Contenido del Blog en este día:
- Buenos y Malos Espíritus
-Imposibilidad de las penas eternas
- ¡¡ Hay que creer !!
- Los Sentimientos
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BUENOS Y MALOS ESPÍRITUS
Habiendo malos Espíritus que obsesan y buenos que protegen, se pregunta si los malos Espíritus son más poderosos que los buenos.
No es el buen Espíritu el que es más débil, es el médium que no es bastante fuerte para sacudir la capa que le ha sido echada encima, para desasirse de los brazos que le oprimen y entre los cuales, preciso es decirlo, algunas veces se halla complacido. En este caso, se comprender que el buen Espíritu no puede ocupar este lugar, puesto que se prefiere a otro. Admitamos ahora el deseo de desembarazarse de esa envoltura fluídica, de la cual esta penetrada la suya, como un vestido esta penetrado por la humedad; el deseo no bastaría. La voluntad no siempre será suficiente.
Se trata de luchar con un adversario; pues cuando dos hombres luchan cuerpo a cuerpo, el que tiene más fuerza muscular es el que da en tierra con el otro. Con un Espíritu es preciso luchar, no cuerpo a cuerpo, sino Espíritu a Espíritu, y en este caso también vence el más fuerte; aquí la fuerza esta en la autoridad que se puede tomar sobre el Espíritu, y esta autoridad esta subordinada a la superioridad moral. Esta superioridad es como el sol que disipa la niebla con el poder de sus rayos.
Esforzarse en ser bueno, ser mejor, si se es ya bueno, purificarse de las imperfecciones, en una palabra, elevarse moralmente lo mis posible: tal es el medio de adquirir el poder de mandar a los Espíritus inferiores para separarlos; de otro modo se ríen de vuestros mandatos.
Ahora bien; se dirá, ¿por que los Espíritus protectores no les mandan retirarse? Sin duda pueden hacerlo y algunas veces lo verifican; pero permitiendo la lucha, dejan también el mérito de la Victoria; si permiten el desembarazarse de ellos a personas merecedoras, hasta cierto punto, de su apoyo, es para probar su perseverancia y hacerles adquirir más fuerza en el bien, que para ellas esto es una especie de gimnasia moral.
Ciertas personas, sin duda, preferirían otra receta más fácil para arrojar los malos Espíritus, como por ejemplo, el decir ciertas palabras o hacer ciertos signos, lo cual seria más cómodo que corregirse de los defectos. Lo sentimos, pero no conocemos ningún procedimiento para vencer a un enemigo cuyo ser es mas fuerte que él. Cuando se está enfermo, es menester resignarse a tomar una medicina, por amarga que sea; pero también cuando se ha tenido el valor de beberla, ¡que bien se encuentra uno y que fuerte se es! Es necesario, pues, persuadirse de que no hay, para llegar a ese fin, ni palabras sacramentales, ni formulas, ni talismanes, ni signo material alguno. Los malos Espíritus se ríen de ellos y se complacen a menudo en indicarlos, y tienen siempre cuidado de llamarlos infalibles para mejor captarse la confianza de aquellos de quienes pretenden abusar;porque entonces, estos, confiando en la virtud del proceder, se entregan a él sin temor. Antes de esperar dominar a los malos Espíritus, es menester dominarse a sí mismo. De todos los medios para adquirir fuerza para conseguirlo, el más eficaz es la voluntad secundada por la oración; la oración de corazón, se entiende, y no palabras en las cuales toma más parte la boca que el pensamiento. Es menester rogar a nuestro ángel guardián y a los buenos Espíritus que nos asistan en la lucha; pero no basta pedirles que aparten a los malos
Espíritus, es necesario acordarse de esta máxima, ‘Ayúdate, y el cielo te ayudará’, y pedirles, sobre todo, la fuerza que nos falta para vencer nuestras malas inclinaciones, que son para nosotros peores que los malos Espíritus, pues estas inclinaciones son las que los atraen, como la corrupción atrae a las aves de rapiña.
