jueves, 20 de julio de 2017

La Vejez


Hoy les presento:

.Obsesiones y Posesiones
- Ley de Afinidad
- Espíritus en condiciones medianas
-La Vejez





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              Obsesiones y posesiones



45.^ Los Espíritus malos pululan alrededor de la Tierra a consecuencia de la inferioridad moral de sus habitantes. La acción maléfica de esos Espíritus forma parte de los flagelos con los que la humanidad se debate en este mundo. La obsesión, que es uno de los efectos de esa acción, debe ser considerada, al igual que las enfermedades y las tribulaciones de la vida, como una prueba o una expiación, y aceptada como tal.


        La obsesión es la acción persistente que un Espíritu malo ejerce sobre un individuo. Presenta características muy diversas, que van desde la simple influencia moral sin signos exteriores notables, hasta la perturbación completa del organismo y de las facultades mentales.

        La obsesión anula las facultades mediúmnicas; en la mediumnidad auditiva y psicográfica, se pone de manifiesto por la obstinación de un Espíritu en querer manifestarse con exclusión de todos los demás.


46. Así como las enfermedades son el resultado de las imperfecciones físicas que hacen al cuerpo accesible a las influencias perniciosas exteriores, la obsesión proviene invariablemente de una imperfección moral que da lugar a un Espíritu malo. A una causa
física, se opone una fuerza física; a una causa moral, es preciso que se anteponga una fuerza moral. Para preservarse de las enfermedades, se fortifica el cuerpo; para defenderse de la obsesión, es preciso fortificar el alma. De ahí que el obseso necesite trabajar para su propio mejoramiento, lo que la mayoría de las veces es suficiente para librarlo del obsesor sin el socorro de otras personas.


      Este socorro se vuelve necesario cuando la obsesión degenera en subyugación y en posesión, porque en esos casos no es raro que el paciente pierda la voluntad y el libre albedrío.


      La obsesión pone de manifiesto casi siempre una venganza tomada por un Espíritu, cuyo origen muchas veces se encuentra en las relaciones que el obseso mantuvo con el obsesor en una existencia precedente.


      En los casos de obsesión grave, el obseso queda como envuelto e impregnado de un fluido pernicioso que neutraliza la acción de los fluidos saludables y los rechaza. De ese fluido se lo debe liberar. Ahora bien, un fluido malo no puede ser eliminado por otro fluido malo. Por medio de una acción idéntica a la que lleva a cabo el médium curador en los casos de enfermedad, hay que expulsar el fluido malo con el auxilio de un fluido mejor.
Sin embargo, no siempre alcanza con esta acción mecánica;también es preciso, de manera especial, actuar sobre el ser inteligente, al cual hay que hablarle con autoridad. Ahora bien, sólo posee esa autoridad quien tiene superioridad moral. Cuanto mayor sea la superioridad moral, tanto mayor será también la autoridad.


      Pero eso no es todo: para asegurar la liberación es necesario que el Espíritu perverso sea conducido a que renuncie a sus malos propósitos; que en él asome el arrepentimiento tanto como el deseo del bien, por medio de instrucciones hábilmente trasmitidas, en evocaciones hechas particularmente con vistas a su educación moral. Se podrá entonces tener la grata satisfacción de liberar a un encarnado, y de convertir a un Espíritu imperfecto.

EL GÉNESIS - ALLAN KARDEC


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                        Ley de Afinidad 


Afinidad = Semejanza de una cosa con otra.

Podemos decir que la Ley de Vibración y Ley de Afinidad, están muy unidas.

Vibración es una manifestación de energía emitida por los diversos aspectos de todo cuanto existe en el Universo. Por ello, todo el Universo es vibración en diversos grados, como diversos y múltiples son los aspectos: desde el átomo, molécula, célula, de los diversos organismos que vibran constantemente en consonancia con su naturaleza y función, hasta todos los mundos del Cosmos infinito, cuya vibración varía y está también en concordancia con su estado evolutivo. Así también, todo lo que emana de la mente y el alma de las personas, es vibración (la vibración son los pensamiento, e ideas, los sentimientos, deseos y palabras).

Por ello, podemos afirmar que estamos inmersos en un océano de vibraciones, al igual que los peces están inmersos en el agua y no se percatan de lo que hay fuera. Así, nosotros los humanos, tan sólo percibimos algunas vibraciones, como son las vibraciones sonoras, las vibraciones y ondas luminosas, las caloríferas y las sísmicas; estas son vibraciones físicas, por las cuales el Espíritu encarnado entra en contacto con el mundo físico en el que tienen que actuar para realizarse.

Sabemos que todo cuanto existe, aún en sus formas más ínfimas, tiene vida. y todo lo que tiene vida, vibra en el grado de su desarrollo y evolución. Por ello podemos afirmar que todo vibra, que todo está en constante vibración y transformació n. Vibran las plantas vegetales, vibran las piedras y las diversas formas minerales. Vibra el ser humano por medio de sus pensamientos y sentimientos, y vibran las células de su organismo porque tiene vida propia. 
Y algo que es necesario conocer y retener en la memoria para no dañar el propio organismo, es que, todas las células del organismo humano son sensibles a las vibraciones pensamiento- sentimiento que el ser humano emite constantemente, comunicando estos la tonalidad buena o mala de que están impregnados, afectando el funcionamiento de los diversos órganos del cuerpo.

