miércoles, 3 de abril de 2013

CARIDAD



Es generalmente conocido en las almas evolucionadas el elevado concepto que de la caridad revelaron al mundo los instructores de la humanidad.
 La Caridad, en la criatura humana, solo llega a su apogeo, cuando esta logró la cima de la propia evolución, empezando su expresión en un grado débil de su cuantioso valor, teniendo antes un periodo de aproximación; el cual se le llama preludios, porque son varias las formas  de expresión de la Caridad y múltiples sus aspectos. Esas formas y esos aspectos se encierran en dos grandes divisiones: La caridad material, la que se traduce por la dadiva representativa de alguno de esos valores,  si bien la primera no puede existir sin la otra, lo que determina la practica. Y la Caridad espiritual que es aquella que, para ser practicada, no reclama la existencia de cosa alguna que represente  valor material  entre los hombres.
 Cuando el hombre es aun atrasado posee ese sentimiento en estado de preludio, bajo el punto de vista intelectual y moral, y en los cuales apenas comienza a esbozarse algun sentimiento noble y elevado, de los que ellos mismos no se perciben. Hay personas que denotan un fondo de bondad, que se revela en fugaces reflejos, que rápidamente desaparecen al influjo de sentimientos contrarios, oriundos de pasiones que resisten los caracteres de la más acentuada animizad. Esas personas como podemos verificar, tanto realizan una obra buena, como una mala, como consecuencia de esos dos sentimientos, de naturaleza opuestas, que en ellas existe.
 Los sentimientos oriundos de los instintos animales son los que expresan el grado de elevación en que se encuentran, indicando un nivel moral incierto, como fruto de la inconsciencia que para tal respecto aun los domina. Las manifestaciones fugaces de un sentimiento más espiritual revelan una cosa, son el preludio de la caridad, bajo el aspecto moral y espiritual.
 El preludio de la Caridad material se expresa por la limosna, sin embargo por la limosna dada mas para satisfacer la propia voluntad, que la de aliviar la suerte del desgraciado. No Obstante, ese sentimiento naciente se apodera del ser y llegara el dia, en que, no lo hará mas por la vanidad, para recibir los aplausos de los otros, sino por el sentimiento del bien que se va imponiendo y dominando  el alma.
 Toda buena acción practicada inconscientemente, obedeciendo a cualquier sentimiento, aunque este sea  el egoísmo es el preludio de la caridad. El propio criminal, que solo parece tener para su victima propósitos de exterminio, siente en si el preludio de la caridad, en el momento en que un centelleo de sentimiento piadoso le pase por el alma, aunque después, se deje  nuevamente dominar por los sentimientos más bajos, vueltos a cebarse en el, para exterminar.
 Cuando el ser está en los primeros grados de la evolución, escasean los buenos sentimientos, pero no se debe condenar cosa alguna que pueda dar buen fruto, en mayor o menor cantidad, aunque parezca malo el árbol que lo produce. Por muy mala que sea el alma humana, llegara a ser buena, con la condición entretanto, que solo gradualmente se consigue.
 Hemos de dejar que cada uno exprese sus sentimientos buenos de la forma que pueda, la cual es la que le corresponde al plano de conciencia en que se allá. Es imposible que las expresiones de los sentimientos de una igual categoría sean idénticas en todos los seres. La vanidad prepara y da salida al sentimiento de la caridad, sin ese preludio no podría producirse la aurora, después mas tarde de la verdadera caridad.
 La limosna, bajo la forma más imperfecta, así como todos los sentimientos buenos expresados del modo más grosero, son los preludios de la caridad, por esa etapa pasaron el Vicente de Paúl y los Fenelón.
 En el camino que conduce a las más altas eminencias de la caridad, se encuentran la filantropía y la beneficencia, dos términos que, explican la misma cosa, porque una única es el origen de ambas, debemos considerar que expresan ideas distintas.