Rogar por el Espíritu obsesor, es devolverle bien por mal, y esto es ya una superioridad. Con perseverancia se acaba, en las más de las veces, por guiarlo de nuevo a mejores sentimientos y se consigue hacer de un perseguidor un agradecido.
En resumen, la oración ferviente y los esfuerzos serios para mejorarse, son los únicos medios de alejar los malos Espíritus, los cuales reconocen a sus maestros, en aquellos que practican el bien, mientras que las formulas les causan risa, la cólera y la impaciencia los excitan. Es menester cansarlos mostrándose más paciente que ellos.
Pero algunas veces sucede que la subyugación aumenta hasta el punto de paralizar la voluntad del obsesado y no puede esperarse de su parte ningún concurso serio. Entonces es cuando es necesaria la intervención de un tercero, sea por la oración, sea por la acción magnética; pero la potencia de esta intervención depende también del ascendiente moral que los interventores pueden adquirir sobre los Espíritus, pues si no valen mas que ellos, la acción es estéril. La acción magnética, en este caso, tiene por objeto impregnar en el fluido del obsesado otro mejor y arrojar el del mal Espíritu; cuando el magnetizador opera, debe tener el doble objeto de oponer una fuerza moral a otra moral y producir sobre el individuo,
una especie de reacción química, y sirviéndonos de una comparación material, diremos, sacar un fluido. Con esto, no solamente opera un cambio saludable, sino también, da fuerza a los órganos debilitados por un largo, y a menudo riguroso, apoderamiento. Se comprende, por otra parte, que la potencia de la acción fluídica esta en razón directa, no solamente de la energía de la voluntad, sino sobre todo de la calidad del fluido introducido, y después de lo que hemos dicho, esta cualidad depende de la instrucción y de las cualidades morales del magnetizador; de lo que se deduce que un magnetizador ordinario que obrara maquinalmente para magnetizar, pura y simplemente, produciría poco o ningún efecto: es absolutamente necesario un magnetizador espiritista, que obra con conocimiento, con la intención de producir, no el sonambulismo o una curación orgánica, sino los efectos que acabamos de describir. Por otra parte, es evidente que una acción
magnética dirigida en este sentido, no puede ser sino muy útil, en el caso de obsesión ordinaria, porque entonces, si el magnetizador esta secundado por la voluntad del obsesado, el Espíritu es combatido por dos adversarios en vez de uno.
Es preciso decir también que se achaca a Espíritus extraños malos hechos, de lo cuales son inocentes: ciertos estados de enfermedad y ciertas aberraciones que se atribuyen a una causa oculta, son algunas veces simplemente causa del Espíritu del individuo. Las contrariedades que más ordinariamente se han concentrado en sí mismo, los pesares amorosos, sobre todo, han hecho cometer muchos actos excéntricos que se haría mal, en darles el carácter de obsesiones.
Muchas veces se es obsesor de sí mismo. Añadiremos, en fin, que ciertas obsesiones tenaces, sobre todo en personas que las merecen, forman algunas veces parte de las pruebas a que están sometidas. "Y aun algunas veces sucede también que la obsesión, cuando es simple, es una tarea impuesta al obsesado, el cual debe trabajar para el mejoramiento del obsesor, como un padre para el de un hijo vicioso".
La oración es generalmente un poderoso medio para ayudar a libertarse los obsesados; pero no es la oración de palabra, dicha con indiferencia y como una formula trivial, que puede ser eficaz en caso semejante: es necesario una fervorosa oración, que al mismo tiempo sea una especie de magnetización mental; por el pensamiento se puede dirigir sobre el paciente una corriente fluídica saludable, cuya potencia esta en razón de la intención. La oración no tiene, pues, solamente por efecto el invocar un socorro extraño, sino también el ejercer una acción fluídica.
Lo que una persona no puede hacer sola, muchas personas unidas de intención en una oración colectiva y reiterada, lo pueden casi siempre, porque la potencia de acción aumenta con el número.
