INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.-Nuestra compañera, la muerte
2.- El límite de la encarnación
3.- Reconociendo a los buenos Espíritus
4.- ¡ Bendita Mediumnidad !
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Nuestra compañera, la muerte
Jueves, 10 de febrero de 2022
Queridos amigos, hola buenos días, la muerte hace su acto de presencia en nuestras vidas, sin nadie llamarla, porque muchos de los que dicen querer morirse, no lo dicen de verdad. Cuando llega, siempre nos afecta, porque ella hace que nos desprendamos de nuestros seres queridos.
Somos viajeros de la Eternidad realizando nuestro propio progreso de etapa en etapa, las experiencias vividas en cada jornada carnal establecen los mecanismos de la evolución, con referencia a la próxima, facilitándonos un interminable desarrollo.
Desde que fuimos creados, sufrimos las incesantes transformaciones que nos hacen surgir, rompiendo las mazmorras en que nos encarcelamos y crecemos buscando el destino eterno, que aun no nos es dado vislumbrar, por falta de recursos y aptitudes que nos capaciten al entendimiento, profundo.
Cuando comprendemos la vida futura, el temor de la muerte disminuye, aguardamos el fin con calma, resignados y serenamente. La certeza de la vida futura da otro curso a las ideas, otro hito al trabajo.
La certeza de reencontrar a los amigos después de la muerte, de reanudar las relaciones que tuviésemos en la tierra, de no perder un solo fruto de nuestro trabajo, de engrandecernos incesantemente en inteligencia, perfección, nos da paciencia para esperar y coraje para soportar las fatigas transitorias de la vida terrestre.
Él haber penetrado con el pensamiento en el mundo espiritual y haber hecho de la una idea lo más exacta posible, nos hace liberarnos del temor a la muerte
Morimos o desencarnamos conforme hemos vivido. Nuestros pensamientos y actos son los tejedores responsables por el desenlace final del Espíritu del cuerpo.
La existencia en la Tierra es un libro que estamos escribiendo y cada día añadimos en el una página.
Cada hora es una afirmación de nuestra personalidad, a través de las personas y de las actuaciones que nos buscan. No menospreciemos la oportunidad de crear epopeya de amor alrededor de nuestro nombre.
Las buenas obras son frases de luz que dirigimos a la Humanidad entera.
En cada respuesta a los demás, en cada gesto hacia los semejantes, en cada manifestación de nuestros puntos de vista y en cada demostración de nuestra alma, grabamos, con tinta perenne, la historia de nuestro pasaje.
En las impresiones que producimos, se yergue el libro de nuestro testimonios.
La muerte es la gran coleccionadora que recogerá las hojas esparcidas de nuestra biografía, grabada por nosotros mismos, en las vidas que nos rodean.
No despreciemos la compañía de la indulgencia, a través de la senda que el Señor nos dio a trillar.
Hagamos un área de amor alrededor del propio corazón, porque solo el amor es suficientemente fuerte y sabio para orientarnos en la escritura individual, convirtiéndonos en compendios de auxilio y esperanza para cuantos nos siguen los pasos.
Vivamos con Jesús, en la intimidad del corazón, no nos alejemos de Él en las acciones de cada día y el libro de nuestra vida se convertirá en un poema de felicidad y en un tesoro de bendiciones.
Amigos os deseo un buen fin de semana con mucho amor y cariño Merchita
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EL LÍMITE DE LA ENCARNACIÓN
En algunos mundos, más adelantados que la Tierra, ese cuerpo es menos compacto, menos pesado y menos denso y, por consiguiente, se halla menos sujeto a vicisitudes. En un grado de mayor elevación, es diáfano y casi fluídico.
De grado en grado se desmaterializa y concluye por confundirse con el periespíritu.
Según el mundo en que debe vivir, el Espíritu toma la envoltura apropiada a la naturaleza de ese mundo.
Incluso el periespíritu sufre transformaciones sucesivas. Se vuelve cada vez más etéreo, hasta la purificación completa que caracteriza a los Espíritus puros.
Si bien hay mundos especiales destinados a la estadía de los Espíritus muy adelantados, estos no se encuentran sujetos a aquellos, como sucede en los mundos inferiores. El estado de desprendimiento en que se encuentran les permite trasladarse a todos los lugares a donde los convoquen las misiones que se les confían.
Si se considera la encarnación desde el punto de vista material, tal como tiene lugar en la Tierra, se puede decir que está limitada a los mundos inferiores.
Por consiguiente, depende del Espíritu liberarse de ella con mayor o menor celeridad, mediante el trabajo destinado a su purificación.
