jueves, 29 de octubre de 2015

Visiones a la hora de la muerte


PRUEBAS VOLUNTARIAS, EL 

VERDADERO SILICIO 

Preguntáis si os es permitido aligerar vuestras propias pruebas; esta pregunta tiene relación con esta otra: Al que se ahoga, ¿le es permitido el que procure salvarse? Al que se clave una espina, ¿sacársela? Al que está enfermo, ¿llamar al médico? Las pruebas tienen por objeto ejercitar la inteligencia, del mismo modo que la paciencia y la resignación; un hombre puede nacer en una posición penosa y embarazosa, precisamente para obligarle a buscar los medios de vencer las dificultades. El mérito consiste en soportar sin murmurar las consecuencias de los males que no se pueden evitar, en perseverar en la lucha, en no desesperarse si no se sale bien del negocio; pero no en el abandono, que sería más bien pereza que virtud. 

Naturalmente esta pregunta conduce a esta otra. Puesto que Jesús dijo: "Bienaventurados los afligidos", ¿hay mérito en proporcionarse aflicciones agravando sus pruebas con sufrimientos voluntarios? A esto contestaré muy claro. Si hay un gran mérito cuando los sufrimientos y las privaciones tienen por objeto el bien del prójimo, porque es la caridad por el sacrificio; no, cuando no tienen otro objeto que uno mismo, porque eso es un egoísmo fanático. Aquí debe hacerse una gran distinción; en cuanto a vosotros, personalmente, contentáos con las pruebas que Dios os envía, y no aumentéis la carga, ya de por sí muy pesada a veces: aceptadlas sin murmurar y con fe; es todo lo que El os pide. No debilitéis vuestro cuerpo con privaciones inútiles y maceraciones sin objeto porque tenéis necesidad de todas vuestras fuerzas para cumplir vuestra misión de trabajo en la tierra. 
Torturar y martirizar voluntariamente vuestro cuerpo, es contravenir a la ley de Dios, que os da los medios de sostenerle y fortificarle; debilitarlo sin necesidad, es un verdadero suicidio. Usad, pero no abuséis, tal es la ley; el abuso de las mejores cosas, lleva consigo mismo el castigo en sus consecuencias inevitables. 
Otra cosa es con respecto a los sufrimientos que uno se impone para el alivio del prójimo. Si sufrís frío y hambre para calentar y alimentar al que tiene necesidad y por lo cual vuestro cuerpo padece, este es un sacrificio que Dios bendice. Vosotros, los que dejáis vuestros perfumados tocadores para ir a las infectadas bohardillas a llevar el consuelo; vosotros, los que ensuciáis vuestras delicadas manos curando llagas; vosotros, los que os priváis de lesueño para velar a la cabecera del enfermo que es vuestro hermano en Dios; vosotros en fin, los que gastáis vuestra salud en la práctica de las buenas obras, ya tenéis vuestro silicio, verdadero silicio de bendición, porque los goces del mundo no han secado vuestro corazón, no os habéis dormido en el seno de las voluptuosidades enervadoras de la fortuna, sino que os habéis hecho los ángeles consoladores de los pobres desheredados. Mas vosotros, los que os retiráis del mundo para evitar sus seducciones y vivir en el aislamiento ¿para qué servís en la tierra? ¿En dónde está vuestro valor en las pruebás, puesto que huís de la lucha y evitáis el combate? Si queréis un silicio, aplicadlo a vuestra alma y no a vuestro cuerpo; mortificad vuestro espíritu y no vuestra carne; azotad vuestro orgullo, recibid las humillaciones sin quejaros, martirizad vuestro amor propio; sed fuertes contra el dolor de la injuria y de la calumnia, más punzante que el dolor corporal. Ese es el verdadero silicio cuyas heridas os serán tomadas en cuenta, porque atestiguarán vuestro valor y vuestra sumisión a la voluntad de Dios. (Un Angel Guardián. París, 1863). 