OBRAS PÓSTUMAS. ALLAN KARDEC.
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IMPOSIBILIDAD DE LAS PENAS ETERNAS
Imaginemos un joven de veinte años, como tantos que existen actualmente, ignorante, de instintos viciosos, que niega la existencia de su alma y la de Dios, entregado al descontrol y a cometer toda clase de perversidades. Posteriormente, en un medio favorable, ese joven trabaja, se instruye, se corrige gradualmente hasta convertirse en un creyente piadoso. ¿No es ese un ejemplo palpable del progreso del alma durante la vida, ejemplo que se reitera todos los días? Ese hombre muere a edad avanzada como un santo, y por cierto su salvación está asegurada. Con todo, ¿cuál habría sido su destino si un accidente lo hubiera llevado a la muerte cuarenta o cincuenta años antes? En esa época reunía todas las condiciones necesarias para que fuera condenado; de modo que, una vez condenado, toda forma de progreso le estaría vedada. Nos encontramos, pues, ante un hombre que sólo se salvó porque vivió más tiempo, y que, según la doctrina de las penas eternas, se habría perdido para siempre si hubiera vivido menos, tal vez como consecuencia de un accidente fortuito. Dado que su alma pudo progresar en un momento determinado, ¿por qué razón no habría podido progresar también después de la muerte, en caso de que una causa ajena a su voluntad le hubiera impedido hacerlo en vida? ¿Por qué Dios le habría negado los medios? El arrepentimiento, aunque tardío, no habría dejado de llegar. En cambio, si desde el instante mismo de su muerte se le hubiese impuesto una condena irremisible, su arrepentimiento habría sido infructuoso por toda la eternidad, y su aptitud para progresar habría quedado anulada para siempre.
El dogma de la eternidad absoluta de las penas es, por lo tanto, incompatible con el progreso de las almas, al cual opone una barrera infranqueable. Ambos principios se anulan recíprocamente, pues la existencia de uno implica forzosamente el aniquilamiento del otro. ¿Cuál de los dos es real? La ley del progreso existe realmente: no se trata de una teoría, sino de un hecho confirmado por la experiencia; es una ley de la naturaleza, ley divina, imprescriptible. Así pues, si esta existe y no puede conciliarse con la otra, entonces la otra no existe. Si el dogma de la eternidad de las penas fuese verdadero, san Agustín, san Pablo y tantos otros jamás habrían visto el Cielo en caso de que hubieran muerto antes de realizar el progreso que los condujo a la conversión.
A este último argumento responderán que la conversión de esos santos personajes no fue el resultado del progreso del alma, sino de la gracia que se les concedió y por la que fueron tocados.
Con todo, eso es un juego de palabras. Si esos santos practicaron el mal, y más tarde el bien, significa que mejoraron. Por consiguiente, progresaron. ¿Por qué Dios les habría concedido como favor especial la gracia de que se corrigieran? ¿Por qué a ellos sí y a otros no? Siempre se nos responde con la doctrina de los privilegios, incompatible con la justicia de Dios y con el amor que dispensa por igual a todas las criaturas.
Según la doctrina espírita, de acuerdo con las palabras mismas del Evangelio, con la lógica y con la justicia más rigurosa, el hombre es hijo de sus obras, tanto en esta vida como después de la muerte. No le debe nada a la gracia. Dios lo recompensa por los esfuerzos que realiza, y lo castiga por su negligencia durante todo el tiempo que se obstina en ella.
-Allan Kardec - Del Libro "El Cielo y el Infierno "-
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¡¡HAY QUE CREER!!
AMALIA DOMINGO SOLER.
—Créeme, Amalia, que te envidio — me decía mi amiga Catalina hace pocos días.
—¿Y por qué?, porque lo que es mi vida tiene poco que envidiar: vieja, enferma y pobre, te aseguro que no sé por qué me envidias.
