martes, 2 de agosto de 2022

El Alma, según Allán Kardec

   INQUIETUDES

1.- Misión de la madre

2.- La Eutanasia

3.- El Libre albedrío y la Providencia

4.- El Alma, según Allán Kardec


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                                        MISIÓN DE LA MADRE                

Cuando se establezca una doctrina basada en sólidas razones y despojada de toda clase de fanatismo, que nos enseñe a amarnos mutuamente, sin distinción de clases, lograremos realizar el bello ideal del progreso, siguiendo nuestra veloz carrera sin que falsas preocupaciones interrumpan su curso natural; y nadie dudará de que el Espíritu sobrevive a la materia, y que el autor de la naturaleza da todos los medios necesarios para purificar el espíritu de los males que nos dominan, sin tener que recurrir al fuego eterno, como a lo largo de muchos siglos han tenido aterrorizadas a nuestras pasadas generaciones, sin sacar ningún provecho de tantos absurdos. La instrucción debe ser la base fundamental para despojar todas esas ridículas creencias que tanto dicen en contra de la civilización. El infierno, que por desgracia aún existe en el centro de la ignorancia, desaparecerá para no volver, y en su lugar resplandecerá la esperanza, que dará valor al criminal, que ya no creerá en su eterna condenación, y el saber que puede expiar sus desaciertos, dará fin a ellos para comenzar su regeneración, El hombre de bien no rechazará al culpable, como ahora sucede, sino que le prestará su apoyo para ayudarse mutuamente en la carrera de la vida; pero ante todo es menester que la mujer no esté fanatizada y sepa interpretar el Evangelio de Cristo tal como la razón lo enseña, no admitiendo falsas doctrinas para creer en la supervivencia del alma; entonces reconocerá a un Dios justo, que no perdona en días determinados, sino que da a cada uno según sus obras, y que nadie puede evadirse con oraciones de la responsabilidad que contrae el obrar mal, o el dejar de hacer todo el bien posible.

   Cuando la mujer sepa rechazar antiguas preocupaciones que tienen encarcelada su inteligencia, querrá por medio de la instrucción llegar al nivel del hombre y ávida de progreso transformará la curiosidad que en muchos es un defecto, en una curiosidad útil; querrá saber el por qué de todas las cosas y su inteligencia se robustecerá acostumbrándose al estudio. Entonces la mujer, antes de ser madre, ya conocerá la grandeza de su misión, Sabrá que además de cuidar la parte material de la criatura que le será confiada, tiene el gran deber de hacer de él un hombre útil a la sociedad.

   Las madres aman tanto, que vuelven egoístas, tratándose de sus hijos, pero con un egoísmo tan impregnado de amor, que merece un poco de indulgencia, y si la mujer no es del todo ignorante y posee bellos sentimientos, debemos bendecir este egoísmo, porque en su afán de proteger a sus pequeñitos, puede reportar un gran bien a la Humanidad. Ella sufrirá resignada las mayores contrariedades, el dolor más agudo; pero llorará amargamente si su hijo se queja, dando más importancia al llanto del niño que a todas las vicisitudes.

   Hace pocos días, una mendiga, para excitar nuestra compasión, apartó de su cuerpo un andrajoso pañuelo que le envolvía para enseñarnos su desnudez; nos estremecimos al contemplar tanta miseria, y al mismo tiempo advertimos que  un tierno niño al que amamantaba iba muy bien abrigadito. ¡ Pobre madre; tal vez te privaste de lo más necesario para preservar a tu hijo de los rigores del frío!.

   Si las madres saben tan bien, cuidar de los cuerpos de sus hijos, ¿Qué harían con sus Espíritus si tuvieran la certeza de que hay algo más allá de la tumba, de que ninguna buena acción se pierde como tampoco quedan sin expiación las faltas que cometemos?. Ellas mismas educarían a sus hijos, estudiarían sus más pequeñas inclinaciones para apartarles con amorosos consejos de todo lo que pudiese dañar su progreso, serían su confidente, su amiga para que nada le ocultasen; formarían por medio de continuos desvelos su corazón, se identificarían con sus Espíritus para transmitirles parte de sus sentimientos, haciéndoles buenos. La madre que sabe con certeza que la felicidad del Espíritu no está en amontonar oro, estudiará sin cesar en el adelanto moral de sus pequeñitos, y ningún obstáculo detendrá su paso, no dudando que el fruto de su trabajo ha de ser provechoso a sus hijos. El niño, hombre ya, al salir de la tutela de su madre, estaría preparado para soportar valerosamente las vicisitudes de la vida, no dudaría de la existencia de Dios y ninguna de las injusticias que se cometen en este mundo lograría arrancar de su corazón el buen germen que una buena madre habría sembrado en sus primeros años.

