jueves, 11 de junio de 2015

UN CASO DE BULIMIA


PENSAMIENTO Y ENFERMEDADES

La conciencia del ser humano se expande por todo su organismo por medio de las variadas expresiones de capacidad vibratoria de los elementos que lo constituyen.

De ese modo, operando en la armonía conjunta, cada célula es portadora de la condensación de la conciencia individual, en cuyas tramas delicadas se imprimen las necesidades evolutivas del ser humano.

Trabajadas por los comandos del periespiritu ellas resultan de la condensación de ondas específicas que conducen  los contenidos morales encargados de producir los órganos  y los diversos mecanismos constitutivos del individuo.

Por tanto, la célula es, en si misma, la materialización del molde energético por el modelo organizador biológico.

Cuando ocurre la separación molecular de cada una, por medio del fenómeno de la muerte física, no se  produce la aniquilación o la desintegración de aquel que la constituía, permaneciendo como parte integrante del conjunto ordenador.  Como consecuencia, cada una posee registros especiales que se encargan de sincronizarse en un conjunto armónico total. Ese tipo de registro puede ser considerado como una forma de conciencia embrionaria que conduce  y preserva informaciones sobre los acontecimientos de los cuales participa.

De esa forma, el periespiritu también está constituido por el conjunto  de esas conciencias celulares que forman  la conciencia global encargada de transmitir al espíritu las memorias, las conquistas y realizaciones de cada experiencia reencarnatoria y de todas ellas reunidas, siempre alteradas conforme a las transformaciones naturales de la etapa vivenciada.

Los pensamientos que se originan en el ser espiritual, a medida que se transfieren  hacia las áreas  de la sensación, de la emoción de la acción, imprimen sus contenidos  en las referidas  células de energía que los ejecutan  en la forma física, estableciendo los resultados conforme a la calidad de la onda mental.

Debido al tenor vibratorio de cada emisión pensante, la carga estimula a la conciencia celular que se siente más fortalecida, generando salud o se desarmoniza, produciendo la enfermedad. Aunque se desestructure la célula física, en el proceso de desorganización se libera la  de naturaleza energética, que influenciará a los futuros mecanismos de equilibrio o desajustes del ser humano.

Las enfermedades más graves son aquellas que se originan en el alma, expandiéndose por el organismo físico y transformándose  en procesos degenerativos, infecciosos, produciendo dolores o se exteriorizan  como conflictos que se convierten en trastornos psíquicos, cuya gravedad se encuentra en la razón de la causa productora.

El semillero del odio, de los celos, de la envidia, de la ira y de otros anestésicos del espíritu, produce virus y vibriones psíquicos que atacan al organismo propio así como al de aquel que, desprevenido, inspiró la producción de esas ondas desbastadoras que la mente produce y dirige conforme a su estructura moral. Al mismo tiempo, ideoplastia  sustentadas por el pensamiento fijo en ideas perturbadoras  y agresivas, contribuyen para que surjan toxinas que invaden el organismo  desarticulándose  la contextura vibratoria, enfermándolo y trabajando para matar sus defensas y los factores inmunológicos.

La conducta mental expresa el nivel de evolución en que se encuentra cada ser, encargándose de producir bienestar o malestar, salud o enfermedad, alegría o tristeza, resultando siempre de la faja vibratoria en la que permanece.

Esas conductas esdrújulas, en las que muchos se complacen, se transfieren de una existencia hacia otra, debido a la memoria  y conciencia de la célula psíquica, que modelará la equivalente orgánica con la carga de energía que conduce. De esta forma, esa onda influenciará a la criatura desde su formación genética, alterándole su estructura de acuerdo con la calidad del mensaje  de que sea portadora.

Las enfermedades del alma tienen un carácter psíquico y se encuentran en los pliegues de lamente  desvariada, que se vincula  a los estados aberrantes del comportamiento, cuando podría ser dirigida hacia las aspiraciones  del equilibrio, de la razón, de la felicidad.

Los sentimiento viles abren campo  a su instalación, tornándose de difícil  diagnostico y deficiente  tratamiento, improbable de otorgar  resultados favorables a la salud.

Es por eso que, los desvaríos del sexo, los vicios de cualquier naturaleza, la irascibilidad, los estados pesimistas, se transforman en agentes  vivos que se encargan de actuar conforme la dirección que reciben  de la dinamo mental generadora de la cual proceden.

De la misma forma sucedería si fuesen cultivados otros sentimientos  y preservados los valores éticos promotores del ser, que se encargarían de corresponder a la fuente productora con ondas de bienestar, de esperanza, de armonía, de felicidad…

Los cromosomas que se implantan en la estructura física mediante el núcleo de la célula en que se establecen, se mantienen en el Espíritu debido al citoplasma  en el cual e fijan.