—Envidio tu fe, tu fe que es inmensa, tu fe que es indestructible en la creencia de que los muertos resucitan y siguen tratándonos como si no se hubieran muerto. Mira que se necesitan tragaderas para creer semejantes paparruchas. Y que no hay quien te apee de tu burro. Aún recuerdo cuando le dijiste a todo un señor magistrado del Tribunal Supremo, que, aunque todos los espiritistas de este mundo dijeran que el Espiritismo era una farsa más o menos ingeniosa, tú dirías siempre que los muertos hablan con los vivos, que la comunicación de los Espíritus es innegable, que lo que tú habías visto y oído, te había convencido hasta la saciedad de la verdad del Espiritismo.
—Veo que tienes buena memoria, que recuerdas palabra por palabra mi conversación con el incrédulo magistrado, y lo que dije entonces lo diré siempre, porque cada uno habla de la feria según le va en ella, como dice un vulgar adagio.
—Pero no podrás negarme que la comunicación de los Espíritus se presta a innumerables supercherías.
—Se presta si se buscan las supercherías, pero como yo no las he buscado no las he
hallado.
—Dime, ¿tú no has evocado al Espíritu de tu madre, a la que tanto querías?
—No, jamás; esperé dieciocho años a que ella viniera espontáneamente; tenía en tanto su comunicación que no me quise exponer a un engaño.
—Luego, tú confiesas que hay engaños en las comunicaciones.
—¿Es que no hay engaños en la Tierra? ¿Para qué nos sirve nuestro entendimiento? Para evitarlos; mas, en el mismo engaño se encuentra la verdad de la comunicación. ¿Qué es la
comunicación? La prueba inequívoca de que hay una inteligencia que se apodera de un médium y éste habla muchas veces de lo que no entiende y en distinto lenguaje del que usa
habitualmente. Una cosa es la comunicación (la que es innegable), y otra la identidad del Espíritu que se comunica; la identidad es muy discutible, la comunicación es una verdad;
poco importa que el Espíritu dé un nombre supuesto: un Espíritu habla y se relaciona con nosotros, y ante un hecho hay que decir: esto es verdad.
—Para ti, sí; para mí, no.
—Claro está que no hay peor sordo que aquel que no quiere oír, y tú perteneces a esos desgraciados.
—¿Desgraciados?
—Sí, desgraciados; ¿quieres mayor desgracia que vivir entre tinieblas a las que uno mismo
se las forja? Voy a referirte un hecho que ha ocurrido últimamente. Un espiritista enfermo de neurastenia fue a un pequeño centro de curación, donde se practican algunas curas verdad por medio del magnetismo y la trasmisión del pensamiento. Una médium vidente y auditiva le dijo al espiritista enfermo:
—¿Se le ha muerto a usted algún hijo?
—No, señora, ninguno.
—Es extraño; en fin, quizá sea hijo de otra existencia, porque me dice: Dile a mi padre que velo por él, y que le doy cuanto le puedo dar con mi benéfica influencia. Es un niño muy pequeñito.
El espiritista quedó muy pensativo y de pronto exclamó: ¡Cómo he perdido la memoria, Dios mío! No recordaba que el primer hijo que tuvo mi esposa murió algunas horas después de haber nacido.
—Dime tú, ahora, si este hombre podrá dudar de la verdad de la comunicación. En aquel grupo nadie lo conocía, trasmisión de pensamiento no pudo haber porque el enfermo no recordaba a su primer hijo, y, sin embargo, la médium lo vio.
—Ya es curioso lo que me cuentas.
—Es más que curioso, Catalina, es una prueba innegable de la comunicación de los Espíritus.
—¿Y hay muchos casos así?
—Innumerables. Conocí a una señora valenciana, mujer muy distinguida, verdaderamente aristócrata, que perdió a su esposo y a su único hijo que contaba dos años al morir. Ella estudió, devoró las obras de Allan Kardec y de otros escritores espiritistas, probó ser médium escribiente y no logró trazar ni una letra, estaba desesperada, ella quería a todo trance comunicarse con su hijo o su marido, y todas sus pruebas resultaban inútiles. Una amiga suya viendo su desesperación y su incredulidad, la llevó a una reunión de humildes pescadores, donde nadie la conocía. Se concentró una médium y dirigiéndose a la madre desolada le dijo así: No llores, tu hijo está junto a ti y te acaricia, te da muchos besos.
