúan invisibles, y aun mucha veces incognoscibles para ellos, los seres de los planos superiores, a consecuencia de su estado vibratorio más rápido, y de sus condiciones de vida más sutiles y más perfectas. Esto es lo que sucede entre los espíritus según sus diferentes grados de purificación, y lo mismo entre nosotros respecto a ellos.
Pero, así como se puede ensanchar el campo de la visión humana con ayuda de los instrumentos de óptica, asimismo se puede aumentar o disminuir el número de vibraciones hasta conseguir un estado intermedio, en que los modos de existencia de dos planos distintos se combinen y entren en relación.
Para comunicar con nosotros, el espíritu tiene que disminuir la intensidad de sus vibraciones y activar, al mismo tiempo, las nuestras. El hombre puede ayudarse con su voluntad; el punto que debe alcanzarse, constituye para él el estado de mediumnidad.
Sabemos que la mediumnidad, en la mayor parte de aplicaciones, es la propiedad que poseen ciertas personas de exteriorizarse a diversos grados, de desprenderse de su envoltura carnal, y de dar mayor amplitud a sus vibraciones psíquicas. Por su parte, el espíritu a quien la muerte ha libertado, se envuelve en materia sutil y amortigua sus propias radiaciones para ponerse al unísono con el médium.
Aquí son necesarias cifras explicativas. Admitamos, a ejemplo de algunos sabios, que las vibraciones normales del cerebro humano sean en número 1.000 por segundo. En el estado de trance o desprendimiento, la envoltura fluídica del médium vibra con mayor energía y sus radiaciones llegan a la cifra de 1.500 por segundo. Si el espíritu, libre en el espacio, vibra al mismo tiempo bajo la influencia de 2.000 vibraciones, le será posible, mediante una materializació n parcial, rebajar este número a 1.500. Desde entonces, los dos organismos vibran simpáticamente y pueden establecerse relaciones; el mensaje del espíritu será percibido y transmitido por el médium en estado de trance.
Esta armonización de las ondas vibratorias es la que da, a veces, al fenómeno de las incorporaciones tanta precisión y limpieza. En los demás estados de mediumnidad, el pensamiento del espíritu podrá comunicarse, igualmente, por medio de vibraciones correspondientes, aunque menos intensas que las vibraciones iniciales, así como una nota se repite de octava en octava, desde la clave más alta de la vibración armónica hasta la más baja.
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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REENCARNACIÓN
Proceso evolutivo del espíritu II
En el plano físico, adquiriendo experiencias y conocimientos en
cada vida, cada vez más amplios, que le llevarán a la sabiduría, desarrollando
la facultad intelectiva en el estudio, aprendizaje y solución de los
problemas en cada vida; desarrollando, asimismo, la facultad volitiva en
la lucha y superación de obstáculos de toda índole, que en cada existencia
humana se le presentan, en concordancia a su capacidad. Además, la purificación
del alma y desarrollo de la facultad sensorial, por medio de la
práctica voluntaria del amor fraterno o vidas de dolor. Porque, mientras el
ser humano no haya adquirido la bondad, mientras no haya sensibilizado
su alma y vibre en amor, estará atado a la cadena de las reencarnaciones
en los mundos atrasados.
Durante cada una de las vidas humanas, múltiples son las oportunidades
que se presentan de practicar el bien, de ayudar en una forma u otra
a nuestros semejantes, de poner en práctica el amor fraterno, de cumplir
con la ley divina de: «ama a tu prójimo como te amas a ti mismo», que
significa: haz por él lo que tú, en su caso, querrías que se hiciere por ti.
Nadie puede excusarse de no haberlo hecho por falta de oportunidades,
porque la vida ofrece oportunidades mil de poner en práctica esta norma
de conducta, base de una convivencia armónica en las relaciones humanas,
a la vez que de mayor progreso espiritual.
Nuestro mundo, al igual que todos los mundos que hayan alcanzado
su madurez, es una escuela de aprendizaje para el Espíritu, en diferentes
grados. Y, así como en los colegios no se pasa a un grado superior sin
haber aprobado el anterior; asimismo, en la escuela de la vida, para tener
derecho a vivir en mundos superiores que ofrecen al Espíritu nuevos
campos del saber y una vida libre de sufrimientos, y por ende más feliz;
es imprescindible superar todas las imperfecciones y pruebas, así como
adquirir las experiencias que el mundo actual —el nuestro, por ejemplo—
pueda ofrecer.
