sábado, 5 de marzo de 2022

Origen

    INQUIETUDES  ESPÍRITAS

     Una frase de  Fco, Cándido Xavier

1.- La desencarnación ( 2 )

2.- El mundo espiritual que nos rodea

3.- Definir el Espiritismo en pocas palabras

4.- Origen


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   “Una herida no es motivo para otra herida. Una lágrima no es motivo para otra. Un dolor no es motivo de otro dolor. Solo la risa, el amor y el placer merecen la revancha. El resto, más que una pérdida de tiempo, es una pérdida de vida».

Chico Xavier




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                                       LA DESENCARNACIÓN ( 2)

                                       


En un vetusto y noble hospital, había un paciente que llegaba a su fin, en el plano físico. En el pabellón de los indigentes, en un apartamento bien decorado, se debatía en las garras de la tuberculosis pulmonar, un señor de aproximadamente sesenta años.

Había un buen ambiente, en la habitación, con una amplia ventana abierta en la dirección del bosque, en la montaña, por donde entraba la claridad del día, todo contrastaba terriblemente con la psico-esfera allí reinante, irrespirable, en la cual se movían Espíritus vicioso, ostentando mascaras de agresividad, con actitudes visiblemente hostiles. Confabulaban irónicos, y se referían al moribundo con animosidad no disimulada.

El señor era propietario de inmenso latifundio próximo. Heredero de una inmensa fortuna y grandes propiedades de tierra, ha vivido inconforme, ingiriendo vibraciones de baja calidad, a las que se hace merecedor, en razón de su temperamento irascible y rudo.

Internado casi cinco años, sin que la enfermedad pudiera ser vencida, pese a los cuidados de todos los que le asisten con el desvelo que su dinero puede comprar. Tirano domestico, torno en un continuo tormento la vida de la esposa y de los dos hijos, hoy adultos; hace ya bastante   tiempo. El enfermo, veía la indiferencia de los suyos, reaccionando con cólera y mortificándose por no poder descargar, con su réplica, la maldad del inconformismo sobre aquellos que padecieron su imposición familiar. Se rebelaba ante la proximidad de su muerte, por el hecho, de dejar el inmenso patrimonio que preservara y aumentara con ambición y avaricia.

No obstante, sus dolores no se terminaron, cuando cesaron los movimientos físicos, las presencias espirituales que lo rodeaban, son de pésima procedencia y tenían motivos para hacerlo.

Unos son adversarios personales de vivencias anteriores, otros fueron adquiridos en la actual encarnación, y otros, todavía proceden de simpatizantes y amigos de aquellos a quien él perjudicó más recientemente, que desean el exterminio del personaje odiado.

Sembrador de males, recoge ahora los primeros frutos amargos de su plantación. A pesar de las plegarias de las religiosas que le cercan de desinteresado cariño, conociéndole las flaquezas y defectos morales, no lucia la paz ni se encontraba esperanza... la alucinación se apodero del, le hizo apartarse de Dios, de cualquier sentimiento religioso.

El enfermo en agonía, debatiéndose en la campana de oxigeno, la mirada enloquecida, la disnea violenta. Dejaba ver un hilo de sangre viva que le escurría por la comisura de los labios. La tos impertinente, cansina, le obligaba a expeler chorretones sanguíneos que le hacían revolcarse en punzante aflicción. Una religiosa oraba, mientras que una experimentada enfermera le asistía aguardando el momento final, ya próximo.

En razón de sus actitudes, nuestro enfermo pasó a sufrir el cerco de las entidades perversas que interferían en su comportamiento mental con las naturales reacciones psicológicas y humanas.

Las personas pasaron a lanzarle, flechazos mentales, deseándole la ruina, la infelicidad, la muerte. A medida que los minutos pasaban, el agonizante, daba muestras de mayor sufrimiento, padeciendo estertores y emitiendo pensamientos de ira mal contenida contra todos y todo.