  Cuando la mujer, bien instruida, comprenda la grandiosidad de su misión, sabrá despojarse de ese fanatismo que la envuelve para creer en un Dios justo y misericordioso, que deja que por la pluralidad de existencias purifiquemos nuestras faltas, por terribles y abominables que estas sean. La esperanza de un porvenir mejor iluminará nuestra mente, acercándonos a la perfección.

   Trabajemos todos, unámonos con inquebrantables lazos para que llegue el día en que rompiendo las cadenas de la ignorancia, entregándose al estudio, y entonces la mujer dejará de ser un mueble de lujo que tiene más o menos valor según la belleza material que le adorna, para transformarse en la sacerdotisa del hogar que lleva en sí el gérmen de la Humanidad.

- Antonia Pages- ( Tomado de la Rev. Fraternidad Cristiana Espírita nº 59)


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                             La  Eutanasia

  




La eutanasia, como el suicidio asistido, básicamente es un acto por el que una persona quita la vida a otra bajo su consentimiento, con el pretexto de escapar al sufrimiento ante la muerte y pretendiendo así “tener una muerte digna”.

 En principio esta práctica así como el simple deseo de llevarla a cabo,  siempre resulta ser una falta de resignación ante las pruebas de la Vida y producto del desconocimiento sobre la realidad existencial después de la muerte. 

La eutanasia puede ser activa o pasiva, según que la muerte se provoque mediante un acto voluntario, o que  simplemente se deje morir al que se le aplica, retirando cualquier terapia que pudiera  proteger su vida por algún tiempo más. 

Cuando es un acto voluntario y solicitado por parte del eutanasiado, este acto no deja de ser una variante del suicidio y por lo tanto una responsabilidad similar ante las Leyes de la Vida, y que se comete por la falta de conocimiento espiritual que lleva a  ignorar que realmente con la muerte no termina la Vida; que existe Vida después de esta vida, o sea, que en realidad la vida continúa,  y que su acto le implica unas graves consecuencias semejantes a las del suicida, pues es un acto suicida, pero más cobarde si cabe, porque el suicida pone fin a su vida generalmente en solitario, pero el que busca su muerte mediante una eutanasia, lo hace poniendo el acto en otras manos ejecutoras. Estas graves consecuencias las deberá afrontar una vez desencarnado y ya en el mundo de los espíritus, así como  cuando regrese de nuevo al  plano material en otro cuerpo físico con otra personalidad humana.

Cualquier opinión que en conciencia sea bien intencionada es humanamente  respetable, pero en este caso se muestra una vez mas al Ser humano orgulloso y egoísta, en el papel de justiciero, señor y amo de la vida y de la muerte.   Por este motivo quien la aplica  llega a creer a veces  que hace un acto de caridad cuando mata o deja morir ( a veces es lo mismo),  a un Ser humano con una dolencia o enfermedad incurable, porque  este,  desesperado ante la dura prueba,  desea morir creyendo que así se liberará de la situación angustiosa por la que atraviesa, sin pararse a pensar que además de tener un cuerpo físico con una vida que le ha sido dada  como  un préstamo del que deberá  responder cómo la ha tratado y la ha cuidado  hasta que termine naturalmente. 

 Fundamentalmente somos un alma inmortal y no es casual si  precisamente atravesamos nosotros por una difícil situación humana, que  siempre es transitoria y  si la tenemos que afrontar es porque nos corresponde y es para nuestro bien,  porque la necesitamos como experiencia autoredentora necesaria para  nuestra  evolución espiritual. 

El Ser humano consciente de su realidad existencial, debe desterrar absolutamente de su mente y de su intención, cualquier clase de eutanasia ni de suicidio asistido, , y en su lugar, tener el coraje de luchar con todos los medios posibles para aliviar el dolor y el sufrimiento, manteniendo la mejor calidad de vida posible, mientras esta dure naturalmente. 

