miércoles, 26 de julio de 2023

La vida en el Universo

  INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- La conquista de la felicidad

2.-El primer deber del ser humano

3.- La hipocresía y los falsos profetas (1 de 2)

4.- La vida en el Universo

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     LA CONQUISTA DE LA FELICIDAD 

Del libro: Encuentro con la Paz y la Salud por  Divaldo Franco/Joanna de Ângelis Párrafos seleccionados del Capítulo 7 

El ser humano está destinado a la felicidad, que constituye para él un gran desafío. Para lograrla, debe recurrir a todos los valores que se hallan a su alcance. Nadie debe considerar a la felicidad como un estado de plenitud con ausencia de acción, mediante la cual el no hacer nada generaría contentamiento o despreocupación. Esa inercia, si llegara a ocurrir, conduciría al individuo al estado amorfo, de tedio dorado, en el cual la ociosidad conspiraría contra la armonía emocional. La búsqueda de la felicidad es, pues, esencial, para experimentarla a partir del momento en que esta comienza. No será por haberla conseguido que se instalará en la mente y en el comportamiento, sino que la intención misma de lograrla favorece, por anticipado, la satisfacción de bienestar.

 Qué es la felicidad 

La felicidad es el sentimiento agradable que resulta de las emociones saludables, aquellas que aportan calma y enriquecen de júbilo, eliminando las sensaciones perturbadoras. De ese modo, se puede experimentar la felicidad incluso en los estados orgánicos deteriorados, a partir de la comprensión de los mismos y su aceptación, que es una especie de entendimiento mediante la razón. 

Cómo alcanzar la felicidad 

La felicidad se consigue cuando cada uno se convierte en administrador de su propia existencia, y está en condiciones de establecer los métodos de una conducta saludable y respetarlos, para su propia edificación, (…) Nunca estará de más repetir que el Espíritu elabora su destino, y que él es quien siembra y quien cosecha todo lo que realiza. 

Placer y Felicidad 

El placer está más vinculado a los sentidos físicos, aunque se exprese también en el área emocional a modo de satisfacción ante los resultados conquistados. La felicidad es consecuencia del autoconocimiento, de identificación del Self con el ego, que se adapta a las imposiciones superiores y comienza a experimentar las emociones y los sentimientos de belleza, armonía y tranquilidad. 

( Antes publicado por Flama  Espírita del Centro Barcelonés de Cultura Espírita)


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      EL PRIMER DEBER DEL SER HUMANO