De aquí que, cada sentimiento de enemistad, rencor, malquerencia, etc.; cada emoción pasional; cada pensamiento ruin; es un elemento morboso cuya reiterada acción acaba por determinar una dolencia orgánica.

El ser humano que en nuestro planeta Tierra es la manifestación de vida más desarrollada, sus vibraciones son más intensas. Pero, no todos los seres humanos tienen igual intensidad de vibración; pues ella varía mucho según el grado de evolución alcanzado de cada cual.

Y esto es Ley en todos los aspectos de vida manifestada, conocida como Ley de Atracción y Ley de Afinidad. Lo semejante se atrae, lo desemejante se repele. Esto nos aclara ese enigma de las simpatías y antipatías.

Necesario es tener bien presente que, cuando pensamos estamos vibrando, estamos emitiendo ondas-pensamiento, que son tan reales como las ondas eléctricas, las ondas de luz, sonido y otras; y esas vibraciones tienen una fuerza de atracción hacia nosotros, de aquello que pensamos, sentimos y deseamos. Por ello, es muy necesario vigilar nuestros deseos, sentimientos y pensamientos.

Cada persona va conformando se vibración peculiar. Los sentimientos, pensamientos y deseos de cada persona, van conformando su vibración característica y que, por ley de atracción y por afinidad, atrae hacia sí vibraciones análogas que intensifican y acrecientan la propia vibración o sintonía vibratoria. Así mismo, cada grupo familiar, cada agrupación humana, cada pueblo y nación va conformando la vibración o sintonía vibratoria en concordancia con las actuaciones del conjunto, resultantes de sus deseos, sentimientos y pensamiento, y que conforman sus características.

Conociendo este principio, contenido en esta ley de Vibración, llegaremos a la conclusión de la necesidad de vigilar nuestros deseos, sentimientos y pensamientos que, como vais conociendo, son vibraciones con un alto grado de atracción por afinidad. Y cuando una persona siente deseos no dignos o alimenta sentimientos ruines, está atrayendo (por afinidad) otras vibraciones similares emanadas de seres del mal, está atrayendo hacia sí entidades negativas que presionarán sobre su mente humana, induciéndole a cometer errores ymalas acciones. Y con esa conducta va uniéndose a esas fuerzas negativas invisibles.

De suma importancia es mantenerse en una tónica vibratoria de sentimientos, pensamientos y deseos puros de amor hacia todos y hacia todo; ya que esta sintonía vibratoria ayudará a establecer contactocon los Reinos Espirituales Superiores de armonía y felicidad, porque vibran en amor.

Además, atraerá a nosotros el amor y afecto de los demás y de personas vibrando en la misma sintonía, todo lo cual contribuirá a hacernos la vida humana más agradable y a un más rápido progreso y evolución.

Todos los escritores conocen las horas de inspiración en que su pensamiento se ilumina con claridades inesperadas, en que las ideas brotan como un torrente bajo su pluma. ¿Quién de nosotros, en los momentos de tristeza, de anonadamiento y de desesperación no se ha sentido a veces reanimado, reconfortado por una acción íntima y misteriosa? Y los inventores, los soldados del progreso, todos aquellos que luchan por engrandecer el dominio y el poder de la humanidad, todos ellos ¿no han sido beneficiados con el auxilio invisible que nuestros superiores saben proporcionarles en las horas decisivas? Escritores súbitamente inspirados, inventores rápidamente iluminados.

Muchas sensaciones inexplicables provienen de la acción oculta de los Espíritus. Por ejemplo, los presentimientos que nos advierten de una desgracia, de la pérdida de un ser amado, son causados por las corrientes fluídicas que los desencarnados proyectan hacia aquellos que son queridos. El organismo percibe estos efluvios, pero rara vez el pensamiento del hombre trata de analizarlos. Hay, sin embargo, en el estudio y en la práctica de las facultades mediúmnicas, un manantial de enseñanzas elevadas, os animo al estudio.

Somos los forjadores de nuestro propio destino; en las actuaciones de cada día, con nuestros pensamientos y sentimientos, estamos creando fuerzas mentales y anímicas que actuarán en nuestro favor o contra nosotros, para un futuro de dicha o desdicha.

La mente, es un foco de energía. Y el pensamiento (producto de la mente) es una fuerza creadora que, por ley de afinidad, atrae fuerzas de la misma naturaleza. Y estas fuerzas mentales bien dirigidas, puestas en acción al servicio de un objetivo, realizan prodigios.

Diariamente, con nuestros sentimientos y pensamientos estamos modificando nuestro destino, para mejor o para peor. 
Necesario es reconocer que todos venimos a la vida con un objetivo, con un destino, con un programa a realizar, si bien este pueda ser modificado para mejor o peor.
La Ley da a cada ser espiritual múltiples oportunidades (según su grado de evolución) para rectificar rumbos y voluntariamente saldar deudas contraídas.