"¿Debe ponerse término a las pruebas del prójimo cuando se puede, o por respeto a la ley de Dios, se les ha de dejar seguir su curso?" 
Os hemos dicho y repetido muchas veces que estáis en esa tierra de expiación para acabar vuestras pruebas, y que todo lo que os sucede es consecuencia de vuestras existencias anteriores y el interés de la deuda que debéis pagar. Pero este pensamiento provoca en ciertas personas reflexiones que es necesario cortar, porque podrían tener funestas consecuencias. Algunas piensan que desde el momento en que se está en la tierra para expiar, es menester que las pruebas sigan su curso. 
Los hay también que llegan a creer que no solamente no debe hacerse nada para atenuarlas, sino que, por el contrario, es menester contribuir a hacerlas más provechosas recrudeciéndolas; esto es un gran error. Sí, vuestras pruebas deben seguir el curso que Dios les ha trazado; ¿pero conocéis acaso ese curso? ¿Sabéis hasta qué punto debén llegar; y si vuestro Padre misericordioso ha dicho al sufrimiento de tal o cual de vuestros hermanos "De aquí no pasarás?" ¿Sabéis si su Providencia os ha elegido, no como un instrumento de suplicio para agravar los sufrimientos del culpable, sino como el bálsamo de consuelo que debe cicatrizar las llagas que su justicia había abierto? No digáis, pues, cuando veáis herido uno de vuestros hermanos: es la justicia de Dios, y es preciso que siga su curso; sino decid lo contrario: veamos qué medios nuestro Padre misericordioso ha puesto a mi alcance para aliviar los sufrimientos de mi hermano: veamos si mis consuelos morales, mi apoyo material y mis consejos podrán ayudarle a sobrellevar esta prueba con más fuerzas, paciencia y resignación; veamos si quizá Dios ha puesto en mis manos los medios de hacer cesar ese sufrimiento, o si me ha sido también a mí como a prueba, y tal vez como expiación, cortar el mal y reemplazarlo por la tranquilidad. 
Ayudáos, pues, siempre, en vuestras pruebas respectivas, y no os miréis jamás como instrumentos de tormento; este pensamiento debe desagradar a todo hombre de corazón, mayormente a todo espiritista; porque el espiritista debe comprender mejor que los otros la extensión infinita de la bondad de Dios. El espiritista debe pensar que su vida entera ha de ser un acto de amor y de abnegación, y que cualquier cosa que haga para contrarrestar las decisiones del Señor, su justicia seguirá su curso. Puede, pues, sin miedo hacer todos los esfuerzos para endulzar la amargura de la expiación; pero sólo Dios es el que puede detenerla o prolongarla, según lo juzgue más conveniente. ¿No habría un orgullo muy grande en el hombre en creerse con derecho a exasperar la herida? ¿En aumentar la dosis de veneno en el pecho del que sufre, so pretexto de que tal es su expiación? ¡Oh! Contempláos siempre como un instrumento elegido para hacerla cesar. Resumamos: Todos vosotros estáis en la tierra para expiar, pero todos sin excepción debéis hacer todos vuestros esfuerzos para endulzar la expiación de vuestros hermanos, según la ley de amor y de caridad. (Bernardino, espíritu protector. Bordeaux, 1863). 

"Un hombre está en la agonía, presa de crueles tormentos; se sabe que no hay esperanza de salvarle; ¿es permitido ahorrarle algunos instantes de agonía precipitando su fin?" ¿Quién puede daros el derecho de prejuzgar los destinos de Dios? ¿Acaso no puede conducir a un hombre al borde del sepulcro para sacarle de él, con el fin de hacerle volver en si y conducirle a otras meditaciones? En cualquier estado en que se encuentre un moribundo, nadie puede decir con certeza que haya llegado su última hora. ¿Acaso la ciencia no se ha engañado nunca en sus previsiones? Sé muy bien que hay casos que con razón pueden llamarse desesperados; pero si no queda esperanza de vida y salud, ¿no hay innumerables ejemplos de que en el momento del último suspiro, el enfermo se reanima y recobra sus facultades por algunos instantes? Pues bien. Esa hora de gracia que se le concede, puede tener para él la mayor importancia, porque ignoráis las reflexiones que ha podido hacer su espíritu, en las convulsiones de la agonía y los tormentos que puede ahorrarle un rayo de arrepentimiento. El materialista que sólo ve el cuerpo y nada le importa el alma, no puede comprender estas cosas; pero el espiritista que sabe lo que pasa más allá de la tumba conoce el precio del ultimo pensamiento. Mitigad los últimos sufrimientos tanto como podáis, pero guardáos de abreviar la vida, aun cuando no sea sino por un minuto, porque este minuto puede evitar muchas lágrimas en el porvenir. (San Luis. París, 1860). 
     "El que está hastiado de la vida, pero que no quiere quitársela, ¿es culpable si busca la muerte en un campo de batalla, con la idea de hacer útil su muerte?" Que el hombre se dé la muerte o que se la haga dar, el objeto es siempre abreviar su vida y por consiguiente, hay suicidio de intención, si no de hecho. El pensamiento de que su muerte servirá para algo, es ilusorio; no es más que un pretexto para dar un colorido a su acción y excusarla a sus propios ojos. Si tuviera formalmente el deseo de servir a su país, procuraría vivir defendiéndole y no muriendo, porque una vez muerto, de nada le sirve. La verdadera abnegación consiste en no temer a la muerte cuando se trata de ser útil, en desafiar el peligro, en hacer anticipadamente y sin pensar, el sacrificio de la vida pero la "intención premeditada" de buscar la muerte exponiéndose al peligro, aun cuando sea para hacer un servicio, anula el mérito de la acción. (San Luis. París, 1860). 