 El filántropo se pone en relación intima con los mas elevados sentimientos del alma, de los cuales el es una expresión. Se ejercitan en la práctica de la filantropía los dones superiores de la individualidad, los cuales por su elevación, van siempre directamente a favorecer a aquel que pasa por la prueba de la indigencia, que le pesa sobre los hombros como la cruz del Nazareno, a camino del Calvario.
 La filantropía, rocío benéfico que la Providencia permite caiga sobre las almas angustiadas en la oscura noche de sus desventuras, en ciertas ocasiones extiende sus alas piadosas sobre tiernos huérfanos que, solos en el mundo, parecerían por la falta de cariño y de frió sino fuese por las almas que en la filantropía encuentran la satisfacción de la conciencia. Si no fuera por ella muchos ancianos desvalidos encontrarían siempre la las puertas de la desesperación, terminando solos y miserables su penosa existencia, maldiciendo a los hombres y dudando de la misericordia divina.
 La filantropía, ocultando de la luz del mundo la mano con que sirve a la Divina Providencia, en el auxilio a la indigencia siembra de bendiciones la Tierra y atrae para ella el bien de lo Alto. Gracias a las almas buenas, que se entregan a la practica del bien, el mal no crece,  y la tierra no es dominada definitivamente por el. Entonces si esto sucediera se podría decir que el planeta tierra era el infierno de las religiones, porque el verdadero infierno es un estado de conciencia en que esta se encuentra completamente anulada, no permitiendo que se aprecie el más ligero resquicio del bien.
 La filantropía en la diversidad que es practicada, puede obedecer a sentimientos diferentes, porque no se puede exigir que cuantos realizan una obra lo hagan objetivando un mismo fin, cediendo a un mismo impulso, revelando igualdad de intención y de graduación; más siempre la acción filantrópica resulta un bien, para el que recibe y para el que da.
 La filantropía es una fiel servidora de la caridad y toda acción filantrópica debe merecer las simpatías y los aplausos de todo ser que sienta hondo y piense alto. Es la expresión genuina de la caridad material.
 La beneficencia es auxiliar de la filantropía, su hermana gemela. Una obra, dando y ocultando la mano para no ser vista, la otra convierte las dadivas en instituciones que abriguen a los desamparados y le procuren el pan del cuerpo y el pan del alma, en los limites de lo posible.  Es otra hada al servicio de la caridad, a la cual se complace en convertir en obra viva y visible de los sentimientos de las personas piadosas.
 No saben lo que dicen los que maldicen las instituciones de beneficencia, considerando deprimente, para la criatura humana, el recibir de la caridad el pan y el abrigo. Claro que esos no conocen ni, por consiguiente, aceptan otra vida mas que la presente y no tienen en cuenta
que es preciso haya pobres, por que los pobres son los que, en tiempos pasados, no hicieron el huso debido de las riquezas, que se les confiaron y forjaron para si la situación actual, de quien nadie les puede librar, sino ellos mismos, una vez que hayan sufrido las consecuencias  que sus  actos anteriores causaron. También es necesaria la Indigencia para enseñar la humildad al orgulloso, para que el humilde perfeccione más esa virtud o sirva de  ejemplo a los demás.
 Mil y otras mil utilidades tiene la indigencia, el abandono, la orfandad, no siendo menor la función que desempeñan en la economía del mundo moral, dando origen a que, los que posean riquezas, despierten la generosidad y el altruismo en los que no lo tienen, como la abnegación para con sus hermanos, a los cuales, si no ofrecen bienes, porque no los poseen, prestan servicios personales.
 Las grandes catástrofes, que nos llenan de terror e infunden compasión y nos llevan a la filantropía y a la beneficencia, también tienen como propósito, muchas veces, despertar esos sentimientos e inducir a los seres humanos a correr en auxilio de las victimas.
