INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Cólera e ira
2.- Ambiente doméstico
3.- Dirigido a mi bebé
4.- Mocedad y vejez
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CÓLERA E IRA
Emoción descontrolada y Orgullo
La frase de Séneca nos advierte de la importancia de ser dueños de nosotros mismos a través del control de nuestras propias emociones. Incluso nos indica el camino para erradicar esta emoción perniciosa que todos hemos experimentado en alguna ocasión.
Hoy día, las modernas psicoterapias contemplan cómo un grave problema la irascibilidad sin control, que muchas veces degenera en violencia contra uno mismo o contra los demás. Además, los estudios relacionados con la neurología y la química cerebral nos confirman que las actitudes de ira suelen elevar los niveles de cortisol y adrenalina en la sangre de forma muy perjudicial, llevando al deterioro de los sistemas orgánicos como el glandular, el circulatorio y, sobre todo, el inmunológico. Ello es debido a que esta actitud genera un importante aumento del estrés y la ansiedad que, persistentes en el tiempo, producen graves patologías psicofísicas.
Como vemos, las emociones distorsionadas son fuente de problemas inmediatos y graves en la salud y el equilibrio mental-emocional de las personas; y sin duda ninguna, la ira es de las emociones más dañinas al respecto.
Los psicólogos que desarrollan las terapias cognitivo-conductuales inciden en la capacidad que todos tenemos de corregir estas actitudes. Para ello proponen algunas soluciones que curiosamente tienen mucho sentido y paralelismo con la recomendación de Séneca. En primer lugar nos recomiendan identificar la emoción para evitar una respuesta inmediata (“hacer algo sobre nuestra propia ira” dice Séneca); para conseguir esto se hace preciso prestar atención a nuestras reacciones e impresiones que hacen aflorar la ira (“averiguar su causa” dice Séneca).
Un vez hemos identificado la causa y conocemos su origen, tenemos que darnos cuenta de que, aunque creamos que la causa se debe a una acción externa o de otras personas, estamos equivocando el análisis y con ello la solución; pues si somos coherentes nos percataremos de que nada externo a nosotros puede dañarnos realmente si mantenemos el control sobre nuestra mente y emociones.
Tenemos la tendencia de achacar a los demás, al azar o a Dios, los problemas que la vida nos presenta, sin pararnos a reflexionar qué parte de responsabilidad tenemos nosotros en las reacciones que de forma irreflexiva ejecutamos cuando nos sentimos ofendidos o perjudicados.
Esta frase de Epícteto nos confirma que las reacciones a las agresiones externas solo dependen de nosotros mismos, del valor que las demos, y que cambiando el enfoque mediante el cual las enfrentamos diluimos y reducimos las reacciones emocionales que podamos tener al respecto. Depende de nosotros no aceptar la ofensa, y con ello, no dar ningún poder o ascendencia a nadie para dañarnos.
La sabiduría del psicoterapeuta más grande y excelso de todos los tiempos confirma esta máxima: “Perdonar a tus enemigos setenta veces siete” respondió el Maestro de Galilea a Pedro cuando le preguntó al respecto. No solo era la solución al problema, sino la clave para no dejarse llevar por la ira, la venganza o el odio, algo que es enormemente perjudicial para la salud psicofísica y el equilibrio mental-emocional del que lo alimenta. Todo ello lo sabía a la perfección el Rabí de Galilea, y así lo recomendaba a aquellos que le escuchaban.
El perdón no solamente libera al que lo ejerce, sino que le concede una estabilidad de paz y serenidad interior que le permite controlar su ira y su respuesta emocional desequilibrada. El ejercicio del perdón ya no era únicamente una condición moral sino una terapia psicofísica para el equilibrio y la armonía interior de la persona que busca la tranquilidad de conciencia.
Sin duda alguna, la ira tiene su origen en el orgullo que todavía domina al hombre y que de forma profunda venimos arrastrando desde eras pretéritas, donde las experiencias de vidas anteriores y los hábitos adquiridos dominados por la soberbia, el narcisismo y el amor propio descontrolado quedaron fuertemente grabados en nuestro inconsciente, aflorando en nuestro comportamiento de manera automática cuando no permanecemos vigilantes y atentos sobre nuestras propias reacciones.
Las respuestas que podamos dar a un origen externo de la ira siempre vienen porque no racionalizamos, dejándonos llevar por los primeros impulsos. Debemos pararnos a pensar antes de reaccionar.
Cuando nos encolerizamos o irritamos, no solamente se nubla nuestra capacidad de raciocinio sino que, al dejarnos llevar de forma impulsiva por nuestra soberbia u orgullo, solemos perjudicar también a los demás sin apenas darnos cuenta, y esto tiene consecuencias espirituales, pues cualquier falta en contra de las leyes de Dios que dañan al prójimo o a uno mismo han de ser resarcidas en la misma proporción que se han producido. Esta es la justicia divina perfecta que a través de la ley de causa y efecto nos devuelve todo lo bueno o malo que realizamos en nuestras sucesivas apariciones en la Tierra.
Al localizar la causa espiritual de la ira en el orgullo, trascendemos las actitudes equivocadas del presente para elevar nuestro enfoque en el tiempo hacia lo verdaderamente importante: “La necesidad de conocernos a nosotros mismos para corregir aquello que nos perjudica o daña a otros”. Y en ese esfuerzo personal tiene prioridad la atención a nuestros pensamientos y reacciones, para poder corregir poco a poco, de forma paulatina, aquellos errores de comportamiento que nacen de la emoción desordenada que la ira produce cuando la dejamos aflorar sin control.