      En la eutanasia que llaman pasiva, el ser humano que la aplica o la autoriza, pasa a sentirse como un dios dueño de la vida y de la muerte, adoptando el papel de verdugo ejecutor, a veces convencido de que  su decisión es la correcta, pero  sin comprender que  la vida de cada persona no es nuestra, ni tan siquiera es de ella; no la hemos creado nosotros sino que a cada uno nos ha sido dada para  la existencia humana y solo Dios es el único  autor  y dueño de cada existencia humana, de la  Vida y  de la muerte, por lo tanto esta debe acontecer naturalmente, solamente cuando El lo  disponga.

   El que un ser humano  pueda estar privado de consciencia y con  nula esperanza médica de recuperación no justifica que haya que adelantarle la muerte o que  no se le deban proporcionar los medios para permanecer vivo el tiempo que Dios determine, pues cuando realmente le llegue la hora de partir de este mundo, a pesar de todos esos medios, por mucha sonda, máquina de respiración asistida, o  de diálisis  que tenga,  seguro que  algún fallo orgánico le sobrevendrá, de modo que su vida invariablemente se terminará aun con esas prevenciones médicas que se hayan  puesto para conservarla.

    El que a una persona en estado “vegetativo”, se le apliquen medios de vida, no significa por ello que  esta se le alargue artificialmente, pues si estos medios existen y se le pueden aplicar es porque aunque es humana, la Ciencia en estos casos se manifiesta como un medio Divino  o un instrumento que Dios pone a nuestro alcance precisamente para ese propósito.  Al respecto han habido casos en los que se  ha desconectado del respirador artificial a un enfermo que se encontraba en estado de coma profundo, esperando que por eso muriese inmediatamente, y sin embargo  ha continuado vivo, respirando por sí mismo con normalidad, o casos de personas que han permanecido en ese estado vegetativo durante años, y después, cualquier día inesperado, han despertado y han recuperado la consciencia; esto demuestra que no se debe aplicar ningún tipo de eutanasia, por muy irreversible que parezca el caso.

    No obstante, cuando el enfermo o moribundo no puede en modo alguno manifestar su voluntad, la aplicación de la eutanasia pasiva queda totalmente en la conciencia de quien la autoriza o la comete, pero en este caso nunca existe ninguna responsabilidad moral en el enfermo o moribundo, a no ser que previamente a su estado de coma, lo haya manifestado como su último deseo y aun en este caso no se le debiera secundar del mismo modo que no se le ayuda al suicida a cometer su acto de exterminio, sino que por todos los medios siempre se trata de disuadirlo e impedírselo; entonces ¿ por qué esa diferencia ética  entre quien  estando sano se quiere causar la muerte y quien estando enfermo pide que se la causen?.

 Hay que tener en cuenta que el sufrimiento y el dolor tienen un por qué y un para qué, y que nadie sufre nada que no le corresponda o que no deba sufrir, aunque humanamente sea duro de aceptar o difícil de comprender. El ser humano no es como una res herida que por piedad puede ser  abatida en el campo para evitarle el dolor.

Esta idea es fruto de los conceptos materialistas que promulgan que todo termina con la muerte, ignorando que tras la destrucción del cuerpo, el Ser continúa existiendo y viviendo como espíritu  desencarnado, y que al evitarle la experiencia del sufrimiento por una enfermedad terminal, no se le ha hecho ningún favor, pues tendrá que volver a enfrentarse a ella en una  próxima existencia humana. Sin embargo sí es totalmente ético el tratar de evitarle el dolor físico y aliviarle física y moralmente tanto como se pueda, pero sin tratar de abreviarle la vida.

 Menos  justificativo  es  aún  el  caso de  aplicación  de  una eutanasia pasiva a una persona por el hecho de que está en estado vegetativo y la ciencia médica afirme que es irrecuperable. En este caso no se está liberando de dolor o del sufrimiento a un ser humano, pues se sabe que vive y no padece, al menos fisicamente; pero sin embargo al considerarlo como una simple maquinaria averiada e irrecuperable, se permite su extinción fría y lentamente, aunque sea con una eutanasia pasiva que lo extermine  por inanición o por asfixia.. 

Es de señalar que  existen Espíritus de sacrificio que al encarnar pidieron vivir voluntariamente una situación dolorosa para ayudar a los demás mediante su ejemplo de fe y de abnegación, y mediante el hecho de que  se vean obligados a cuidarlo y a servirle con amor por motivo de tener bajo su tutela a  una persona en esas condiciones extremas, enferma o  desahuciada. 

       En el caso de la eutanasia activa, esta siempre es un crimen para quienes la aplican y un suicidio para quien la solicita.  Se debe tener en cuenta que aun  cuando en un momento de lucidez el  disminuido o enfermo lo haya pedido voluntariamente, nunca se podrá saber si en el último instante antes de fallecer, no se arrepiente de haber hecho esta petición.

