martes, 29 de mayo de 2012

Sobre el Perdón




PERDONAR ES TENER DOMINIO SOBRE LA FELICIDAD PARA CONQUISTAR LA PAZ.

Todos ansiamos conquistar la paz y procuramos la alegría de vivir en la Tierra. ¿ Pero, qué tipo de felicidad es esa, que cuanto más se persigue más alejada permanece?. Para que verdaderamente conquistemos la paz y la felicidad, es urgente que reconozcamos nuestras flaquezas morales y nos pongamos a practicar una mejoría personal. De las diversas angustias que nos apartan de la paz y dela felicidad, el enfado tiene que ser relevado. Pensando en eso, debiéramos escribir al respecto del perdón, por considerar que es una de las grandes virtudes, por medio de las cuales, conseguiremos la paz y la felicidad deseadas.

La orden "perdonar setenta veces siete veces", dada por Jesús, precisa ser aplicada al límite máximo de nuestras experiencias cotidianas. No obstante, excepcionalmente conseguimos perdonar a las personas que nos causaron algún agravio, lesión, pérdida u ofensa, pues casi siempre elegimos permanecer enfadados, disgustados ( durante una vida entera o varias encarnaciones), Hay casos en que algunos instantes después de ocurrida la ofensa, quizás el agresor que nos dañó, ya haya olvidado la expresión infelizo el insulto que nos dirigió. Por lo que atañe a nuestro sentimiento de justicia, experimentamos en cada afrenta sufrida, la cólera o la aversión y en diversas ocasiones podemos escoger escapar al tiempo de esos sentimientos destructivos, en forma de rencor, preservando el retorno de nuestra mente a la aflicción, la agonía o la ansiedad por largos años.


Jesús enseñó: "Si perdonaseis a los hombres las ofensas que os hacen, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará por vuestros pecados. Perdonar es una actitud sublime, además de una obligación, ya que para que seamos perdonados es necesario que perdonemos al ofensor. El Creador nos tiene perdonados desde siempre. Tomando por base la invitación al perdón, enseñando el ejemplo de Cristo, aprendamos a no permitir que consternaciones, injurias, daños morales de cualquier especie, nos causen repugnancias, desequilibrios y agresividades delictuosas. Tenemos la figura incomparable del Crucificado como ejemplo culminante de clemencia.
Infelizmente, casi siempre optamos por no perdonar en el sentido más exacto del término perdón. Creamos imágenes sobre la ofensa sufrida y permanecemos reproduciendo el hecho a todos los que encontramos en el camino y muchas veces llegamos a las lágrimas, haciéndonos víctimas casi siempre ante todos y de todos. Cuando no encontramos alguna persona dispuesta a escuchar nuestro lamento, continuamos repitiendo continuamente la historia del insulto en nuestro corazón. Esa sensación  deteriora las ideas y ocupa un inmenso espacio en nuestra mente. Es una clase de  auto-obsesión. Con  la mente llena de pensamientos de venganza y "justicia con las propias manos", no alcanzamos razonamientos lógicos; no localizamos expedientes creativos para las dificultades más simples, arruinamos la aptitud de concentración, nos volvemos inquietos y enfadados por pequeñas cosas.

 "El perdón del Señor es siempre transformación del mal en el bien, con renovación de nuestras oportunidades de lucha y rescate en el gran camino de la vida. El perdón es en cualquier tiempo, siempre un trazo de luz conduciendo nuestra vida en comunión con Jesús". Pero cuando optamos por no perdonar, ( o tan solo perdonar de boca par afuera), denunciamos al otro para nuestra desdicha, lo que equivale a responsabilizar al prójimo por nuestra condición de víctima de indefinible amargura. Actuando así, estamos ofreciendo autoridad al ofensor sobre nosotros, o sea, la facultar de poder despedazar nuestra paz, nuestra calma o nuestro placer de vivir (felicidad), y sobre todo nuestra preciosa salud.
No desconocemos que nuestro estado emocional conduce la salud de todos los complejos fisiológicos. Cuando mantenemos buenos pensamientos y emociones serenas, generamos frecuencias magnéticas que alcanzan a todas las estructuras celulares, conduciendo las reacciones electrobioquímicas, a la selva inmunológica, a la división de las células, la simbiosis de los tejidos, la alimentación, las funciones neuropsíquicas, el estado de ánimo, y todo el vigor y la armonía de funcionamiento orgánico.
Sin ninguna duda, el máximo beneficio del perdón es para quien perdona incondicionalmente. El infractor que nos ocasionó determinado agravio no está torturado con nuestra situación emocional. "Quien pega olvida"- dice la jerga popular- ¡ es verdad!. El ofensor, por esta regla, olvida la ofensa que suscitó nuestro enjuiciamiento con la consiguiente condenación. En buena medida perdonar supone desairar el corazón; arrancar una espina clavada en el alma, tener dominio sobre la tan procurada felicidad y conquistar la paz.
Jorge Hessen

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