 Para conseguir un fin de esta naturaleza, la Providencia, en determinadas ocasiones, no mide la magnitud de las catástrofes, ni cuenta el numero de victimas; cuanto mayor sea aquella y mas numerosas estas, mayor será el efecto que producirá en las almas, despertando en ellas la piedad y la compasión, obligándolas a correr en auxilio, de sus hermanos, para ayudarlos a llevar la cruz de la desgracia, como otros cirineos. Cuanto mayor sea el flagelo, mayor bien produce. En esas miserias que se ven por todas partes; en los hogares desmantelados, sin luz, ni confort, donde el hambre domina y provoca exclamaciones de desesperación la infeliz madre que no puede dar de comer a su hijo, en aquel lugar, donde muchos obreros, con el sudor de su rostro, ganaban el sustento, y un desmoronamiento ocurrió, quedando muchos enterrados, sin vida y las familias sin amparo; por todas partes donde se gime y se llora se forma la elevación de las almas, se tejen coronas a la abnegación y al sacrificio a que esas escenas y episodios dolorosos dan lugar.
 Si no fuera por lo que el mundo llama desgracia, dolor, infelicidad, desventura, las almas no progresarían, porque no podrían desenvolver sus nobles sentimientos. El placer mundano, la abundancia, la salud, los gustos satisfechos, las pasiones hartas en sus deseos, no llevan, no auxilian al Espíritu en su progreso.
En la Tierra, lo que es agradable al espíritu es lo que menos le conviene para perfeccionar sus sentimientos. Lo más tétrico, lo que más le aflige, lo que con mayor intensidad le hiere y hace que en el alma surja señales de dolor, es lo que más le conviene para depuración de los Espíritus, tanto de los que aparecen como victimas como a los que representan como salvadores de estas.
 Cumple, pues, que no se mate el sentimiento de la caridad, que se pueda expresar por la filantropía y por la beneficencia, para que se avive ese sentimiento, porque solo cuando el domina en el ser este está cumpliendo su deber, y progresando. Las instituciones son necesarias y precisas para atender las necesidades del infortunio, pero no han de ser sectarias. Colocar en las instituciones el sello del sectarismo es despreciar la obra. En el ejercicio de la caridad, todos los humanos deberían confundirse. La caridad, es por tanto, su expresión en forma de filantropía y de beneficencia, no teniendo credo determinado. No pertenece a ninguna escuela en especial; es patrimonio de todas las escuelas, de todas las confesiones, de todos los seres y todos, en el ejercicio de la caridad, deberían andar con las manos unidas.
 La caridad, cualquiera que sea la forma por la que se exprese, debe tener siempre por efecto estrechar los lazos del afecto humano, de la fraternidad entre las almas. Cuando todos los hombres se unan en las obras de beneficencia y practiquen la filantropía, sin llevar en cuenta creencias ni opiniones y se hallen unidos todos, no por el credo que profesan, más si por la obra que realicen, la Humanidad habrá dado un paso gigantesco en el camino de su evolución.
 Sed filántropos, sed caritativos, practicad la beneficencia, fundar instituciones benéficas, que todo esto corresponda al genuino sentimiento de la caridad, no les imprimáis cuño confesional, sea cual sea. La caridad es caridad, y nada más que caridad y abraza a todas las creencias y religiones, sin distinción alguna, porque todos somos hijos de Dios objetos de su amor inagotable. Dar cuño a una obra de beneficencia distinguirla con un adjetivo ajeno a su función, para diferenciarla de otras, es ensuciarla despojarla del mayor valor que la debe distinguir, adornándole la frente con inmaculada aureola de la verdadera caridad.
 La filantropía y la beneficencia se generan al calor de la piedad y de la compasión y las cuatro son legítimas manifestaciones de la caridad.
La piedad es amor, amor a Dios, amor por tanto al prójimo, porque no se puede amar al Padre sin amar a sus hijos. Y el amor despierta la compasión, a la vista del infortunio, de la desgracia ajena.