"Un hombre se expone a un peligro inminente para salvar la vida a uno de sus semejantes, sabiendo de antemano que él mismo sucumbirá, ¿puede mirarse esto como un suicidio?" 
Desde el momento que no existe la intención de buscar la muerte, no hay suicidio, sino sacrificio y abnegación, aun cuando se tenga certeza de perecer. ¿Pero quién puede tener esta certeza? ¿Quién ha dicho que la Providencia no tenga un medio inesperado de salvación en el momento más crítico? ¿Acaso no puede salvar al mismo que esté a la boca de un cañón? Muchas veces se puede querer llevar la prueba de la resignación hasta su último límite; entonces una circunstancia inesperada desvía el golpe fatal. (San Luis. París, 1860). 
     "Aquellos que aceptan sus sufrimientos con resignación, por sumisión a la voluntad de Dios y con la mira de alcanzar la felicidad futura, ¿no trabajan sólo para ellos mismos y pueden hacer que sus sufrimientos sean provechosos a otros?" 
Estos sufrimientos pueden ser provechosos a otro, material y moralmente. Materialmente, si por el trabajo, las privaciones y los sacrificios que ellos se imponen, han contribuído al bienestar material de su prójimo; moralmente, por el ejemplo que dan de sumisión a la voluntad de Dios. Este ejemplo del poder de la fe espiritista puede excitar a los desgraciados a la resignación, salvarles de la desesperación y de sus funestas consecuencias para el porvenir. (San Luis. París, 1860). 

Extraído de: "El Evangelio según el Espiritismo" - Allan Kardec

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                             CONSIDERACIONES 

