lunes, 2 de enero de 2012

La lección a Nicodemos



Numerosas escuelas se multiplican para los espíritus desencarnados y, ahora que yo soy un humilde discípulo de estos planteles educativos del Maestro Jesús, reconocí que los planos espirituales también tienen su folklore… De los millares de episodios de este folklore del cielo sobre la vida y obra de Jesús, conseguí reunir treinta y traer al conocimiento del generoso lector que me concede su atención…
     Ahora, para consolidar la curiosidad de los que me leen con el sabor de la crítica, tan a gusto de nuestro tiempo, justificando la substancia real de las narraciones de este libro, citaré al apóstol Marcos cuando dice: “Y sin parábolas nunca les hablaba, pero todo declaraba en particular a sus discípulos” (4; 34); y, el apóstol Juan cuando afirma: “Pero, hay muchas otras cosas que Jesús hizo y que, si cada una de por sí fuese escrita, creo que ni aún todo el mundo podría contener los libros que se escribiesen” (21; 25)…
Pedro Leopoldo, noviembre 9 de 1940 - HUMBERTO DE CAMPOS” (Escritor brasileño fallecido).

     Frente a las nuevas enseñanzas de Jesús, todos los fari seos del templo tomaban enormes cuidados por su extre mado apego a los textos antiguos. El Maestro, sin embargo, nunca perdió la oportunidad de esclarecer las situaciones más difíciles con la luz de la verdad que su palabra divina traía al pensamiento del mundo. Gran número de doctores no conseguía ocultar su descontento, porque no obstante sus actividades para derrotarlo, continuaban las acciones generosas de Jesús beneficiando a los sufridores y afligidos. Se discutían los nuevos principios en el gran templo de Je rusalén, en sus plazas públicas y en las sinagogas. Los más humildes y pobres veían en el Mesías el emisario de Dios, cuyas manos repartían en abundancia los bienes de la paz y del consuelo. Las personalidades importantes le temían.
     Es que el profeta no se dejaba seducir por las grandes promesas que le hacían con referencia a su futuro material. Jamás atemperaba su palabra de verdad con las convenien cias del comodísimo de la época. A pesar de ser magnánimo para con todas las fallas ajenas, combatía el mal con ardor tan intenso, que luego se hacía objeto de la hostilidad de intenciones inconfesables. Mayormente en Jerusalén, que con su cosmopolitismo, era un expresivo retrato del mundo, las ideas del Señor encendían las más acaloradas discusiones. Eran gentes del pueblo que se entregaban a la apología fran ca de la doctrina de Jesús, siervos que le sentían con todo el calor del corazón reconocido, sacerdotes que lo comba tían abiertamente, convencionalistas que no lo toleraban, individuos ricos que se rebelaban contra sus enseñanzas.
     Sin embargo, a pesar de las disensiones naturales que preceden el establecimiento definitivo de las ideas nuevas, algunos espíritus acompañaban al Mesías, tomados de vivo interés por sus elevados principios. Entre estos, figuraba Ni codemos, fariseo notable por el corazón bien formado y por las dotes de inteligencia. Así, una noche, al cabo de grandes preocupaciones y largos razonamientos, buscó a Jesús en particular, seducido por la magnanimidad de sus acciones y por la grandeza de su doctrina salvadora. El Mesías estaba acompañado apenas de dos de sus discípulos y recibió la vi sita con su acostumbrada bondad.Después de los saludos habituales, y revelando su an siedad de conocimientos, tras hondas meditaciones, Nico demos se le dirigió respetuoso:
     - Maestro, bien sabemos que vienes de Dios, pues so lamente con la luz de la asistencia divina podrías realizar lo que has efectuado, mostrando la señal del cielo en vuestras manos. ¡He empleado mi existencia en interpretar la ley pero deseo recibir vuestra palabra sobre los recursos que deberé disponer para conocer el Reino de Dios!
     El Maestro sonrió bondadosamente y esclareció:
    - Primero que todo Nicodemos, no basta que haya vivido interpretando la ley. Antes de razonar sobre sus dis posiciones, deberías haber sentido sus textos. Pero, en ver dad debo decirte que nadie conocerá el Reino del Cielo sin nacer de nuevo.
     - ¿Cómo puede un hombre nacer de nuevo, siendo viejo? - Interrogó el fariseo, altamente sorprendido - ¿Aca so podrá regresar al vientre de su madre?
     El Mesías fijó en él su mirada serena, consciente de la gravedad del asunto debatido, y acrecentó:
     - ¡En verdad te reafirmo que es indispensable que el hombre nazca y renazca para conocer plenamente la luz del reino!
      -Entretanto, ¿cómo puede ser esto? - preguntó Ni codemos perturbado.
     - ¿Cómo eres maestro en Israel e ignoras estas co sas? - Inquirió Jesús como sorprendido - Es natural que cada uno solamente testifique de aquello que sepa; pero necesitamos considerar que tú enseñas. A pesar de eso no aceptas nuestros testimonios. Si hablando yo de cosas terre nas sientes dificultades en comprenderlas con tus razona mientos sobre la ley, ¿cómo podrás aceptar mis afirmacio nes cuando yo hable de las cosas celestiales? Sería locura des tinar los alimentos apropiados a un adulto para el frágil orga nismo de un niño.
     Extremamente confundido, se retiró el fariseo, que dando Andrés y Santiago empeñados en obtener del Mesías el esclarecimientonecesario, acerca de aquella nueva lección.