El conocimiento de estas circunstancias innatas que nos afectan y forman nuestra personalidad nos obliga a un esfuerzo por mejorar moralmente, no solamente para evitar dañar a los demás, sino también para no dañar nuestra salud, nuestro equilibrio mental-emocional y no dejar en manos de nadie nuestra libertad de elección por el ejercicio del bien, de la paz y la salud. Valores estos que todo el mundo aspira a conseguir para vivir una vida buena equilibrada y armónica.
Nuestra reunión fue precedida por larga conversación entre los amigos que venían de diversos puntos. El tema central era la edad física. Se hablaba de las criaturas que se sienten inútiles aun en la juventud, mientras otras se sienten vigorosas a los ochenta diciembres.
¿Por qué es eso? ¿Por qué existen hombres desanimados a los veinte años, cuando otros se sienten activos a los ochenta? ¿En qué tiempo se debe colocar el límite entre mocedad y la vejez?
El asunto estaba en plena agitación, cuando nuestras tareas comenzaron. Y el Libro de los Espíritus, nos ofreció, para estudio la cuestión 680, sobre los entendimientos sobre el foco.
Al termino de nuestras actividades, nuestro querido Emmanuel nos ofreció la pagina titulada la Edad. Es una página simple, más los amigos presentes solicitaron que ella forme parte de la colección en lanzamiento con sus edificantes comentarios.
EDAD
Emmanuel
La madurez física nunca fue un obstáculo para el espíritu sediento de progreso.
En todos los distritos de la vida, la criatura es tan joven como los ideales y esperanzas que alienta. Y tan gastada como el escepticismo o el desanimo al que se entregan.
Muchos compañeros pretenden marcar la edad de la persona adulta por las señales externas que demuestre, no en tanto, eso es mera convención.
Claro que, si el motorista estima el coche que lo coloca en el centro de los intereses que le dicen al respecto, ha de velar por la conservación de sus implementos. Ocurre lo mismo con el espíritu, inquilino del cuerpo que se le transforma en instrumento de manifestación: si desea equilibrio y seguridad, se esforzará por asegurarle las más solidad condiciones de trabajo.
¿Si la criatura es habitualmente medicada con el fin de desenvolver con eficiencia, por que motivo la persona adulta dejará de tratarse como se hace preciso para madurar físicamente con la robustez posible, para mantenerse útil con las últimas posibilidades del vehículo de que dispone?
( Aportación de Mercedes Cruz )
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No creáis en la vejez únicamente porque el tiempo te haya dotado con valiosas experiencias.
Convéncete de que eres un espíritu inmortal usando un cuerpo perecible. Y si vives con disciplina en el trabajo, con la gimnasia del pensamiento recto, conservarás siempre la juventud espiritual – la que se erige, por fuente de constante renovación, mejorando el presente y construyendo el futuro.
EL INQUILINO DEL CUERPO
Hermano Saulo
La juventud es la fase de las experiencias y de los entusiasmos. José Ingenieros acentuó, en Las Fuerzas Morales que “la juventud toca rebate en toda renovación”. Más en verdad le falta la experiencia, la vivencia existencial (pues cada existencia trae los nuevos problemas) para que ella pueda controlar sus fuerzas y aplicarlas con eficiencia.
El espíritu, ese “inquilino del cuerpo” como Emmanuel lo llama, precisa de tiempo para dominar la nueva situación en la que se encuentra. Recordemos que Jesús solo se entregó a su misión en la edad madura, y Kardec solo inició la codificación del espiritismo a los cincuenta años de edad.
Debemos acordarnos, por otro lado, que cada espíritu trae sus dificultades y, muchas veces, precisa vencerlas en la fase juvenil, con el fin de sentirse desembarazado en la madurez y en la vejez, para el cumplimiento de sus nuevos encargos. . No es fácil tirar por la borda del camino las pesadas cargas del pasado, que a menudo exigen largos sacrificios.
Ingenieros tiene razón en señalar la función renovadora de la juventud, más el mismo advierte que hay jóvenes-viejos y viejos-jóvenes. Hoy, que la población mundial crece velozmente, los jóvenes son la mayoría y hacen sentir su presencia en todos los sectores de actividad. No obstante, son aun los hombres maduros y los viejos los que dirigen el mundo. Y aun mismo en el campo nuevo de la astronáutica, la experiencia de la madurez se impone sobre los arrobos de la juventud.
La razón de Emmanuel es evidente. No podemos “creer en vejez” , cuando vemos que el tiempo nos trae la riqueza de la experiencia. No hay límite preciso entre juventud y vejez, cuando el “inquilino del cuerpo” consiguió dominar su instrumento y lo conserva viril a través de los años. Ese “inquilino”, es espíritu, no envejece. Por el contrario, el tiempo lo aprimora y aguza, dándole la juventud que se repite, cada vez más bella y segura, en cada nueva encarnación.
La juventud terrena es un tiempo de preparación del hombre en cada existencia. La juventud espiritual es la actualización de los poderes del espíritu de manera afectiva, por encima de la transitoriedad de la materia.
EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO
ALLAN KARDEC
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