El sudor abundante y el colapso periférico, con el entorpecimiento y el amoratar de las extremidades del cuerpo, denotaban que no podía más luchar, en cuanto que el Espíritu permanecía lucido, en la desbaratada fabrica mental, amarrándose a los despojos que se negaban al comando.

Uno de los más terribles obsesores que le afligía, le intentaba desgarrar del cuerpo. El desencarnado percibió que su hora había llegado y, aterrado bajo la asfixia, se debatía, intentando gritar, sin embargo, la tos ronca le venció con brutal hemoptisis, impidiéndole la respiración, victimándole definitivamente.

Comenzaba para el enfermo, doloroso y prolongado periodo de reparación, en el cual el dolor desempeñará el papel que el no permitió fuese realizado por el amor. El tiempo, ese benefactor ignorado y paciente, se encargara de ajustar y poner en sus debidos lugares todo cuanto se encuentra en desconcierto y desequilibrio.

Conforme vivimos, así desencarnamos experimentando las presencias espirituales con los cuales nos afinamos y atraemos, de la misma forma que los sentimientos cultivados se transforman en amarras constrictoras o en alas de liberación.

La desencarnación es momento grave para todos los Espíritus que no practican el bien, felices aquellos que se dan cuenta de los deberes a ejecutar y se fatiguen en los esfuerzos por la edificación de la responsabilidad activa sin mecanismos exculpatorios o justificaciones livianas, destituidos de cualquier legitimidad...

 Es razonable que comprendamos la sustancia de los actos que practicamos diariamente. Aunque estemos obedeciendo a ciertos reglamentos del mundo, que nos compelen a determinadas actitudes, es imprescindible examinemos la cualidad de contribución personal en el mecanismo de las circunstancias, porque es de ley de Dios que toda sembradura se desenvuelva.

 El bien siembra la vida, el mal siembra la muerte. El primero es movimiento evolutivo en la escala ascendente hacia la Divinidad, el segundo es el estancamiento.

 Solamente el bien puede conferir el galardón de la libertad suprema, representando la llave única susceptible de abrir las puertas sagradas del infinito al alma ansiosa.

Tengamos, pues, suficiente cuidado en nosotros, cada día, porque el bien o el mal, habiendo sido sembrado crecerá junto a nosotros, de conformidad con las leyes que rigen la vida.

Si la hora que vivimos en la tierra nos parece de sombra e inquietud, como aquellas que preceden a la muerte, debemos acordarnos de la ansiedad de las “mujeres piadosas de Jerusalén” en el camino del túmulo y no retrocedamos. La noche procede a la aurora y el día es más claro cuando la sombra es más densa.

Cercado de problemas y vestido de enfermedades, confiemos aun. El problema es divisa a conquistar en el cofre de la oportunidad, como la enfermedad es el impuesto que la vida tributa al hombre.

 Dominados por la tensión o caídos en el desencanto hemos de reanimarnos y confiar, a pesar de ello. La tensión que nos conduce deberíamos conducirla nosotros y el desencanto que nos vence es nimbo que el viento de la confianza derrama y expulsa, dejando nuevamente claro el cielo de nuestra alma.

 Si la incomprensión y la impiedad forjan trampas peligrosas en las cuales has sido prendido, ora, espera y confía, así mismo. Quien viese al Maestro en la Cruz no diría que Él es el Gobernador Sublime de la Tierra. Mientras tanto en aquel lugar Su causa parecía inútil...

  y si por fin, la muerte, que vendrá un día, se acerca a nuestro domicilio carnal, rompiendo las paredes celulares que nos visten y el miedo, intenta adueñarse de los paneles de nuestra mente, no temamos, confiemos siempre. Luego, después, resplandecerá invencible la madrugada de luz y resurgiremos de las cenizas, siguiendo al Resurgido, por el camino hermoso y profundo de la Excelsa Galilea Espiritual...

Anotemos las dificultades y engaños de hoy, hagamos una lista y comencemos, aún ahora, una cerrada campaña contra ellos, venciéndoles lenta y seguramente.