También es preciso considerar que en el estado errante, es decir, en el intervalo de las existencias corporales, la situación del Espíritu guarda relación con la naturaleza del mundo al que lo liga su grado de adelanto. De modo que, en la erraticidad, el Espíritu es más o menos feliz, libre e ilustrado, según se halle más o menos desmaterializado.
(Espíritu San Luis. París, 1859.) Instrucción de los Espíritus publicada en el libro “El Evangelio según el Espiritismo” por Allan Kardec.
(Tomado de Zona Espírita )
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RECONOCIENDO A LOS BUENOS ESPÍRITUS
Tengo una amiga a la que conozco desde hace muchos años y cuyo ejemplo de superación supone para mí un auténtico estímulo. Se asoma ya al medio siglo de existencia, está soltera y no posee descendencia. Ha cambiado a un hipotético marido por el cuidado de su madre y a sus posibles hijos por la dedicación a otros ancianos.
Con aquella debe permanecer continuamente en alerta, tanto por su avanzada edad como por las graves limitaciones a las que está sometida. La imposibilidad de desplazarse por sí misma o su incapacidad para ejecutar las acciones más básicas de cualquier ser humano como comer, andar o asearse implican una carga suplementaria de esfuerzo para su custodia. Esta labor abarca las veinticuatro horas del día, pues incluso por la noche, tiene frecuentes despertares, lo que impide a mi buena amiga disponer de un descanso adecuado sustentado en un sueño reparador.
Con otros ancianos, a los que curiosamente no le vincula ninguna relación de parentesco, desarrolla un trabajo similar. Para ello, aprovecha cualquier instante libre que le surja para atenderlos, sobre todo mirando por su higiene personal y aportándoles una exigua pero intensa compañía humana (algo tan necesario en ese período de la vida) en esos cortos espacios de tiempo en los que puede “dejar” a su progenitora.
Muchas veces, la curiosidad acude a mi mente y le pregunto por cómo se organiza para poder llevar a cabo de manera exitosa tantas y tantas tareas, para las que precisa de grandes dosis de paciencia, esfuerzo y sacrificio. Su respuesta no deja de ser admirable pues me comenta que ni siquiera piensa en ello, que quizá planteárselo le interferiría en su trabajo diario. Está claro que rumiar excesivamente en su cabeza no es un tema prioritario en su vida. Por eso, se inclina más por la acción y cree que reflexionar en demasía sobre determinados “asuntos” le ocasionaría más perjuicios que beneficios.
Yo, que a menudo pienso más de lo que actúo, aunque intento acompasar ambas acciones, no puedo dejar de sorprenderme por la actitud habitual de mi amiga. Desde que se levanta, se pone a trabajar duramente en lo que he descrito y casi sin descanso, no se detiene hasta que sus menguadas fuerzas lea empujan al lecho en búsqueda del alimento espiritual del sueño.
No existe ningún interés espurio en todo lo que hace, siendo la humildad la constante sobre la que gira su labor. No airea su trabajo oculto y silencioso, este no trasciende salvo a los que la conocen más estrechamente y jamás atribuye una importancia especial a lo que realiza. Su comentario más habitual al respecto es que “otros harían lo mismo en mi situación”. Considera su cometido como algo natural, como una misión semejante a otras que la vida le ha deparado. Y por supuesto, no está dispuesta a dejar de actuar de este modo hasta que las circunstancias actuales desaparezcan y lleguen nuevos desafíos a su horizonte.
Esta permanente abnegación me hace pensar con frecuencia en las pruebas que el destino nos ha preparado y que en muchos casos, hemos elegido antes de “descender” al plano material. Una vez, hablando con una persona estudiosa de la doctrina espírita y a la que admiro como maestra, esta me dijo que era muy fácil distinguir las pruebas escogidas voluntariamente por el espíritu antes de encarnar, de aquellas otras que por la ley de causa y efecto le eran impuestas al alma como imperativas.
Le pregunté por supuesto cuál era la señal de diferenciación en esos casos y me respondió: “Cuando observes una actitud de rebeldía en una persona, de queja continua ante los retos a los que tiene que enfrentarse, es más que probable que estemos ante un lance expiatorio. Sin embargo, cuando examines a alguien que incluso a pesar de la dificultad del reto a encarar, lo asuma con naturalidad, con humildad, y sobre todo, con abnegación, ahí estarás ante una coyuntura en la que el espíritu ha aceptado con esperanza las distintas vicisitudes y se siente feliz por ello”.
