INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- El enfrentamiento con la muerte
2.- Odio y perdón
3.- Evocación de los Espíritus
4.- El Periespíritu
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EL ENFRENTAMIENTO CON LA MUERTE
CLAUDIA M. MAGLIO-ESTEBAN
El temor a la muerte desaparece cuando es comprobado científicamente por el Espiritismo que, sin lugar a dudas, existe la sobre vivencia del individuo después de la muerte física.
Así la humanidad desechará los prejuicios ancestrales y admitirá los errores de conceptos, arrastrados durante siglos bajo la forma de dogmas y verdades establecidas e inamovibles.
La vejez es la antesala del cambio de estado y como tal significa una preparación para afrontar tal circunstancia. Esta etapa se convierte en una oportunidad con nuevos intereses, se disfruta del enriquecimiento logrado por las experiencias vividas, se puede ofrecer el servicio y el consuelo a otros, para así colaborar en el desarrollo y progreso ajeno, a la par que se comienza una preparación basada en el estudio y la meditación, conducente a la reflexión sincera de las propias imperfecciones.
Se alcanza la serenidad, por medio de la comprensión de la realidad de la vida, el logro de una experiencia espiritual superior, y la esperanza alentadora de nuevas oportunidades. Esa inteligencia íntima otorga relajación y quietud en la proximidad de la muerte, no se conoce el miedo y se tiene la convicción de la tarea cumplida, y la expectativa de una nueva experiencia.
La vida es una cuestión individual y cada uno tiene su propio destino, edificado con su trabajo personal, de acuerdo a la forma en que se reacciona frente a las experiencias vividas.
La vida y la muerte son experiencias individuales, porque las percepciones en cada una de ellas, dependen del patrón de conciencia de cada ser, en cada una de esas etapas.
Cuando un ser ha vivido una experiencia completa y fructífera, y se encuentra en la última etapa, cuando el organismo físico sufre el deterioro normal, consecuencia del patrón genético individual y de las vicisitudes propias de la materia orgánica, no es caritativo retenerlo en contra de su voluntad, como frecuentemente hacen sus seres queridos. Se puede alegar el sentimiento de amor, pero muchas veces está confundido con el egoísmo, porque no se desea la muerte del ser querido, sólo por no perderlo.
No es raro el espectáculo de hijos que les piden a sus padres que tengan fortaleza para seguir viviendo, cuando sus organismos agotados se desploman y no le prestan utilidad; ni el de padres que ante la pérdida de un hijo no pueden controlar su dolor y fomentan el apego emocional del niño fallecido con sus progenitores, sobre todo con su madre.
El sentimiento profundo no tiene fronteras de tiempo ni espacio y algunos se aferran a la idea de su hijo, tal como fue hasta su muerte, permaneciendo en una fijación emocional que enlaza parasitariamente y no permite la libertad de acción de ninguno de los seres involucrados.
Distinta sería su reacción si aceptaran la existencia de una realidad espiritual que transciende la muerte física, donde el espíritu que encarnó al niño, continuará su desarrollo.
Es más fácil enfrentarse a la muerte cuando se tiene la convicción de que se ha agotado el tiempo previsto, que se ha logrado el propósito de la vida y que se está listo para el cambio.
Partir con tranquilidad es la expresión de dejar todo en orden, tanto lo referente a la dimensión material como a la moral. El apego sano y no parasitario a lo que se abandona, permitirá no sentir dolor por lo que ya no se tiene, y dejará en libertad a los seres que continúan en su experiencia encarnatoria, para ejercer su labor sin interferencias y sin restricciones.
Pero, al mismo tiempo, disfrutar de la esperanza del reencuentro con seres amados que se adelantaron en el proceso de cambio, como también con aquellos de quienes se aleja transitoriamente, pero que también cambiarán de estado, cuando terminen su labor como encarnados.
Aquellos que se aferran a su ambiente material, que luchan por no dejar sus adquisiciones ni las personas que compartieron sus experiencias, que desean continuar en sus labores de encarnados, en ocasiones muy valiosas pero ya caducas, que creen que no pueden dejar sus responsabilidades porque no habrá nadie que los supla, encuentran muy difícil la separación.