No nos autosugestionemos de que no mejoraremos, antes de intentarlo o aún después de comenzar repitiendo la experiencia provechosa hasta el cansancio o más allá del agotamiento.

A veces, la tentativa que no se hizo, sería exactamente la de la victoria...

Comencemos ahora, hagamos ánimo y prosigamos valerosos.

Ignoramos cuando sonara el momento de la desencarnación, y cuando llegue no seamos uno de esos incansables muertos.

La existencia en la Tierra es un libro que estamos escribiendo y cada día añadimos en el una página.

Cada hora es una afirmación de nuestra personalidad, a través de las personas y de las actuaciones que nos buscan. No menospreciemos la oportunidad de crear epopeya de amor alrededor de nuestro nombre.

Las buenas obras son frases de luz que dirigimos a la Humanidad entera.

En cada respuesta a los demás, en cada gesto hacia los semejantes, en cada manifestación de nuestros puntos de vista y en cada demostración de nuestra alma, grabamos, con tinta perenne, la historia de nuestro pasaje.

En las impresiones que producimos, se yergue el libro de nuestro testimonios.

 La muerte es la gran coleccionadora que recogerá las hojas esparcidas de nuestra biografía, grabada por nosotros mismos, en las vidas que nos rodean.

 No despreciemos la compañía de la indulgencia, a través de la senda que el Señor nos dio a trillar.

 Hagamos un área de amor alrededor del propio corazón, porque solo el amor es suficientemente fuerte y sabio para orientarnos en la escritura individual, convirtiéndonos en compendios de auxilio y esperanza para cuantos nos siguen los pasos.

 Vivamos con Jesús, en la intimidad del corazón, no nos alejemos de Él en las acciones de cada día y el libro de nuestra vida se convertirá en un poema de felicidad y en un tesoro de bendiciones.

 

Trabajo realizado por Mercedes Cruz, a partir  de diversos libros espiritas.


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  EL MUNDO ESPIRITUAL QUE NOS RODEA

                                                                    


   Todos  mantenemos relaciones con los  espíritus;  muchos ni se dan cuenta, pero es a través del pensamiento que ellos dialogan con nosotros, nos inspiran ideas, buenas o malas, todo va en función de la afinidad que nos ligan a ellos.

 Una comparsa de espíritus afines están a nuestro lado, y casi todas las ideas que nos vienen en su mayoría son inspiradas por ellos.

 La relación con el mundo espiritual se reviste de engañosa simplicidad. Cualquier persona dotada de facultades mediúmnicos, aunque incipientes,  puede establecer contacto con los desencarnados, consciente o inconscientemente, serena  o desordenadamente. Unos lo hacen compulsivamente o con resistencia; otros con espontaneidad; unos con respeto y amor, otros con liviandad e indiferencia; y muchos sin percibir  lo que pasa  o lo que se debe hacer para ordenar un fenómeno que, como tantos otros, es natural, no teniendo nada de místico, fantástico o sobrenatural. Hay que tener un mínimo de preparación, apoyada  en un mínimo de información para tratar con los espíritus. El que trata con los espíritus sin estos requisitos, se arrastra a la mediúmnidad indisciplinada o desequilibrada, y se expone a riesgos  imprevisibles para su equilibrio emocional y orgánico. La práctica  mediúmnica  no debe ser improvisada, pues no perdona la falta de preparación e ignorancia. 

El mundo espiritual está poblado de seres  que fueron hombres y mujeres  como nosotros mismos, encontrándose  en diferentes estados de desarrollo moral. Podemos deducir ese otro mundo, como es el nuestro de aquí, . allí, como aquí, encontramos Espíritus  nobles y dotados  de atributos morales avanzados, pero también hay los inferiores que son en gran número, y que se encuentran  en extremos dolorosos del envilecimiento moral , de ignorancia, , de rebeldía, de angustia, de rencor, de venganza.  Son con estos últimos por nuestro estado inferior de evolución con los que generalmente contactamos.