       El primer deber de todo ser humano, el primer acto que debe señalar su retorno a la actividad cotidiana, es la oración. Casi todos vosotros oráis, pero, ¡cuán pocos saben hacerlo! ¡Qué importan al Señor las frases que hilvanáis unas con otras de una manera maquinal, por haberos habituado a ello, ya que es una obligación que cumplís y que, como todo deber, os resulta pesado!
      La plegaria del cristiano, del espírita, cualquiera que sea el culto a que pertenezca, debe ser hecha en el momento mismo en que el espíritu vuelve a  revestirse el yugo de la carne.
Tiene entonces que elevarse hasta los pies de la Divina Majestad, humilde y profundamente, en un impulso de reconocimiento por todos los beneficios recibidos hasta esa fecha: por la noche que acaba de pasar y durante la cual se os permitió aun sin vosotros saberlo regresar cerca de vuestros amigos y guías para adquirir, al contacto con ellos, más fuerza y perseverancia. Vuestra oración debe elevarse con humildad hasta los pies del Señor, para encomendarle vuestra debilidad y pedirle su apoyo, indulgencia y misericordia.
       Tiene que ser profunda, porque es vuestra alma la que debe elevarse hacia el Creador, transfigurándose como Jesús en el monte Tabor y llegando hasta Él blanca y radiante de esperanza y amor.
       Vuestra plegaria debe contener la petición de gracia de que tengáis necesidad, pero ésta deberá ser una necesidad real. Inútil será que roguéis al Señor para que acorte vuestras pruebas u os conceda alegrías o riquezas. Antes por el contrario, suplicadle que os dispense los bienes más preciosos de la paciencia, la resignación y la fe. No digáis, como muchos de vosotros afirman: "No vale la pena orar, puesto que Dios no me otorga lo que le pido." ¿Qué le solicitáis en casi todos los casos? ¿Pensáis a menudo en impetrarle vuestro mejoramiento moral? ¡Oh, no, esto muy pocas veces! Os acordáis más bien de pedirle buen éxito en vuestras empresas terrenales, y luego exclamáis: "Dios no se ocupa de nosotros. ¡Si lo hiciera, no habría en el mundo tantas injusticias!".
       ¡Insensatos e ingratos! Si descendierais hasta los hondones de vuestra conciencia, casi siempre encontraríais en vosotros mismos el punto de partida de los males de que os doléis. Pedid, pues, ante todo, vuestro mejoramiento, y veréis entonces qué torrente de gracias y consuelos se derramará sobre vosotros.
       Debéis rogar incesantemente, sin por eso retiraros a vuestro oratorio o postraros de hinojos en las plazas públicas. La oración diaria consiste en el cumplimiento de vuestros deberes de todos ellos, sin excepción, sea cual fuere su naturaleza. ¿Acaso no es un acto de amor hacia el Señor el que asistáis a vuestros hermanos en cualquier necesidad que tengan, bien sea moral o física?...
       ¿No realizáis una acción de gracias cuando eleváis a Él vuestros pensamientos porque una felicidad os ha alcanzado, u os salváis de un accidente, e incluso porque una mera contrariedad apenas si os roza; cuando decís en vuestro fuero interno: " Bendito seas, Padre mío"?¿No constituye un acto de constricción el humillaros ante el Juez Supremo cuando sentís que habéis incurrido en falta, aunque sólo sea por un pensamiento fugitivo, y le decís:
       Perdóname, Dios mío, por haber pecado por orgullo, egoísmo o falta de caridad. Dame la fuerza precisa para no desfallecer y el valor necesario para reparar mi falta"'?........
      Esto es independiente de las oraciones regulares de la mañana y de la noche y las de los días consagrados. Como veis, la plegaria puede serlo en todo instante, sin que en manera alguna interrumpa el curso de vuestros trabajos.
      Antes bien, dicha así, santifica a estos últimos. Y persuadíos de que uno de esos pensamientos, que parta del corazón, es más escuchado por vuestro Padre celestial que las largas oraciones que se recitan por costumbre, muchas veces sin una causa específica, y a las cuales os llama de forma maquinal la hora establecida.

El evangelio según el espiritismo.


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LA HIPOCRESIA LOS FALSOS PROFETAS (1 de 2)

  La hipocresía es el acto de pretender constantemente tener creencias, opiniones, virtudes, sentimientos, cualidades, o estándares que uno en realidad no tiene. La hipocresía es un tipo de mentira.

    Vivimos tan pendientes de la opinión ajena que con frecuencia incurrimos en simulaciones, fingimientos, y hasta mentiras.A la hipocresía se la entiende como el discurso o conducta explícita o implícita en el que se dice o se hace de modo incongruente con lo que se piensa o se desea hacer. Hipocresía no es otra cosa que la capacidad para disimular o simular defectos y virtudes que tenemos o no tenemos -respectivamente- con el objetivo personal de ganar espacios en un mundo ante el cual, si nos presentamos como somos, quedaríamos fuera de lugar.

    Este vicio, no es innato en los individuos, sino que se trata simplemente  de un aprendizaje social que puede  hacerse algunas veces con dolor, y otras sin él. Pero que se incorpora  a las pautas sociales  de aprendizaje,  que permite ganar espacios y recompensas –materiales y simbólicas – que gratifican al narcisismo frente  a la escala de valores expuestos en vidriera por la cultura contemporánea. El acceso a estos valores por parte del Yo sería imposible, o muy difícil de  de alcanzar, si no se recurre a estrategias hipócritas que son las que facilitan la accesibilidad a la parafernalia de valores contradictorios que conviven de manera promiscua  en la misma estantería.