En el plano suprafísico —la fuente de la verdadera sabiduría— el Espíritu
también progresa, porque en el espacio hay una vida activa. Empero,
dado la amplitud de este aspecto, que nos apartaría del tema y objeto de esta obra, nos vemos precisados a omitir detalles.
La necesidad de evolucionar, impuesta por la Ley, está demostrada
fehacientemente en el fenómeno psicológico de la insatisfacción. No bien
un deseo es satisfecho, nace otro. En toda realización hay un anhelo que,
una vez alcanzado en su primera fase, surge otra fase más amplia, más
atractiva, que impele a continuar.
Ciertos estados de insatisfacción, desasosiego, anhelos indefinidos, son sensaciones producidas por el Espíritu presionado por esa fuerza cósmica: Ley de Evolución. Nacer, es la vuelta del inquieto viajero desde el mundo del Espíritu, desde las moradas del Más Allá —felices o dolorosas— a los mundos físicos, indispensables para el desarrollo de los poderes latentes heredados del Creador Universal. Nacer en los mundos físicos para adquirir las experiencias que estos puedan ofrecer, desarrollar las facultades de la mente y del alma, volver a la vida del espacio, cuya duración varía según la necesidad del ser espiritual y su deseo de progreso; para volver nuevamente a la vida de la carne, a fin de seguir adquiriendo sabiduría, fortaleza, purificación y amor; porque, tal es la ley inmutable de los renacimientos.
En cada una de nuestras existencias damos un paso más, adquirimos nuevas experiencias, nuevos conocimientos y algunas cualidades positivas, a la vez que vamos despojándonos de algunas imperfecciones; siempre en permanente ascensión de progreso. Porque, ése es el proceso evolutivo del Espíritu. La escala de ascensión del Espíritu, es infinita. Empujados por la Ley de Evolución, vamos ascendiendo lentamente en el tiempo y en el espacio, por medio de las mil vicisitudes y pruebas, desarrollando las facultades de la Mente y del Alma, capitalizando de vida en vida, de siglo en siglo, en inteligencia, sabiduría y amor.
Por la reencarnación, cada uno vuelve a reemprender y proseguir la tarea del ayer, interrumpida por la muerte. De aquí la superioridad asombrosa de ciertas personalidades que aparecen en la historia de la humanidad, y cuya superioridad está fundamentada en la mayor capacitación adquirida, mediante el esfuerzo en sus múltiples vidas. CADA UNO APORTA AL NACER, LOS FRUTOS DE SU EVOLUCIÓN.
Como dice el filósofo francés, León Denis, en su obra «El Problema del Ser y del Destino«: «Desprendiéndose lentamente, la humanidad, de la oscuridad de las edades, emerge de las tinieblas de la ignorancia y de la barbarie, avanzando a paso mesurado en medio de los obstáculos y de las tempestades. Va trepando su áspera vía, y en cada recodo de su ruta, entrevé mejor las grandes cimas, las cumbres luminosas en donde reinan la sabiduría, la espiritualidad y el amor». La mente del hombre es una manifestación del grado de evolución de su espíritu, mediante la cual, éste trae a su actual existencia, conocimientos que ya posee, por haberlos adquirido en existencias anteriores y en su vida espiritual. Porque, también en el espacio se aprende y mucho, cuando el Espíritu llega a sentir ya el ansia de progreso.
Aun cuando las personas no son conscientes de los conocimientos adquiridos a lo largo de las experiencias humanas y espirituales, éstas permanecen siempre en el subconsciente y gravitan en la formación de la mentalidad del hombre. De aquí, todos esos casos de personas extraordinariamente dotadas para determinadas ciencias o artes. Si observamos en los diversos individuos que componen el conglomerado humano, aun dentro de nuestro propio ambiente circundante: el semblante, la configuración somática, aspecto, ademanes, expresiones, conducta, etc., de cada uno; podremos apreciar fácilmente, a simple vista, la notoria diferencia intelectual y moral existente entre unos y otros. Mientras en unos apreciamos una mente despierta y un temperamento dinámico, en otros vemos al individuo tosco, bruto o abúlico. ¿Podremos culpar a la Divinidad Creadora por estas diferencias? ¿Podremos admitir a la Sabiduría Cósmica —perfección absoluta— como creadora de imperfecciones o distribuyendo Sus dones a unos y privando a otros? No; porque éstos son diversos estados evolutivos del Ego. Esos últimos están más atrás en la escala evolutiva, son espíritus más nuevos; mientras que los primeros son espíritus más viejos, han vivido más vidas y, por ende, desarrollado su inteligencia y dinamismo en la lucha, a través de las edades.