Sin embargo, esto no quiere decir que nos encontremos a merced de los espíritus inferiores, compañeros sublimados siempre velan por nosotros y están siempre dispuestos a ayudarnos, pero no debemos olvidar que ellos no hacen las tareas que nos corresponde hacer a nosotros.

Como nos pasa con los amigos encarnados, debemos seleccionar nuestras amistades,  y también procurar ser buenas personas para merecer que  los buenos quieran estar a nuestro lado.

No nos ilusionemos con respecto a la formación mediúmnica. Desarrollo medianímico sin perfeccionamiento del vehículo para las manifestaciones espirituales, es lo mismo que trabajo sin orientación del operario, que resulta invariablemente en cansancio inútil.

Convenzámonos de que legiones de mediumnidades, así como legiones de inteligencias, enjambran en todas partes, pero perfeccionar unas y otras dándoles provecho y responsabilidad, exige estudio y trabajo pacientes para que se realice la educación. Pues sabemos todos que educación no aparece sin disciplina, como disciplina no llega hasta nosotros sin sacrificio, y el sacrificio no es fácil para nadie.

En toda parte, seremos enfrentados por aquellos que real-mente no nos conocen y que, juzgándonos por las impresiones superficiales o por las opiniones de oídas, se transforman en instrumentos de nuestras dificultades.

El perfeccionamiento de la mediúmnidad y la espiritualización renovadora son problemas de buena voluntad en la decisión de trabajar y en la cooperación, porque solamente buscando traer el Cielo al mundo, por nuestra aplicación al bien, es como descubriremos el camino verdadero que nos conducirá efectivamente hacia los Cielos.

Acordémonos de que la Tierra es sencillamente un escalón en nuestra escalada hacia las cimas resplandecientes de la vida y, despiertos a las oportunidades del servicio, avancemos hacia delante, aprendiendo y amando, auxiliando a los otros y renunciando a nosotros mismos, en la certidumbre de que, así, caminaremos del infortunio de ayer hacia la felicidad de mañana.

Os deseo un feliz fin de semana con mucho amor y cariño de vuestra amiga Merchita 


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    Definir el Espiritismo en pocas palabras

                                  


A lo largo del tiempo me ha comentado un expresivo numero de personas el hecho de que, a veces, les ha costado cierto trabajo definir el Espiritismo en determinadas ocasiones en las que no era posible una explicación más detallada… Y lo cierto es que, puede que no sea algo tan sencillo de solventar (sobre todo si deseamos ser objetivos y no confundir), en ciertos momentos en que estamos limitados por el factor tiempo…

 No es lo mismo abordar este asunto respondiendo a alguien durante un café, en la intimidad de una reunión de estudio o desarrollarlo en una conferencia, etc, que atenerse a las circunstancias específicas que requieran una respuesta directa y breve. Descartando respuestas como: “Es una religión que…” (lo que sería un desacierto o, como mínimo, una total incoherencia doctrinaria), pensamos que, en unos pocos segundos, las definiciones más acertadas serían: 

(es una…) 1- “filosofía” 

2- “ciencia espiritual” 

3- “escuela de pensamiento” …o el clásico kardecista: “ciencia, filosofía y moral”. Y además, lo que es muy importante… con estas breves palabras que recomendamos, ya estamos comunicando implícitamente lo que NO es Espiritismo.

 Por Juan Manuel Ruiz González. Publicado originalmente en la web de la Asociación Espírita José Grosso (Córdoba – España) 

( Tomado de Zona Espírita )

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                                                    ORIGEN
                              

   Antes de conocer el Espiritismo, andaba desorientado. Mi caminar era confuso, mis pasos no eran del todo firmes. Me detenía muchas veces en mitad del sendero y mil preguntas acudían a mi mente de forma machacona. ¿Por qué? ¿Para qué? Extrañas sensaciones recorrían mi cuerpo y este alboroto de cuestiones sin respuestas se reflejaban en mi pensamiento a través de una imagen extraña: veía a un hombre, cual antiguo herrero, blandir un pesado martillo, sudoroso, consciente de su trabajo, algo cansado pero responsable en su tarea.