 La piedad es virtud angelical, que al rendirse ante la Majestad Divina, para adorarla en transportes de inefables expansiones amorosas, convierte a las almas, aun a las más pecadoras en Ángeles, pues las aproxima a la fuente de todo Amor, de todo Bien, a Dios. Si ante Dios se postra, impulsada por el puro y santo amor que desenvolvió en si, el alma piadosa no puede dejar de sentir esos mismos transportes amorosos en presencia de sus hermanos, cualquiera que sea el plano en que se encuentren. De la piedad y la compasión nacen los grandes pilares de las instituciones destinadas a proporcionar abrigo al indigente., a matar el hambre, a vestir al desnudo, y a alimentar a las almas, también indigentes de cultura, desenvolviéndoles las facultades mentales, precursoras de las facultades mentales, que deberán llevarlas a las culminaciones de la perfección del ser.
 Es un sentimiento noble y precioso la compasión y es muy preciso su desenvolvimiento en la criatura humana, para que ella se depure de la escoria de la materia, y llegue a la  categoría de los espíritus Excelsos seres verdaderamente divinos, por su elevación, y mensajeros de dios, de la más alta jerarquía que descienden a la Tierra de cuando en cuando, en la calidad de Maestros de compasión.
 Quién aprendiendo de Jesús, y recordando sus enseñanzas llenas de ternura, prendidas de amor a los desgraciados, no sentiría al corazón dolorido ante el huérfano abandonado, el anciano enfermizo, ante la mujer perdida, el criminal, que la justicia humana, en vez de intentar su cura en su enfermedad moral, le condena a terribles penas, las cuales, lejos de regenerarle, más lo arrastran para el crimen.
 ¿Quién, acompañando los pasos del divino Maestro, no sentiría compasión y piedad transportándose de si y no se consagraría por completo a sus hermanos que sufren, que como a ejemplo de Jesús, que vino a curar a los enfermos, no para curar a los justos y si a los pecadores?
 La humanidad terrestre, en general es aún dura de corazón, carente de piedad. La fuente del sentimiento de la compasión la tiene seca enteramente y le son necesarios los grandes infortunios que, sacudiendo fuertemente el alma de los humanos, despierten ese sentimiento y hagan brotar la fuente donde ella procede.
Y porque esto es así, ocurren en la Tierra tantas catástrofes y las guerras le ensangrientan sin cesar la superficie, las familias tienen mas motivos para llorar que para reír y la enfermedad y el dolor afligen a las criaturas.
 La compasión es el sentimiento que el hombre terrenal más necesita desenvolver en su interior. Pues tiene el corazón duro; aun está muy arraigado en el hombre el egoísmo bajo las formas más groseras.
 De hay el caracterizarse las enseñanzas de los Espíritus Superiores por el lado del sentimiento. El escritor y orador, que saben hacer vibrar las fibras del sentimiento en las almas que los leen o les oyen, están en buen terreno para una labor fecunda.
 La mente, sin el corazón, para servir de contrapeso para la manifestación de lo que ella guarda, no produce grandes bienes a la especie humana, en el actual momento histórico de su elevación. Bueno es que la mente se desenvuelva, que la inteligencia se enriquezca en la criatura humana, pero cultivándose en ellas, al mismo tiempo, el sentimiento. Un alma que piensa y no siente es, conforme dijo el Apóstol de los Gentiles refiriéndose a la caridad “metal que suena o campana que chirría”. Bueno es que ambos se desenvuelvan se efectúen paralelamente, cuando no pueda ser así, es preferible se desenvuelva el  sentimiento. Mejor es un corazón donde rebose el sentimiento de la compasión, aunque produzca desequilibrios en el ser, que una inteligencia exuberante, teniendo por compañero un corazón seco.
 Una inteligencia muy desenvuelta, sin sentimientos, puede producir males incalculables, al paso que el sentimiento de la compasión, desenvuelto superabundantemente , acompañado de una inteligencia mediocre, no causará ningún daño a quien quiera que sea,; solo puede producir mucho bien, porque los sentimientos de la piedad y de la compasión, cuando elevados a la última potencia, aun sin guardar paralelo con la inteligencia, solo conducen a la abnegación, al sacrificio, jamás al perjuicio de otro.