La muerte se convierte para ellos en una injusticia o al menos, en una experiencia inoportuna, y su pensamiento queda anclado en sus deseos e insatisfacciones, mientras su desprendimiento del cuerpo se hace lento, penoso y difícil.
MECANISMO DE LA MUERTE:
La muerte física no es más que un cambio de estado, y consiste en la destrucción de la forma frágil, que ya no proporciona las condiciones necesarias para el funcionamiento y la evolución de la vida.
Las sensaciones que preceden y siguen a la muerte son infinitamente variadas, y dependen sobre todo del carácter, los méritos y la dimensión moral del espíritu que abandona su estado orgánico. La separación es casi siempre lenta, la liberación del alma se opera gradualmente y comienza a veces, mucho tiempo antes de la muerte, aunque no es completa sino cuando los últimos lazos energéticos espirituales quedan rotos. Es obvio deducir que la impresión experimentada, es tanto más penosa y prolongada cuanto más firmes y numerosos sean estos lazos.
La separación es seguida por un período de turbación, más corta para el espíritu equilibrado y adelantado, pero muy prolongada para las almas impregnadas de energías pesadas que la acercan y la anclan en la materia.
El espíritu no muere, conserva su individualidad preservada por su envoltura energética modeladora (Periespíritu), y continúa evolucionando en estado desencarnado.
Tiene por delante un futuro de proyectos, todos elaborados para conseguir el progreso; su pensamiento se perfeccionará según su esfuerzo; su Periespíritu se hará cada vez más sutil, necesitando encarnaciones en medios materiales cada vez menos densos; hasta que en un infinito inimaginable, pueda conseguir la perfección suficiente para no necesitar encarnar nuevamente, y continuar entonces su progreso, en estados espirituales y en labores ignorados por nosotros.
COROLARIO:
La Doctrina Espírita establece:
-“La causa de la muerte en los seres orgánicos es la extenuación de los órganos”.
-“La muerte se puede comparar a la cesación del movimiento de una máquina desorganizada, porque si la máquina está mal dispuesta, se rompe el resorte, y si es malo el cuerpo, la vida le abandona”.
Allan Kardec reflexiona:
“Los órganos están impregnados, por decirlo así, del fluido vital, que da a todas las partes del organismo una actividad que, en ciertas lesiones, opera la adhesión de aquellas y restablece funciones suspendidas momentáneamente.
Pero cuando son destruidos los elementos esenciales al funcionamiento de los órganos, o están alterados profundamente, el fluido vital es impotente para la transmisión del movimiento de la vida, y el ser muere. Los órganos reaccionan más o menos necesariamente los unos sobre los otros, y de la armonía de su conjunto resulta su acción recíproca. Cuando una causa cualquiera destruye la armonía, se detienen sus funciones, como el movimiento de un mecanismo, cuyas partes esenciales están descompuestas” .
(“El Libro de los Espíritus” – Cáp. IV, punto 2: La vida y la muerte)
Tomado del libro: “Investigaciones Sobre La Muerte”
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ODIO Y PERDÓN

Cuando sentimos odio por algo o alguien, trazamos para nosotros un camino de atropellos y mucha negatividad, porque respiramos este sentimiento de forma intensa e inhalamos la angustia, el rencor, la enemistad, la antipatía y la rabia.
De esta forma destruimos nuestros objetivos de vida y nos volvemos contra nosotros mismos, nos apartamos de los buenos sentimientos para dar alas al odio y él comienza entonces a comandarlo todo en nuestra vida, perdemos el sentido de parar y reflexionar, no vemos nada mas allá del odio en nuestra frente.
Con el odio somos capaces de destruir lo que nos llevó mucho tiempo construir, basta apenas un comando de nuestro pensamiento y ahí quedamos estacionados y a merced de ese sentimiento tan pequeño pero con un poder enorme de destrucción.
Procure no alimentar el odio en su corazón, no piense en el mal, piense en lo que puede hacer de bueno y en lo que puede llevar adelante.