    En la mentira hay una expresa y consciente falsificación de la verdad, ya sea para ocultar un hecho o bien para deformarlo. En este sentido suelen ser inteligentes los códigos penales contemporáneos que, al incorporar la figura del "falso testimonio", solo encuadran bajo su capítulo las falsedades de la realidad que pueden ser demostradas con intencionalidad del acusado, o del testigo, por falsificar el relato de los hechos.

    En la hipocresía no existe la intencionalidad descripta en términos de la realidad objetiva externa, sino que lo que se oculta, exagera o deforma, son contenidos de la realidad objetiva interna que -normalmente- entran en el ámbito de las relaciones interpersonales directas y no mediatizadas por otras personas, hechos o elementos del ambiente. Además de los contenidos no conscientes que existen en el actuar hipócrita, aparecen también los contenidos conscientes al igual que en la mentira. Más, en general no se encontrará en la hipocresía la intención expresa de provocar un daño a otro, sino que apunta a producir beneficios a sí mismo u objetos ligados al actor.

    Se puede afirmar que mientras en la mentira hay una alteración del orden de los hechos externos, en la hipocresía hay una alteración de los estados afectivos que vive el actor de la conducta hipócrita.

     En definitiva, debe quedar claro que en absoluto han podido dejar aclaradas las diferencias entre la hipocresía y la mentira. Las diferencias no son claras por que las mismas no tienen la magnitud que permita diferenciarlas como entidades absolutamente diferentes. La hipocresía y la mentira son dos constructos que tienen límites poco claros y con una superposición que facilita la confusión. Pese a todo, la hipocresía no es más que una de las formas que puede llegar a asumir el constructo mayor mentira.

    Un acto hipócrita es "mentir" hacia adentro y hacia afuera. Al Yo y hacia los Otros. El sí mismo se construye y sostiene sobre la base de mentiras sistemáticas y coherentes, aunque esto que se describe no se da necesariamente siempre así. Las mentiras sistemáticas y coherentes, se venden, ofrecen, entregan a los Otros para facilitarles a ellos usarlas como un espejo donde reflejar la imagen de ése sí mismo que, ya devuelta por los Otros, se incorpora nuevamente al sí mismo que originalmente la emitió, pero reelaborada y digerida por el proceso de amagamiento y prefiguración que han hecho quiénes la devolvieron al poseedor originario. Es decir, hay una mentira hacia los Otros que se reelabora como una verdad -sobre base falsa- que se refleja como una mentira hacia el sí mismo.

     Ser hipócrita no consiste simplemente en simular o fingir, mentir incluso, sino en hacerlo de una manera muy peculiar, a saber: para aparentar, precisamente, excelencia moral.

    «Hay que decir, por tanto –escribe Tomás de Aquino–, que la hipocresía es simulación, pero sólo una clase de simulación: aquella en que una persona finge ser distinta de lo que es, como en el caso del pecador que quiere pasar por justo.»

    Esta comienza y acaba en sí misma o, si se quiere, en el interés del hipócrita. Se trata, pues, de un vicio o de un mal en estado puro, en el sentido de que a ninguna otra finalidad puede servir –ni siquiera accidentalmente– que no sea la de imitar la virtud, lo que acaso resulte útil al hipócrita, pero a nadie más que a él. Hay gente que miente sobre sus posesiones o sobre sus logros, sobre sus amistades o sobre sus amores: el hipócrita miente sobre su bondad; y con sus actitud ningún bien puede alumbrar –ni siquiera de forma casual o involuntaria– y sí, a menudo, mucho mal. De todas las modalidades de simulación, fingimiento y mentira –modalidades que recorren una amplia gama, que va desde lo risible o ridículo hasta lo francamente perverso–, la hipocresía es, probablemente, la más miserable y la más ruin.