Son indestructibles, enviando sus mensajes a través del núcleo genético, al tiempo en que plasman las futuras formas  en todos los seres, en el plano físico o espiritual.

Cuanto más penetra  la investigación científica en la estructura de la forma, mejor verifica que la misma es una aglutinación de partículas cada vez menores hasta perderse en la energía que es el punto de partida hacia la materia.

Como el espíritu es energía pensante, principio inteligente del Universo, asimila las vibraciones más sutiles y las exterioriza mediante ondas mentales que toman cuerpo, tornándose parte integrante del conjunto en el que la vida física se manifiesta.

Al ser así, los vicios generadores de enfermedades del alma – que permanecen como depresión, tormentos íntimos, angustia, inseguridad y otros – cuando se produce la desencarnación del paciente, prosiguen imanados a los campos psíquicos en los cuales fueron generados, exigiendo un periodo correspondiente de cambio mental para ser diluidos y desaparecer.

El acontecimiento de la muerte biológica no facilita  la liberación de los hábitos perversos y enfermizos que fueron cobijados durante largo periodo de la existencia física. De la misma forma  que se fueron implantando lentamente y generando acondicionamientos que se transformaron  en procesos perturbadores, la readaptación al equilibrio y la reconstrucción de las estructuras energéticas afectadas exigen el tiempo correspondiente, durante el cual son recompuestos los campos vibratorios que fueron dañados.

Eso es comprensible, porque las descargas producidas por los sentimientos viles producen toxinas de alto tenor hormonal que modifican los códigos del ADN, fijando en ellos el tipo de onda  y su procedencia perturbadora. A medida que se repiten esas fijaciones a lo largo del tiempo, es mayor el daño causado a la estructura intima del mismo, imponiendo como proceso de reparación, desde el más allá, un cambio total de comportamiento, que se encarga de sustituir su doble hélice, que son los dos cordones entrelazados y formados por una sustancia química especifica.

Por ello las enfermedades del alma solo se podrán recuperar cuando hubiere una transformación estructural del pensamiento, que se encargará de reconstruir nuevas bases súper sutiles, que se consubstanciaran en los futuros códigos del ADN, restableciendo la conciencia individual de las células y finalmente, integrando la conciencia del ser en el conjunto de la armonía de la Conciencia Cósmica.

Extraído por Merchita del libro “Días Gloriosos” de Divaldo Pereira Franco dictado por el Espíritu Juana de Angelis.

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El porvenir y la nada.