Consultando la Codificación, en el Libro de los Espíritus, encontramos las siguientes preguntas:

302- La identidad necesaria a la simpatía perfecta, ¿consiste sólo en la semejanza de pensamientos y sentimientos, o bien en la uniformidad de conocimientos adquiridos?
En la igualdad de grados de elevación.

303- Los Espíritus que hoy no son simpáticos, ¿pueden llegar a serlo más tarde?.
Sí, todos lo serán. Así el Espíritu que se encuentra hoy en tal esfera inferior, perfeccionándose, llegará a la esfera donde reside tal otro. Su encuentro se verificará más pronto, si el Espíritu elevado, soportando mal las pruebas a que se ha sometido, permanece en el mismo estado.
¿Dos Espíritus simpáticos pueden dejar de serlo?
Sin duda, si es perezoso el uno.

387- ¿La simpatía tiene siempre por principio un conocimiento anterior?
No, dos espíritus que se comprenden se buscan naturalmente, sin que como hombres se hayan conocido.

388- Los encuentros que a veces tenemos con ciertas personas, y que se atribuyen a la casualidad, ¿no son efecto de una especie de relaciones simpáticas?
Existen entre los seres pensadores lazos que vosotros no conocéis aún. El magnetismo es la brújula de esta ciencia que comprenderéis mejor más tarde.

389- ¿De dónde procede la repulsión instintiva que sentimos por ciertas personas a primera vista?
Espíritus antipáticos que se comprenden y reconocen sin hablarse.

390- La antipatía instintiva, ¿es siempre una señal de mala índole? 
Dos espíritus no son necesariamente malos; porque no sean simpáticos. La antipatía puede resultar de falta de semejanza en el pensamiento; pero a medida que los Espíritus se elevan, se borran las diferencias y desaparece la antipatía.

391- La antipatía entre dos personas, ¿nace primero en aquella cuyo Espíritu es más malo, o en la que lo tiene mejor?
En la una y en la otra; pero las causas y los efectos son deferentes. 
Un Espíritu malo siente antipatía hacia cualquiera que puede juzgarlo y descubrirle. Al ver por vez primera una persona, sabe que va a ser contrariado por ella, su desapego se trueca en odio, en celos y le inspira deseos de hacerle mal. El Espíritu bueno siente repulsión hacia lo malo; porque sabe que no será comprendido y que no participa de los mismos sentimientos. Pero por su superioridad, no siente por el otro ni odio ni celos. Se contenta con esquivarlo y compadecerlo.


466- ¿Por qué permite Dios que los Espíritus nos exciten al mal? 
Los Espíritus imperfectos son instrumentos destinados a probar la fe y constancia de los hombres en el bien. Tú como Espíritu, debes progresar en la ciencia de lo infinito, y por esto pasas por las pruebas del mal para llegar al bien. Nuestra misión es la de ponerte en el buen camino, y cuando malas influencias obran en ti, es porque te las atraes con el deseo del mal; porque los Espíritus inferiores vienen a cooperar al mal cuando deseas hacerlo. Sólo queriéndolo tú, pueden ayudarte en el mal. Si tienes propensión al homicidio, estarás rodeado de una nube de Espíritus que fomentarán en ti esa idea; pero otros te rodearán también que influirán en sentido del bien, lo que equilibra la balanza, abandonándote a tu libre albedrío.

469-¿Por qué medio puede neutralizarse la influencia de los Espíritus malos?
Haciendo bien y poniendo toda vuestra confianza en Dios, rechazáis la influencia de los Espíritus inferiores y destruís el imperio que quieren tomar sobre vosotros. Guardaos de escuchar las sugerencias de los Espíritus que os suscitan malos pensamientos, que promueven discordias entre vosotros y que os excitan a todas las malas pasiones. Desconfiad sobre todo de los que exaltan vuestro orgullo; porque os atacan por el lado débil. He aquí porque os hace decir Jesús en la oración dominical: "Señor, no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal".

471- Cuando experimentamos un sentimiento de angustia, de indefinible ansiedad o de satisfacción interior sin causa conocida, ¿depende únicamente de la disposición física?
Casi siempre es un efecto de las comunicaciones que a pesar vuestro tenéis con los Espíritus, o que habéis tenido con ellos durante el sueño.


Para que los Espíritus de luz se afinen contigo es imprescindible que movilices los recursos del vaso orgánico, renovando los conceptos y actitudes en torno del uso que le das, en todos tus días en la Tierra.

Para que asimiles y reflejes las imágenes de la vida espiritual, necesitas recuperar la pureza con que recibiste el cuerpo de manos de Bienhechores Insignes, antes del renacimiento.

Olvida la queja y la tristeza y tus centros de registros psíquicos se tronarán más maleables.

Recupera el equilibrio de las emociones y las sutiles vibraciones animarán tu organismo.

Desarrolla los sentimientos buenos y la comunión con las bellezas de las verdades eternas, a través de la fe pura y noble, consolará a tu alma, consolando a muchos.