    El objeto de la mentira del hipócrita no es otro que él mismo, pero no en relación a lo que tiene, sino a   lo que es en su más profunda interioridad; mentira, pues, respecto a su forma de ser, a su condición moral. La falsedad sobre el ser es propio y exclusivo del hipócrita, sin que eso sea óbice, para que alguien sea hipócrita y vanidoso al mismo tiempo.

    El hipócrita jamás se engaña a sí mismo: el destinatario y la víctima de su engaño es siempre el otro. San Agustín, aprovechando el origen del término (hipócrita significa en griego comediante o actor), compara acertadamente al hipócrita con aquél que al actuar hace en su papeles de lo que no es (como el actor que sin ser Agamenón finge serlo); del mismo modo, el hipócrita es aquél individuo que aparenta ser lo que no es.

     Y si el vanidoso o el narcisista se conforman con ser admirados, el hipócrita no anhela tanto la admiración como el beneficio, la culminación de un determinado interés. Y si la falsedad del vanidoso puede desplegarse en una amplísima gama de ámbitos, la del hipócrita se halla anclada por completo en el de la moralidad. La hipocresía consiste, pues, en un procedimiento para conseguir determinados beneficios que de ningún otro modo podrían alcanzarse más que aparentando ser moralmente lo que no se es.

     Lo verdaderamente preocupante es que se trata, seguramente, de vicio más extendido de lo que acaso pudiera pensarse. Tanto que tal vez en mayor medida lo padecemos todos, y quizás hasta tal punto interiorizado que acabamos por no advertirlo ni ser conscientes de ello. Si se pregunta a la gente que califique su grado de bondad o de amabilidad, difícilmente podremos esperar que alguien se suspenda; y, sin embargo, diversos estudios demuestras que existen sensibles diferencias entre lo que la gente dice y lo que hace.

    El hipócrita se parece al fariseo, muy dado a las prácticas exteriores, y al culto de las ceremonias. La religión para ellos, es una apariencia de virtudes, prefieren  siempre la letra de la ley, que mata, al espíritu que vivifica. Son hipócritas, enemigos encarnizados  de las innovaciones, llenos de orgullo y de excesivo amor al poder.

     El objeto de la religión es conducir al hombre a Dios, y el hombre no llega a Dios hasta que es perfecto, toda religión  que no consigue hacer al hombre mejor, no consigue su objeto, y aquella en la cual cree apoyarse para hacer el mal, es o falsa, o falseada en su principio. Tal es el resultado de todas aquellas  cuya forma  altera el fondo. La creencia en la eficacia de las formas exteriores  es nula si no impide cometer asesinatos, adulterios, robos, calumniar y hacer daño al prójimo de cualquier modo que sea. Hace supersticiosos, hipócritas o fanáticos, pero no hace hombres de bien.

     Jesús reunido con sus discípulos, atendió a unos escribas y fariseos de Jerusalén que le preguntaron: ¿Por qué tus discípulos  traspasan  la tradición de los ancianos? Pues no se lavan las manos cuando comen pan.

     Y  El les respondió: ¿Y vosotros, porque traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Pues Dios dijo: Honra al padre y a la madre. Y: Maldice al padre  y a la madre, muera de muerte – Mas vosotros decís: cualquiera que dijera al padre, o a la madre. Todo don que yo ofreciere, a ti aprovechará – Y no honrara a su padre o a su madre: habrá hecho en vano el mandamiento por vuestra tradición.

     Hipócritas, bien profetizo de vosotros Isaías, diciendo: este pueblo  con los labios me honra; mas el corazón de ellos lejos  está de mi – Y en vano me honran enseñando doctrinas y mandamientos de hombres.

     Y habiendo convocado a las gentes, les dijo: Oíd y entended. No ensucia  al hombre  lo que  entre  en la boca; más si  lo que sale de la boca, eso ensucia al hombre.

