martes, 24 de marzo de 2015

Niños Prodigio


Blaise Pascal (1623-1662)

                                   
 NIÑOS PRODIGIO

La observación del ser humano muestra individualmente considerables diferencias en las aptitudes, en las facultades, en la inteligencia y en el grado de evolución de cada uno.
A simple vista, esta desigualdad puede constituir una evidente anomalía, una negación de la justicia, lo que es incompatible con los atributos del bien. En efecto, si se admite – como lo hacen las religiones dogmáticas – que los Espíritus son creados nuevos e idénticos para su encarnación en la Tierra, esas diferencias no pueden lógicamente existir.
La explicación materialista es igualmente inadmisible, al hacer depender esas diferencias intelectuales y

Arthur Rubinstein (1887-1982).
morales de un estado de la materia cerebral. Tampoco podemos detenernos solamente en la transmisión de los caracteres adquiridos por los ascendientes: la herencia genética puede tener una influencia considerable, pero esta teoría es completamente insuficiente para explicar racionalmente los hechos y en particular el fenómeno de los niños-prodigio; pues si fuera así, debiera concluirse que la procreación de un niño genio es una falla genética de sus ascendientes. Por el contrario, los fundamentos del Espiritismo nos dan muy nítidamente la causa de esas constataciones a través de la enseñanza de las existencias anteriores del Espíritu y de sus pretéritas adquisiciones intelectuales y morales, que varían en cada uno según su grado de evolución. Éstas nos dan la clave del enigma mediante las propiedades del periespíritu, que trae en sí todas nuestras adquisiciones pasadas – como un registro de nuestras reencarnaciones –, y que por intermedio del
nacimiento terrestre se van desarrollando ulteriormente como una semilla. La Doctrina Espírita codificada por Allan Kardec enseña que, en su origen, Dios creó a todos los Espíritus simples, ignorantes  e idénticos en todo. Cada uno de ellos es dotado de la intuición de tener que progresar moralmente hacia el bien y de desarrollar su intelecto a través de la adquisición de todos los conocimientos. Su evolución debe ser el producto de su propio mérito. Tiene por guía su libre albedrío y su conciencia. Todos poseen en estado latente las mismas facultades intelectuales y morales que deben desarrollar mediante el trabajo y el esfuerzo en las luchas, en las vicisitudes y en las tribulaciones de sus diversas existencias. Para esto, pasan por pruebas que, si bien transpuestas, los hacen alcanzar los diferentes progresos, que por medio de su obra personal irán a regir su destino futuro, siendo que esas cualidades se volverán adquisiciones definitivas. El Espíritu recorre su evolución en diferentes fases, ya sea en el estado de erraticidad o en el estado de encarnación en los diversos mundos que pueblan el Universo. En el estado de Espíritu desencarnado, tiene la conciencia de que él ocupa una posición en la escala espírita. Se da cuenta de los diversos adelantos que le faltan adquirir y de los medios que debe emplear para alcanzarlos. Generalmente posee el conocimiento completo de sus existencias anteriores y al ocurrir ello, busca en la vida futura el compromiso con el cual deberá continuar su progreso hacia la perfección relativa, y pide a Dios la oportunidad de reencarnar. En  este nuevo estado, adquiere para el trabajo todos los conocimientos científicos que le son indispensables. Experimenta las pruebas materiales necesarias para su mejoramiento moral. La encarnación terrestre es uno de los grados menos avanzados de la escala espírita. El Espíritu nunca retrocede; sus conquistas morales, así como sus adquisiciones científicas anteriores, permanecen con él indefinidamente. Éstas sirven de base para conquistar otras, mientras que en la erraticidad el Espíritu readquiere el conocimiento de sus existencias pasadas. Al reencarnarse nuevamente, el alma humana pierde cuestiones de historia y de geografía, siendo más erudito que muchos de los sabios de  su tiempo; desencarnó hace cinco años atrás. Mozart, que comenzó sus estudios  musicales a los 3 años, para quien este arte pareció ser un
Wolfgang Amadeus Mozart .
Ludwig van Beethoven 
 lenguaje natural desde su más tierna infancia, se reveló a los 7 años como  un compositor de talento y produjo su primera ópera a los 12 años. Nos extenderíamos mucho en nuestro trabajo si diésemos la biografía de tantos otros: Rubinstein, Beethoven, Liszt, Paganini, Chrichton, Hamilton, De Kerkove, etc. Nosotros nos limitaremos en este artículo a citar un caso, estudiado científicamente por un grupo de distinguidos sabios, los cuales investigaron en sus menores detalles ese tipo de niño-prodigio. El