      SOBRE  LA

 REENCARNACIÓN





     La Ley divina no considera la ética o la moral.  La Ley Natural no es una ley  moral.
     La ética y la moral son estados creados  a partir de la racionalidad.
     En las fases previas de la vida humana en la tierra, el principio  de la sobrevivencia determina el comportamiento, sin consideraciones de reciprocidad. Apenas el entrenamiento de los factores que, posteriormente, comparan el comportamiento del ser racional.
     En la visión evolucionista, el principio inteligente conoce en los conflictos de la experiencia  que define su proceso de desenvolvimiento, la reciprocidad natural entre acción y reacción, en los campos de relaciones de sobrevivencia. Después,  en el desencadenamiento de las mutaciones, el sufrirá las consecuencias del choque de la convivencia e inscribirá en su mente perenne los rigores de las respuestas.  el resultado  será la estructuración de los valores que se llamaran después de “ética” , o sea, la definición  básica de los cierto y de lo errado, del bien y del mal.
     Ya la moral es establecida por la autoridad, dentro de los padrones creados por la absorvencia de las necesidades de mantener un relativo equilibrio en las  relaciones humanas en el círculo  en el que se desenvuelven, y también para garantizar el poder.
    Ahí nacen las nociones sobre el poder sobrenatural, la delegación de poderes  de misioneros y profetas, con las naciones  de la culpa de la punición.
     Aunque esos sean elementos históricamente encontrados en las civilizaciones de todos los tiempos, constituyen una moral relativamente mutable, adaptable.
     No se puede confundir la reciprocidad de la ley de causa y efecto con la polarización entre culpa y castigo, que en una serie infinita limitaría drásticamente el desenvolvimiento del ser espiritual, perdido en la circularidad permanente.
     Solamente esa perspectiva podrá disolver la aparente contradicción entre  el libre albedrio como instrumento de expansión y evolución del ser espiritual y la Ley. Esto es, no existen límites morales en la Ley. Los limites no están fuera, sino delineados  y funcionan inevitablemente dentro del universo personal, en los mecanismos del proceso de causa y efecto.
     La ley de causa y efecto es el principio fundamental de balance  y reajuste constante de la ruta desdoblada por el ser, en la trilla evolutiva. Ese juego permite la construcción del equilibrio interno.
     No se confunde, todavía, la cuestión de la culpa como consecuencia de la infracción de los valores elegidos  personal y colectivamente, con el instituto de la culpa como acción divina, resultado de un juzgamiento exterior. La pena del Talión es expediente  que el propio ser promueve en los tramites de la culpa y de la reparación.
     La propia Ley Natural o divina establece los mecanismos de la manutención del equilibrio, definido como factor de armonía de los factores competentes, visando el objetivo de manutención y expansión positiva del conjunto.
     El proceso evolutivo del ser es inestable por estar en un nivel de imperfección natural en constante mutación, generando desequilibrios que, en la reciprocidad de la ley de cauda y efecto, promueve el equilibrio, sea internamente, sea en relación con el otro, con el ambiente.
     El libre albedrio, esa libertad esencial, podría llevar a la anarquía incontrolable, si no estuviesen gravados en la conciencia los parámetros de la Ley, construidos en el conflicto existencial.
     En la trayectoria evolutiva del ser espiritual, los factores externos provocan repercusiones que movilizan sus potencialidades, reestructurando niveles mentales y motivaciones. Esos enfrentamientos causan dolor y sufrimiento que producen situaciones penosas e insatisfactorias.
   El equilibrio es la felicidad o la condición de satisfacción y compensación del ser, o si quisiéramos, podemos llamar de Eros.
     La infelicidad es la quiebra del equilibrio  con la creación de estados de confort y desintegración mental, o si queremos, podemos llamar de Muerte o Tánatos.
     El interés de preservación, o instinto de conservación, que se instala en el ser desde el inicio,  y la necesidad que le es inherente de participar en las relaciones compensatorias son los semejantes, son las fuerzas propulsoras que lo mueven para la procura de la honestidad.
     La “inscripción en la conciencia” de los valores de la Ley se da, como se vio, en la propia vivencia de los conflictos y por el deseo de preservación del ser y constituye, en el tiempo, los fundamentos de la ética, considerada como el factor que establece el juzgamiento de los factores para la persistencia del ser.
     En el periodo humano, la ética y la moral se expresan, inicialmente, con el nacimiento de los tabúes, de los miedos ante los factores naturales, en los misterios del nacimiento y de la muerte, y en la apelación de las fuerzas sobrenaturales, en el interés de la preservación personal o grupal.
     Siendo así, como las fuerzas del universo energético siguen un curso aparentemente al acaso, más si permanecen dentro del flujo orientador de la Ley, el ser espiritual también parece seguir una forma anárquica, sin limitaciones. Todavía, a través de los mecanismos de la Ley instalados por la experiencia en la mente del Espíritu, el equilibrio se hace invariable, más no inmediato.
     En la dinámica del proceso, lo que, dentro de la visión sugiere el caos, el acaso, en la verdad, camina para la búsqueda del equilibrio. La cuestión, en esa visión sensorial,  se complica por la variable del tiempo, cronológico  o sensible.
     En el modelo que estamos pensando, la evolución del ser inteligente solo tiene sentido si consideramos la vida de él como una estructura inmortal, dotado de un sentido natural de auto preservación, de inmortalidad, realizada atemporalmente, de la misma forma que las mutaciones del mundo energético se imponen como condición de efectividad.
     En ese modelo no cabe la casualidad, ni el vacío de las intenciones, pues hay siempre la intención de alcanzar el colmo de la satisfacción, tanto en la realización de los fenómenos  biológicos y físicos, como en los fenómenos de la conciencia.
     Si no fuera así, el universo energético y la vida inteligente no habrían sido posibles.
     No se trata de ninguna imposición moral  o relato divino. Lo que se grava en la conciencia, quiero decir en la memoria profunda del Espíritu, son los resultados de las contradicciones vividas a partir del ejercicio vital, dentro del básico principio de causa y efecto. Esa “conciencia” retrata la realidad de las reacciones ante los actos  y acciones realizadas que, a lo largo de la experiencia, establecen una reacción automática, condicionante,  motivando y ajuste imprescindible para el equilibrio del ser, en el conflicto del confort y des confort existencial.
     No estamos olvidando el valor de las interacciones, de los conflictos entre las personas y la influencia de los muertos en la vida de los vivos. Ni en la influencia de entidades más equilibradas en la inducción de encuentros y respuestas. Estamos enfatizando la auto evolución, la elección de lo cierto  y de lo errado en la decisión personal y colectiva.

Articulo recuperado  y publicado en el Jornal Abertura en agosto del 2012
  . Jaci Régis-  EL BLOG DE LOS ESPÍRITAS
Fuente: Instituto Cultural Kardecista de Santos (Brasil) -

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                        MATRIMONIO Y DIVORCIO


Para ser felices todos precisamos de un compañero  con quien compartir ansiedades,  resolver problemas cotidianos, confiar triunfos y reveses,  y principalmente  realizar   nuestros  deseos  de dar y recibir cariño.

