sábado, 16 de agosto de 2014

¿ El proceso de la desencarnación, para todas las almas, es igual de prolongado?


¿ El proceso de la desencarnación, para todas las almas, es igual de prolongado?

Antes de abordar esta cuestión, reitero las ideas de lo que es la muerte y la desencarnación. Se trata de dos conceptos diferentes. La muerte es la cesación de la vida orgánica del cuerpo, y la desencarnación es la salida o abandono de ese cuerpo por el Espíritu que lo comandaba, o sea, que desencarna. Así, el Espíritu encarna y desencarna, o sea que son dos términos antagonistas.
Se puede morir y a continuación desencarnar (es lo más frecuente), y se puede desencarnar aun antes de la cesación total de la vida orgánica, ( esto es bastante excepcional y solo ocurre en algunos espíritus muy elevados, a los que por su propia fuerza y luz, se les permite anticiparse a la expiración del cuerpo y abandonarlo momentos antes de que esta se produzca.
La duración del proceso de la desencarnación es muy variable; depende , en primer lugar de lo mas o menos apegado que esté el Ser a la materia que tiene que abandonar, principalmente la de su cuerpo físico , así como el temor y apego por la la pérdida de su entorno familiar y social, y de los bienes materiales ,así como también de lo preocupado que se encuentre por asuntos mas o menos banales que le atan a las cosas y al ambiente de esta vida .
Cuando llega la muerte al final de una enfermedad mas o menos larga, o después de un estado de agotamiento físico, un momento antes del último aliento, cuando el moribundo todavía es consciente, a veces suele experimentar dudas y temores ante lo que sabe o lo que ignora que le aguarda de inmediato, sobre todo cuando la persona siempre ha sido escéptica o ignorante en estos temas . En estas circunstancias es cuando mas claramente se comprende la importancia y la necesidad de tener un conocimiento espiritual que despeje algunas de sus incógnitas y disipe ciertos temores.
La turbación causada por el desprendimiento del Alma, es menos penosa y duradera cuando el Ser recién desencarnado ha experimentado el proceso de una larga enfermedad; esto es debido a que durante el mismo se han ido debilitando las fuerzas orgánicas, desatando poco a poco los lazos que le mantienen unido al cuerpo físico en un natural proceso de desencarnación.
Cuando conservan la lucidez hasta el final, o cuando presienten la cercanía del momento, si no tienen la conciencia tranquila se sienten angustiados, pero en los casos de personas que saben que han hecho el bien en su vida y su conciencia está tranquila y satisfecha, se sienten tranquilos y esperanzados ante el porvenir inmediato, experimentando el goce de una paz íntima.

- Jose Luis Martín -

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La muerte y el nacimiento son tan solo las luchas que vence la vida consigo misma para manifestar, en formas transfiguradas, mucho más de sí misma”.

  • J.G.Fitche -
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             Reflexiones de Merchita