Una y otra vez moldeaba una especie de espada incandescente, la percutía una y mil veces, le daba vueltas una y otra vez, la golpeaba desde todos los ángulos y así, eternamente. Contemplaba su rostro agotado, lleno de desesperación, porque por más que intentaba dar forma a aquella arma…el bueno del herrero no encontraba la hechura ni la manera. Era como si no estuviera satisfecho aunque su labor resultara disciplinada. Y otro mazazo, y otro, un pequeño descanso en sus manos de tan solo segundos y vuelta a empezar, observando la espada para forjarla a su gusto…pero sin resultado.

Un día, intentando encontrar una explicación a tan insólita simbología, me detuve en mis andares y una idea inundó mi persistente reflexión: aquel primitivo herrero, tan esforzado en su tarea de atizar el hierro, era yo, el mismo que se planteaba tantos interrogantes sin fin, sin hallar soluciones. El martilleo era tan solo mi instinto, mi intuición guiándome en la búsqueda de certidumbres y el yunque era mi mente, soportando aquella descarga incesante de intensos impactos. Empezaba a entender por qué, muchas de mis cavilaciones terminaban con fuertes dolores de cabeza. Si el hecho de oír golpes ya resultaba molesto, podía imaginarme fácilmente qué ocurría cuando mi parte pensante era la que recibía aquellos formidables “mazazos”.

¿Y la espada? ¿Qué significado podía tener ese arma en aquella constante cábala? Pues bien, se trataba justamente del instrumento que me permitiría el acceso al conocimiento, erudición que disiparía los nubarrones que por encima de mi cabeza me impedían contemplar el límpido cielo azul depositario de la Verdad. Ahora comprendía por qué el herrador se afanaba tanto en su ardua tarea. Cansado, pero sin desfallecer, intuía que en uno de sus constantes golpes, descubriría la forma adecuada y definitiva de moldear aquella espada siempre al rojo vivo. Presagiaba que con aquel instrumento en sus manos, una vez le hubiera dado el aspecto determinante, podría retirarse de su cansada labor y transformar su vida con otro trabajo, no menos dificultoso que el anterior, pero ahora más desafiante y motivador con aquel resolutivo objeto en su poder.

En aquel emotivo momento, la visión desapareció para siempre y nunca volví a sufrir la “jaqueca” tan molesta a la que antes aludía. Todavía paralizado en el sendero de tierra, con la presencia de grandes arbustos a mi alrededor y con un trecho infinito aún por recorrer, numerosas expresiones arribaron a mi pensamiento. Se trataba de una especie de juego donde advertía que el objetivo era elegir los términos precisos de entre todas aquellas palabras que descendían sobre mí en forma de torrencial lluvia de letras.

Hubo una especialmente insistente: “espíritus”. Otra, no tan clara, pero que a fuerza de repetirse acabó por aclararse: “libro”, “obra”, “tomo”, “manual”… Súbitamente, recordé un pequeño ejemplar a modo de cuento que había leído cuando era adolescente. Uno de sus fragmentos aparecía ante mi vista como si realmente lo pudiera observar flotando en el aire y en uno de sus renglones se citaba “El Libro de los Espíritus”, como auténtico compendio de sabiduría para todos aquellos que quisieran introducirse y profundizar en el estudio de la Verdad.

Muy poco después, contacté con una persona desconocida, luego transformada en sincera amiga, que al hablarle yo de esta cuestión, ni siquiera titubeó al respecto. Directamente y sin pedírselo, me envío el libro a mi casa y este, como el hierro del herrero, llegó a mi poder en escaso tiempo. Con tan solo descifrar sus primeras páginas, caí en la cuenta de que no se trataba de un instrumento sino del “instrumento”. Lo agarré fuertemente, ensimismado con su contenido y cada hoja que pasaba era como empuñar la espada y limpiar de espinos el camino de sabiduría por el que había de transitar. A cada golpe, un pequeño trozo de Verdad surgía ante mis ojos para luego reaparecer una nueva zarza y así una y otra vez.