- SEBASTIAN DE ARAUCO-
Ciertos estados de insatisfacción, desasosiego, anhelos indefinidos, son sensaciones producidas por el Espíritu presionado por esa fuerza cósmica: Ley de Evolución. Nacer, es la vuelta del inquieto viajero desde el mundo del Espíritu, desde las moradas del Más Allá —felices o dolorosas— a los mundos físicos, indispensables para el desarrollo de los poderes latentes heredados del Creador Universal. Nacer en los mundos físicos para adquirir las experiencias que estos puedan ofrecer, desarrollar las facultades de la mente y del alma, volver a la vida del espacio, cuya duración varía según la necesidad del ser espiritual y su deseo de progreso; para volver nuevamente a la vida de la carne, a fin de seguir adquiriendo sabiduría, fortaleza, purificación y amor; porque, tal es la ley inmutable de los renacimientos.
En cada una de nuestras existencias damos un paso más, adquirimos nuevas experiencias, nuevos conocimientos y algunas cualidades positivas, a la vez que vamos despojándonos de algunas imperfecciones; siempre en permanente ascensión de progreso. Porque, ése es el proceso evolutivo del Espíritu. La escala de ascensión del Espíritu, es infinita. Empujados por la Ley de Evolución, vamos ascendiendo lentamente en el tiempo y en el espacio, por medio de las mil vicisitudes y pruebas, desarrollando las facultades de la Mente y del Alma, capitalizando de vida en vida, de siglo en siglo, en inteligencia, sabiduría y amor.
Por la reencarnación, cada uno vuelve a reemprender y proseguir la tarea del ayer, interrumpida por la muerte. De aquí la superioridad asombrosa de ciertas personalidades que aparecen en la historia de la humanidad, y cuya superioridad está fundamentada en la mayor capacitación adquirida, mediante el esfuerzo en sus múltiples vidas. CADA UNO APORTA AL NACER, LOS FRUTOS DE SU EVOLUCIÓN.
Como dice el filósofo francés, León Denis, en su obra «El Problema del Ser y del Destino«: «Desprendiéndose lentamente, la humanidad, de la oscuridad de las edades, emerge de las tinieblas de la ignorancia y de la barbarie, avanzando a paso mesurado en medio de los obstáculos y de las tempestades. Va trepando su áspera vía, y en cada recodo de su ruta, entrevé mejor las grandes cimas, las cumbres luminosas en donde reinan la sabiduría, la espiritualidad y el amor». La mente del hombre es una manifestación del grado de evolución de su espíritu, mediante la cual, éste trae a su actual existencia, conocimientos que ya posee, por haberlos adquirido en existencias anteriores y en su vida espiritual. Porque, también en el espacio se aprende y mucho, cuando el Espíritu llega a sentir ya el ansia de progreso.
Aun cuando las personas no son conscientes de los conocimientos adquiridos a lo largo de las experiencias humanas y espirituales, éstas permanecen siempre en el subconsciente y gravitan en la formación de la mentalidad del hombre. De aquí, todos esos casos de personas extraordinariamente dotadas para determinadas ciencias o artes. Si observamos en los diversos individuos que componen el conglomerado humano, aun dentro de nuestro propio ambiente circundante: el semblante, la configuración somática, aspecto, ademanes, expresiones, conducta, etc., de cada uno; podremos apreciar fácilmente, a simple vista, la notoria diferencia intelectual y moral existente entre unos y otros. Mientras en unos apreciamos una mente despierta y un temperamento dinámico, en otros vemos al individuo tosco, bruto o abúlico. ¿Podremos culpar a la Divinidad Creadora por estas diferencias? ¿Podremos admitir a la Sabiduría Cósmica —perfección absoluta— como creadora de imperfecciones o distribuyendo Sus dones a unos y privando a otros? No; porque éstos son diversos estados evolutivos del Ego. Esos últimos están más atrás en la escala evolutiva, son espíritus más nuevos; mientras que los primeros son espíritus más viejos, han vivido más vidas y, por ende, desarrollado su inteligencia y dinamismo en la lucha, a través de las edades.
- SEBASTIAN DE ARAUCO-
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