    El que en plena y normal conciencia solicita y acepta la muerte provocada por otra persona, pretendiendo evitar el dolor físico  o el sufrimiento moral, adquiere el mismo papel y la misma responsabilidad que el suicida  y por esto la Ley de Consecuencias  se pone en acción de modo semejante a como sucede con los demás suicidios después de su muerte.

     Quienes la aplican o quienes colaboran en su ejecución, adoptan el papel del  verdugo, con la creencia, tal vez atenuante, de que  es un acto de piedad lo que hacen, por el hecho de que el moribundo se lo pide o porque creen que así lo liberan de su sufrimiento. Para estos, la Justicia Divina mediante  la Ley de Consecuencias también pasará factura en su justa medida antes o después.

Quien participa en este acto, cualquiera que sea su papel, se equivoca gravemente al creer  que somos dueños absolutos de nuestro cuerpo y de nuestra vida física, y que no tenemos ninguna responsabilidad  ante nadie por cometerlo. 

Las religiones humanas con sus conceptos de un dios lejano y despreocupado por las miserias humanas o injusto, ha llevado a la descreencia a tantas personas sobre la existencia de Dios y del concepto de Justicia Divina, como del desconocimiento  de que  la Vida  continúa después de la muerte, así como el que la  vida humana  no es propiedad de cada uno, sino que es un regalo que se nos dió y una oportunidad maravillosa  que hay que aprovechar hasta el último segundo que se nos conceda. 

       Cabría preguntarse  qué se gana adoptando esta decisión; ¿ no sufrir durante unos días?, ¿meses?, ¿años?. Si sabemos que vamos a continuar viviendo, pensando y sufriendo en el  “Mas Allá”, sin medida de tiempo, y que finalmente tendrá que volver otra vez a una vida humana  en la que va a tener que sufrir lo que ahora se quiere esquivar, entonces, ¿ que se ha adelantado con esta forma de suicidio? ; tal vez como mucho, un pequeño paréntesis o tregua que no compensa en absoluto, porque sabemos que las consecuencias serán peores.

     Evidentemente si el dolor es el efecto de una causa que tenemos en el alma, y esta se depura de su energía mórbida a través del cuerpo físico que actúa como un drenaje que purifica la infección del alma, al interrumpir la existencia del cuerpo, interrumpimos también este proceso de drenaje doloroso pero necesario y curativo para el alma, con lo que conlleva de perturbación en el desarrollo evolutivo del Ser.

 Los que defienden la idea de la eutanasia  como un derecho humano a poder tener una muerte digna, no se dan cuenta lo poco digno que es forzar una huida precipitada de este mundo cuando creen que ya no les interesa vivir más. La auténtica muerte digna está precisamente en el ejemplo de coraje de esas almas que aun soportando una  penosa vida de dolor, dan la talla humana al mantener así su vida hasta el final, dando un admirable ejemplo de voluntad por luchar y estar presentes en el mundo  hasta su último aliento 

Todas las personas tenemos la obligación moral de auxiliar y aliviar a quien sufre, pero respetando y cuidando la vida por encima de todo, incluso de los equivocados deseos de suicidio o eutanasia que un hermano nuestro de esta  humanidad pueda tener.  

Al enfermo terminal o desahuciado se le puede ayudar acompañándole en su última etapa para que en ningún momento se sienta solo o abandonado, comprendiéndole y escuchándole, así como preparándole anímicamente para afrontar con tranquilidad y esperanza su paso por la muerte  cuando esta llegue  de forma natural.

Por estos y tantos otros razonamientos que se podrían hacer sobre este tema, se comprende la necesidad que existe de divulgar el conocimiento espiritual con una fe razonada, que evite tantos cuadros de dolor  como  crean estos  errores humanos.

- Jose Luis Martín-

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              Libre albedrio y providencia 

La cuestión del libre albedrío es una de las que más han preocupado a los filósofos y a los teólogos. Conciliar la voluntad, la libertad del hombre con el juego de las leyes naturales y con la voluntad divina ha aparecido tanto más difícil cuanto que la fatalidad ciega parecía pesar, a los ojos de la mayoría, sobre el destino humano. La enseñanza de los espíritus ha dilucidado el problema. La fatalidad aparente que siembra de males el camino de la vida no es más que la consecuencia de nuestro pasado, el efecto volviendo hacia la causa; es el cumplimiento del programa aceptado por nosotros antes de renacer, siguiendo los consejos de nuestros guías espirituales, para nuestro mayor bien y nuestra elevación.