—¿Y cómo es ese niño? ¿Va vestido de blanco como se presentan los ángeles? —dijo la señora con marcada ironía.
—No, no; no va vestido de blanco, lleva una blusita de muselina que tiene un dibujo blanco y negro formando cuadritos, lleva un cinturón negro y unas botitas blancas, viejas y sucias.
Al oír estas palabras la señora lanzó un grito agudísimo y perdió el conocimiento; la descripción que hacía de su hijo no podía ser más exacta, el niño en su capricho de enfermo, en sus últimos días no quiso quitarse ni el vestido ni las botas y su madre, respetando su voluntad, lo enterró con la blusita de cuadros blancos y negros y las botitas blancas, viejas y sucias.
—Esto me llama más la atención y casi, diré, como tú, que hay que creer.
—Sí, Catalina; hay que creer en la comunicación de los Espíritus, en lo que no hay que creer es en la infalibilidad de los mismos; la comunicación es innegable, es la verdad eterna y debe estudiarse, porque es la ciencia del infinito.
—Créeme, Amalia, que te envidio — me decía mi amiga Catalina hace pocos días.
—¿Y por qué?, porque lo que es mi vida tiene poco que envidiar: vieja, enferma y pobre, te aseguro que no sé por qué me envidias.
—Envidio tu fe, tu fe que es inmensa, tu fe que es indestructible en la creencia de que los muertos resucitan y siguen tratándonos como si no se hubieran muerto. Mira que se necesitan tragaderas para creer semejantes paparruchas. Y que no hay quien te apee de tu burro. Aún recuerdo cuando le dijiste a todo un señor magistrado del Tribunal Supremo, que, aunque todos los espiritistas de este mundo dijeran que el Espiritismo era una farsa más o menos ingeniosa, tú dirías siempre que los muertos hablan con los vivos, que la comunicación de los Espíritus es innegable, que lo que tú habías visto y oído, te había convencido hasta la saciedad de la verdad del Espiritismo.
—Veo que tienes buena memoria, que recuerdas palabra por palabra mi conversación con el incrédulo magistrado, y lo que dije entonces lo diré siempre, porque cada uno habla de la feria según le va en ella, como dice un vulgar adagio.
—Pero no podrás negarme que la comunicación de los Espíritus se presta a innumerables supercherías.
—Se presta si se buscan las supercherías, pero como yo no las he buscado no las he
hallado.
—Dime, ¿tú no has evocado al Espíritu de tu madre, a la que tanto querías?
—No, jamás; esperé dieciocho años a que ella viniera espontáneamente; tenía en tanto su comunicación que no me quise exponer a un engaño.
—Luego, tú confiesas que hay engaños en las comunicaciones.
—¿Es que no hay engaños en la Tierra? ¿Para qué nos sirve nuestro entendimiento? Para evitarlos; mas, en el mismo engaño se encuentra la verdad de la comunicación. ¿Qué es la
comunicación? La prueba inequívoca de que hay una inteligencia que se apodera de un médium y éste habla muchas veces de lo que no entiende y en distinto lenguaje del que usa
habitualmente. Una cosa es la comunicación (la que es innegable), y otra la identidad del Espíritu que se comunica; la identidad es muy discutible, la comunicación es una verdad;
poco importa que el Espíritu dé un nombre supuesto: un Espíritu habla y se relaciona con nosotros, y ante un hecho hay que decir: esto es verdad.
—Para ti, sí; para mí, no.
—Claro está que no hay peor sordo que aquel que no quiere oír, y tú perteneces a esos desgraciados.
—¿Desgraciados?
