martes, 17 de mayo de 2016

COMPETICIONES



         
      El pensamiento que cura

Pierre Vachet 

Pierre Vachet hizo numerosos experimentos para demostrar la estrecha interdependencia entre el psiquismo y lo físico. Comenzaron en 1914, cuando él se encontraba en el frente como médico auxiliar. Seguiría el concepto del eminente psicólogo profesor Pierre Janet, que afirmaba: “Los médicos no deben limitarse servilmente a curar el cuerpo… Cada vez más, la ciencia médica descubre la influencia preponderante de la imaginación sobre la salud del cuerpo. Cada vez más, la terapéutica utiliza el factor moral en su lucha contra las enfermedades” hasta definir una ciencia nueva que es la psicosomática (de psyché: espíritu y de soma: cuerpo) y a la que Pierre Vachet quiso dedicar la obra El pensamiento que cura. Este libro se dirige tanto a los enfermos orgánicos como a los enfermos llamados “nerviosos”, así como a los hombres sanos susceptibles de portar los gérmenes de desórdenes nerviosos que pudieran terminar por eclosionar, “la salud no es sino un estado provisional que no presagia nada bueno”. 

Pierre Vachet nos invita en primer lugar a aprender el dominio de nosotros mismos y a controlar regularmente nuestro organismo fisiológico y mental. Esto quiere decir: aprender a contener los movimientos por los cuales tienden a expresarse nuestras emociones, a moderar nuestra sensibilidad y a dispensar nuestra energía según las reglas “de una juiciosa ecopor nomía”. El poder de la imaginación sobre el cuerpo humano es más grande de lo que uno puede imaginar. Múltiples y graves desórdenes pueden ser creados de la nada y sostenidos por una imaginación mal dirigida. La curación no está subordinada sino a una sabia disciplina de la imaginación. El órgano importante que, sobre todo, no hay que olvidar es el cerebro, elemento esencial del cuerpo humano pues es la sede del pensamiento. Éste ha sido estudiado por numerosos investigadores que han llegado a asegurar su división, lo que afecta la naturaleza de ciertas zonas con sus interacciones. 

El autor recuerda la distinción entre los centros nerviosos inferiores que actúan instintivamente y los reflejos cerebrales que comandan el comportamiento psíquico y que son reflejos psíquicos llamados también reflejos imaginativos, para subrayar su estrecha relación con la imaginación. Para cada uno de nosotros, la educación consiste entonces en hacer pasar el consciente al inconsciente, es decir actuar constante y voluntariamente sobre el inconsciente para inducir el hábito que creará el reflejo. Los ejemplos abundan. Tomemos la situación de alguien que es irritable y que se enoja fácilmente. En lugar de dejarse llevar por la furia, podrá decir o pensar varias veces con una inspiración profunda: “yo me tranquilizo”. Se comprobará una disminución de la tensión nerviosa y se trocará en calmo y tranquilizado. Después de un cierto tiempo y a más o menos largo plazo, ya la persona no se enfadará en absoluto. El hábito de serenidad dictado por el inconsciente será adquirido por él, convirtiéndose en reflejo. 

El papel de la imaginación, y las imágenes que a ella se asocian, no sólo influyen sobre el psiquismo sino también sobre los órganos. De esa manera, la evocación de imágenes conmovedoras y felices, y el enunciado de sugestiones fuertes provocan la curación. Por el contrario, la constitución de imágenes bajo la influencia de emociones deprimentes o de inquietudes obsesivas es un factor nocivo, que expone a súbitas y graves insuficiencias orgánicas. Igualmente, las reacciones del cuerpo sobre la imaginación son tanto más rápidas y tanto más amplias cuando el cuerpo está más excitado, excitación que se manifiesta por alborozo o por sufrimiento agresivo que favorece la fijación de los reflejos imaginativos. Ella multiplica, en extraordinarias proporciones, la sensibilidad del cuerpo a la evocación de imágenes. Es bien conocido que la absorción de ciertas drogas o ciertos venenos, tomados en pequeñas dosis, son medicamentos tónicos cuyo abuso provoca una sobrexcitación anormal de la imaginación. Ciertos artistas se embriagan para realizar un trabajo de imaginación. 