Sin embargo, este proceso de despedazar la maleza ya no me afectaba como antaño. En el pasado, incluso procediendo con sumo cuidado, acababa por herirme. Por más tesón que invirtiera en mi complicada labor, siempre surgía un hilo de sangre en mis dedos y una muestra de dolor, señal inequívoca de que estaba intentando avanzar en mi devenir sin el instrumento adecuado. Ahora, obraba en mi poder la herramienta perfecta, afilada, aguda en su tenaz penetración de los diversos velos que hay que apartar para alcanzar la luz que resplandece al final del itinerario.

Conforme adelantaba en la lectura del libro, fui absorbiendo “conocimientos” y mi parte intelectual se relamía de gusto al contemplar la ingente cantidad de sabiduría que iba introduciendo en mi “zurrón” personal. No obstante, había “truco”. Como en otras cosas de la vida, ni iba a resultar tan fácil ni tampoco se trataba de esperar a que la fruta de la evolución cayera madura mientras yo permanecía tan tranquilo posado en mi sillón. Aquel puntiagudo instrumento me aportaba tanta erudición, tantos datos por mí añorados, que empezaba a percibir en mí una extraña sensación de desazón. De pronto, supe de esa incomodidad. Rasgar o apartar “velos” no era suficiente. Ese ejercicio de “descorrer cortinas” y con el me encontraba muy cómodo, debía ir acompañado necesariamente de otras acciones en el plano moral. Verdaderamente, se trataba de una obra que te hablaba cual consejero en carne y hueso, deslizando sobre mis oídos palabras luminosas.

Ahí estaba el “ardid”. Tumbado confortablemente en casa, buena temperatura, correcta iluminación, placentero silencio y en mis manos “El Libro de los Espíritus”. ¡Qué más se podía pedir! Pero la espada se había transformado ahora en objeto punzante contra mi piel espiritual y en aquellos instantes, lo que me pinchaba no eran los antiguos espinos que intentaba apartar con mis manos sino la sólida voz de la conciencia fustigándome al ritmo de “si sabes mucho, tus actuaciones tendrán que ir en consonancia a tus conocimientos”.

Cerré el libro de golpe y me dirigí raudo a la estantería de mi habitación para buscar un diccionario y hallé lo siguiente:

Ética: parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre.

Con tan solo leer aquella definición, sentí un intenso y hasta molesto pitido dentro de mis orejas, señal inequívoca de que alguien estaba silbando en mi interior algo sumamente importante a lo que debía prestar una capital atención. Cerré mis ojos y dejé abandonada la intuición a la vez que un mensaje se adentraba en mi cabeza: “saber y actuar”.

Al saltar de párrafo, querido lector, has avanzado bastantes años en el tiempo pero nada, absolutamente nada, se ha alterado de aquel enigmático anuncio que en su día percibí con claridad. La conciencia, auténtico instrumento divino situado por Dios en el interior de nuestro espíritu, sigue desarrollando su trabajo y golpea con fuerza. Verdadero centinela, siempre alerta y vigilante, nunca descansa. Ella no me suelta ni a sol ni a sombra, ni siquiera de noche cuando el alma escapa del cuerpo en pos de aventuras.

Me contempla, nos examina y cuando hemos terminado con el ejercicio de leer un nuevo libro, de “ingerir” más y más conocimientos nos dice: “estimado amigo, has superado la parte teórica. Ahora tan solo te restan las prácticas ¡A trabajar!”. Entonces, me levanto del cómodo sillón desde el que mi intelecto se ha recreado y me dirijo a la primera persona con la que me encuentro. Es en ese instante, cuando la afilada espada que resulta ser la conciencia, presiona ligeramente su punta sobre mi frente y me impele a preguntar al otro…

—¿Puedo hacer algo por ti?

- Por Jose Manuel Fernández-

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