    Entonces Jesús les dijo a sus discípulos que los fariseos se habían escandalizado  con sus palabras, pero que “toda planta  que no ha sido plantada por el Padre, será arrancada de raíz”. Dejadlos, son ciegos que guían a otros ciegos y si ambos son ciegos caerán en el hoyo. Y respondiendo Pedro le dijo: Explícanos esta parábola. ¡Jesús les dijo vosotros también estáis sin entendimiento! ¿No comprendéis  que toda cosa  que entra en la boca, va al vientre, y es echado en lugar secreto? Más lo que sale de la boca, del corazón sale, y esto ensucia al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias. Estas son cosas que ensucian al hombre. Más el comer con las manos sin lavar no ensucia al hombre.

    Y cuando estaba hablando un fariseo le rogo que fuera a comer a su casa. Y cuando entro se sentó a la mesa y el fariseo empezó a pensar  y a decir dentro de sí, ¿Por qué nos e habrá lavado las manos antes de comer? Y el señor le dijo: ahora vosotros  los fariseos, limpiáis lo de fuera del vaso y del plato: más vuestro interior está lleno de rapiña y de maldad. Necios ¿el que hizo lo que está fuera, no hizo también lo que está de dentro? (San Lucas cp. XI) 

    Los judíos habían descuidado los verdaderos mandamientos de Dios, para observar la práctica de los reglamentos establecidos por los hombres y cuyos rígidos observadores se hacían de ella un cargo de conciencia; el fondo, muy sencillo, Había concluido por desaparecer  bajo la complicación de la forma. Era mucho más cómodo observar los actos exteriores  que el reformarse moralmente “lavarse las manos que limpiarse el corazón”.

    Así nos sucede en la actualidad, hay muchos hermanos que solo dan la imagen, pero que no son nada dentro.  Se creen en paz con Dios porque dicen trabajar en su nombre, pero permanecen con los mismos defectos, nada hacen por superarlos. La doctrina  moral de Cristo, ha hecho a muchos cristianos,  que a ejemplo de los antiguos judíos, creen su salvación con las prácticas  exteriores  que con las de  la moral. A estas adiciones  hechas por los hombres a la ley de Dios, son a las que Jesús  hacía alusión cuando dijo “Toda planta que mi padre celestial  no ha plantado, será arrancada de raíz”.

     Hay dos fundamentos  en la vida  para  el que escucha las palabras de Jesús: el primero  es aquel que  las pone en práctica y de ellas se beneficia, es como construir una casa sobre una roca y cuando vienen las lluvias, los vientos,  se desbordan los ríos  y pese a todo eso, la casa no se cae, porque está cimentada sobre la roca. La segunda  es cuando el hombre las escucha y no las pone en práctica,  es como construir la misma casa pero en la arena y cuando llegan las inclemencias la casa cae  sin dejar nada útil, totalmente arruinada.

    Con esto comprendemos que hay dos creencias  la verdadera y la falsa.

    Todo el que quiera construir a de buscar un buen terreno, cavar buenos cimientos,  hecha sobre él una buena base para que soporte el peso de la casa.

    En cambio todo el que  viva despreocupado, y al construir no tome en cuenta todos esos requisitos, su casa no ofrecerá ninguna garantía volviéndose peligrosa para sus habitantes.

    Jesús en la parábola de la higuera seca, cuando Pedro le señala que la higuera que maldijo se seco , le respondió “tened fe en Dios”  - En verdad os digo,  que cualquiera que dijera a este monte: Levántate y échate al mar; y su corazón no dudase de ello  en su corazón, y creyese firmemente  en cuanto dijese, todo le será hecho. (San Marcos cap. 21)

    La higuera seca es el símbolo de las gentes  que solo son buenas en apariencia, pero que en realidad  no producen nada bueno; oradores que tienen  más brillo que solidez, sus palabras  tienen el barniz de la superficie, agradan al oído, pero cuando se les analiza nada sustancial se encuentra en su corazón; después de haberlos escuchado uno se pregunta  qué partido se ha sacado de sus oraciones.