Por el contrario, la depresión entrega el individuo a la pasividad. Atenúa las reacciones imaginativas, ahoga la emotividad y quita a las imágenes su vivacidad y su poder de acción sobre la envoltura física. Pierre Vachet nos enseña a domesticar nuestra imaginación. Para estar bien, basta con aprender a orientarla por el buen camino. Se trata de enseñar el arte de curarse por el pensamiento, es lo que el autor llama “el suero moral”. A la psicoterapia, que es el conjunto de tratamientos psicológicos, pueden asociarse otros medios terapéuticos como el aislamiento, el descanso, la desintoxicación, la fisioterapia y los medicamentos calmantes o tónicos. El reposo, por períodos breves pero suficientes, debe practicarse en alternancia diaria con fases de esfuerzo fatigoso. Se trata luego de aplicar un método de relajación muscular para hacer desaparecer las tensiones y buscar un vacío mental, método del yogui, para una distensión psíquica. Se agrega también una higiene alimenticia. El régimen anglosajón es recomendado en comparación con el régimen francés, a fin de dar preferencia al desayuno de la mañana en lugar del almuerzo del mediodía. No hay azar, no hay fatalidad ineluctable. Siempre hay una relación más o menos lejana de causa a efecto. 

El optimismo y la euforia son el resultado de la imaginación bien dirigida, como lo son, por el contrario, la angustia y la fatiga en una imaginación mal orientada. La mayoría de los emotivos y los ansiosos están aferrados a emociones antiguas y perniciosas de las que no pueden liberarse. No se dan cuenta de las circunstancias a favor de las cuales se ha fijado sobre ellos un mal reflejo imaginativo. Sufren de un “recuerdo inconsciente”. Estos recuerdos ofensivos proceden a menudo de la niñez, porque es en ese período cuando las emociones son más fuertes y sin proporción con los eventos, al tiempo que el cuerpo y el espíritu son nuevos. En efecto, un niño es incapaz de comprobar la justeza de las opiniones y si le provocan emociones violentas, guardará toda su vida profundos rastros de ellas. 

El papel de los terapeutas 

Entonces el papel del médico es importante. Él debe destruir los reflejos imaginativos funestos para la salud, para luego crear y mantener en el paciente reflejos imaginativos que lo curen. Debe ser un condensador de energía y optimismo y su orientación es importantísima. Es fácil comprender que los curanderos ignorantes acierten, allí donde han fracasado las terapéuticas más sabias de los más grandes médicos. No es preciso decir que el curandero inspira confianza a sus enfermos pero exige de ellos la más insensata esperanza, lo más eficaz en la curación. La historia proporciona múltiples ejemplos. El terapeuta involucrado debe ayudar a encontrar los recuerdos olvidados. Volverá a plantear el evento emotivo que originó el desorden que persiste, por asociación de ideas, alrededor de la representación de la enfermedad. Aprovechará que la fantasía de un individuo generalmente se orienta hacia los objetos de preocupaciones inconscientes. Los ensueños expresan el dramatismo simbólico de las inquietudes, los deseos y los conflictos psicológicos profundos. Él necesitará entonces crear en el enfermo hábitos de calma que perduren cuando se presente la situación crítica. A esos estados de distensión orgánica y confianza, se asociarán fases imperativas, asegurándole contra emociones que no se producirán más. 

La psicoterapia se apoyará pues, esencialmente, en la sugestión. La forma de pensamiento es necesaria, pero la voz juega un papel esencial; es ella, la que asociada a las palabras debe calmar repitiéndolas. Su timbre será monótono y cada fórmula dicha en cadencia rítmica. Durante la cura, es al paciente a quien corresponde la tarea principal, limitándose el médico a regular y mantener los efectos. Necesitamos aprender desde ahora a cultivar nuestra imaginación, a someter a nuestro cuerpo a los decorados risueños y a las imágenes felices. La depresión debe ser combatida buscando emociones tónicas asociadas a representaciones. Obtenida la curación, nada está definitivamente vencido. Sobre todo no hay que flaquear, cada día hay que desear la salud del espíritu y por tanto someterse a un régimen mental para evitar el retorno efectivo del mal. Para mantener la curación y el bienestar, es necesario trabajar sobre la imaginación, creando emociones positivas y tónicas de las cuales las más eficaces son las que nacen de la acción lograda, es decir de aquello a lo que nos hemos atrevido. El beneficio del éxito, bajo todas sus formas, es suscitar una emoción de alegría, de triunfo que actúa, no sólo sobre la imaginación sino también sobre el estado orgánico de un deprimido o de un ansioso. 