         Vivimos, pensamos, obramos, he aquí lo positivo: moriremos, esto no es menos cierto.
Pero dejando la Tierra, ¿a dónde vamos? ¿Qué es de nosotros? ¿Estaremos mejor o peor? ¿Seremos
o no seremos? Ser o no ser: tal es la alternativa, es para siempre o para nunca jamás, es todo o nada,
viviremos eternamente o todo se habrá concluido para siempre. Bien merece la pena pensar en ello.
Todo hombre siente el deseo de vivir, de gozar, de querer, de ser feliz. Decid a uno que sepa
que va a morir que vivirá todavía, que su hora no ha llegado, decidle sobre todo que será más feliz
de lo que ha sido, y su corazón palpitará de alegría. ¿Pero por qué estas aspiraciones de dicha, si un
soplo puede desvanecerlas?
¿Acaso existe algo más aflictivo que el pensamiento de la absoluta destrucción? Puros
afectos, inteligencia, progreso, saber laboriosamente adquirido, todo esto sería perdido, aniquilado.
¿Qué necesidad habría de esforzarse en ser mejor, reprimirse para refrenar sus pasiones, fatigarse en
adornar su inteligencia, si no debe uno recoger de todo fruto alguno, sobre todo con el pensamiento
de que mañana quizá no nos sirva ya para nada? Si así sucediese, el destino del hombre sería cien
veces peor que el del bruto, porque el bruto vive enteramente para el presente, para satisfacción de
sus apetitos materiales, sin aspiración al porvenir. Una intuición íntima afirma que esto no es
posible.
Si la lógica nos conduce a la individualidad del alma, nos trae también esta otra
consecuencia: que la suerte de cada alma debe depender de sus cualidades personales, porque sería
irracional admitir que el alma rezagada del salvaje y la del hombre perverso estuviesen al nivel de
las del sabio y del hombre de bien. Según la justicia, las almas deben tener la responsabilidad de sus
actos. Pero para que sean responsables, es menester que sean libres de escoger entre el bien y el mal. Sin el libre albedrío hay fatalidad, y con la fatalidad no cabe la responsabilidad.
Todas las religiones han debido, en su origen, estar en proporción o relación con el
grado de adelanto moral e intelectual de los hombres. Éstos, todavía demasiado materiales para
comprender el mérito de las cuestiones puramente espirituales, han hecho consistir la mayor parte
de los deberes religiosos en el cumplimiento de formas exteriores. Durante cierto tiempo, esas
formas bastaron a su razón. Más tarde, haciéndose la luz en su inteligencia, sienten el vacío que
dejan las formas tras de sí, y si la religión no llena este vacío, la abandonan y se vuelven filósofos.
El hombre quiere saber de dónde viene y a dónde va. Si se le señala un fin que no
corresponda ni a sus aspiraciones ni a la idea que se forma de Dios, ni a los datos positivos que le
suministre la ciencia; si además se le imponen para alcanzarlo condiciones cuya utilidad no admite
su razón, todo lo rechaza. El materialismo y el panteísmo le parecen aún más racionales, porque en
ellos se discute y se raciocina. Es un raciocinio falso, es verdad, pero prefiere razonar en falso a
dejar de razonar. Pero que se le presente un porvenir con condiciones lógicas, digno en todo de la
grandeza, de la justicia y de la infinita bondad de Dios, y abandonará el materialismo y el
panteísmo, cuyo vacío siente en su fuero interno, y que admitió únicamente por no saber nada
mejor.
El Espiritismo da algo mejor, y por eso es acogido tan fervorosamente por todos aquellos a
quienes atormenta la punzante incertidumbre de la duda, y que no encuentran ni en las creencias ni
en las filosofías vulgares lo que buscan. Tiene a su favor la lógica del raciocinio y la sanción de los
hechos, y por esto se le ha combatido inútilmente.
14. El hombre tiene instintivamente la creencia en el porvenir. Pero no teniendo hasta hoy
ninguna base cierta para definirlo, su imaginación ha forjado sistemas que han traído la diversidad
de creencias. No siendo la doctrina espiritista sobre el porvenir una obra de imaginación más o
menos ingeniosamente expresada, y sí el resultado de la observación de hechos materiales que se
desarrollan hoy a nuestra vista, reunirá, como lo hace ya actualmente, las opiniones divergentes o
flotantes, y traerá poco a poco y por la fuerza natural de las cosas la unidad de creencias sobre este
punto, creencia que no tendrá por base una hipótesis, sino una certeza. La unificación hecha en lo
relativo a la suerte de las almas será el primer punto de contacto entre los diferentes cultos.
Allan Kardec.
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UN CASO DE BULIMIA

Tomado del  periódico espirita (ESPIRITISMO EUROPEO)