    En las capas inferiores de la creación, el ser se ignora aún. Sólo el instinto y la necesidad le conducen, y sólo en los tipos más evolucionados aparecen, como un pálido amanecer, los primeros rudimentos de las facultades. En la humanidad, el alma ha llegado a la libertad moral. Su juicio y su conciencia se desarrollan cada vez más, a medida que recorre su inmensa carrera. Colocada entre el bien y el mal, compara y escoge libremente. Esclarecida por sus decepciones y sus males en el seno de los sufrimientos es donde se forma su experiencia y donde se forja su fuerza moral.
    El alma humana, dotada de conciencia y de libertad, no puede caer en la vida inferior. Sus encarnaciones se suceden hasta que ha adquirido estos tres bienes imperecederos, finalidad de sus prolongados trabajos: la bondad, la ciencia y el amor. Su posesión le emancipa para siempre de los renacimientos y de la muerte y le abre el acceso a la vida celestial. Por el uso de su libre albedrío, el alma fija sus destinos y prepara sus goces y sus dolores. Pero nunca, en el transcurso de su carrera, en el sufrimiento amargo como en el seno de la ardiente lucha pasional, nunca le son rehusados los socorros de lo alto. Por poco que se abandone a sí misma, por indigna que parezca, en cuanto despierta su voluntad de emprender el camino recto, el camino sagrado, la Providencia le proporciona ayuda y sostén.
    La Providencia es el espíritu superior, el ángel que vela sobre el infortunio, el consuelo invisible cuyos fluidos vivificadores sustentan a los corazones anonadados; es el faro encendido en la noche para salvación de los que vagan por la mar procelosa de la vida. La Providencia es, además y sobre todo, el amor divino vertiéndose a oleadas sobre la criatura. ¡Y cuánta solicitud, cuánta previsión hay en este amor! ¿No ha sido sólo para el alma, para que sirva de espectáculo a su vida y de teatro a sus progresos, para lo que ha suspendido los mundos en el espacio, para lo que ha encendido los soles, para lo que ha formado los continentes y los mares? Sólo para el alma se ha realizado esa gran obra, se combinan las fuerzas naturales y brotan los universos del seno de las nebulosas. El alma ha sido creada para la felicidad; pero para apreciar esta felicidad en su valor, para conocer su importancia, debe conquistarla ella misma, y, para ello, desarrollar libremente las potencias que lleva en sí.
    Su libertad de acción y su responsabilidad crecen con su elevación, pues cuanto más se ilumina, más puede y debe conformar el juego de sus fuerzas personales con las leyes que rigen el universo. La libertad del ser se ejerce en un círculo limitado, de un lado, por las exigencias de la ley natural, que no puede sufrir ninguna modificación, ningún desvío en el orden del mundo; de otro lado, por su propio pasado, cuyas consecuencias resaltan a través de las épocas hasta la reparación completa. En ningún caso el ejercicio de la libertad humana puede entorpecer la ejecución de los planes divinos; de lo contrario, el orden de las cosas sería turbado a cada instante. Por encima de nuestras opiniones limitadas y cambiantes, se mantiene y continúa el orden del universo. Somos casi siempre malos jueces en lo que significa para nosotros el verdadero bien; y si el orden natural de las cosas debiera doblegarse a nuestros deseos, ¿qué perturbaciones espantosas no resultaría de ello?
El primer uso que el hombre haría de una libertad absoluta sería apartar de sí todas las causas de sufrimiento y asegurarse desde aquí abajo una vida de felicidades. Ahora bien; si hay males a los que la inteligencia humana tiene el deber y posee los medios de conjurar y de destruir -por ejemplo, los que provienen del ambiente terrestre-, hay otros, inherentes a nuestra naturaleza moral, que sólo el dolor y la represión pueden domar y vencer: tales son nuestros vicios. En este caso, el dolor se convierte en una escuela, o, más bien, en un remedio indispensable, y los padecimientos soportables no son más que un reparto equitativo de la justicia infalible. Es, pues, nuestra ignorancia acerca de los fines perseguidos por Dios lo que nos hace renegar del orden del mundo y de sus leyes. Si los censuramos, es porque desconocemos sus resortes ocultos.
    El destino es la resultante, a través de nuestras vidas sucesivas, de nuestros actos y de nuestras libres resoluciones. Más esclarecidos en el estado de espíritus con relación a nuestras imperfecciones, y preocupados por los medios de atenuarlos, aceptamos la vida material bajo la forma y en las condiciones que nos parecen propias para realizar este fin. Los fenómenos del hipnotismo y de la sugestión mental explican lo que ocurre en semejante caso bajo la influencia de nuestros protectores espirituales. En el estado de sonambulismo, el alma, bajo la sugestión de un magnetizador, se compromete a realizar un acto determinado dentro de un espacio de tiempo señalado. Vuelta al estado de vigilia, sin haber conservado ningún recuerdo aparente de semejante sorpresa, la ejecuta punto por punto. Del mismo modo, el hombre parece no haber conservado en la memoria las resoluciones adoptadas antes de renacer; pero llega la hora, corre al encuentro de los acontecimientos previstos y participa de ellos en la medida necesaria a su adelanto o para la ejecución de la ley ineludible.
León Denis