Los objetivos principales  que han de ser alcanzados en el matrimonio es el conseguir  establecer vínculos  de amor,   comprensión  y  fidelidad entre marido y mujer, asegurando así el equilibrio emocional.

El matrimonio constituye uno de los primeros actos de progreso  en las sociedades humanas; porque establece la solidaridad fraterna y se encuentra en todos los pueblos, aunque en condiciones diversas. Abolir  el casamiento seria  retroceder  a la infancia de la Humanidad y colocar al hombre por debajo incluso de ciertos animales que les dan el ejemplo de uniones constantes.

Casarse es tarea para todos los días, por lo que solamente   de  la  comunión  espiritual  gradual  y  profunda   es     de donde  surgirá  la integración de los cónyuges en la vida permutada,  de corazón a corazón, en la cual el matrimonio se lanza siempre  para lo Más Alto, en plenitud de amor eterno.
    El porvenir de toda criatura está llenos de incertidumbres e inseguridades,  por eso al contar con un (compañero) o (compañera) que nos ampare y asista en caso deenfermedad   o en la vejez, es lo ideal, para la soledad que es muy triste. Los dolores compartidos, duelen menos, y las alegrías con alguien  que vibre a nuestro lado, ganan en sabor e intensidad.
     Durante el enamoramiento y el noviazgo, los jóvenes, deseosos, de causarse,recíprocamente, favorable impresión, empeñándose en mantener una buena conducta,procurando esconder o camuflarlos aspectos indeseables de sus caracteres. Viven en estado de encantamiento, estimulados por la atracción física, evitando la menor  alusión a episodios desagradables del pasado de cada uno, para entregarse apenas  a devaneos y fantasías, en el ante gozo de las deliciosas promesas del futuro.

Aunque se observe características comprometedoras o menos dignas,  creen, ingenuamente, que el matrimonio las eliminará o que tendrán fuerzas suficientes para soportarlas,  sin prejuicio de la “eterna felicidad” con la que sueñan.
   Sin embargo, después  de casados, al conocer la realidad de la vida, comprenderán  que la vida no está hecha  apenas de momentos románticos, exigiéndoles, ahora, arduos trabajos y no pocos sacrificios para los cuales  no siempre están convenientemente preparados. 
  
     Algunas  veces,  sobrevienen   dificultades  de   orden financiero, que los llevan a sufrir privaciones  nunca antes experimentadas y con ellas acusaciones  y quejas del uno contra el otro.

Las facetas uno del otro que intentaron no tomar en cuenta, empiezan a manifestarse con toda crudeza, generando   conflictos, discusiones, enfados y represalias.

No existe una formula única y por supuesto infalible para la conquista  de la felicidad en el matrimonio.

   Existe, sin embargo determinadas condiciones  y ciertos preceptos, dictados  por la prudencia y por la experiencia  de cónyuges  bien sucedidos, que,  si son observados podrán ofrecer a los jóvenes alguna garantía de que “su” matrimonio venga a ser lo más venturoso posible.

   Uno de los primeros puntos a considerar es la edad para ese paso. Ninguna fijación rigurosa, cabe aquí, ya que  los grados de madurez varían de individuo a individuo, en cualquier fase de la vida, en función  de las experiencias adquiridas en esta encarnación y en las precedentes.

En la actualidad, la edad más propicia  para un matrimonio estable y feliz, se sitúa entre 23 y 26 años para los chicos y 21 a 24 para las chicas. Diversas investigaciones llegaron a la conclusión de que los matrimonios malogrados fueron, en su mayoría, motivados por la precipitación, es decir por haberse realizado demasiado temprano. 

   Otra cosa que influye  en el matrimonio es el grado de cultura y educación.  Lo deseable  es que ambos tengan el mismo nivel cultural y hayan sido educados por padrones   éticos semejantes, pues esto facilitará grandemente la adaptación entre sí.

Las profundas diferencias, una vez pasada, “la luna de miel” en la que todo es deslumbramiento e ilusión, el refinamiento social del cónyuge mejor dotado choque con la bozalidad, la inepcia,  el desaseo y el mal gusto del otro, lo que tornará   insostenible una vida en común, dando lugar a que alguno o ambos  pasen a buscar  compensaciones  fuera del hogar, junto a otra u otro que mejor les comprendan, aprecie du modo de ser y responda  a sus necesidades más intimas.