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   ( Continúa y finaliza en la siguiente publicación)

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               LA VIDA EN EL UNIVERSO

«Hay muchas moradas en la casa de mi Padre» (Jesús de Nazareth) 

     Tomamos como principio generador de cuerpos y naturalezas al Éter Universal, definiendo su comportamiento de acuerdo a las leyes propias de la materia. Inherentes al Fluido, esas leyes mantienen el equilibrio y todas las propiedades en las infinitas manifestaciones que presentan. Leyes poderosas y activas, ocultas o latentes, pero destinadas a dirigir, mantener, conservar o destruir a los mundos en los diferentes periodos. De ellas se derivan los diferentes torbellinos y aglomeraciones de fluidos difusos, materia nebulosa, que dan origen a centros de creaciones simultáneas y sucesivas.

     Nuestro sistema solar no había iniciado su etapa evolutiva y, sin embargo, los soles iluminaban el éter primitivo y los planetas habitados abundaban. La Creación estaba exuberante y los ojos maravillados de seres que nos antecedieron. Nebulosas, galaxias, vías lácteas de mundos habitados, la materia cósmica encerraba los elementos materiales, fluídicos y vitales de todos los sistemas y todos los cuerpos celestes.

      Ese fluido penetra los cuerpos como un inmenso océano. En él reside el principio vital que da origen a los seres y perpetúa la vida en cada planeta de acuerdo con su necesidad, principio en estado latente que dormita allí donde la voz de un ser no lo reclama. Toda criatura, mineral, vegetal, animal o de otra especie –ya que existen otros reinos naturales cuya existencia ni siquiera imaginamos– en virtud de ese principio, se apropian de las condiciones necesarias para su existencia y durabilidad. Así se lleva a cabo la creación universal.

     Hablando del mundo espiritual, el espíritu no recibe la iluminación divina que le otorga el libre albedrío, la conciencia y el conocimiento de la importancia de su destino sin haber pasado previamente la serie divinamente fatal de encarnaciones inferiores, en las que elabora su individualidad. Esa es la hora en que el Señor imprime sobre su frente su augusta señal y el espíritu toma un lugar entre los seres Espirituales. Nuevas fuerzas surgen con posterioridad a este movimiento de rotación: la fuerza centrípeta y la fuerza centrífuga. El predominio de la fuerza centrífuga desprende al círculo ecuatorial de la nebulosa y forma de este anillo una nueva masa aislada de la primera, pero sujeta a su imperio.

     Uno de esos planetas fue la Tierra, que antes de enfriarse y revestirse de una corteza sólida dio nacimiento a la Luna por el mismo método de formación astral al que ella misma debe su existencia.

     Durante las hermosas noches estrelladas y sin luna, todos hemos observado ese fulgor blanquecino que atraviesa el cielo de un extremo al otro, al que los antiguos, por su apariencia lechosa, bautizaron con el nombre de Vía Láctea. La Vía Láctea es, en efecto, una campiña sembrada con flores solares o planetarias que brillan en la vastedad. Nuestro Sol y todos los cuerpos que lo acompañan forman parte de esos mundos refulgentes que componen la Vía Láctea. La Vía Láctea, que nos sirve de cuna, se ornamenta de 100 billones de estrellas y cerca de ella, en un archipiélago compuesto de billones de astros, distantes a 700 mil años luz, se encuentra Andrómeda, la deslumbrante galaxia. Sus millones de soles, sus millones de mundos habitados, sólo constituyen una isla en el archipiélago infinito. Un desierto inmenso y sin límites se extiende más allá de la aglomeración estelar  mencionada, rodeándola. Las soledades suceden a las soledades.