 Sigamos pues, las pisadas del redentor del Mundo, del divino Jesús, todos los que quieran aprovecharse de su pasaje por la tierra, se esforzaran por convertirse en Maestros de la compasión, personificando la compasión por la palabra y por los hechos.
  No descuidemos el cultivo de la inteligencia, pero demos siempre preferencia al cultivo del sentimiento y de la compasión, porque es de lo que precisamos la humanidad, en el momento actual para su desenvolvimiento evolutivo.
 La caridad en el ser, comienza a triunfar cuando hasta el llega un leve reflejo de su luz. A medida que el ser humano la desenvuelve, ese triunfo mas sensible se torna.
 Porque debemos comprender que la caridad, puro sentimiento del Bien, de quien ningún ser racional está huérfano, se desenvuelve gradualmente, como todos los otros dones o facultades anímicas.
 Bien podemos, pues, afirmar, que ella triunfa siempre en los individuos y en las masas, por mas que los miopes de entendimiento no lo sepan comprender. En el problema de la caridad entra una infinidad e factores, algunos de significado opuesto al que implica el concepto de ese sentimiento, más no por eso son factores que dejan de desempeñar importante papel en el problema.
 Caridad es, pues, bien; la idea de caridad está íntimamente ligada a la idea del Bien viniendo a ser ambas la misma cosa. Donde el bien se va imponiendo, se va  adelantando la solución del problema; porque el problema resuelto es la caridad definitivamente triunfante, en gloriosa apoteosis.
 Los más opuestos sentimientos contribuyen para que ella triunfe; los actos más contradictorios conducen a la misma finalidad; cualquier episodio, acontecimiento, o acto, en que intervengan las criaturas humanas, o sean por ellas tan solamente presenciados, facilitan la solución del problema, haciendo que triunfe la caridad.
 Cuando dos almas luchan y en la lucha se chocan sentimientos contrarios, la caridad está al acecho, entra frecuentemente en escena, con la debida oportunidad, y se impone finalmente. En esas luchas, todo pensamiento noble que asome a la mente de los atacadores, toda idea generosa, toda tendencia a la piedad, a la compasión, al despertar del sentimiento fraternales, es la caridad que se desliza con sus amorosas alas, hasta tocar a las almas en lucha, y esa caricia suave y dulce se traduce en una idea de piedad, o de benevolencia, que aminora la aspereza o la crueldad del combate, hasta conseguir la deposición de las armas fraticidas, por parte de los luchadores, y cancelar la antigua rivalidad con un beso de paz, que se convertirá en amor. Esa metamorfosis saludable a las almas es obra de la caridad.
La caridad y el bien son la misma cosa, donde se piensa en el Bien, por débil que sea el pensamiento, está la caridad abriendo paso, saturando, en la medida de lo posible, amorosamente, el corazón y la mente de los que oyen.
 La Caridad y el Bien se desenvuelven igualmente en las masas, como en los individuos. Primero en los individuos, después en las masas, porque las características de estas siempre proceden de su composición, esto es, de los individuos que las constituyen; por eso, todo cuanto acontece en la sociedad primero pasó por la mente de los individuos que la integran, cristalizándose en sus almas.
 Todos los que quieran apresurar el triunfo del bien en la Tierra, que es el de caridad, debe procurar conseguir que ese sentimiento lo domine y esforzarse por concordar con el en todos sus actos.
 No es con palabras como se obtiene que triunfe el Bien, más si con los actos correspondientes a las ideas del cuño divino. Si así, en general, se pensase, todos hablarían menos y obrarían más.
 Cuando los postulados morales, aprendidos por los hombres, se repitan menos con los labios, y se cristalicen en la acción de todos, se estará próximo a la solución definitiva del problema de la caridad, de la apoteosis de esta excelsa virtud, por el definitivo triunfo en la Tierra lo cual marcará el momento feliz de iniciarse en ella el reinado de Jesucristo, profetizado desde los tiempos evangélicos.