Una de las cosas más interesantes que aprendí en la Facultad de Psicología es que el grado de satisfacción del individuo consigo mismo aumenta conforme su nivel de libertad es mayor a la hora de desarrollar cualquier tarea. Así, no es lo mismo estudiar una materia porque te apetece, porque te resulta vocacional, que si lo haces por imposición de alguien o de las circunstancias. En el primer caso, el placer del sujeto con lo que lleva a cabo es infinitamente superior a la otra opción, donde se impone el criterio de obligación sobre el de elección. Esto, además de ser un hecho demostrado, concuerda perfectamente con el sentido común y con la filosofía de la doctrina espírita.
Cuando contemplo a mi amiga, no puedo evitar pensar que me hallo ante un claro ejemplo del primer tipo que he citado. Ella eligió sus pruebas en su actual existencia, carga con ellas con dignidad, lo que no obsta para que tenga que realizar una labor poco reconocida por su entorno y rebosante de generosidad.
Ella se constituye en modelo cercano y vivo de cómo reconocer a aquellos espíritus avanzados que tienen claros sus desafíos, esas almas que se apresuran por cumplir con sus compromisos, sin demora y sin gemidos, porque han desarrollado plena conciencia de que no hemos venido a esta dimensión a perder el tiempo en lamentos estériles, sino a aprovecharlo en pos de la elevación del alma.
Consideremos ahora, si en nuestro ámbito, se producen casos similares al que yo he relatado. Sin duda, son prototipos que la vida sitúa ante nuestros ojos para que espabilemos y sepamos reconocer el verdadero camino.
Cuando era adolescente, había en mi clase alumnos de comportamiento intachable y calificaciones sobresalientes. En el resto de la escuela, existía división de opiniones sobre qué actitud adoptar ante este tipo de compañeros. Algunos se quejaban amargamente por este hecho y trataban de minar la moral de esos buenos estudiantes para que se sumergieran en la más absoluta mediocridad. Otros en cambio, se veían estimulados por esos ejemplos de superación y por ello, se sentían empujados a mejorar su rendimiento y actitud.
Yo, desde luego, no tengo ninguna duda al respecto e intento que la cotidiana realidad de mi amiga sea un magnífico estímulo para mi quehacer habitual. ¿Cómo podría su conducta ser fuente de envidias o celos para otros? Por fortuna, Dios dispone en el aula de la vida a alumnos aventajados entre nosotros, a fin de impulsarnos en nuestro trabajo evolutivo, aquel que en su día convenimos con los sabios “espíritus programadores”. Ellos diseñaron, al compás de nuestro libre albedrío, la naturaleza de las pruebas a las que nos enfrentaríamos en la Tierra.
Ojalá que nunca rechacemos la presencia de esas almas adelantadas que el Creador ha emplazado estratégicamente entre nosotros para impulsarnos hacia el bien. Permanezcamos con los ojos bien abiertos y los oídos receptivos a su sana influencia.
Jose Manuel Fernández, de su blog " entreespíritus "
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Mi vista, mis sentidos estaban a flor de piel,
intentaba escuchar, ver en la oscuridad, pero nada, cualquier ruido de una hoja
me ponía en guardia. Llegué a la avenida donde la luz ya iluminaba unos
metros a mí alrededor y me sentí más seguro. Es curioso que tuviera más
miedo a la oscuridad que a un posible atracador, puesto que si hay un
atracador poco importa si hay más o menos oscuridad, pero la luz me
hizo sentir más seguro.
Entré en el hogar nervioso, sediento, inquieto.
Debía calmarme, comer algo ligero e irme a
descansar, puesto que al día siguiente debería ir al Centro Espírita para
participar en la reunión mediúmnica.
Hacía ya algún tiempo que me integré a un
Centro Espírita con la idea de progresar en el estudio y práctica
del Espiritismo, y mi tarea era la de sumar energía a la de mis
compañeros a través de la oración, mientras otros orientaban, comunicaban,
y escudriñaban a los espíritus desencarnados que necesitaban ayuda.
En el viaje de ida, en el coche, pensé en lo ocurrido el día anterior y
en el hecho de que a fin de cuentas no hubo ningún motivo para asustarme,
pero lo cierto es que me asusté.
Pasó en ese momento por mi mente la idea de
que algún espíritu estuviera sentado en los asientos de atrás de mi
vehículo, sin que yo pudiera verlos. Instintivamente miré por el espejo
retrovisor, en un acto reflejo… evidentemente no vi nada.
Llegando al Centro Espírita, ya calmado,
concentrado y con ganas de trabajar, me integré a la reunión, como hacía
siempre.