    Otro contingente  más de la armonía conyugal es el sentimiento religioso, el cual no debe ser subestimado. Al considerar  que la religión es una  característica de la personalidad, se torna penoso, por ejemplo,  a uno de los cónyuges que desease cumplir  fielmente los deberes establecidos por la Iglesia o por las propias convicciones religiosas, tener que soportar, sin enfado o protesta, las propuestas  del otro, ateo o indiferente, que considerase   tales deberes mera simplezas, infantilismo mental, etc.

Es muy difícil mantener la paz doméstica, con un esposo, fanático e intransigente, que intenta convertir al otro  a su credo, importunándolo a cada instante  y con cualquier pretexto con sus discursos de catequesis.

     La  conciencia  del  exacto   papel  de  cada  uno  en  la construcción  y manutención del hogar; la identidad de propósitos en lo tocante al planeamiento familiar;  a la finalidad espiritual; a la filosofía de vida que esposen; a la certeza de que se aman; a pesar de los defectos de cada uno, incluso sabiendo que ellos persistan después del matrimonio,  la aceptación de la familia del futuro cónyuge, tal como ella es; la capacidad reciproca de divergir, sin discutir, y de argumentar, sin pelear, la buena disposición de ambos  de acatarse las opiniones y favorecer la solución de problemas  de interés común, etc. Son otros tantos factores  que contribuyen para un matrimonio afortunado.

  En la unión de los sexos, a la par de la ley divina material, común a todos los seres vivos, hay otra ley divina, inmutable como lo son todas las leyes de Dios, exclusivamente moral. 

 Quiso Dios que los seres se uniesen  no solo por los lazos de la carne, sino también por los lazos del alma,  con el fin  de que el afecto mutuo de los esposos  se transmitiese  a los hijos y que fuesen dos, y no uno solamente, a amarlos, a cuidar de ellos y hacerlos progresar.

   La felicidad conyugal tiene un precio bastante alto, tan alto  que solo podrá ser pagado, a largo plazo, mientras dure el matrimonio, en monedas de humildad, comprensión, paciencia, espíritu de renuncia y gran dosis de buena voluntad en el sentido de adaptación mutua.

    Para conseguir la felicidad en común, cada uno de los cónyuges precisa sacrificar un poco de su “yo” para que el “nosotros” se fortalezca y se vuelva cada vez más agradable.   Para ello  la primera cosa que debe ser cultivada, de parte a parte, es el don de perdonar.

   Conflictos, discusiones, mal entendidos… son hasta cierto punto  normales  en la vida de una pareja, y, si no hay comprensión y tolerancia reciproca, sentido de minimizarlos y superarlos, el hogar  acabara dejando de ser un reducto de amor, de paz y de alegría, para transformarse en campo de negligencias, deprimente y deplorable.
  
   El apoyo mutuo y un poco de humildad espiritual, harían desaparecer tantos antagonismos  irreductibles en las relaciones familiares. La Evangelización en el hogar   también  es otro recurso muy preciado, ya que el recuerdo de los preceptos de Jesús, sus divinas enseñanzas junto con la misericordia,  les harían soportar  las faltas y las flaquezas   de los que los rodean sin guardarles resentimiento,  perdonándolos de corazón.

    Sabrían que “ El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consisten  en ver cada uno apenas  superficialmente   los defectos del otro y esforzarse  en hacer que prevalezca lo que hay en el de bueno y virtuoso.
         Otro factor imprescindible para la preservación de la felicidad conyugal es el dialogo entre los esposos. “El sublime amor del altar domestico anda muy lejos, cuando los cónyuges pierden el gusto de conversar entre sí.

     La vanidad y el orgullo son dos sentimientos de los más comunes que pueden anidarse en lo íntimo de las personas. Y son ellos los que, a menudo, provocan  el estremecimiento de las relaciones entre marido y mujer.
   “La caridad sublime, que Jesús enseño, también consiste  en la benevolencia que uses  siempre y en todas  las cosas para vuestro prójimo. Por eso la pareja puede ejercitar esa virtud sublime, dirigiendo palabras de consuelo, de encoraja miento, de amor.

        No estamos en la obra del mundo para aniquilar lo que es imperfecto, sino para completar  lo que se encuentra inacabado.

    En las esferas elevadas, los espíritus evolucionados consideran motivo de honra el amparo a los compañeros menos desenvueltos  que se adiestran en planos inferiores.