 Charles Richet,
caso fue presentado en una asamblea general del Congreso de Psicología de París por el profesor Charles Richet, especializado en Psicología por la Universidad de París. Esta sesión tuvo lugar el 21 de agosto de 1900. Las actas se encuentran publicadas en la Revue Scientifique (Revista Científica) del 6 de octubre de 1900, pág. 432, así como en la reseña oficial del Congreso de Psicología de 1900. Se trata de Pepito Arriola, un niño de 3 años y medio, de origen español, que a esa edad improvisaba músicas múltiples y variadas.
Reproducimos textualmente el informe del profesor Richet: «He aquí lo que cuenta su madre sobre la manera por la cual ella percibió por primera vez los extraordinarios dones musicales del niño Pepito, y que yo transcribo exactamente con sus propias palabras: «Mi hijo tenía casi 2 años y medio cuando fortuitamente descubrí por primera vez sus aptitudes musicales. En esa época un músico amigo me envió una composición suya y yo me puse a tocarla con bastante frecuencia: es probable que mi nene estuviese prestando atención, pero no lo percibí. Ahora bien, una mañana escucho tocar al lado de mi cuarto la misma composición, con tanto dominio y precisión que quise saber quién estaba tocando así el piano en mi casa. Entré al salón y vi a mi pequeño hijo que estaba solo y que tocaba el piano. Él estaba sentado en un banco alto, donde se había subido solito, y al verme se puso a reír y me dijo: ‘¡Mamá linda!’ Creo que eso fue un verdadero milagro.» «A partir de ese momento, el pequeño Pepito se puso a tocar piano sin que su madre le diera clases, tanto las piezas que ella tocaba delante de él, como las composiciones que él mismo inventaba. Después desarrolló bastante destreza y se puede decir que alcanzó un verdadero progreso. El 4 de diciembre de 1899, es decir, a la edad de tres años y doce días, Pepito tocó en el Palacio Real de Madrid delante del rey y de la reina madre. Allí ejecutó seis composiciones musicales de su autoría, las cuales han sido escritas. Él no sabía leer; hacía dibujos y a veces se divertía al escribir sus composiciones. Que quede claro que esta escritura no tenía sentido alguno; pero él se divertía bastante al hacer trazos en un pequeño papel. En el lugar superior de la hoja (en donde se colocan las indicaciones de la música en las partituras) hacía garabatos, que según él significaban el género musical de cada fragmento: si era una sonata, una habanera, un vals, etc.; después, en la parte inferior de la hoja, trazaba líneas en las que hacía rasgos, los cuales querían significar la clave de sol, y también líneas negras que – según Pepito – eran las notas. Observaba esa hoja con satisfacción, la colocaba en el piano y decía: ‘Voy a tocar esto’. En efecto, fijaba los ojos en ese papel uniforme y comenzaba a hacer una improvisación de forma admirable. Para estudiar metódicamente el modo como tocaba piano, he efectuado una distinción entre la ejecución y la invención: «La ejecución: La realiza de manera cándida; sin tener clases, se percibe que él ha hecho su propia digitación en todas las piezas musicales. Sin embargo, esa digitación es muy hábil, tanto como se lo permite la pequeñez de sus manos, que no pueden alcanzar una octava. Entonces él reemplazó la octava – y esto es curioso – por arpegios inteligentemente ejecutados y muy rápidos. Toca con las dos manos. Para dar ciertos efectos o crear determinadas armonías, frecuentemente cruza las manos. A veces también levanta la mano bien alto mientras ejecuta la melodía con la mayor seriedad, como los pianistas renombrados, para luego dejarla caer en la nota justa. No es probable que esto lo haya aprendido, porque la manera de tocar de su madre – que es muy honorable, pero que no tiene nada de extraordinario – de forma alguna es análoga. Algunas veces interpreta frases musicales con una agilidad asombrosa y un vigor sorprendente para un niño de su edad. Además de todas esas cualidades, es preciso confesar que esta ejecución es inigualable. «Él balbucea algo durante medio minuto, y de repente – como si estuviese inspirado – se pone a tocar con agilidad y precisión. Yo lo he escuchado tocar fragmentos bastante difíciles: una habanera ‘gallega’ y la Marcha Turca de Mozart, con una extrema habilidad en ciertos pasajes. Además de la digitación, la armonía es completamente extraordinaria: casi siempre encuentra el acorde justo y, si titubea en el comienzo de un fragmento, tantea algunos segundos y después retoma la armonía exacta. No es una armonía muy
Pepito Arriola 