—Sí, desgraciados; ¿quieres mayor desgracia que vivir entre tinieblas a las que uno mismo
se las forja? Voy a referirte un hecho que ha ocurrido últimamente. Un espiritista enfermo de neurastenia fue a un pequeño centro de curación, donde se practican algunas curas verdad por medio del magnetismo y la trasmisión del pensamiento. Una médium vidente y auditiva le dijo al espiritista enfermo:
—¿Se le ha muerto a usted algún hijo?
—No, señora, ninguno.
—Es extraño; en fin, quizá sea hijo de otra existencia, porque me dice: Dile a mi padre que velo por él, y que le doy cuanto le puedo dar con mi benéfica influencia. Es un niño muy pequeñito.
El espiritista quedó muy pensativo y de pronto exclamó: ¡Cómo he perdido la memoria, Dios mío! No recordaba que el primer hijo que tuvo mi esposa murió algunas horas después de haber nacido.
—Dime tú, ahora, si este hombre podrá dudar de la verdad de la comunicación. En aquel grupo nadie lo conocía, trasmisión de pensamiento no pudo haber porque el enfermo no recordaba a su primer hijo, y, sin embargo, la médium lo vio.
—Ya es curioso lo que me cuentas.
—Es más que curioso, Catalina, es una prueba innegable de la comunicación de los Espíritus.
—¿Y hay muchos casos así?
—Innumerables. Conocí a una señora valenciana, mujer muy distinguida, verdaderamente aristócrata, que perdió a su esposo y a su único hijo que contaba dos años al morir. Ella estudió, devoró las obras de Allan Kardec y de otros escritores espiritistas, probó ser médium escribiente y no logró trazar ni una letra, estaba desesperada, ella quería a todo trance comunicarse con su hijo o su marido, y todas sus pruebas resultaban inútiles. Una amiga suya viendo su desesperación y su incredulidad, la llevó a una reunión de humildes pescadores, donde nadie la conocía. Se concentró una médium y dirigiéndose a la madre desolada le dijo así: No llores, tu hijo está junto a ti y te acaricia, te da muchos besos.
—¿Y cómo es ese niño? ¿Va vestido de blanco como se presentan los ángeles? —dijo la señora con marcada ironía.
—No, no; no va vestido de blanco, lleva una blusita de muselina que tiene un dibujo blanco y negro formando cuadritos, lleva un cinturón negro y unas botitas blancas, viejas y sucias.
Al oír estas palabras la señora lanzó un grito agudísimo y perdió el conocimiento; la descripción que hacía de su hijo no podía ser más exacta, el niño en su capricho de enfermo, en sus últimos días no quiso quitarse ni el vestido ni las botas y su madre, respetando su voluntad, lo enterró con la blusita de cuadros blancos y negros y las botitas blancas, viejas y sucias.
—Esto me llama más la atención y casi, diré, como tú, que hay que creer.
—Sí, Catalina; hay que creer en la comunicación de los Espíritus, en lo que no hay que creer es en la infalibilidad de los mismos; la comunicación es innegable, es la verdad eterna y debe estudiarse, porque es la ciencia del infinito.
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LOS SENTIMIENTOS
Inicialmente recurrimos al diccionario Aurélio para definir o que es el Sentimiento. Encontramos lo que sigue: Acción o efecto de sentir. Sensibilidad. Conjunto de cualidades morales del indivíduo.
Los sentimientos fueron estudiados por varias áreas de estudio del conocimiento humano. Los investigadores materialistas creen que los sentimientos son una mera manifestación de áreas localizadas en el cerebro. Inactivándola, la persona no demuestra sentimiento alguno. No tenemos duda de que el cerebro es el vehículo de expresión de la mente, pero no de la propia mente.
Los sentimientos fueron estudiados por varias áreas del estudio del conocimiento humano. Los investigadores materialistas creen que los sentimientos son una mera manifestación de áreas localizadas en el cerebro. Inactivándola, la persona no demuestra sentimiento ninguno. No tenemos duda de que el cerebro es el vehículo de expresión de la mente, pero, no es la propia mente. Los estudiosos afirman que entre expresar y ser, existe una distancia considerable. Actualmente, los neurocientíficos consiguieron localizar, en el cerebro, las regiones correspondientes al habla, a la audición, a la parte de la inteligencia, a las diversas emociones, a los sentimientos y los demás atributos del hombre.