     Jerusalén casi dormía bajo el velo espeso de la noche alta. Silencio profundo flotaba sobre la ciudad. Pero Jesús y aquellos dos discípulos continuaban presos a la conversa ción particular que habían entablado. Deseaban ellos ardien temente penetrar el sentido oculto de las palabras del Maes tro. ¿Cómo sería posible aquél renacimiento? Con todo y sus conocimientos, también compartían la perplejidad que había llevado a Nicodemos a retirarse sumamente sorprendido.
     - ¿Por qué tamaña admiración frente a estas verda des? - les preguntó Jesús, bondadosamente - ¿Los árboles no renacen después que se podan? Con respecto a los hom bres, el proceso es diferente, pero el espíritu de renovación es siempre el mismo. El cuerpo es una vestimenta. El hom bre es su dueño. Todo ropaje material acaba roto, pero el hombre, que es hijo de Dios, encuentra siempre en su amor los elementos necesarios al cambio de vestuario. La muerte del cuerpo es ese cambio indispensable, porque el alma ca minará siempre a través de otras experiencias, hasta que consiga la imprescindible provisión de luz para el camino de finitivo al Reino de Dios con toda la perfección conquis tada a lo largo de los rudos caminos.
     Andrés sintió que una nueva comprensión le felici taba el espíritu simple y preguntó:
      - Maestro, ya que el cuerpo es como la ropa material de las almas, ¿por qué no somos todos iguales en el mundo? Veo jóvenes bellos, junto a inválidos y paralíticos.
      - ¿Acaso no he enseñado - dijo Jesús - que tiene que llorar todo aquél que se transforma en instrumento de escándalo? Cada alma lleva en sí misma el infierno o el cielo que edificó en lo íntimo de la conciencia. ¿Sería justo que se concediera un segundo ropaje más perfecto y más be llo al espíritu rebelde que dañó el primero? ¿Qué diríamos de la sabiduría de Nuestro Padre, si facultase las posibilidades más preciosas a los que las utilizaron en la víspera para el robo, el homicidio, la destrucción? Los que abusaron de la túnica de la riqueza vestirán después la de los siervos y es clavos más humildes, como las manos que hirieron podrán ser cortadas.
     - Señor, comprendo ahora el mecanismo del resca te - murmuró Santiago, exteriorizando la alegría de su en tendimiento - Pero, observo que de ese modo el mundo ne cesitará siempre del clima de escándalo y sufrimiento, dado que el deudor para saldar su cuenta, no podrá hacerlo sin que otro le tome el lugar con la misma deuda.
     El Maestro comprendió la amplitud de la objeción y esclareció a los discípulos, preguntando:
     - Dentro de la ley de Moisés, ¿cómo se verifica el proceso de la redención?
Santiago meditó un instante y respondió:
    - También en la ley está escrito que el hombre paga rá "ojo por ojo, diente por diente".
    - También tú, Santiago, estás procediendo como Ni codemos - replicó Jesús con sonrisa generosa - Como to dos los hombres, has razonado pero no has sentido. Aún no ponderaste, tal vez, que el primer mandamiento de la ley es una determinación de amor. Antes del "no adulterarás", del "no codiciarás", está el "amar a Dios sobre todas las cosas, de todo el corazón y de todo el entendimiento". ¿Cómo po drá alguien amar al Padre, aborreciendo su obra? Con todo, no extraño la exigüidad de visión espiritual con que exami naste el texto de los profetas. Todas las criaturas han hecho lo mismo. Investigando las revelaciones del cielo con el egoísmo que les es natural, organizaron la justicia como el edificio más alto del idealismo humano. Y, entretanto, yo colo co el amor encima de la justicia del mundo y he enseñado que sólo el amor cubre la multitud de pecados. Si nos amarramos a la ley del talión, somos obligados a reconocer que donde existe un asesino habrá más tarde un hombre que tendrá que ser asesinado; con la ley del amor, sin embargo, comprendemos que el verdugo y la víctima son dos herma nos, hijos de un mismo Padre. Basta que ambos sientan eso para que la fraternidad divina aleje los fantasmas del escán dalo y del sufrimiento.
     Ante las explicaciones del Maestro, los dos discípulos estaban maravillados. Aquella profunda lección los esclare cía para siempre.
     Entonces, Santiago se aproximó y sugirió a Jesús que proclamase aquellas nuevas verdades en la predicación del siguiente día. El Maestro le dirigió una mirada de admira ción e interrogó:
- ¿Será que no comprendiste? Pues si un doctor de la ley salió de aquí sin que yo le pudiese explicar toda la verdad, ¿cómo quieres que proceda de modo contrario, con la simple comprensión del espíritu popular? ¿Construye alguien una casa iniciando el trabajo por elecho? Además de eso, más tarde mandaré al Consolador para esclarecer y ampliar mis enseñanzas.
     Evidentemente impresionados, Andrés y Santiago ca llaron sus últimas interrogaciones. Aquel diálogo particular entre el Señor y los discípulos, permanecería guardado en la leve sombra de la noche en Jerusalén; pero, la lección a Ni codemos había sido dada. La ley de la reencarnación estaba proclamada para siempre en el Evangelio del Reino.

Tomado del libro “BUENA NUEVA” de FRANCISCO CÁNDIDO XAVIER (Médium Espírita) y HUMBERTO DE CAMPOS (Espíritu desencarnado).
Elaborado por: GILGARAL

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