martes, 1 de diciembre de 2009

Pensamientos

SOLEDAD

Hay días en que sentimos con más intensidad el fardo de la soledad.

A medida que nos elevamos, montaña arriba, en el desempeño del propio deber, experimentamos la soledad de las cimas y profunda tristeza nos dilacera el alma sensible.

¿Dónde se encuentran los que sonreían con nosotros en el parque primaveral de la primera mocedad?

¿Dónde posan los corazones que nos buscaban el abrazo en las horas de fantasía?

¿Dónde se acogen cuantos nos compartían el pan y el sueño, en las aventuras felices del inicio?

Por cierto, quedaran...


Quedaran en el valle, volando en círculo estrecho, a la manera de las mariposas doradas, que se deshacen al primer contacto de la menor llama de luz que se les avista al frente.

En torno de nosotros, la claridad, pero también el silencio…

Dentro de nosotros, la felicidad de saber, pero igualmente el dolor de no ser comprendidos. ..

Nuestra voz grita sin eco y nuestro anhelo se alarga en vano.

Entre tanto, si realmente subimos, que oímos ¿nos podrían escuchar la gran distancia y que corazón hambriento de calor del valle se abalanzarían a entender, de pronto, nuestros ideales de altura?

Lloramos, indagamos y sufrimos...

Con todo, ¿qué especie de renacimiento no será dolorosa?

El ave, para liberarse, destruye el nido de la cáscara en que se formó, y la simiente, para producir, sufre la dilaceración en el alvéolo desconocido.

La soledad con el servicio a los semejantes genera la grandeza.

La roca que sustenta la planicie acostumbra a vivir aislada y el sol que alimenta al Mundo entero brilla solo.

No nos cansemos de aprender la ciencia de la elevación.

Acordémonos del Señor Jesús, que escaló el Calvario, con la cruz a los hombros heridos. Nadie lo sigue en la muerte injuriosa, a la excepción de los malhechores, presionados al castigo, en obediencia a la justicia.

No hablemos de los bienes que por ventura ya hubimos esparcidos.

Confiemos en el infinito bien que nos aguarda.

No esperemos a los otros, en la marcha de sacrificio y engrandecimiento. Y no nos olvidemos de que, por el ministerio de la redención que ejerció para todas las criaturas, el Divino Amigo de la Humanidad no solamente vivió, luchó y sufrió solo, sino que también fue perseguido y crucificado.

El sacrificio en la cruz es la más bella lección de resignación que el Maestro nos legó.

Sin ninguna imposición nos aclamó: “Quien quisiera venir después de mí, tome su cruz, niéguese a sí mismo y sígame.”

Lo que equivale a decir que tomemos la cruz de nuestros sufrimientos con abnegación, y escalemos la montaña de la ascensión espiritual, confiados en aquel que nos hizo la invitación.

Y aunque con los pies sangrando, al llegar a la cima del monte, nos depararemos con la planicie florida y el camino iluminado que nos conducirá al Maestro.

Recordémoslo por tanto, y sigámoslo…



Si no tenemos con nosotros las marcas del testimonio por la responsabilidad, por el trabajo, por el sacrificio o por el perfeccionamiento íntimo, es posible que amemos profundamente a Jesús, pero es casi cierto que aun no nos colocamos, junto a él, en la jornada redentora.

Bendigamos, pues, nuestra cruz y sigámoslo, sin temor, buscando la victoria del amor y la felicidad eterna.


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Redacción del Momento Espírita con base en los caps. 70 y 140 del libro Fuente viva, del Espíritu Emmanuel, psicografiado por Francisco Cándido Xavier, ed. Feb.

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