Recientemente ellos ya consiguieron descubrir el recorrido desarrollado en el cerebro por una saludable o negativa emoción, así como en el trabajo de las neuronas en el mando de los agentes psíquicos que resultan de esa energética en movimiento en las capas cerebrales. Y lo más interesante, dependiendo de la emoción o del sentimiento, el cerebro tutela en la producción de ciertas hormonas y demás substancias químicas correspondientes al tipo de la función psíquica ejercitada en aquel momento, pudiendo de ahí, generar la salud o la enfermedad.
El Dr. Deepack Chopra, endocrinólogo hindú, erradicado en Estados Unidos y autor de varios libros, dice que: el estudio del cerebro es muy significativo por aquello que él representa en la estructura del cuerpo físico, así como por la gran central desencadenadora de reacciones químicas que él es. Sin embargo, por detrás de él está la fuente mental de todos los fenómenos intelectivos, emocionales y morales: El Espíritu. En el siglo XIX, también, fue presentado, científicamente, al mundo por el eminente pedagogo francés, Allan Kardec.
Como estamos en el inicio de la Era del Espíritu, surgen, actualmente, algunos estudios en la propia área médica y psicológica acerca de la plegaria, de la meditación, de la transmisión de energías psicofísicas (pases espíritas), de la reencarnación y de la influencia de la mente extrafísica sobre el cuerpo humano.
Son ensayos promocionados desarrollados por algunas Universidades Americanas y Brasileñas que ya se interesan por este tipo de investigaciones, aún, que existen resultados significativos en el campo de la salud física y mental cuando las personas meditan, cuando efectúan plegarias y cuando son sometidas a los llamados toques terapéuticos (el conocido pase espírita aplicado, gratuitamente, en los Centros Espíritas de Brasil). Además de estas investigaciones, vimos el trabajo desarrollado por el Dr. Ian Stevenson, de la Universidad de Virginia, en California, sobre la Reencarnación. El Dr. Stanislaw Grof de la Universidad Americana Jonhs Hopkins que lanzó los libros: “Además del Cerebro” y “Emergencia Espiritual”, presentando, así, una propuesta revolucionaria en la dirección de la conciencia humana.
El escritor espírita Jason de Camargo en su libro la ‘Educación de los Sentimientos’ afirma que el Sentimiento es el cenit de la Espiritualidad. El puede ser considerado una función racional, pero sutil, porque obedece a la lógica del corazón y no de la cabeza. La lógica del Amor, por ejemplo, transciende la racionalidad intelectiva, pero no transciende la racionalidad de las leyes que también están vigente en el alma humana y que son tan o más importantes que aquellas que se refieren a la intelectualidad del hombre.
Podemos alegar que Chico Xavier, Bezerra de Menezes, Divaldo Franco y tantos otros, de este y del siglo pasado, por sus vivencias trabajaron en el Amor y en la Caridad los sentimientos superiores realizando una obra de transformació n de la humanidad conforme la afirmación del Espíritu de Verdad: “Espíritas Amaos, este el primer mandamiento; instruiros, este el segundo”. La prioridad fue dirigida al “Amor”, justamente por ser la ley suprema de la conciencia y la madre de todas las virtudes.
Finalmente actuando por la educación de los Sentimientos, por descontado, encontraremos la paz y la salud, liberándonos de los varios tipos de sufrimientos de esta o de otras vivencias.
João Batista Cabral – Presidente da ADE-SE - Associación de Divulgadores de Espiritismo de Sergipe. Conferenciante. Periodista. Psicoterapeuta Transpersonal.
Trabajo publicado en el Diario Cinform de Aracaju para una edición de 22.000 ejemplares.
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