Es preciso igualmente aprender a desear. Por voluntad, entendemos algo distinto a una cháchara interna. No basta con decir “yo quiero”, pues la voluntad conlleva dos momentos. En primer lugar exige el dominio de sí mismo, la disciplina rigurosa de la imaginación y luego, cuando el cuerpo se ha vuelto dócil, ella se ejercita en la constitución de un sistema de hábitos. Se aconseja suponer que una acción siempre es más fácil de lo que pensamos. No hay que atar nuestra imaginación más que a las realizaciones inmediatas, a medida que éstas se presentan. El ensueño es enemigo de la acción pues dispone al hombre para la ansiedad y la pasión. En cambio, la acción es liberadora porque desvía la atención de sí mismo, para orientarla hacia las cosas o hacia los demás. Nada es peor que concentrarse sobre su propia persona y velar a cada momento por sus placeres y sus penas. El plan de una vida feliz es: “Olvídate de ti dentro de la acción”. 

El pensamiento en la acción 

Las acciones más fáciles y más tónicas son las que no exigen sino movimientos disciplinados. Para una depresión, la elección de las acciones debe realizarse en función de su naturaleza y de su grado. Es reconocido que el deporte es una de las mejores distracciones de la ansiedad, porque es consumo de fuerza que hubiera podido descargarse en convulsiones viscerales. También, insertarse en acciones sociales permite, si se logra, una gran mejoría de nuestro estado. Estas acciones y reacciones deben fijarse sólidamente en nosotros como otros tantos reflejos imaginativos. Pierre Vachet nos dispensa múltiples consejos para favorecer decorados excitantes alrededor de nosotros, para mantener nuestro buen humor y nuestra alegría. Vivamos, si podemos, en un paisaje agradable al aire libre entre árboles y flores; tengamos, de preferencia, una vivienda clara con muebles cómodos, cuadros luminosos y vasos siempre llenos de flores. Tampoco es trivial cuidar su aseo o su traje, evitar a los amigos tristes, buscar la compañía de gente alegre y en buena salud, pues son condensadores de energía. Elijamos libros estimulantes, algunos actúan como un jarabe calmante y otros como un sinapismo. Hay que adquirir el hábito de mantener en nuestro espíritu imágenes beneficiosas que podamos evocar en momentos de desfallecimiento y también formarse lo que el autor llama “un paisaje moral apacible”. Expulsemos el recuerdo del fracaso y estemos siempre dentro de un sistema de esperanza. 

Pierre Vachet aborda igualmente una reflexión en relación con las condiciones de trabajo, donde existe a menudo un desequilibrio entre las posibilidades del hombre y el peso, el ritmo y la complejidad de las tareas. El hombre moderno debe liberarse de la intolerable presión del tiempo y del trabajo y esforzarse por reducir el cansancio del cuerpo y la tensión del espíritu. Y es allí donde interviene el papel del pensamiento, el pensamiento que cura. Sepamos utilizar estas fuerzas que son, alternativamente, el veneno que mata o el suero que cura. El autor también llama nuestra atención sobre la necesidad de educar nuestros cinco sentidos, pues estamos lejos de utilizar sus virtudes (tema ampliamente desarrollado en su libro: Sobre el camino del optimismo y la felicidad). La elección de los colores de nuestro entorno es importante y participa en nuestro equilibrio psíquico. Miremos todo lo que nos rodea, a fin de fijar nuestra atención sobre los objetos y los seres, para poder proyectarlos en cierto momento sobre la pantalla de nuestra imaginación y hacer revivir así una película agradable, en lugar de mirarse a uno mismo. La naturaleza que se expresa por su diversidad y sus riquezas, en todos los registros, todos los matices y todas las densidades, participa en el equilibrio humano. 

Pierre Vachet también insiste en los beneficios de la risa, cuyas repercusiones sobre la salud del cuerpo son incalculables, tanto como el cultivo de la alegría y el gozo. Es deseable que cada humano aprenda a vivir según otra definición, distinta a la señalada por la mayoría de las personas, que cree que vivir bajo presión, emprender trabajos, ganar dinero y gastarlo en menudos placeres… eso es vivir. Vivir es aprovechar las mil cosas pequeñas que se ofrecen a nuestro disfrute en cualquier hora del día presente. Apresurémonos a gozar del presente y contemos lo menos posible con el porvenir, lo que Georges Brassens ha expresado así: “Hay dos días de la semana por los que no me preocupo más, ayer y mañana”. Vivir, es mantenerse en el equilibrio de la salud física y abrirse a esta alegría que es la euforia. 