Y además de eso, los Guías Tutelares, reconociendo tu esfuerzo infatigable, vendrán a tu encuentro atraídos por la importante irradiación de tus elevados deseos.

Entretanto, si no pretendes intentar y mantener esa batalla continua de luz contra las tinieblas espesas del pasado, en formas de pensamientos vampirizantes, no te postules al afecto de los Espíritus Puros, porque la diferencia vibratoria entre tú y ellos, dificultará cualquier tentativa intempestiva de unión sublime.

Libérate, aún hoy, del yugo de las entidades perversas con las cuales te afinas, por impositivo del pasado y rompiendo los eslabones que te retienen, eleva el pensamiento a las Esferas Superiores, dilatando los brazos en el trabajo continuo y desarrollando el embrión de la alegría por la libertad, seguro de que Jesús, que hasta hoy te espera, te recibirá con los brazos abiertos al final de los rudos embates.

JESÚS ES AMOR
Bibliografía:
"CURSO DE CONOCIMIENTO ESPIRITUAL"
"DESPUÉS DE LA MUERTE"
"3 ENFOQUES SOBRE LA REENCARNACIÓN"
"EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS"
"MIES DE AMOR"

Artículo de María C. Giles
Miembro del Centro Espírita Allan Kardec de Málaga


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Espíritus en condiciones medianas - Joseph Brê
Por Allan Kardec

Fallecido en 1840 y evocado en Bordeus, por su nieta, en 1862
El hombre honesto según Dios o según los hombres.
1. ¿Querido abuelo, podéis decirme como os encontráis entre los Espíritus, y me daréis algunos detalles instructivos para nuestro adelantamiento?
.R. Todo lo que queráis querida niña. Yo expió mi falta de fe; más la bondad de Dios es grande: el lleva en cuenta las circunstancias. Sufro, no como podríais imaginar , más si por el pesar de no haber empleado mejor mi tiempo en la Tierra.
2. ¿Cómo no empleasteis bien, una vez que viviste siempre honestamente?
R. Si desde el punto de vista de los hombres; más hay un abismo entre el hombre honesto, según los hombres, y el hombre honesto según Dios. Tu quieres instruirte, querida niña, procurare demostrarte la diferencia. Entre vosotros, es tenido por hombre honesto aquel que respeta las leyes de sus padres, respeto flexible para muchos. Honesto es aquel que no perjudica al prójimo, haciéndole el bien ostensivamente, aunque la mayoría de las veces arranque sin escrúpulos su honra, su felicidad, desde que el código penal, u opinión pública no pueda atender el culpado hipócrita. Cuando se grava sobre su piedra del túmulo las letanías de la virtud que se preconiza , se juzga haber pagado su deuda a la Humanidad! ¡Qué error! Para ser honesto ante Dios, no basta no haber infringido las leyes de los hombres, es preciso ante todo no haber transgredido las leyes divinas. El hombre honesto a los ojos de Dios es aquel que lleno de devoción y de amor, consagra su vida al bien, al progreso de sus semejantes; aquel que, animado de un celo sin límites, es activo en la vida: activo para cumplir la tarea material que le es impuesta, pues el debe enseñar a sus hermanos el amor al trabajo; activo en las buenas obras, pues no debe olvidar que es apenas un servidor al cual el Señor pedirá cuentas, un día, del empleo de su tiempo; activo en su objetivo, pues deberá enseñar por el ejemplo el amos del Señor al prójimo.
El hombre honesto a los ojos de Dios debe evitar con cuidado esas palabras mordaces, veneno oculto bajo flores, que destruye las reputaciones y casi siempre mata el hombre moral, cubriéndolo de ridículo. El hombre honesto según Dios, debe tener siempre cerrado el corazón al menor germen de orgullo, de envidia, de ambición. El debe ser paciente y dulce con aquel que lo agrede.; debe perdonar desde el fondo de su corazón, sin esfuerzos y sobretodo sin ostentación, a quiera que lo ofenda; debe amar a su Creador en todas sus criaturas; debe, en fin, colocar en práctica ese resumen tan conciso y tan grande de los deberes del hombre: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.
Es ahí, mi querida niña, más o menos lo que debe ser el hombre honesto ante Dios. ¿Pues bien! ¿He sido yo todo eso? No. Confieso, sin rubor, que falte a muchos de esos deberes; no tuve actividad que el hombre debe tener; el olvido del Señor me impelió a otros olvidos que, por no estar sujetas a la ley humana no por eso dejan de ser perjudiciales para la ley de Dios. Sufrí mucho cuando lo percibí, es por lo que espero hoy más con consoladora esperanza en la bondad de Dios que ve mi arrepentimiento. Habla, querida niña, respete a los que tienen la conciencia sobrecargada; que ellos cubran sus faltas a fuerza de buenas obras, y la misericordia divina se detendrá en la superficie; sus ojos paternales contaran las expiaciones; y su mano potente apagará las faltas.
Fuente: Allan Kardec, El Cielo y el Infierno - segunda parte. Ejemplos capítulo III

Traducido por Merchita
                                 
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                                                            LA VEJEZ

            La vejez es el otoño de la vida; en su último declive, es su invierno. Sólo con pronunciar la palabra vejez, sentimos el frío en el corazón; la vejez, según la estimación común de los hombres, es la decrepitud, la ruina; recapitula todas las tristezas, todos los males, todos los dolores de la vida; es el preludio melancólico y desolado del adiós final. En esto hay un grave error. Primero, por regla general, ninguna fase de la vida humana está totalmente desheredada de los dones de la naturaleza, y todavía menos de las bendiciones de Dios.