  El matrimonio en la tierra puede asumir variados aspectos, objetivando  múltiples fines. Accidentalmente, tanto el hombre como la mujer encarnados pueden experimentar diversas veces el casamiento terrestre, sin por ello encontrar  la compañía de las almas afines con las cuales realizar  la unión ideal.  Eso  es porque comúnmente, el hombre necesita rescatar  deudas que se contrajeron  a causa de la energía sexual aplicada de forma inadecuada ante los principios de causa y efecto.

    Cuando el matrimonio expiatorio ocurre en segundas nupcias, el cónyuge liberado de la vestimenta física, cuando se ajuste a la afección noble, frecuentemente se coloca al servicio  de la compañera o del compañero en la retaguardia, en el que ejercita  la comprensión y el amor puro.  Si los viudos y las viudas de las efectuadas nupcias en grado menor de afinidad demuestran sana condición de entendimiento, son habitualmente conducidos, tras la muerte,  a la convivencia  del matrimonio restituido a la comunión, disfrutando posición análoga  a la de los hijos queridos junto a los terrenos padres, que por ellos se someten  a los más elocuentes y polifacéticos testimonios de cariño y sacrificio personal para que atiendan, dignamente, a la articulación de los propios destinos.

      Si la desesperación de los celos o la nube del despecho ciegan a uno de los miembros del equipo fraterno, los cónyuges re asociados en el plano superior le amparan en la reencarnación, a la  manera de benefactores ocultos, interpretándoles la rebelión por síntoma enfermizo, sin retirarles el apoyo amigo, hasta que se reajusten en el tiempo.
     Cuando el hogar terrestre es analizado sin preconceptos, permanece estructurado en las mismas bases esenciales, al igual que  los padres humanos, reciben, muchas veces, en el instituto domestico, por hijos e hijas, a aquellos mismos lazos del pasado, con los cuales atienden  al rescate de antiguas cuentas, purificando emociones, renovando impulsos, dividiendo compromisos o esmerando relaciones afectivas del alma  para el alma.

      El divorcio, según conocimientos del Plano Espiritual, no debe ser facilitado o estimulado entre los hombres, porque no existen en la Tierra uniones conyugales, legalizadas o no, sin vínculos graves  en el principio de la responsabilidad asumida en común.
        Es urgente, que la sociedad humana establezca regulaciones severas a beneficio de nuestros hermanos  contumaces en la infidelidad a los compromisos asumidos consigo mismos, a beneficio de ellos, para que no se unan a mayor desgobierno, y a beneficio de sí mismos, a fin de que no regrese a la promiscuidad envilecida de las tabas oscuras, en que el principio y la dignidad de la familia aun son plenamente desconocidos.

      Es imprescindible que el sentimiento de Humanidad interfiera  en los casos especiales, en el que el divorcio es el mal menor que pueda surgir  entre los grandes males pendientes sobre la frente  del matrimonio, sabiéndose, por tanto,  que los deudores de hoy volverán mañana al acierto de las propias cuentas.

    Si el espirita debe ser prudente, virtuoso, tolerante, humilde y abnegado y caritativo, entre sus hermanos de ideal y en el seno de la Humanidad, ¡Cuánto más debe serlo en la familia! Si son sagrados los deberes que hemos de cumplir  entre nuestros hermanos y en la Humanidad, mucho más lo  son los que tenemos que cumplir en la familia. Porque debemos considerar que, más allá de los vínculos que en esta existencia nos unen con lazos indisolubles, tenemos siempre historias pasadas, que se enlazan  con la historia presente.
Merchita

Trabajo extraído de los Libros “Evolución en dos mundo”  y “la vida en Familia” ambos de Francisco Cándido Xavier.
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VISIONES A LA HORA DE LA MUERTE


Esta escueta nota ha sido publicada por  Yahoo, el día 28 de Octubre de 2015:


La mayoría de las personas que están a punto de fallecer reciben la “visita” de sus amigos muertos en sus últimas horas de vida
A medida que se acerca la muerte, las visitas se vuelven cada vez más frecuentes. No es la primera vez que se habla de este fenómeno, pero no existían estudios serios hasta ahora. Aunque los científicos continúan sin saber cuáles son las causas de estas visiones.
Un equipo de científicos de
Canisius College, una universidad situada en Nueva York, entrevistó a 66 pacientes de un hospital para enfermos terminales.
Esta investigación se centró en un fenómeno común pero escasamente estudiado y descubrió que la mayoría de los pacientes tenían este tipo de visiones al menos una vez al día.
Muchos de ellos aseguran que
las visitas “parecían reales”, y que la mayoría de las personas que se manifestaron habían sido amigos o familiares suyos.
Los investigadores escribieron: “A medida que estas personas se acercaban a la muerte, se volvían más frecuentes estos sueños y visiones en los que aparecían personas cercanas ya fallecidas”.
El impacto de estas experiencias previas a la muerte sobre los pacientes, de estas apariciones de personas cercanas, puede resultar profundamente significativo…”.
“Las visiones se pueden producir meses, semanas, días u horas antes de la muerte, y generalmente ayudan a aliviar el miedo, lo cual permite afrontar con mayor fortaleza esta transición definitiva entre los dos mundos”.
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La escueta noticia con su breve comentario, nos lleva a poner de nuevo en marcha, nuestra capacidad de reflexionar y, tal vez, sacar las propias conclusiones.
La mayoría de nosotros, ya conocíamos la existencia y realidad de este fe-nómeno, del que dada su vulgarización y repetición, no podemos creer sino que entra dentro del ámbito de   los fenómenos naturales, que cada vez sorprenden menos al tiempo que afianzan más nuestra seguridad íntima de que seguimos viviendo después de que finaliza nuestra vida física.
 Si estas visitas son de seres reales, es evidente que para existir, no necesitan una realidad física. Al mismo tiempo, sabemos por ellos que los lazos afectivos no se deshacen con lo  que aquí conocemos como muerte,pues elamor sigue circulando en dos direcciones o entre  los dos planos de la vida, el físico y el espiritual.

  Como ya es habitual y tal como nos tienen acostumbrados, estos científi-cos que ahora   admiten este fenómeno natural y frecuente,siguen pensando que no se sabe la causa de     todo esto, y tal vez se pueda atribuir solamente a una febril creación de la mente humana      cuando está en declive, debiendo encontrar en el cerebro moribundo, la zona o grupo de    neuronas que “fabri-can” estas visitas tan reales. Pero a nadie se le ocurre considerar las   experi- mentaciones y conclusiones en este tema, que sacaron anteriormente sus colegas, por cier-to, de un alto nivel científico e investigador, que han  pasado a la historia con su     celebridad, por sus brillantes comprobaciones y descubrimientos, tal como Sir Williams Crookes,Thomas A. Edison,Testla, y un largo etcétera, cuyas experiencias e investigaciones,   son tan conoci-das a pesar de que la propia ciencia a la que han servido, se ha ocupado de ignorar lo mas posible, estos detalles, por la sencilla razón de que  contradicen las posturas materialistas y nihilistas que se empeñan en mantener ante las evidencias, por claras y     fuertes que   estas sean.
   La ciencia para admitir el alma, la tendría que poder pesar y medir en un tubo de ensayo o en un laboratorio, pero claro, estamos hablando de un Ente que no es medible por parámetros físicos ni químicos, por tanto,como  es algo que escapa al método científico, lo mas fácil es negar su existen-cia, y si hay alguna evidencia, calificarla como subjetiva y seguir ignorando voluntariamente todo lo que "huele" a espíritu, alma, más allá,etc.

   Me choca ver la afirmación que la noticia hace de que hasta ahora no se había experimentado lo suficiente: Ediht Fiore, Raimond Moody,Sir Oliver Lodge, Camilo Flammarion,  Dra.   Kubbler Ross,Dr. Karl Ossis,Morris Netherton, etc, etc. son solo una pequeña muestra de   los importantes investigadores científicos que han testimoniado el resultado y conclusiones al respecto, confirmando la existencia de los Espíritus de las personas después de haber   dejado el mundo con el fenómeno de la muerte.

¿Por qué suceden estas visitas con mas frecuencia conforme se acerca el 
momento del óbito?.
 
 El Espiritismo ofrece algunas respuestas, y a mí, en este momento solo se me ocurre la de que tanquilizan al ser que va a pasar por la experiencia, le transmiten su cariño y la seguri-dad de que seguimos vivos, y están ahí para recibirlo y acompañarlo definitivamente, una   vez que se vea liberado del cuerpo físico, de modo semejante a como un grupo de amigos acuden a una estación a recibir con alegría al amigo que llega de viaje y se va a reencon-/  trar   con ellos.

     En fin, sean bienvenidas estas publicaciones que ponen a pensar,o al menosa dudar a   las personas que aun caminan por el mundo sin orientación alguna,creyendo que son solamente un cuerpo que cuando muera irá a “criar  malvas”. 
Finalmente muchos, entre los que se encuentran estos perspicaces investigadores, admiti- rán la vida después de esta vida y el futuro luminoso que aguarda a los seres humanos.
- Jose Luis Martín-
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