 Mas es preciso que quien quiera de verdad tornar provechosa su existencia en la sociedad, no espere, para que en si triunfe la caridad, que otros lo hagan. Cada uno tiene que construir su propia individualidad y la sociedad no puede perfeccionarse sin el previo perfeccionamiento de sus partes, el individuo, que no quiera conspirar contra su propio Bien, no le resta sino prestar suma atención a su propio perfeccionamiento, en todas sus fases porque pasa por la evolución a que, según la ley de la Naturaleza está sujeto el hombre. Haciéndolo así, efectuará rápidamente su progreso, el sentimiento del Bien avanzará sensiblemente en su alma, adquiriendo proporciones colosales, hasta llegar a aquel punto, que debe ser cobijados por todos, en que la perfección moral se afirma, en donde se solucionó el problema de la caridad y se logró el triunfo.
No hay otra cosa por hacer en esta materia; el ejercicio de la caridad condujo a la santidad a muchos varones que en la Tierra dieron ejemplos de virtudes. Si unos llegaron a tales alturas, también llegaran los otros; más, los que lo alcanzaron, consiguieron esa conquista con su propio esfuerzo, fortaleciendo el alma en el ejercicio de la abnegación y del sacrificio, sembrando amores y recogiendo ingratitudes, esparciendo bienes y cogiendo persecuciones y martirios; sembrando flores y recibiendo en premio espinos, derramando dulzuras y sorbiendo amarguras.
 Ese es el camino, que conduce al triunfo, a la solución del problema, a la cima de la perfección moral.
 El individuo que de esto esté convencido, no espere de fuera lo que de fuera no puede venir la felicidad y el triunfo en si, de la caridad, que con eso tendrá hecho lo que se le podría exigir, a fin de contribuir para ese triunfo en la sociedad. Del mismo modo que muchas almas alcanzaron la santidad, convirtiendo la caridad en acción, no obstante estar aun la sociedad humana muy lejos de esa solución, el individuo que lo quiera ara que en si triunfe la caridad, dejando con su triunfo y apoteosis solucionado para si el magno problema de que nos hemos ocupado en esta charla.
Trabajo Extraído del libro GRANDES Y PEQUEÑOS PROBLEMAS de Ángel Aguarod, realizado por  MERCHITA
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                                                   El Minuto

   La dádiva divina se repite infinitamente en nuestra existencia.
   Usándola, es posible la realización de sorprendentes milagros en nuestra vida.
   Se nos pide solamente trabajo, buena voluntad y diligencia en el bien, para traernos sublimes edificaciones....
 (...)
        Todo engrandecimiento en nuestra vida comienza en la aparente insignificancia de un minuto.

    Considera la gracia del Tiepo que el Señor te concedió para la lucha santificante en la Tierra y ayúdate a ti mismo, aplicándola en tu propia felicidad. 
  
       Cada minuto es una simiente de amor que puedes cultivar o una bendita luz que puedes encender para  un gran futuro.
    
     El Tiempo, bajo el Comando Divino, marcha con regularidad, renovando y perfeccionando a todas las criaturas y a todas las cosas.

    No permanezcas en la retaguardia

  (Instrumentos del Tiempo - Espíritu Emmanuel, psicografia de Francisco Candido Xavier, GEEM)




NOTA IMPORTANTE: Los lunes,miércoles y jueves a las 22,30 horas, pueden participar en el chat de la Federación Espírita Española.
Los viernes a las 23,00 horas se os invita a asistir a una conferencia en la misma sala.
  Los domingos a las 21,00 horas  tenemos  la clase de Estudio del Espiritismo por el "Grupo espírita Sin Fronteras".dirigido por Carlos Campetti-

    Y además recomiendo los Blogs: El espirita albaceteño.-  elespiritadealbacete.blogspot.com.es                                                
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