¿Por qué la última etapa de nuestra existencia, aquella que precede inmediatamente el coronamiento del destino, debería ser más afligida que las otras? Sería una contradicción y no correspondería con la obra divina, pues todo en ella es armonía, como en la viva composición de un concierto impecable. Al contrario, la vejez es bella, es grande, es santa; y vamos a estudiarlo un instante, a la luz pura y serena del Espiritismo.

Cicerón escribió un elocuente tratado de la vejez. Sin duda, encontramos en estas páginas célebres algo del genio armonioso de este gran hombre; sin embargo, es una obra puramente filosófica y que contiene sólo puntos de vista fríos, una resignación estéril, y de abstracciones puras. Es en otro punto de vista que hay que colocarse, para comprender y para admirar esta peroración augusta de la existencia terrestre.

La vejez recapitula todo el libro de la vida, resume los dones de otras épocas de la existencia, sin tener las ilusiones, las pasiones, ni los errores. El anciano ha visto la nada de todo lo que deja; ha entrevisto la certeza de todo lo que va a venir, es un vidente. Sabe, cree, ve, espera. Alrededor de su frente, coronada de una cabellera blanca como de una cinta hierática de los antiguos pontífices, alisa una majestad totalmente sacerdotal. A falta de reyes, en ciertos pueblos, eran los Ancianos quienes gobernaban. La vejez todavía es, a pesar de todo, una de las bellezas de la vida, y ciertamente una de sus armonías más altas.

A menudo decimos: ¡que guapo anciano! Si la vejez no tuviera su estética particular, ¿a qué dicha exclamación?

No obstante, no hay que olvidar que en nuestra época, como ya lo decía Chauteaubriand, hay muchos viejos y pocos ancianos, lo que no es la misma cosa. El anciano, en efecto, es bueno e indulgente, ama y anima a la juventud, su corazón no envejeció en absoluto, mientras que los viejos son celosos, malévolos y severos; y si nuestras jóvenes generaciones no tienen ya hacia los abuelos el culto de otros tiempos es, precisamente en este caso, porque los viejos perdieron la gran serenidad, la benevolencia amable que hacía antaño la poesía de los antiguos hogares. La vejez es santa, es pura como la primera infancia; es por ello que se acerca a Dios y que ve más claro y más lejos en las profundidades del infinito.

Es, en realidad, un comienzo de desmaterializació n. El insomnio, que es la característica ordinaria de esta edad, es la prueba material. La vejez se parece a la víspera prolongada. En vísperas de la eternidad el anciano es como el centinela avanzado en el límite de la frontera de la vida; ya tiene un pie en la tierra prometida y ve la otra orilla y la segunda ladera del destino. De ahí esas "ausencias extrañas", esas distracciones prolongadas, que se toma por un debilitamiento mental y que son en realidad sólo exploraciones momentáneas del más allá, es decir, fenómenos de expatriación pasajera. He aquí lo que no se comprende siempre. La vejez, como tan a menudo decimos: es el ocaso de la vida, es la noche. El ocaso de la vida, es verdad; ¡pero hay tardes muy bellas y puestas del sol qué tienen reflejos apoteósicos! Es la noche, también es verdad; ¡pero la noche es muy bella con sus adornos de constelaciones! ¡Como la noche, la vejez tiene sus Vías Lácteas, sus caminos blancos y luminosos, reflejo espléndido de una vida larga plena de virtud, de bondad y de honor!

La vejez es visitada por los Espíritus de lo invisible; tiene iluminaciones instintivas; un don maravilloso de adivinación y de profecía: es la mediumnidad permanente y sus oráculos son el eco de la voz; de Dios. Es por eso que las bendiciones del anciano son santas dos veces; debemos guardar en su corazón los últimos acentos del anciano que muere, como el eco lejano de una voz querida por Dios y respetada por los hombres.

La vejez, cuando es digna y pura, se parece al noveno libro de Sybille que él sólo, vale lo que todos los demás, porque los recapitula y porque resumiendo todo el destino humano, anula a los otros. Persigamos nuestra meditación sobre la vejez, y estudiemos el trabajo interior que se cumple en ella. «De todas las historias, se dice, la más bella es la de las almas.» Y esto es verdad. Es bello penetrar en este mundo interior y sorprender en él las leyes del pensamiento, los movimientos secretos del amor.