 La vida a veces nos da la oportunidad de socorrer a  nuestros hermanos, y nuestras almas se sienten felices y contentas por gozar de esa oportunidad, si así es,  hay personas que  tienen una vida muy reducida, y  a veces solitaria, y lejos de  entregarse al descanso, a la inacción, buscan como realizarse en la vida, volcándose en los demás, sobre todo en aquellos, que lo pasan mal, y que necesitan de auxilio y socorro.
Son personas, que se las ve con algo especial, con un don  que les facilita la comunicación con las personas, unas se van a los hospitales y entran a ver a los enfermos, otras volcadas hacia los niños, crean instituciones para niños huérfanos, y se dedican a cuidarles y a abastecerles de lo necesario, pasan por la vida, sin apenas hacer ruido, solo el que se produce con su tareas desinteresadas, y con el eco que producen sus voces al consolar y al aconsejar aquellos que nada saben y que necesitan de una voz esclarecedora para poder continuar con su infortunio.
La caridad que se ejerce con total desinterés produce alegría y regocijo, no todos pueden ejercerla, por lo menos en lo que nos referimos aquí, en asilos, en colegios  y en instituciones dedicadas al socorro a los desvalidos. La mayoría de las personas cuando ya han formado su familia, tiene en ella un a labor a veces muy delicada que realizar, y mucho más en los tiempos que corren,  muchos padres,  se ven  forzados a salir al frente de sus hijos y nietos, porque la carencia de medios económicos, les ha dejado en la  pobreza, y cuando los padres son padres de verdad, se vuelcan en socorrerlos y ampararlos. Los que tienen una familia, poco pueden hacer a favor de los necesitados, por lo menos económicamente, todo lo necesitan para socorrer a los suyos, por eso vemos en el mundo personas que podríamos llamar solitarias, que no forman su familia en particular, que están dedicadas a servir a los necesitados, por eso se empeñan en crear para ellos un lugar de auxilio y de socorro, tal es el caso de nuestro querido Divaldo, la hermana Teresa de Calcuta, nuestro querido Chico Xavier y tantos y tantos jóvenes que hoy en día sensibilizados por la situación, se alistan en instituciones de cruz roja y otras ya de todos muy conocidas para ofrecer sus servicios desinteresados.
En el plano espiritual sucede lo mismo, en una  reunión mediúmnica después de haberse manifestado espíritus muy desequilibrados, y ser esclarecidos y ayudados, se presento una mujer que decía que estaba con su esposo, y que ambos se sentían muy contentos porque  una vez que los espíritus rebeldes, y los que sufrían por su estado deplorable, eran esclarecidos y atendidos por la espiritualidad, ellos  los consolaban y seguían esclareciéndoles, que tenían al otro lado de la vida una casita muy hermosa, con muchas flores y que solían albergar  a espíritus, que por su dificultad, e ignorancia, debían sentir la misma lección para esclarecerlos muchas veces, pues si no lo hacían así, ellos caían de nuevo en la misma nostalgia y apatía, a veces desesperación, que su falta de fe, una vez que pasaba el momento de socorro y esclarecimiento, volvían otra vez a reincidir en sus miedos, en sus temores, en sus debilidades,  ellos necesitaban más y ellos se dedicaban además de cuidarles y atenderles, en pasar con ellos muchas horas de la tierra, en un atendimiento fraterno, esclareciéndoles en todas sus dudas. Después la  cariñosa señora, dijo que aquella tarde había sido especial, que entre los durmientes que se habían presentando  estaba su hijito, y que el no los reconoció, apenas abría sus ojos, espantados llenos de horror, para escuchar a los instructores, que le animaban a que se levantara  y siguiera junto a otros la dirección que ellos le indicaban, uno de ellos dirigió unas palabras cariñosas, que solo ellos y la médium intuían, animándolos a salir de las zonas tenebrosas, le  alertaban de la gran oportunidad, de esos momentos, en que el Padre les ofrecía su liberación, su oportunidad de resarcir de las sombras a la luz, y su hijo iba a quedar con ellos, aunque no los reconocería de momento, sabían ellos que cuando Dios lo permitiese, ellos podrían abrazarse como lo hacían en la Tierra, el como otros jóvenes de la ciudad, un día se fueron a servir a la patria, y  mataron sin tener enemigos, sin sentir la causa, que su patria defendía, y enredados en ese mundo, se aficionaron a matar, por matar, para en muchas cosas defenderse, pero no realmente por ninguna  razón particular,  cada día que pasaba y sin ninguna orientación,  se aficionaban a la misión de matar, siendo para ellos cada vez más fácil, sin sentir lo que hay siempre por detrás del frente de batalla. Un día como  otros muchos soldados, pereció, y solo sus padres lo supieron por la lista de caídos,  después la vida continuo para su esposo y para ella, hasta que desencarnaron, y ambos se juntaron al otro lado de la vida, y juntos sin haber hecho mal alguno,  recuperando sus logros de otras existencias, se decidieron a trabajar, con la esperanza de un día poder merecer el ver a su hijito.
La amable señora dando las gracias, se despedía, y  animaba a los de la reunión mediúmnica a seguir trabajando, que  era un hermosa tarea la que realizan los médiums, que no se desanimaran, porque el servicio a los desencarnados, nunca podrá desaparecer, ya que al otro lado de la vida, muchos no se reconocen, apegados a la tierra y a su ultima existencia, necesitan de ser oídos y atendidos, para despertar.
Como vemos la caridad enseñada por el Maestro Jesús y practicada por tantos laboriosos del bien, siempre produce un gran efecto en las personas y en los corazones enfermos, procuremos no desdeñarla cuando la oportunidad se presente, porque es así como sentiremos en nuestro interior sus efectos de paz y alegría, de regocijo. Aliviando el sufrimiento ajeno, nos olvidamos del nuestro, miramos la vida, con optimismo, y nada nos parece tan duro, como aquello que otros pasan y a los cuales nos toca ayudar.
- Merchita-