complicada: se trata casi siempre de acordes más simples. Pero a veces inventa de repente cosas sorprendentes. A decir verdad, lo que deja más estupefacto no es la digitación, ni la armonía, ni la agilidad, sino su expresión musical. Él tiene una admirable riqueza de expresión. Ya sea que se trate de un fragmento triste o alegre, marcial o enérgico, su expresión es impresionante. Le he pedido a su madre que toque el mismo fragmento que él: seguramente ella lo tocaba mejor, sin titubear en las notas, sin buscar a tientas y sin repetir; pero el pequeño niño tenía mucho más expresión que su madre. «Incluso a menudo, esta expresión es tan fuerte y tan trágica en ciertas músicas melancólicas o fúnebres, que se tiene la sensación de que Pepito, con su digitación imperfecta, no puede expresar todas las ideas musicales que vibran en él; de modo que casi me atrevería a decir que él es mucho mayor músico de lo que parece ser. «No solamente puede ejecutar los fragmentos que él acaba de escuchar a otro tocar en el piano, sino que también puede – aunque con mayor dificultad – ejecutar canciones que él ha escuchado en otro momento. Es una maravilla verlo buscar, encontrar y reconstituir los acordes del bajo armónico, como lo haría un hábil músico. En una experiencia hecha recientemente, uno de mis amigos ha cantado para él una melodía muy complicada. Después de haberla escuchado cinco o seis veces, Pepito se sentó al piano diciendo que se trataba de una habanera – lo que era verdad – y la repitió, no enteramente, pero al menos en sus partes esenciales.» «La invención: Cuando se escucha una improvisación, a menudo es muy difícil diferenciarla de una invención o una reproducción de la memoria, con respecto a las composiciones y a los fragmentos ya escuchados. Sin embargo, es cierto que cuando Pepito se puso a improvisar, él casi nunca se detuvo y frecuentemente encontró melodías extremamente interesantes, que a todos los asistentes les parecieron más o menos nuevas. Hay una introducción, un desarrollo y un final. Al mismo tiempo, existe una variedad y una riqueza de sonidos que pueden ser sorprendentes en un músico profesional, pero que cuando se trata de un chico de tres años y medio nos deja absolutamente estupefactos.» Este ejemplo es típico. Todos los otros podrían ser calcados en él. Esta precocidad constatada por la intelectualidad, existe desde el punto de vista moral.
Niccolo Paganini . 
Niños de corta edad contrastan en su medio, ya sea por la diversidad, por el vicio o por su conducta irreprochable en un ambiente libertino. Cuando el entorno no muestra ningún defecto moral, cuando la educación es la madre de todos los niños y cuando ningún mal ejemplo ha podido influir en alguno de ellos – entre sus hermanos y hermanas normales – contrastan a veces prodigios de audacia y de habilidad para consumar el mal. Por el contrario, también podemos ver en medios esencialmente inmorales, donde los niños solamente reciben los ejemplos de la depravación y del vicio, algunos de ellos permanecen estoicos, con una conducta y una pureza de costumbres irreprochables. Sólo podemos encontrar la explicación de esas desigualdades intelectuales y morales en las teorías espíritas de las adquisiciones pretéritas provenientes de las existencias anteriores, durante las cuales esas cualidades especiales o esas perversidades extremas han sido cosechadas por el Espíritu actualmente encarnado. Las almas fueron creadas simples e ignorantes en su origen; las aptitudes y las predisposiciones especiales nos demuestran la necesidad de todo un pasado de trabajo para llegar al punto de evolución donde el hombre ya se encuentra cuando se encarna en la Tierra. Sin esta explicación, esta diversidad de inteligencias, esas divergencias tan grandes en la moralidad de los hombres serían un enigma perpetuo sin solución posible. Al contrario, con la Doctrina Espírita todo se explica naturalmente. Esas cualidades que el hombre trae al nacer son también pruebas de la preexistencia del Espíritu a su encarnación terrestre. Esta desigualdad intelectual y moral, esa convivencia de seres evolucionados con seres de grados diferentes es además necesaria para el progreso de nuestra Humanidad. Para los Espíritus inferiores es preciso que Espíritus moral y científicamente más elevados vivan entre aquellos, a fin de auxiliarlos y para servirles de ejemplo. Esto también permite que los más adelantados colaboren con el progreso de sus semejantes y que practiquen para su propia evolución la ley de caridad que ordena a los hombres ayudarse mutuamente.
Enrique Eliseo Baldovino, Traductor del original francés al español.