A la salida de una conferencia organizada por el Círculo Allan Kardec de Nancy, a comienzos del año 2012, el Sr. B.  Solicitó una entrevista en la sección de cuidados de nuestra Asociación que, recordemos, está abierta al público.
Se fijó la cita para la semana siguiente. El Sr. B. sufría de bulimia, más precisamente, cuando dejaba la mesa luego de haber comido abundantemente, al cabo de poco tiempo era presa de un violento e irreprimible deseo de volver a empezar y literalmente se arrojaba sobre el alimento. Comía frenéticamente todo lo que le caía en la mano. Necesitaba absolutamente calmar una fuerte sensación de vacío que experimentaba a nivel de su estómago.
Huelga decir que esta abundancia de alimento ingerida cotidianamente no dejaba de tener incidencia sobre su  salud: sobrepeso, colesterol, hipertensión y diabetes.
La hipnosis podía ser la solución, y fue lo que le propuse. Como el Sr. B. no tiene sino conocimientos superficiales en este campo, le expliqué en qué consistía la hipnosis terapéutica.
Ilustrado sobre la cuestión, aceptó. En la primera sesión, comprobé que era un buen sujeto, es decir que reaccionaba bien a las sugestiones que se le daban. Más exactamente, en un primer momento llegó a relajarse totalmente por las sugestiones apropiadas. Luego de obtenida la relajación total, es necesario dormirlo profundamente, siempre por medio de las sugestiones apropiadas. Lo que no fue el caso. Señales precisas revelaban un avanzado estado de hipnosis. ¿Cuáles son esas señales? En primer lugar, una respiración fuerte y profunda que revela, como fue el caso del Sr. B., una gran relajación. Otra señal, determinante, es la comprobación de los ojos en blanco, obviamente levantando un párpado. Entonces, estaba muy relajado, su respiración era fuerte y profunda, pero no dormía profundamente, sus ojos no estaban en  blanco. Dicho esto, al levantar un párpado para comprobar el ojo en blanco, señal de sueño profundo, observé una resistencia, una tensión en ese párpado. Lo cual significaba que las sugestiones para parálisis de los ojos comenzaban a actuar.
Durante la segunda sesión, el Sr. B. se relajó totalmente. Su respiración era profunda y esta vez llegó a dormir profundamente. Progresivamente lo llevé a hablar de su relación con el alimento y contra toda previsión, comenzó a hablar de su infancia. Sus palabras lo ubicaron después de la muerte de su mamá cuando él tenía doce años. Su preocupación permanente era alimentarse. Siempre tenía hambre, pero comía muy poco; le decían que por “preocupación” económica. A veces, su hambre era tal que llegaba a comer lo que se encontraba en el suelo. Cuando lograba comer carne, siempre eran trozos de grasa alrededor de los cuales se encontraba algún poco de carne. Pero la causa primera de su difícil relación de hoy con el alimento no se encontraba allí. He aquí lo que dijo, siempre bajo hipnosis: un día que regresó a su casa más temprano de lo previsto, sorprendió a su padre en la cocina cocinándose grandes pedazos de carne. Tomado en flagrante delito, éste echó violentamente a su hijo fuera de la casa. Durante este relato bajo hipnosis, el Sr. B. estaba lloroso. Fue preciso tranquilizarlo, decirle que él no tenía nada que ver con eso, que no era su culpa, lo cual lo apaciguó.
En la sesión siguiente, se le preguntó al Sr. B. dormido, si sinceramente quería salirse, deshacerse de esa bulimia.
Respondió que no sabía pues cuando saciaba su hambre feroz, sobre todo cuando comía carne, se sentía feliz… A  ello se le puso en oposición la culpabilidad que experimentaba después de la satisfacción de su hambre feroz.
Esa culpabilidad, experimentada cada día, perjudicaba su vida. ¿No sería más simple despojarse de ese sentimiento?
La pregunta se volvió a plantear:
—¿Quiere usted verdadera y sinceramente, curarse de esta bulimia?
—Sí, verdaderamente quiero.
En la cita siguiente, el Sr. B. anunció que desde hacía algunos días, lograba calmar su hambre feroz contentándose con dos frutas. Esta iniciativa la había tomado él mismo, no le fue sugerida directamente, pero se puede considerar que fue un efecto de la hipnosis que motivó esa iniciativa, muestra de su voluntad de liberarse. Durante la sesión, las sugestiones fueron en este sentido: la invitación, el aliento a continuar por esa vía, enfatizando en su voluntad, su determinación y las fuerzas de su espíritu al servicio de su curación. Las dos sesiones que siguieron, consistieron en reforzar estas sugestiones, para el mantenimiento definitivo de su estado. Fueron las dos últimas sesiones. Hace ya varias semanas que el Sr. B. no está sujeto a esas hambres caninas. Es cuestión de volverlo a ver para hacer un balance de su situación.

Por
A D R I E N  P I E R S A N T I

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     CONSEJOS DEL ESPÍRITU PASCAL  PARA RECIBIR BUENOS ESPÍRITUS


Cuando queráis recibir comunicaciones de Espíritus buenos, debéis prepararos para ese favor mediante el recogimiento, las intenciones sanas y el deseo de hacer el bien con miras al progreso general. Recordad que el egoísmo es una de las causas de retraso para el progreso. Recordad que si Dios permite que algunos de vosotros reciban el soplo de aquellos de sus hijos que, por su conducta, han sabido hacerse merecedores de la dicha de comprender su infinita bondad, es porque Él desea –pues se lo hemos solicitado en atención a vuestras buenas intenciones– proveeros de los medios para que avancéis en el camino que conduce hacia Él. Por consiguiente, médiums, emplead correctamente esa facultad que Dios ha tenido a bien otorgaros. Tened fe en la mansedumbre de nuestro Maestro; poned siempre en práctica la caridad; no os canséis jamás de ejercitar esa sublime virtud, al igual que la de la tolerancia. Estén vuestras acciones en constante armonía con vuestra conciencia, pues esa es una manera segura de centuplicar vuestra felicidad en esa vida transitoria, y de preparar para vosotros mismos una existencia mil veces más grata aún. Entre vosotros, el médium que no se sienta con fuerzas para perseverar en la enseñanza espírita, que se abstenga de ejercer su facultad; pues si no utiliza debidamente la luz que lo ilumina será menos excusable que cualquier otro, y deberá expiar su ceguera.
PASCAL

EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS (XXXI - XIII)

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