Si algo o alguien te hiere profundamente, no se rebele, no se deje enfermar con el odio, permítase perdonar cuantas veces fuesen necesarias, porque solamente el perdón podrá ayudar a mejorar ese sentimiento en usted. Busque en el Amor su paz interior, procure buenos pensamientos y principalmente busque a Jesús como su amigo. Él nos dejó el Amor como objetivo de evolución y no de odio.
Claudia Dantas |
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EVOCACIÓN DE LOS
ESPÍRITUS.
Conviene
en un principio no obstinarse en evocar a un Espíritu determinado con
exclusión de cualquier otro, porque acontece muchas veces que con aquél no
se establecen las relaciones fluídicas con tanta facilidad, por simpatía
que se tenga por él. Antes, pues, de pensar en obtener comunicaciones de
tal o cual Espíritu, es necesario dedicarse al desarrollo de la facultad,
y para esto es preciso hacer un llamamiento general y dirigirse
sobre todo a su ángel guardián.
En esto no hay fórmula sacramental; cualquiera que pretendiera dar una,
puede tacharse resueltamente de falsa, porque los Espíritus no atienden a
la forma sino al fondo. La evocación debe hacerse siempre en nombre de
Dios, y se la puede hacer en los términos siguientes o parecido: Ruego a
Dios Todopoderoso permita a un buen Espíritu comunicarse conmigo y
hacerme escribir; ruego también a mi ángel guardián tenga la bondad de asistirme
y apartar a los malos. Se espera entonces que un Espíritu se manifieste
haciendo escribir alguna cosa. Puede que se presente el que se desea, así
como puede ser un espíritu desconocido o el ángel guardián; de todos
modos, generalmente, se da a conocer escribiendo su nombre; pero entonces
se presenta la cuestión de la identidad, una de las que requieren más
experiencia, pues hay pocos principiantes que no estén expuestos a ser
engañados.
Cuando
quieran evocarse Espíritus determinados es muy esencial dirigirse primero a
los que se sabe que son buenos y simpáticos y que pueden tener un motivo
para venir como son los
parientes o amigos. En ese caso la evocación puede formularse de este
modo: En nombre de Dios Todopoderoso ruego al Espíritu de tal que se
comunique conmigo; o bien: Ruego a Dios
Todopoderoso permita al Espíritu de N. el comunicarse conmigo; o
cualquiera otra fórmula respondiendo al mismo pensamiento.
No deja de ser conveniente el que las primeras preguntas se hagan de tal
modo que simplemente requieran la respuesta de sí o no, como por ejemplo:
¿Estás aquí? ¿Quieres responderme?
Más tarde
esta precaución viene a ser inútil; en un principio sólo se trata de
establecer una relación; lo esencial es que la pregunta no sea frívola,
que no tenga relación con cosas de interés privado y, sobre todo, que sea
la expresión de un sentimiento benévolo y simpático para el Espíritu al
cual se dirige.
(Véase más adelante el capítulo especial sobre las “Las Evocaciones”).
204. Todavía debe tenerse
presente otra cosa más importante que el modo de hacer la evocación, y es
la calma y el recogimiento unidos a un deseo ardiente y a una firme
voluntad de obtener buen éxito, y no queremos hablar aquí de una voluntad
efímera que tiene intervalos, interrumpiéndose a cada minuto por otras preocupaciones,
sino la voluntad formal, perseverante, sostenida, sin impaciencia ni deseo
febril. La soledad, el silencio y el alejamiento de todo lo que puede
causar distracciones favorece el recogimiento. También es preciso tomar en
cuenta la naturaleza del Espíritu a quien se pregunta, pues los hay tan
ligeros e ignorantes que responden a tontas y a locas como
verdaderos calaveras atolondrados; por esto aconsejamos dirigirse a
los Espíritus ilustrados, que generalmente contestan gustosos a
estas preguntas e indican la mejor marcha que debe seguirse si
ven posibilidad de tener buen resultado.
EL LIBRO
DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC
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EL PERIESPÍRITU
Los espíritus, según hemos dicho
tienen su cuerpo fluídico al que se da el nombre de «periespíritu».