La vejez contemplada en toda su realidad, devuelve al alma la verdadera juventud y el nuevo renacimiento en un mundo mejor. El alma del anciano es una cripta misteriosa, alumbrada por el alba inicial del sol del otro mundo. Lo mismo que las iniciaciones antiguas se cumplían en las salas profundas de las Pirámides, lejos de la mirada y lejos del ruido de mortales distraídos e inconscientes es, parsimoniosamente, en la cripta subterránea de la vejez que se cumplen las iniciaciones sagradas que preludian a las revelaciones de la muerte.

Las transformaciones o, mejor dicho, las transfiguraciones operadas en las facultades del alma por la vejez son admirables. Este trabajo interior se resume en una sola palabra: la sencillez. La vejez es eminentemente simplificadora de toda cosa. Simplifica primero el lado material de la vida; suprime todas las necesidades ficticias, las mil necesidades artificiales que la juventud y la edad madura habían creado, y que habían hecho de nuestra complicada existencia una verdadera esclavitud, una servidumbre, una tiranía. Lo diremos más alto: es un principio de espiritualización.

El mismo trabajo de simplificació n se cumple en la inteligencia. Las cosas admitidas se vuelven más transparentes; en el fondo de cada palabra encontramos la idea; en el fondo de cada idea divisamos a Dios. El anciano tiene una facultad preciosa: la de olvidar. Todo lo que fue fútil, inútil en su vida, se borra; guarda en su memoria, como en el fondo de un crisol, sólo lo que fue sustancial. La frente del anciano no tiene ya nada de la actitud orgullosa y provocadora de la juventud y de la edad viril; se inclina bajo el peso del pensamiento como de la espiga madura. El anciano baja la cabeza y la inclina sobre su corazón. Se esfuerza en convertir en amor todo lo que queda en él de facultades, de vigor y de recuerdos. La vejez no es pues una decadencia: realmente es un progreso; una marcha adelante hacia el término: a este título es una de las bendiciones del Cielo.

La vejez es el prefacio de la muerte; es lo que la hace santa como la víspera solemne que hacían los antiguos iniciados antes de levantar el velo que cubría los misterios. La muerte es pues una iniciación. Todas las religiones, todas filosofías intentaron explicar a la muerte; bien poco conservaron de su verdadero carácter. El cristianismo la divinizó; sus santos la miraron frente a frente noblemente, sus poetas la cantaron como una liberación.

Sin embargo, los santos del catolicismo vieron en ella sólo la exoneración de las servidumbres de la carne, el rescate del pecado; y a causa de esto, hasta los ritos funerarios de la liturgia católica difunden un tipo de espanto por esta peroración, sin embargo tan natural, la existencia terrestre. La muerte simplemente es un segundo nacimiento; dejamos este mundo de la misma forma que entramos en él, según la orden de la misma ley. Un tiempo antes de la muerte, un trabajo silencioso se cumple: la desmaterializació n ya ha comenzado. A ciertos signos podríamos comprobarlo si los que rodean el moribundo no están distraídos en otras cosas. La enfermedad desempeña aquí un papel considerable: termina en algunos meses, en algunas semanas, en algunos días puede, lo que el trabajo lento de la edad había preparado: es la obra de "disolución" de la que habla el apóstol Pablo. Esta palabra "disolución" es muy significativa: indica claramente que el organismo se desagrega y que el periespíritu se "desata" del resto de la carne con la que fue envuelto.

¿Qué sucede en ese momento supremo que todas las lenguas llaman " la agonía ", es decir, decir el último combate? Lo presentimos, lo adivinamos. Un gran poeta moribundo tradujo este instante solemne con este verso: “Está aquí el combate del día y de la noche.”

En efecto, el alma entró en un estado crepuscular; está en el límite extremo, en la frontera de ambos tipos de mundo y visitada por las visiones iniciales de aquel en el que va a entrar. El mundo que deja le envía los fantasmas del recuerdo, y toda una comitiva de Espíritus le llega del lado de la aurora. Jamás morimos solos, igual que jamás nacemos solos. Los invisibles que nos conocieron, que nos amaron, que nos prestaron asistencia aquí abajo vienen para ayudar al moribundo a desembarazarse de las últimas cadenas de la cautividad terrestre. En esta hora solemne, las facultades crecen; el alma, medio liberada, se dilata; comienza a volver a su atmósfera natural, a repetir su vida vibratoria normal, y es para esto para lo que en este instante se revelan en algunos moribundos fenómenos curiosos de mediumnidad. La Biblia está llena de estas revelaciones supremas. La muerte del patriarca Jacob es el tipo consumado de desmaterializació n y de sus leyes. Sus doce hijos están reunidos alrededor de su lecho, como viva corona fúnebre. El anciano se recoge, y después de haber recapitulado su pasado, sus memorias, profetiza a cada uno de ellos el futuro de su familia y su raza. Su vista todavía se extiende más lejos; percibe en la extremidad de los tiempos al que debe un día recapitular toda la mediumnidad secular del viejo Israel: el Mesías; y muestra como el último retoño de su raza, será el que resumirá toda la gloria de la posteridad de Jacob. Ningún faraón, en su orgullo, murió con semejante grandeza como este anciano oscuro e ignorado que expiraba en un rincón de la tierra de Gessen.

