1.-Allan Kardec: La dimensión moral de un hombre
2.- De la oración por los muertos y por los Espíritus que sufren
3.- Cuando me amé de verdad
4.- Litigios
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ALLAN KARDEC: LA DIMENSIÓN MORAL DE UN HOMBRE
La oración es solicitada por los espíritus que sufren; les es útil, porque viendo que uno se acuerda de ellos, se sienten menos abandonados y son menos desgraciados. Pero la oración tiene sobre ellos una acción más directa; aumenta su ánimo, les excita el deseo de elevarse por el arrepentimiento y la reparación y puede desviarles del pensamiento del mal; en este sentido es como puede aligerarse y aun abreviarse sus sufrimientos. (Véase Cielo e Infierno, 2da. parte: Ejemplos).
La no eternidad de las penas no implica la negación de una penalidad temporal, porque Dios, en su justicia, no puede confundir el bien con el mal; así, pues, negar en este caso la eficacia de la oración, sería negar la eficacia del consuelo, de la reanimación y de los buenos consejos; seria negar la fuerza que logramos de la asistencia moral de los que nos quieren bien.
20. Otros se fundan en una razón más espaciosa, en la inmutabilidad de los decretos divinos, y dicen: Dios no puede cambiar sus decisiones por la demanda de sus criaturas pues sin esto nada habría estable en el mundo. El hombre, pues, nada tiene que pedir a Dios; sólo tiene que someterse y adorarle.
Según el dogma de la eternidad absoluta de las penas, no se le toman en cuenta al culpable ni sus pesares, ni su arrepentimiento; para él todo deseo de mejorarse es superfluo, puesto que está condenado al mal perpetuamente. Si está condenado por un tiempo de-terminado, la pena cesará cuando el tiempo haya expirado; pero ¿ quien dice que, a ejemplo de muchos de los condenados de la tierra, a su salida de la cárcel no será tan malo como antes? En el primer caso, sería mantener en el dolor del castigo a un hombre que se volviera bueno; en el segundo, agraciar al que continuase culpable. La ley de Dios es más previsora que esto; siempre justa, equitativa y misericordiosa, no fija duración de la pena, cualquiera que sea; se resume de este modo:
21. "El hombre sufre siempre la consecuencia de sus faltas; no hay una sola infracción a la ley de Dios que no tenga su castigo.
"La duración del castigo por cualquier falta que sea, es indeterminada; está subordinada al arrepentimiento del culpable y a su vuelta al bien"; la pena dura tanto como la obstinación en el mal; sería perpetua si la obstinación fuera perpetua; es de corta duración si el arrepentimiento es pronto.
"Desde el momento en que el culpable pide miserícordia, Dios lo oye y le envía la esperanza. Pero el simple remordimiento de haber hecho mal no basta; falta la reparación; por esto el culpable está sometido a nuevas pruebas, en las cuales puede, siempre por su voluntad, hacer el bien y reparar el mal que ha hecho.
"El hombre, de este modo, es constantemente árbitro de su propia suerte; puede abreviar su suplicio o prolongarlo indefinidamente; su felicidad o su desgracia dependen de su voluntad en hacer bien".
Tal es la ley; ley "inmutable" y conforme a la bondad y a la justicia de Dios.
El espíritu culpable y desgraciado puede, de este modo, salvarse a sí mismo; la ley de Dios le dice con qué condición puede hacerlo. Lo que más a menudo le falta es voluntad, fuerza y valor; si con nuestras oraciones le inspiramos, si le sostenemos y le animamos, y si con nuestros consejos le damos las luces que le faltan, "en lugar de solicitar a Dios que derogue su ley, venimos a ser los instrumentos para la ejecución de su ley de amor y de caridad", de la cual participamos nosotros mismos, dando una prueba de caridad.
EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO. ALLAN KARDEC.
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CUANDO ME AMÉ DE VERDAD
Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y, entonces, pude relajarme.. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.
Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.
Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama… madurez.
Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.
Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.
Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.
Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.
Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.
Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.