Su substancia es
tomada en el fluido universal o cósmico que lo forma y alimenta, como el aire
forma y alimenta el cuerpo material del hombre.
El periespíritu
es más o menos etéreo según los mundos y el grado de depuración del espíritu.
En los mundos y en los espíritus inferiores, su naturaleza es más primitiva y
se acerca mucho a la materia bruta.
En la
encarnación, el espíritu conserva su periespíritu, que es el órgano transmisión
de todas las sensaciones. Para las que vienen del exterior puede decirse que el
cuerpo recibe la impresión, el periespíritu la transmite, y el espíritu, el ser
sensible e inteligente, la siente. Cuando el acto parte de la iniciativa del
espíritu, puede decirse que éste quiere, el periespíritu transmite, y el cuerpo
ejecuta.
El espíritu no
está encerrado en los límites del cuerpo como en una caja. Por su naturaleza
fluídica es expansible; irradia al exterior y forma alrededor del cuerpo una
especie de atmósfera, que el pensamiento y la fuerza de voluntad pueden
extender más o menos. De aquí se sigue que personas que no están en contacto
corporal, pueden estarlo por medio del periespíritu y transmitirse, aun a pesar
suyo, las impresiones y a veces hasta la intuición de sus pensamientos.
Siendo el periespíritu
uno de los elementos constitutivos del hombre, desempeña un papel importante en
todos los fenómenos psicológicos, y hasta cierto punto en los fisiológicos y
patológicos. Cuando las ciencias médicas tomen en consideración la influencia
del elemento espiritual en la economía, habrán dado un gran paso y nuevos
horizontes se abrirán ante ellas; muchas causas de las enfermedades serán
explicadas entonces y se encontrarán poderosos medios de combatirlas.
Por medio
del periespíritu obran los espíritus en la materia inerte y producen los
diferentes fenómenos de las manifestaciones. Su naturaleza etérea no podría ser
obstáculo para ello, puesto que se sabe que los más poderosos motores se hallan
en los fluidos más ratificados y en los imponderables. No hay, pues, que
maravillarse de ver que con ayuda de semejante palanca, los espíritus producen
ciertos efectos físicos, tales como golpes y ruidos de toda clase; elevación,
transporte y lanzamiento de objetos en el espacio, etc. Para explicarse esto, ninguna
necesidad hay de acudir a lo maravilloso o a los efectos sobrenaturales.
Obrando los espíritus en la materia, pueden manifestarse de muchas maneras
diferentes; por medio de efectos físicos, tales como los ruidos y movimientos
de objetos; por la transmisión del pensamiento, por la vista, el oído, la
palabra, el tacto, la escritura, el dibujo, la música, etc., en una palabra,
por todos los medios que pueden servir para ponerle en relación con los
hombres.
Las
manifestaciones de los espíritus pueden ser espontáneas o provocadas. Las
primeras tienen lugar inopinadamente y de improviso; con frecuencia se producen
en las personas más extrañas a las ideas espiritistas. En ciertos casos y bajo
la acción de ciertas circunstancias las manifestaciones pueden ser provocadas
por la voluntad bajo la influencia de las personas dotadas al efecto de
facultades especiales. Las manifestaciones espontáneas han tenido lugar en
todas las épocas y países. Sin duda alguna que el medio de provocarlas era
también conocido en la antigüedad, pero constituía el privilegio de ciertas
castas que no lo revelaban más que a escasos iniciados bajo rigurosas
condiciones, ocultándolo al vulgo a fin de dominarlo con el prestigio de una
fuerza oculta. Se ha perpetuado, empero, a través de las edades, hasta
nosotros, en algunos individuos; pero desfigurado casi siempre por la
superstición o confundido con las prácticas ridículas de la magia, lo que había
contribuido a desacreditarlo. Hasta entonces, no habían pasado de ser gérmenes
plantados aquí o allá. La Providencia había reservado a nuestra época el
conocimiento completo y la vulgarización de esos fenómenos, para purificarlos
de la mala liga y hacerlos servir en pro del mejoramiento de la humanidad, en
disposición hoy de comprenderlos y deducir sus consecuencias.
- Allan Kardec
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