En el desarrollo de nuestras sociedades modernas todo concurre a la ruptura por el hombre de un equilibrio que siempre será necesario buscar individualmente, pues cada vez más está reducido al estado de robot, en detrimento de las “cosas del espíritu”, para citar a Leonardo da Vinci. Es tiempo de reaccionar para imponer un nuevo humanismo que el autor llama euforismo, nuevo arte de vivir que combina la higiene del cuerpo con la higiene alimenticia y el suero moral para el pleno florecimiento de cada individuo en toda su personalidad. 

Pierre Vachet (1892/199?), autor francés de muchas obras relativas a la salud, entre ellas El Pensamiento que cura, publicado en 1926. Era Doctor en medicina, psicólogo, y director de la Escuela de Psicología y de la Revista de Psicología aplicada. 

Luc Gruntz 

Extraído de la revista “Le journal Spirite” Enero 2014

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¿QUÉ ES LA CARIDAD?

Es un sentimiento íntimo, profundo y grande, que emana del amor fraternal elevado a su grado más culminante.
Es una manifestación espontánea de ternura que, brotando de lo más recóndito del alma, irradia como una blanca llama en torno de los seres a quienes presta auxilio, comunicándoles calor, vida, alegría y alumbrando su senda con celeste claridad.
Es el supremo goce del espíritu emancipado ya de las miserias terrenales; es la ambrosía que liban los ángeles en su mansión de gloria y que en la cárcel que llamamos tierra apenas conocemos sus pobres moradores.
Es el puesto más alto en el progreso espiritual, pues el que posee esta virtud sublime no sólo está redimido, sino que puede redimir a un mundo.
Aquí, en nuestra pequeñez, no podemos comprender la caridad nada más que en sus rudimentarios actos; una insignificante moneda de cobre que pongamos en la mano del infeliz menesteroso, nos parece una acción brillantísima. Un donativo corto, un socorro, un consejo o una expresión de cariño, nos hacen creernos, cuando los prodigamos, unos gigantes del bien, unos mensajeros de Dios, que sembramos la dicha en los humanos y pensamos que somos buenos y merecemos recompensa.
¿Es esto caridad? No; la verdadera caridad es la que apareja el sacrificio, la abnegación y muchas veces las lágrimas del sufrimiento moral y material que causan los ajenos infortunios; aquélla que se practica sin recordar que existe el Ser Omnipotente; que no piensa en recibir galardones ni espera aquí ni allá compensación.
La caridad es la más alta expresión de Amor; es el heroísmo de este sentimiento santo; con el mismo cuidado aparta a la inocente mariposa de la viva lumbre, que separa al ciego del abismo, cura al infeliz leproso y ampara al desvalido huérfano, que da su vida por defender un pueblo víctima del egoísmo y vasallaje, como se inmola en un patíbulo afrentoso, para legar a un mundo un código de leyes redentoras.
La caridad es humilde, modestísima, como que ignora ella misma su valer. Ella no enumera los beneficios, no anota sus actos; ejerce, solamente ejerce su misión santa sin que le rinda el cansancio jamás, sin que el número de los que reclaman su amparo le cause espanto, porque le impele el fuego purísimo en que se inflama; brota de sí esa potente luz. La caridad no es deber, la caridad es Amor.
¿Queréis un ser más caritativo que la madre? Ese cuidado, ese desvelo, ese afán de consolar, acariciar, educar, dirigir, vigilar y hacer buenos, y felices a sus hijos; de dar su vida en beneficio de ellos, de sufrir los martirios más crueles, los odios, las vejaciones, venganzas, desprecios, hambre, sed, que muchas veces tales tormentos cuesta el ser madre, y esto a menudo por unos seres ingratos.
Tormentos que se sufren sin esperanza de gloria, sin pensar en laureles; prefiriendo su perdición eterna (si este absurdo fuera realidad) por hacer la dicha de esos pedazos de su alma.
Ahora bien: preguntadle a esa débil mujer, si tanto trabajo no la rinde, si tales dolores no abaten su energía, si no siente decaimiento y extenuación y anhela poner término a su misión penosa, y os mirará con asombrados ojos, sin comprender vuestro egoísmo, pues concebir no puede que se sienta de otro modo; y aun si el mismo Dios bajara y le ordenara no amar a sus hijos, tal vez se declararía en rebelión.
Pues bien; ese amor, esa caridad de las madres, es la caridad que sienten las almas verdaderamente superiores; no como ellas, para los hijos solos de su cuerpo, sino para todos los seres que pueblan los mundos y que hermanos son, pues son hijos de Dios. Por eso vuelvo a repetir que la caridad es el grado más culminante de amor fraternal.
¿Hay verdadero amor de hermanos en la Tierra? Sabido es que no impera éste en la humanidad; sólo hay ensayos de afecto, remedios de amores, vislumbres de armonía, aletéos de ternura, amagos de compasión y átomos de caridad.
Necesitamos amar, pero amar con vivo sentimiento; sacudir el egoísmo, avasallar el orgullo, dominar la soberbia, crucificar la carne con el dominio de nuestras bastardas pasiones.
Si no podemos aún, trabajemos poco a poco y en silencio; no alardeemos; no esperemos recompensas por ninguna buena obra ejecutada; no nos creamos mejor que los demás citándonos como modelo de virtudes que solamente están en embrión.
Procuremos elevarnos en alas del bien hasta que irradiemos como soles de Amor; igual que irradia Jesús, nuestro hermano celestial; el que cumple la divina ley, el que purificado ya de toda mancha, con abnegación sin límite, guiado de fraternal ternura, nos lleva a las regiones de la dicha por medio de la ciencia, el Amor y la caridad.