El ocaso de la vida, es el fin de un viaje penoso y a menudo de una prueba dura, es el momento de la reflexión en la que el pensamiento tranquilo y sereno se eleva hacia las regiones infinitas.

Volvamos al mismo acto de la muerte. La desmaterialización se cumplió, el periespíritu se libra del envoltorio carnal, que vive todavía algunas horas, algunos días tal vez, de una vida puramente vegetativa. Así los estados sucesivos de la personalidad humana se celebran en el orden inverso al que dirigió el nacimiento. La vida vegetativa que había comenzado en el seno materno se apaga aquí esta vez, la última; la vida intelectual y la vida sensitiva son las dos primeras en partir.

¿Qué sucede entonces? El Espíritu, es decir, el alma y su envoltorio fluídico, y por consiguiente el yo, se lleva la última impresión moral y física que le golpea sobre la tierra; la guarda un tiempo más o menos prolongado, según su grado de evolución. Es por eso que es importante rodear la agonía de los moribundos de palabras dulces y santas, de pensamientos elevados, porque son los últimos ruidos, estos últimos gestos, estas últimas imágenes que se imprimen sobre las hojas del libro subconsciente de la conciencia; es la última línea que leerá el muerto desde su entrada al más allá o tan pronto como sea consciente de su nuevo modo de ser.

La muerte es pues, en realidad, un paso; es una transición y una traslación. Si debíamos tomar de la vida moderna una imagen, lo compararíamos de buena gana con un túnel. En efecto, el alma avanza en el desfile de la muerte más o menos lentamente, según su grado de desmaterializació n y espiritualidad.

La muerte es pues una mentira, ya que la vida, parece apagada, reaparece cada vez más radiante, en la certeza de la inmortalidad del alma. Es el despertar bendito.

Las almas superiores, que siempre vivieron en las altas esferas del pensamiento y de la virtud, atraviesan esta oscuridad con la rapidez del expreso que desemboca en un instante en la luz plena del valle; pero es el privilegio de un pequeño número de espíritus evolucionados: son los elegidos y los sabios.

No hablaremos aquí de criminales, seres animalizados a los instintos groseros, quiénes vivieron o más bien vegetaron toda una existencia en las bajuras, fondo del vicio o en la cloaca del crimen. Para ellos, es la noche, y una noche llena de horrorosas pesadillas. Nos cuesta, sin embargo, creer que las fronteras del más allá y el paso del tiempo a la vida errática sean pueblos de estos seres horrorosos que los ocultistas llaman los elementales.

Hay que ver en ello sólo símbolos e imágenes reflejos de las pasiones, los vicios, los crímenes que los perversos cometieron aquí abajo. Contemplemos aquí sólo las vidas ordinarias, las existencias que siguen tranquilamente las fases lógicas del destino. Es la condición común de la inmensa mayoría de los mortales. El alma entró en la galería sombría: queda allí en la oscuridad o en la penumbra próxima de la luz. Es el crepúsculo del más allá. Los poetas devolvieron muy afortunadamente este estado y describieron este medio día, este claro oscuro del mundo extraterreno.

Aquí, las analogías entre el nacimiento y la muerte son sorprendentes. El niño permanece varias semanas sin poder ver la luz y tomar conciencia de lo que le rodea. Sus ojos todavía no están abiertos, no más que la radiación de su pensamiento. Así, ante el nuevo nacimiento al mundo invisible, él mismo permanece también algún tiempo antes de darse cuenta de su modalidad de ser y de su destino. Oye a la vez los murmullos lejanos o próximos de los dos mundos; divisa movimientos y gestos que no sabría precisar ni definir.

Entrando despacio en la cuarta dimensión, pierde la noción precisa de la tercera, en la cual había siempre evolucionado. No se da cuenta más de la cantidad, ni del número, ni del espacio, ni del tiempo, ya que sus sentidos que, como tantos instrumentos de óptica, le ayudaban a calcular, a medir y pesar, se cerraron de pronto como una puerta para siempre condenada. ¡Qué estado extraño el de este alma el que busca a tientas, como el ciego, sobre el camino del más allá! Y sin embargo este estado es real. En este momento, las influencias magnéticas de la oración, de la memoria, del amor pueden desempeñar un papel considerable y apresurar el acceso de las claridades reveladoras que van a iluminar esta conciencia todavía adormecida, esta alma «en pena» de su destino. La oración, en este caso, es una evocación verdadera; es el llamamiento al alma indecisa y flotante. He aquí porque el olvido de los muertos, el descuido de su culto son culpables y nos hacen más tarde merecedores de olvidos semejantes. No obstante, este período de transición, esta parada en el túnel de la muerte son absolutamente necesarios, como preparación para la visión de luz que debe suceder a la oscuridad. Hace falta que los sentidos psíquicos se proporcionen gradualmente al nuevo hogar que va a alumbrarlos. Un paso súbito, sin transición alguna, de esta vida a la otra, sería un deslumbramiento que produciría una confusión prolongada. «Natura no facit saltus» (La naturaleza no da saltos) dice el gran Limado; esta ley rige parsimoniosamente las etapas progresivas del desempeño espiritual.