Charles Chaplin-
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LITIGIOS:
Por instinto, la criatura es agresiva, y cuando no logra exteriorizar esa violencia cae en mecanismos de fuga, de depresión, de amargura. Herencia de las etapas inferiores de la evolución, la agresividad debe ser canalizada para poder adquirir valores morales, intelectuales, artísticos, profesionales. La conquista de la razón proporciona la transmutación de la agresividad y permite que se establezca el predominio de la naturaleza espiritual, en detrimento de la animal, en el ser humano. Cuando el individuo no logra o no desea modificarse y alterar el comportamiento rumbo al equilibrio y el progreso, elige el litigio como forma de satisfacción personal, de exaltación al ego. Se torna sumamente agresivo, envidioso, celoso y trabaja en oposición al proceso natural de la evolución.
Hay momentos para las aclaraciones y las disensiones en niveles elevados de discordancia. No a cualquier hora, ni por cualquier motivo. ¡Ten cuidado contigo! deja que te invada y te envuelva la energía divina, a fin de que puedas superar la tentación de contender o debilitarte ante los perseguidores contumaces, los litigantes de la inutilidad. Herencia de la naturaleza animal que predomina en el ser humano, la tendencia a la discusión, a competir, a la desavenencia, se transforma poco a poco en agresiva y sórdida, con esa característica del primitivismo del cual no se liberó.
Entre tanto, transformar la discrepancia en un motivo de litigio es injustificable, sólo comprensible porque se trata de un remanente de la inferioridad moral de la personalidad del opositor. Con el fin de mantener su punto de vista, el litigante generalmente, urde mecanismos de violencia y recurre a la calumnia, a la infamia, a la agresión injustificable. Vestigio de las fases iniciales de la evolución en la lucha por la vida, el ser racional permanece, cuando se encuentra así, en actitud de autodefensa en razón de la inseguridad que posee, y se inclina por la agresividad, por el litigio perturbador en el cual el ego predomina y se satisface. A medida que el adversario ve el triunfo del otro, de aquel a quien combate, se torna más despiadado, y recurre a actitudes de desmoralización ante la imposibilidad de superarlo a través de los valores del espíritu.
Ayer se utilizaba la emboscada, el duelo o el combate físico para satisfacer las pasiones inferiores. Hoy, guardadas las proporciones, aún se valen de recursos equivalentes, en forma solapada, con el pretexto de defender nobles ideales, para librarse de los peligrosos enemigos que son aquellos a los cuales se combate. Los litigios son reminiscencias del pasado, señales para la identificación del atraso en que permanece un gran número de miembros de la sociedad humana. No te extrañe, en el ideal al que te entregas, la presencia del opositor, del desafío para litigar. Esos compañeros no están luchando por la Causa que dicen defender, sino que trabajan estimulados por la envidia, por la falta de respeto, por el amor propio herido. Al sentirse disminuidos, se exaltan, exhiben y esgrimen las armas de la arrogancia, de la crueldad, y anhelan el sufrimiento, la ruina, la caída del otro, aquel que ha sido elegido para que sea derrotado. De ninguna manera les des espacio en tus sentimientos.
Quien se dispone a una tarea ennoblecedora se equipa de coraje, para enfrentar las consecuencias de la decisión y de la acción. Por consiguiente, ignora a aquellos que pretenden crucificarte, aunque aparezcan enmascarados como benefactores, como defensores de la verdad -la verdad de ellos... Guarda silencio y prosigue. Rectifica lo que consideres equivocado, dudoso, incorrecto, y haz lo mejor que esté a tu alcance.
Jesús no transitó por el mundo sin sufrir su presencia. A cada paso los enfrentaba o era desafiado por los litigantes. Allan Kardec también los encontró en aquellos que decían ser afiliados a la Doctrina de la que él era el Codificador. Todos los hombres y mujeres de Bien sufrieron su acción, su oposición. Sé tú aquel que no litiga, pero haz el bien; aquel que no contesta, pero permanece con firmeza en el ideal hasta el fin de la existencia física.
Despierte y Sea Feliz
Espíritu Juana de Angelis
Médium Divaldo Pereira Franco
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