LOLA BALDONI
Extraído de la revista “La luz del Porvenir”, número 57, editada en Villena el 1 de mayo de 1909.

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¿Qué es la felicidad?

Según el Diccionario Houaiss de la Lengua Portuguesa, es la “cualidad o estado de feliz; estado de una conciencia plenamente satisfecha; satisfacción, contento, bienestar” [...] f. eterna bienaventuranza, salvación eterna”.

De acuerdo con Yuval Noah Harari (2015), nunca estamos satisfechos con el progreso humano. El homo sapiens, nuestro actual género y especie humana, está en la Tierra desde hace 200.000 años, pero solamente en los últimos 70.000 años predominó sobre la última especie del género Homo, la de Neanderthal, que se extinguió hace 30.000 años después del surgimiento de la actual humanidad. Aún restaba otra especie, la del Homo Floresiensis, extinguida hace 13.000 años, cuando solamente quedó el Homo sapiens.

Hace 70.000 años, el sapiens realizo la primera gran revolución, que lo diferenciaba de todos los demás primates: la revolución cognitiva. Pero hace 12.000 años, dejamos de ser “cazadores colectores”, creamos la agricultura, nuestra segunda gran revolución. Con la revolución agrícola, cambiamos los hábitos nómadas, creamos asentamientos permanentes y domesticamos plantas y animales.

Lo que el autor citado ignora, voluntariamente o no, es la existencia de tres principios universales: Dios, causa inicial de todo lo que existe desde siempre, pues “la nada no existe”, el espíritu y la materia. Esa es la “trinidad universal” como consta en las preguntas 23 y 27 de “El Libro de los Espíritus”, de Kardec, “trinidad” que Harari insiste en ignorar en su obra, si consideramos que sus estudios se refieren a la evolución biológica del ser humano.
“¿Pero somos más felices?”

De acuerdo con Harari (2015), los primeros reinados surgieron hace cerca de 5.000 años, así como la escritura y el dinero, como forma de sustitución del trueque o intercambio. Enseguida, surgieron los imperios, la moneda “universal”. Surge, aún, el politeísmo, que es la creencia en varios dioses, y, en la India, hace cerca de 2.500 años, aparece el Budismo, la “verdad universal” para librarnos del “sufrimiento”. El Judaísmo da origen al Cristianismo y al Islamismo, como creencias en un solo Dios.