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               El alma según Allan Kardec

En la secuencia de la evolución de los conocimientos adquiridos sobre la realidad del alma, en diferentes épocas, se destaca Allan Kardec, el emérito codificador de la Doctrina Espírita, nacido en Lión, Francia (1804-1869), que transcribe el mensaje de revelación del Espíritu de la Verdad a la Luz del Cristianismo, donde el ser espiritual que da vida a la criatura humana está muy bien estudiado en las diferentes modalidades de su existencia.

Sus enseñanzas vienen adquiriendo progresivamente mayor número de adeptos, en todos los estratos sociales, en diferentes partes del mundo. Algunos conceptos, contenidos en El Libro de los Espíritus, son aquí transcritos libremente en su contenido, por ser indispensables a la interpretación que se procura dar, en el presente trabajo, sobre la realidad del alma y del espíritu:

Los Espíritus son los seres inteligentes de la Creación y se caracterizan por su individualidad. Fueron creados simples e ignorantes y tiene la oportunidad de evolucionar y de volverse perfectos. El pensamiento, la inteligencia, las cualidades morales y la conciencia, son atributos del alma. Las almas son los espíritus encarnados. Forman parte de la constitución de los seres humanos temporalmente, para purificarse y esclarecerse y fuera de ellos, como espíritus, pueblan el mundo invisible.

La participación de los espíritus en la formación de los seres humanos se hace a través del proceso de reencarnación, un fenómeno de asociación, dándoles la oportunidad de evolucionar, pues todos los espíritus tienden a la perfección. El espíritu está revestido por un envoltorio de naturaleza electromagnética, el periespíritu, que en el organismo humano constituye la unión entre el alma y el cuerpo físico, y después de la separación, que se realiza en el desenlace, el periespíritu también se desprende del cuerpo y se mantiene unido al espíritu.

Si los espíritus, como seres encarnados procedieran de modo contrario a la Ley de Dios, recibirán, como retorno, en esta vida o en vidas futuras, las pruebas correspondientes a sus faltas, bajo la forma de sufrimientos físicos o psíquicos, o dificultades en los diferentes sectores de la vida.

Los atributos de la individualidad humana son los del espíritu encarnado. Así, un hombre de bien es la encarnación de un espíritu bueno y un hombre perverso es la encarnación de un espíritu impuro, ignorante. Los seres humanos que cometen faltas, que agreden la Ley, no retroceden espiritualmente. Se mantienen estacionarios y si no tuvieron la oportunidad de reparar, en la misma existencia, las faltas cometidas, tendrán que retornar, en encarnaciones futuras, cuantas sean necesarias, y enfrentar diferentes modalidades de sufrimientos, que constituyen formas de reparación de sus faltas, y la oportunidad de rehacer la existencia no aprovechada, para alcanzar algún progreso espiritual.

Los espíritus sufren, tanto en el mundo corporal como en el espiritual, las consecuencias de sus imperfecciones. Para los espíritus la encarnación puede ser un acto de expiación o de misión que ellos aceptan con placer, con el fin de ayudar a los seres humanos a alcanzar más rápidamente el progreso en los diferentes sectores de la vida. Son almas primorosas que pueden reencarnar aisladamente, o en grupos, y se identifican por sus ideales de amor a los semejantes, procurando incentivar el progreso y el bienestar de los seres humanos en las diferentes áreas de actuación, motivando la evolución de la conciencia humana en los ideales de paz, fraternidad y progreso.


Extraído del libro “Enfermedades del Alma”

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