NOTA DEL TRADUCTOR

Como profesor de música clásica que soy, conozco de cerca la gran dificultad de tocar piano como Pepito Arriola tocaba: es realmente muy trabajoso llegar a hacer una octava (distancia o intervalo de ocho notas que se tocan al mismo tiempo), con una manito de un niño de tres años y medio, lo que obliga a extender los dedos y la mano de una manera muy difícil, casi imposible, si no fuere por otro medio no convencional, lo que explica la digitación (poner el número cierto de los dedos en cada nota) especial de Pepito en la realización de los arpegios rápidos – que no son menos difíciles – para alcanzar dichas octavas.
Además de su ejecución, también me llamó mucho la atención los garabatos que significaban la
son también pruebas de la preexistencia del Espíritu a su encarnación terrestre. Esta desigualdad intelectual y moral, esa convivencia de seres evolucionados con seres de grados diferentes es además necesaria para el progreso de nuestra Humanidad. Para los Espíritus inferiores es preciso que Espíritus moral y científicamente más elevados vivan entre aquellos, a fin de auxiliarlos y para servirles de ejemplo. Esto también permite que los más adelantados colaboren con el progreso de sus semejantes y que practiquen para su propia evolución la ley de caridad que ordena a los hombres ayudarse mutuamente.

Extraído de La Revue Spirite Nº 65 Centro Lionés de Estudio y de Divulgación de la Doctrina Espírita  y el Departamento de Estudios e Investigaciones de la USFF

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HEREDITARIEDAD

Realmente no podemos negar los principios de la hereditariedad en la formación del cuerpo físico.
El fruto es la síntesis del árbol.
La casa construida revela la calidad del operario que aseguró  el levantamiento.
Nuestros padres, en la Tierra, por eso mismo, son los artífices de la genética, plasmando  el instrumento adecuado, para nuestra realización, a largo plazo, entre los hombres.
Urge, sin embargo, considerar que la morada material nada tiene  que ver, sustancialmente  con su inquilino provisorio, como el lecho nada posee de común con el enfermo que lo ocupa, exceptuándose naturalmente  el valor del servicio prestado  a uno y a otro, por cuanto, sin el domicilio, el hombre estaría relegado a la intemperie, sin el catre  acogedor, el enfermo perecería por deficiencia de protección.
En la consanguinidad terrestre, nos reunimos unos a los otros, de modo general, por los principios de afinidad.
Padres delincuentes traen espíritus viciosos que, se les afilian a la carne transitoria, les imponen el duro trabajo regenerativo, al paso que hogares dignos invocan  la presencia de almas ennoblecidas y bellas que eligen  en la sensibilidad y en el amor, en la ciencia  y en la virtud su clima ideal.
Semejante regla, con todo, tiene sus excepciones porque en el ambiente sombrío de la biciación y del crimen  pueden aparecer criaturas embargadas por el más alto nivel de evolución, cumpliendo ahí difíciles tareas de renunciamiento y elevación para que la luz se haga entre los que  se refocilan en las tinieblas, mientras que en los círculos felices pueden surgir almas  torvas, emisarias  de sufrimientos y sombras, trazando angustiante reajuste a la asamblea familiar  en la que temporalmente están.
De ese modo, la familia terrena  es la forja de lazos purificadores, en la que cada espíritu renaciente, aunque recogiendo de la descendencia doméstica el cuerpo  que mereció, es, en el fondo, el heredero de sí mismo, una vez que cada uno de nosotros trae consigo del pasado remoto  y próximo las bendiciones y llagas, las aflicciones y las alegrías que sumo para sí mismo en los caminos inmensurables del tiempo.
Seamos cultores de la sabiduría y del amor, de la bondad y de la educación, aun ahora, por cuanto, si somos hoy los esclavos de la espinosa plantación del pretérito, seremos mañana venturosos señores de nuestros propios destinos, si esposamos el bien por norma inalterable de nuestra paz, desde hoy.

Por el espíritu Emmanuel – Del Libro: Sembrador  en los Nuevos Tiempos, Médium Francisco Cándido Xavier
 Traducido del Portugués al Español por Merchita

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ALLAN KARDEC HABLA CON             UN ESPÍRITU LIGERO