En los últimos quinientos años, ocurre la “Revolución Científica”, con las conquistas de América y de otros continentes, y el capitalismo pasa a influenciar a toda la humanidad. Hace poco más de 200 años, Inglaterra promueve la “Revolución Industrial” y, desde entonces, el Estado y el mercado sustituyen a la familia y la comunidad, según Harari (2015). Entre tanto, pregunta ese doctor en historia, especialista en historia mundial y profesor de la Universidad hebraica de Jerusalén:

“¿Pero somos más felices? ¿La riqueza que la humanidad acumuló en los últimos cinco siglos se traduce en satisfacción? ¿El descubrimiento de fuentes de energía inagotables abre delante de nosotros depósitos inagotables de felicidad? ¿Volviendo aún más en el tiempo, los cerca de 70 milenios desde la Revolución Cognitiva volvieron al mundo un lugar mejor para vivir? El fallecido Neil Armstrong, cuya pisada continua intacta en la Luna sin viento, ¿fue más feliz que los cazadores colectores anónimos que hace 30 mil años dejaron sus marcas de mano en una pared en la caverna de Chauvet?”

Objetivo de la encarnación

La creación de los seres vivos y, en especial, del hombre, deriva de la necesidad de la evolución universal, cuyas leyes obligan a todo lo que existe a evolucionar, en un encadenamiento del átomo al ángel, según la respuesta de un espíritu a Kardec. Los espíritus superiores esclarecen a Kardec que el mundo normal primitivo es el mundo espiritual, eterno preexistente y sobreviviente a todo. El mundo corporal es secundario y puede hasta incluso dejar de existir, o nunca haber existido, sin que eso alterase la existencia del mundo espiritual.

El objetivo de la encarnación del espíritu es alcanzar la perfección, pero lo que es eterno, en nosotros, es el alma o espíritu encarnado. El cuerpo tiene vida efímera.

El espíritu Emmanuel nos dice que cada existencia es como “un libro” que estamos escribiendo, y que cada día es como “una página” de ese libro. “Cada hora es una afirmación de “nuestra personalidad”, a través de las personas y de las situaciones que nos buscan”.

En cuanto no alcancemos la perfección, no tendremos la completa felicidad en el cuerpo físico, aunque reunamos las cinco condiciones más codiciadas por toda persona: juventud, belleza, salud, dinero y poder.

Entre tanto, cuando practicamos la Ley de Dios, estamos disfrutando de la “felicidad tan grande que nos permite nuestra existencia grosera”, afirmaron los espíritus superiores.

¿Qué es preciso para ser felices?

En cuanto a la felicidad en el mundo espiritual, nos enseñan los espíritus que ella consiste en los Buenos espíritus.

 [...] Conocerán todas las cosas, en no sentir odio, ni celos, ni envidia, ni ambición, ni cualquiera de las pasiones que ocasionan la desgracia de los hombres. El amor que los une les es fuente de suprema felicidad. No experimentan las necesidades ni los sufrimientos, ni las angustias de la vida material. Son felices por el bien que hacen. Con todo, la felicidad de los Espíritus es proporcional a la elevación de cada uno. Solamente los puros Espíritus gozan, es exacto, de la felicidad suprema, pero no todos los otros son infelices. Entre los malos y los perfectos hay una infinidad de grados en que los goces son relativos al estado moral. Los que ya están bastante adelantados comprenden la ventura de los que les precedieron y aspiran a alcanzarla, pero esta aspiración les constituye una causa de emulación, no de celos. Saben que de ellos depende el obtenerla y para conseguirla trabajan, con la calma de la conciencia tranquila y dichosos al considerar por no tienen que sufrir  lo que sufren los malos.

Con base a lo expuesto, concluimos que, de momento, aún no existe felicidad completa en la Tierra, pero podemos ser felices, tanto como es posible, cuando nos liberemos del orgullo y del egoísmo, las dos llagas de la humanidad, conforme a la respuesta dadas por los espíritus superiores a Allan Kardec.

Concluyo, pues, este informe, con el siguiente poema, dictado por el espíritu Cruz y Sousa a Chico Xavier (Xavier, 2002, p. 251):

Felices los que tienen a Dios

Entre ese mundo de podredumbre
y la vida de alma libre, de alma pura,
aún se encuentra la inmensidad oscura
de las fronteras de ceniza y olvido

Solo el pensador que sufre y anda a la búsqueda
de la verdad y de la luz en el sentimiento
puede guardar ese deslumbramiento
de la Fe —fuente de mística ventura

¡Feliz el que tiene a Dios en esa batalla
de la miseria terrena, que despedaza
todo el anhelo de amor o de bonanza! ...

Venturoso el que va por entre los dolores
atravesando el océano de amargores,
en el bergantín sagrado de la Esperanza

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