     Más allá de estas vastas soledades hay mundos que resplandecen en su magnificencia, al igual que en las regiones accesibles a las investigaciones humanas. Más allá de esos desiertos espléndidos, bogan oasis en el límpido éter y renuevan sin cesar escenas admirables de existencia y vida. Y estos astros, innumerables en cantidad, viven todos, una vida solidaria, pues así como nada se encuentra aislado en la organización de nuestro peque- ño mundo terrestre, nada tampoco está aislado en el Universo inconmensurable. El número y estado de los satélites varía según las condiciones especiales en que se formaron. Algunos planetas no dieron vida a ningún astro secundario, por ejemplo, Mercurio, Venus y Marte, mientras que otros han formado uno o varios, como la Tierra, Júpiter y Saturno.

     Allá se desarrollan y revelan nuevos mundos, cuyas condiciones diferentes y extrañas de las inherentes a nuestro planeta les otorgan una vida que ni nuestras percepciones podrían imaginar ni nuestros estudios constatar. Es allí donde resplandece en toda su plenitud el poder creador. La inmortalidad de las almas, que es la base del mundo físico, pareció imaginaria a ciertos pensadores prejuiciosos.

     Pero aún no hemos hablado del Mundo Espiritual, el cual también forma parte de la Creación y cumple su destino de acuerdo con las augustas prescripciones del Señor. El espíritu no recibe la iluminación divina que le otorga el libre albedrío, la conciencia y el conocimiento de la importancia de su destino sin haber pasado previamente la serie divinamente fatal de encarnaciones inferiores, en las que elabora su individualidad. Esa es la hora en que el Señor imprime sobre su frente su augusta señal y el espíritu toma un lugar entre los seres Espirituales.

     La inteligencia humana deberá esforzarse mucho para imaginar a esos mundos radiantes que brillan en la extensión como simples masas de materia inerte y sin vida. Le costará trabajo concebir que en esas regiones lejanas haya magníficos crepúsculos, noches espléndidas, soles fecundos y días plenos de luz. Valles y montañas donde las profundidades múltiples de la Naturaleza han desplegado toda su esplendente pompa, y dificultosamente podrá imaginar que el espectáculo divino con el cual el alma puede fortalecerse como con su propia vida, se encuentre desprovisto de sentido y privado de un ser pensante que pueda llegar a comprenderlo. Una misma familia humana fue creada en la universalidad de los mundos, y a esos mundos los unen lazos fraternos, aún desconocidos.

      Esos astros que armonizan en sus vastos sistemas no están habitados por inteligencias extrañas unas de otras, sino por seres marcados en la frente con el mismo destino, quienes volverán a encontrarse en algún momento de acuerdo a sus funciones de vida y se buscarán siguiendo sus simpatías mutuas. Es la gran familia del espíritu divino que abarca la extensión de los cielos y que permanece como el tipo primitivo y final de perfección espiritual.

     Nuestro Sol es sólo una estrella solitaria en la abundancia de 7×1022 estrellas en el universo observable. La Vía Láctea es sólo una de entre las 500.000.000.000 galaxias del Universo. Parecería entonces que debería haber plenitud de vida allí afuera. La Fórmula Drake fue concebida por el radioastrónomo y presidente del instituto SETI, Frank Drake, con el propósito de estimar la cantidad de civilizaciones en nuestra galaxia, la Vía Láctea, susceptibles de poseer emisiones de radio detectables.

     Gracias a Allan Kardec que examinó meticulosamente el fenómeno espiritual, llegando a la conclusión de la inmortalidad del espíritu y presentando los medios seguros para mantener contacto con las Sociedades del mundo extrasensorial, son los Espíritus que retornan para decir con la autoridad que los habilita: «La muerte no existe, resurgen en el más allá maravillosos panoramas de la vida en sublimes manifestaciones».

- CARMEN CARDONA-
 Bibliografía KARDEC, A. La Génesis [www.espiritismo.es] CARVALHO, V. – FRANCO, D. À luz do Espiritismo. Salvador (Br.) : Alvorada, 1968. XAVIER, FC - EMMANUEL. A camino de la luz
( Art. tomado de la Rev. nº 14 de la FEE)

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