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     Paciencia y bondad


Si la soberbia es madre de una multitud de vicios, la caridad da nacimiento a muchas virtudes. La paciencia, la dulzura y la reserva en las conversaciones derivan de ella. Al hombre caritativo le es fácil ser paciente y dulce y perdonar las ofensas que le son hechas. La misericordia es compañera de la bondad. Un alma elevada no puede conocer el odio ni practicar la venganza. Se cierne por encima de los bajos rencores; ve las cosas desde lo alto. Comprendiendo que los errores de los hombres no son más que el resultado de su ignorancia, no concibe la hiel ni el resentimiento. Sólo sabe perdonar, olvidar las equivocaciones del prójimo, aniquilar todo germen de enemistad, borrar toda causa de discordia en el porvenir, tanto en la Tierra como en la vida del espacio.
La caridad, la mansedumbre, el perdón de las injurias nos hace invulnerables, insensibles a las bajezas y a las perfidias. Provocan nuestra emancipación progresiva de las vanidades terrenales, y nos acostumbran a dirigir nuestras miradas hacia las cosas a las cuales la decepción no puede alcanzar. Perdonar es el deber del alma que aspire a los cielos elevados. ¿Cuántas veces no tenemos necesidad nosotros mismos de ese perdón? ¿Cuántas veces no lo hemos pedido? ¡Perdonemos, con el fin de que seamos perdonados! No podríamos obtener para nosotros lo que rehusásemos a los demás. Si queremos vengarnos, que sea por medio de buenas acciones.
El bien hecho a quien nos ofende desarma a nuestro enemigo. Su odio sé cambia en asombro, y su asombro en admiración. Despertando su conciencia adormecida, esta lección puede producir en él una impresión profunda. Por este medio, quizá iluminándola, hayamos arrancado un alma a la perversidad. El único mal que se debe señalar y combatir es el que recae sobre la sociedad. Cuando se presenta bajo la forma de la hipocresía, de la duplicidad, de la mentira, debemos desenmascararlo, pues otras personas podrían sufrirlo; pero es hermoso guardar silencio acerca de lo que atañe sólo a nuestros intereses o a nuestro amor propio.
La venganza, bajo todas sus formas el duelo o la guerra, es el vestigio del salvajismo primitivo, la herencia de un mundo bárbaro y atrasado. El que haya entrevisto el encadenamiento grandioso de las leyes superiores, de ese principio de justicia cuyos efectos repercuten a través del tiempo, ¿puede pensar en vengarse? Vengarse es hacer dos faltas, dos crímenes de uno solo: es hacerse tan culpable como el ofensor mismo. Cuando el ultraje o la injusticia nos hieran, impongamos silencio a nuestra dignidad herida, pensemos en aquellos que, en el pasado oscuro, fueron ofendidos, ultrajados, expoliados por nosotros mismos, y soportemos la injuria como una reparación. No perdamos de vista la finalidad de la existencia, que tales accidentes nos harían olvidar. No abandonemos el camino recto y seguro; no nos dejemos arrastrar por la pasión hacia pendientes peligrosas que nos conducirían a la bestialidad; ascendamos, más bien, por estas pendientes con gran valor.
La venganza es una locura que nos haría perder el fruto del bien, de los progresos, retroceder en el camino recorrido. Algún día, cuando hayamos abandonado la Tierra, tal vez bendigamos a aquellos que fueron duros y despiadados con nosotros, que nos despojaron y nos llenaron de amargura; les bendeciremos, porque de sus iniquidades habrá salido nuestra felicidad espiritual. Creían habernos hecho mal, y facilitaron nuestro adelanto y nuestra elevación, al proporcionarnos la ocasión de que sufriésemos sin murmurar, perdonando y olvidando. La paciencia es aquella cualidad que nos enseña a soportar con calma todas las contrariedades. No consiste en extinguir en nosotros toda sensación, en dejarnos indiferentes e inertes, sino en buscar más allá de los horizontes del presente los consuelos que nos hacen que consideremos como fútiles y secundarias las tribulaciones de la vida material. La paciencia conduce a la benevolencia.
Como si fuesen unos espejos, las almas nos envían el reflejo de los sentimientos que nos inspiran. La simpatía llama a la simpatía, y la indiferencia engendra la acritud. Sepamos, cuando sea necesario, reprender con dulzura, discutir sin exaltación, juzgar todas las cosas con moderación y benevolencia; huyamos de todo lo que apasiona y sobreexcita. Guardémonos, sobre todo, de la cólera, que es el despertar de todos los instintos salvajes amortiguados por el progreso y la civilización, una reminiscencia de nuestras vidas oscuras. En todo hombre, la bestia subsiste aún en ciertos aspectos: la bestia que debemos domar a fuerza de energía, si no queremos ser dominados y esclavizados por ella. En la cólera, esos instintos adormecidos se despiertan y hacen una fiera del hombre. Entonces, se desvanecen toda dignidad, toda razón y todo respeto por uno mismo. La cólera nos ciega, nos hace perder la conciencia de nuestros actos, y, en sus furores, puede conducirnos hasta el crimen.
La naturaleza del hombre sensato consiste en contenerse siempre, y la cólera es indicio de un carácter atrasado. El que sienta inclinación a ella, deberá velar con cuidado por sus emociones, ahogar en sí el sentimiento de la personalidad, procurar no hacer ni decir nada, en tanto que se sienta bajo el imperio de esa pasión temible. Esforcémonos en adquirir la bondad, cualidad inefable y aureola de la vejez; la bondad, que supone para su poseedor ese culto del corazón, rendido por los humildes y los débiles a sus sostenes y a sus protectores. La indulgencia, la simpatía y la bondad apaciguan a los hombres, los atraen hacia nosotros, los disponen a prestar a nuestra opinión oído confiado, en tanto que la severidad les rechaza y les aleja. La bondad nos crea así una especie de austeridad moral sobre las almas, nos proporciona más medios de conmoverlas y de orientarlas hacia el bien. Hagamos, pues, de esta virtud una antorcha con cuya ayuda podamos llevar la luz a las inteligencias más oscuras, tarea delicada, pero que hará más fácil un poco de amor hacia nuestros hermanos unido al sentimiento profundo de la solidaridad.
Leon Denis
Extraído del libro "El camino recto"

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