martes, 18 de octubre de 2011

Libertad, Igualdad y Fraternidad


Libertad. Igualdad y Fraternidad; he aquí tres palabras que constituyen por sí solas el programa de todo un orden social que realizaría el progreso más absoluto de la humanidad, si los principios que las mismas representan pudieran recibir entera  aplicación. Pero veamos los obstáculos que en el  estado actual de la sociedad se oponen a  ello y busquemos el remedio en vista del mal.

La palabra Fraternidad, en su rigurosa  acepción, resume todos los deberes del hombre respecto sus semejantes. Fraternidad es lo mismo que decir desinterés, abnegación, tolerancia e indulgencia; es, en una palabra, la caridad evangélica en toda su pureza y la aplicación de la máxima "amar a los demás del mismo modo que quisiéramos ser amados". El egoísmo, es el opuesto de la fraternidad, pues al paso que esta dice " uno para todos y todos para uno", el primero dice simplemente "cada uno para sí". Por lo expresado se ve que esas dos cualidades son la absoluta negación la una de la otra; de modo que tan imposible es al egoísta obrar fraternalmente con los demás hombres, como a un avaro ser generoso, y a un hombre de pequeña talla alcanzar la de un hombre alto, y mientras el egoísmo siga siendo la plaga dominante de la sociedad, el reinado de la verdadera fraternidad será imposible porque cada uno querrá la fraternidad para sí y no para hacer partícipes de sus beneficios a sus semejantes y si acaso lo hace, será después de haberse asegurado que aquel acto ha de redundar en provecho propio.

  Considerada la fraternidad bajo el punto de vista de su importancia para la realización del bienestar social, se ve que es la base de este, porque, sin ella, no podrían existir formalmente ni la libertad, ni la igualdad que brota de la fraternidad, como la libertad es consecuencia de la fraternidad y la igualdad juntas.

  En efecto, si suponemos una sociedad de hombres bastante desinteresados y bondadosos para vivir fraternalmente, entre ellos no habrá privilegios ni derechos excepcionales, pues de otro modo no existiría la verdadera fraternidad. Tratar a su semejante de hermano, es tratarle de igual a igual; es darle cuanto uno mismo desea para sí, y en un pueblo de hermanos, la igualdad será la consecuencia de su modo de obrar en relación natural de sus sentimientos y se establecerá por la fuerza de las circunstancias. Pero aquí nos encontramos con el orgullo, otra de las plagas de la sociedad, mientras no se le destruya del todo, será un obstáculo para el reinado de la verdadera igualdad.

  Hemos dicho que la libertad es hija de la fraternidad y de la igualdad, pero debe entenderse que aquí hablamos de la libertad legal y no de la libertad natural que de derecho es imprescriptible para toda criatura humana, desde el salvaje hasta el hombre civilizado. Viviendo los hombres como hermanos, con idénticos derechos y animados de un sentimiento de benevolencia mutuo, practicarán entre ellos la justicia y no tratarán de causarse daño ni perjuicio alguno, y no teniendo por tanto, absolutamente nada que temer unos de otros, la libertad estará asegurada, porque ninguno tratará de abusar de ella en perjuicio de sus semejantes. Pero como no es posible que ni el egoísmo ni el orgullo, deseosos de ejercer su dominio eternamente consienten en   la entronización de la libertad que los destruiría, se sigue de aquí que los enemigos de la libertad son a su vez el egoísmo y el orgullo, así como ya hemos demostrado que lo son también de la igualdad y la fraternidad.

  La libertad supone la confianza mutua, y esta no puede haberla entre indivíduos  movidos por el sentimiento exclusivista de la personalidad que quieren ver satisfechos sus deseos a costa de sus semejantes, lo cual motiva que unos indivíduos estén recelosos constantemente de los otros. Temerosos siempre de perder lo que ellos llaman sus  derechos, hace que su existencia se consagre a la dominación y este es el motivo por el que esos tales pondrán constantemente trabas  a la libertad e impedirán su reinado mientras puedan.