Es preciso que la visión del alma aumente para que el ave nocturna, que no puede fijar la subida de la aurora, consolide su endrina y pueda, como el águila, mirar frente a frente el sol, de un ojo intrépido. Este trabajo de preparación se cumple progresivamente, durante la parada más o menos prolongada en el túnel que precede la vida errática propiamente dicha, poco a poco la luz se hace primero muy pálida, como el alba inicial que se levanta sobre la cresta de los montes; luego, al amanecer sucede la aurora; esta vez, el alma divisa el nuevo mundo que habita: se mira y se comprende, gracias a una luz sutil que la penetra en toda su esencia.

Gradualmente, todo su destino, con sus vidas anteriores y sobre todo con la noción consciente y refleja de la última, va a revelarse como en un cliché cinematográfico vibratorio y animado. El espíritu, entonces, comprende lo que es, dónde está, lo que vale. Las almas van con un instinto infalible a la esfera proporcionada a su grado de evolución, en su facultad de iluminación, a su aptitud actual de perfectibilidad. Las afinidades fluídicas le conducen, como una brisa dulce pero imperiosa que empuja una barquita, hacia otras almas similares, con las cuales va a unirse en un tipo de amistad, de parentesco magnético; y así la vida, la vida verdaderamente social pero de un grado superior, se reconstituye absolutamente como en otro tiempo aquí abajo, porque el alma humana no sabría renunciar a su naturaleza. Su estructura íntima, su facultad de brillo le imponen la sociedad que merece.

En el más allá se reforman las familias, los grupos de almas, los círculos de espíritus, según las leyes de la afinidad y de la simpatía. El purgatorio es visitado por los ángeles, dicen los místicos teólogos. El mundo errático es visitado, dirigido, armonizado por los Espíritus superiores, diremos nosotros. Aquí abajo, entre los elegidos del genio, de la santidad y de la gloria, hubo y habrá siempre unos iniciadores. Son predestinados, misioneros, que recibieron para tarea de hacer adelantar al mundo en la verdad y la justicia, al precio de sus esfuerzos, de sus lágrimas y algunas veces de su sangre. Las altas misiones del alma jamás cesan. Los Espíritus sublimes, que instruyeron y mejoraron a sus semejantes sobre la tierra, continúan en un mundo superior, en un marco más vasto, su apostolado de luz y su redención de amor.

Es así, como lo decíamos al principio de estas páginas, que la historia eternamente recomienza y se torna cada vez más universal. La ley circular que preside el eterno progreso de los estados y de los mundos se celebra sin cesar en esferas y en orbes cada vez mayores; todo empieza de nuevo arriba, en virtud de la misma ley que hace que todo evolucione abajo. Todo el secreto del universo está allí. Las almas que son conscientes de haber carecido de su última existencia comprenden la necesidad de reencarnarse y se preparan para ello. Todo se agita, todo se mueve en estas esferas siempre en vibración y en movimiento. Es la actividad incesante, ininterrumpida, progresiva y eterna. El trabajo de los pueblos sobre la tierra no es nada en comparación de este trabajo armonioso de lo Invisible. Allá arriba, ninguna traba material, ningún obstáculo carnal detiene los arranques, desanima o disminuye el vuelo. Ninguna vacilación, ninguna ansiedad, ninguna incertidumbre. El alma ve el fin, sabe los medios, se precipita en la dirección donde debe alcanzarlo. ¿Quién nos describirá la armonía en estas inteligencias puras, el esfuerzo de estas voluntades derechas, el arranque de estos amores más fuertes que la muerte? ¿Qué lengua jamás podrá repetir la comunión sublime y fraternal de estos espíritus que tienen entre ellos diálogos ardientes como la luz, sutiles como perfumes, donde cada vibración magnética tiene su eco en el corazón mismo de Dios? Tal es la vida celeste; ¡tal es la vida eterna, y estas son las perspectivas que la muerte abre indefinidamente delante de nosotros! ¡Oh hombre! Comprende pues tu destino, sé orgulloso y feliz de vivir; ¡no blasfemes la ley del amor y de la belleza qué traza delante de ti caminos tan amplios y tan radiantes! Acepta la vida tal como es, con sus fases, sus alternativas, sus vicisitudes; es sólo el prefacio, el preludio de una vida más alta, donde planearás como el águila en la inmensidad, después de haberse arrastrado a duras penas en un mundo material e imperfecto. No es pues en absoluto por un himno fúnebre que hay que acoger a la muerte, sino por un canto de vida; porque no es en absoluto el astro de tarde que se levanta, cruel, sino más bien la estrella radiante de la verdadera mañana. Canta, oh alma, el himno triunfal, hosanna del siglo nuevo, en el cual todo va a nacer para destinos más gloriosos. Monta siempre más alto en la pirámide infinita de luz; ¡y como el héroe de la leyenda de Excelsior, ves a plantar tu tienda sobre el Tabor radiante de lo inconmensurable, de lo Eterno!

- León Denis -

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