Un Espíritu ligero
l Sr. J..., uno de nuestros compañeros de la Sociedad, había visto varias veces llamas azules rondando su cama. Al tener la certeza de que era una manifestación, tuvimos la idea – el 20 de enero último – de evocar a uno de esos Espíritus, a fin de compenetrarnos sobre su naturaleza.
1. Evocación. – Resp. ¿Qué quieres de mí? 
2. ¿Con qué objetivo te has manifestado en la casa del Sr. J...? – Resp. ¿Qué te importa? 
3. A mí poco me importa, es cierto; pero esto no es indiferente para el Sr. J... – Resp. ¡Ah, qué bella razón! .
Nota – Estas primeras preguntas han sido realizadas por el Sr. Kardec. El Sr. J... prosiguió el interrogatorio. 
4. Es que no recibo a cualquiera de buen grado en mi casa. – Resp. Te equivocas: yo soy muy bueno. 
5. Hazme pues, el favor de decirme lo que hacías en mi casa. – Resp. ¿Crees por acaso que, porque soy bueno, debo obedecerte? 
6. Me han dicho que eres un Espíritu ligero.1 – Resp. Se me ha hecho intempestivamente una muy mala reputación. 
7. Si es una calumnia, pruébalo. – Resp. No quiero.
 8. Bien que yo podría emplear un medio para hacerte decir quién eres. – Resp. Esto me divertiría un poco: palabra de honor.
 9. Te intimo a decirme lo que hacías en mi casa. – Resp. Yo solamente tenía el objetivo de divertirme. 
10. Esto no está de acuerdo con lo que me han dicho los Espíritus superiores. – Resp. He sido enviado a tu casa y tú sabes la razón. ¿Estás contento? 
11. Entonces has mentido. – Resp. No. 
12. ¿No tenías pues, malas intenciones? – Resp. No; te han dicho lo mismo que yo. 
13. ¿Podrías decirme cuál es tu clase entre los Espíritus? – Resp. Me gusta tu curiosidad. 
14. Ya que pretendes ser bueno, ¿por qué me contestas de una manera tan poco conveniente? – Resp. ¿Por ventura te he insultado? 
15. No; pero ¿por qué respondes de modo evasivo y te rehúsas a darme las informaciones que te pido? – Resp. Soy libre para hacer lo que quiero, bajo el comando de ciertos Espíritus. 
16. Vamos, veo con placer que comienzas a volverte menos inconveniente y presiento que me he de relacionar contigo más amablemente. – Resp. Pon de lado tus frases: así será mucho mejor. 
17. ¿Con qué forma estás aquí? – Resp. No tengo forma. 
18. ¿Sabes lo que es el periespíritu? – Resp. No; a menos que sea el viento. 
19. ¿Qué podría yo hacer que te sea agradable? – Resp. Ya te lo he dicho: cállate. 
20. La misión que has venido a cumplir en mi casa, ¿te ha hecho avanzar como Espíritu? – Resp. Ése es otro asunto; no me hagas tales preguntas. Sabes que obedezco a ciertos Espíritus: dirígete a ellos; en cuanto a mí, pido para irme. 
21. ¿Hemos tenido malas relaciones en otra existencia, y sería ésa la causa de tu mal humor? – Resp. Tú no te acuerdas de las cosas malas que has dicho de mí, y esto a quien quería escucharlas. Cállate, te digo.
 22. No he hablado de ti sino lo que me han dicho los Espíritus superiores a tu respecto. – Resp . Has dicho también que yo te había obsesado. 
23. ¿Estás satisfecho con el resultado que has obtenido? – Resp. Eso es asunto mío. 
24. ¿Quieres entonces que siempre conserve de ti una mala opinión? – Resp. Es posible; me voy.
 Nota – Por las conversaciones que hemos relatado se puede ver la extrema diversidad que existe en el lenguaje de los Espíritus, según el grado de su elevación. El de los Espíritus de esta naturaleza es casi siempre caracterizado por la brusquedad y por la impaciencia; cuando son llamados a las reuniones serias percibimos que no vienen de buen grado; tienen prisa en irse, porque no están cómodos en medio de sus superiores y de personas que de algún modo los ponen en aprietos con preguntas. No sucede lo mismo en las reuniones frívolas, donde se divierten con sus chistes: están como en su casa y lo disfrutan mucho.  
Luis 

Allan Kardec -  Revista Espírita de marzo de 1859 
Traducción de los originales frances y notas de Enrique Baldovino


(1) Véase la RE feb. 1858 –II : Escala Espírita, págs. 40-41, los Espíritus ligeros (9ª Clase), que se encuentran en el Tercer Orden: Espíritus Imperfectos. Tb. consultar El Libro de los Espíritus, cuestión 103 (9ª Clase) [sobre el cambio del número de las Clases cf. la N. del T. 35 de 1858]. (RE mar. 1859 –V d: Conversaciones familiares del Más Allá – Un Espíritu ligero, pág. 78.)

«La clasificación de los Espíritus está basada en su grado de progreso; además no es absoluta, cada categoría no ofrece más que un carácter sobresaliente; pero la transición es insensible de un grado a otro». 
 Allan Kardec

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