  Esos tres principios son pues, solidarios unos de otros, y se apoyan entre sí de suerte que sin su reunión, el edificio social sería incompleto. La fraternidad practicada en toda su pureza ha de ir acompañada de la igualdad y la libertad, porque de otro modo ya no sería verdadera fraternidad. La libertad sin la fraternidad es la rienda suelta a todas las malas pasiones, es la anarquía y la licencia; al paso que con la fraternidad, es el órden, porque el hombre no puede hacer mal uso de su libertad. Sin la fraternidad, el hombre hace uso de la libertad solamente para toda clase de bajezas y esto explica por qué las naciones más libres se ven obligadas a fijar límites a la libertad. Practicar la igualdad sin la fraternidad, conduce a idénticos resultados, porque la igualdad quiere la libertad, y además ofrece el  inconveniente de que con el pretexto de la igualdad, el proletario quiere sustituir al poderoso que llama su tirano, sin reparar que él se constituye tirano a su vez.

  Pero ¿se sigue de esto que sea preciso mantener a los hombres en estado de servidumbre, hasta que comprendan el sentido de la verdadera fraternidad y que puedan vivir al amparo de instituciones fundadas sobre los principios de igualdad y libertad?.Sostener semejante opinión, mas que un error, sería un absurdo. Nunca se espera que un niño llegue a su mayor desarrollo para enseñarle a andar. Pero vemos que los hombres son los que más a menudo ejercen su tutela sobre los demás.¿ son por ventura, los que teniendo ideas grandes y generosas, se guían solo por el amor al progreso y aprovechan la sumisión de los demás para desarrollar en ellos el sentimiento de lo justo y  llevarlos paso a paso a la condición de hombres libres?. Desgraciadamente no, porque por lo regular, esos tales son déspotas celosos de su poderío, a quienes conviene mantener en la ignorancia a los demás hombres, de los que se sirven como instrumentos más inteligentes que los animales para satisfacer su ambición y desenfrenadas pasiones. Pero este estado de cosas cambia por sí mismo y por la violencia irresistible del progreso; y la reacción es tanto más terrible cuanto el sentimiento de la fraternidad, imprudentemente anulado, no puede interponer su influencia moderadora entre los desheredados y los poderosos que luchan, unos para adquirir, otros para  retener, naciendo así un conflicto que dura a veces largos siglos. Llega por fin a establecerse un equilibrio ficticio, algo que se ha logrado, pero se conoce que siempre los cimientos de la sociedad no son sólidos; el suelo tiembla y es porque no se establecido todavía el reinado de la libertad y la igualdad bajo la égida de la fraternidad, y si esto no se ha logrado, acháquese  la falta al orgullo y al egoísmo, que oponen siempre una valla insuperable a los esfuerzos de los hombres de buena voluntad.

  Aquellos que sueñan con esta edad de oro para la humanidad, deben  ante todo asegurar la base del edificio por medio de la fraternidad en su más pura aceptación; pero no crean que basta decretarla o escribir esa palabra en una bandera; es menester que esté en el corazón y ya se sabe que el corazón del hombre  no se cambia con decretos. De la misma manera que para que un campo produzca, es preciso librarle antes de las piedras y zarzales, trabajen sin darse punto de reposo, en extirpar el maldito virus del orgullo y del egoismo, porque en ellos está el verdadero obstáculo que se opone al reinado del bien. Bórrense de las leyes y de las instituciones,de las religiones y de la educación, los últimos restos de la barbarie y los privilegios; destrúyanse por completo todas las causas que dan vida y desarrollo a estos eternos obstáculos del verdadero progreso y que por así decirlo,se aspiran por todos los poros,en la atmósfera social, y entonces todos los hombres comprenderán los deberes y beneficios que consigo lleva la fraternidad y se establecerán por sí solos la libertad y la igualdad sin violencia y sin peligro de ninguna especie.

¿Es posible la destrucción del orgullo y del egoísmo?. Nosotros decimos rotundamente que sí,porque de lo contrario sería preciso señalar un término a la humanidad. Que el hombre crece en inteligencia es un hecho indiscutible.¿Ha llegado ya al punto culminante que no se puede traspasar?. Sostener esa tesis sería un absurdo.¿Progresa en moralidad?.Basta para toda respuesta, comparar todas las épocas de una nación.¿Por qué pues habría llegado antes al límite del progreso moral que al del intelectual?. La aspiración del hombre hacia un orden de cosas mejor que el actual, es un indicio cierto de la posibilidad de llegar a él. A los hombres amantes del progreso, toca pues, el activar ese movimiento por el estudio y la práctica delos medios que se crean más eficaces.
- ALLAN KARDEC-

Cada día que amanece es como una página en blanco, donde grabamos nuestros pensamientos, acciones y actitudes. En esencia, cada día es la preparación de nuestro propio futuro ( Chico Xavier)

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