La reunión iba avanzando cuando escuché a través
de la voz de una médium, a un espíritu que decía que había venido
acompañando a uno de los integrantes del grupo. En un principio
interrumpí la oración para prestar atención, segundos después
conseguí prestar atención y dirigí mi pensamiento en ayudar a ese espíritu,
con lo que la energía continuaba emanando. Era curioso que el orientador
no le preguntara a quien iba acompañando, al contrario, dedicaba todas sus
palabras para decirle que estaba en un lugar seguro y que podía
contar con nosotros para ayudarle. Mis ganas de saber si por
casualidad era yo su blanco se desvaneció cuando sonaron estas palabras
por la boca del orientador: “… No sufras, hermano, aquellos que te
perseguían, han sido apartados de tu presencia.
Ya no saben dónde estás, y si por acaso lo
supieran, aquí no pueden entrar, por la alta carga de vibración positiva
que nos envuelve. No nos importa lo que has hecho, sino lo que harás a
partir de ahora.”
El espíritu dudó, se mantuvo en silencio
durante un tiempo. El orientador respetó ese silencio, para que el
espíritu visitante meditara en todo lo que le había dicho.
Los demás médiums seguían trabajando, yo
escuchaba pequeños murmullos, mi atención estaba centrada en ese espíritu
y el hecho de que estuviera cerca me facilitaba escucharlo mejor.
El silencio se rompió cuando el orientador,
viendo que nada decía el espíritu le dijo en voz pausada y amorosa:
- Necesito que me ayudes.
El espíritu giró la cabeza hacia su interlocutor
y con cara extraña le contestó:
- ¿Yo? ¿Quieres que te ayude? ¿Cómo voy a
ayudarte si no te conozco?
- Si que puedes ayudarme, no es difícil,
necesito que me ayudes para que yo pueda ayudarte.
Necesito que des tu el paso. Intuyo que hay un
hecho que te atormenta, una acción realizada que te perturba. Mi trabajo
es el de ayudarte sin pedirte nada a cambio, tan sólo tus palabras.
- ¿En qué te basas para decirme todo eso?
¡puedo negarlo todo!
- Cierto. Podrás negar pero no evitar que
esas sombras que te persiguen se vayan.
¡Qué curioso! A mí también me pareció que
una sombra me siguiera por aquella oscura calle.
- Muchas de las sombras que nos persiguen
son nuestros propios miedos – le comentaba el orientador – no son sombras
físicas, sino mentales.
Es la respuesta a una mala acción o pensamiento.
Eso me hizo pensar mucho. Decidí acordarme
y después de la reunión meditar sobre ello. El espíritu fue orientado y
el trabajo continuó.
Ya por la noche, en el hogar, a última hora, la
que dedicaba a la lectura, medité en las palabras del orientador.
Intentaba acordarme de acciones que hubiera cometido hacia los demás,
hacia alguna persona… y no encontraba respuesta coherente.
¿Serían mis sombras o un espíritu? – continué
preguntándome.
En uno de esos intervalos en que dejas de
pensar e intentas descansar mentalmente, me vino un pensamiento en
el que no había caído. ¿Has pensado que en vez de hacer algo sea el no haberlo
hecho? ¿No has pensado en que puede ser que alguien te siga para que lo
ayudes y tú, instintivamente no le prestas atención?
Es imposible, yo no soy médium. Yo no veo
ni escucho a los espíritus – me contesté. Reconozco que cada
persona tiene un trabajo a desarrollar. Es verdad, también, que siempre
admiré a los médiums serios y más de una ocasión me lamenté de no tener esa
mediúmnidad que muchos de mis compañeros tienen, pero hemos aprendido
que mediúmnidad es igual a responsabilidad y eso conlleva
sacrificio y templanza. Por lo tanto, no pueden ser espíritus sino mis
propios miedos, mi propia conciencia que me alerta. Eso me hizo
estar más alerta a todo y me di cuenta que en ciertos momentos me
alteraba, incluso conscientemente me estaba dando cuenta de que hablaba
sin pensar, chillando… y a la vez, no siempre con razón. Pedí
hablar con los directores de mi Centro Espírita al respecto.
El día de la entrevista entré preocupado y
salí aún más preocupado si cabía. En un principio me hablaron de mi
forma de ser, de comportarme y de actuar que tenía. Acertaron de pleno en
la mayoría de las cosas… en otras, si eran ciertas, quizás no.
Bendita mediúmnidad quise admitirlo en ese
momento. Lo que más me impactó fue cuando me dijeron que se me
estaba desarrollando la mediúmnidad.
- ¿Perdón? ¿Estáis seguros?- pregunté algo
pálido.
- Nosotros lo intuíamos, pero la Espiritualidad
nos lo ha confirmado. El Espíritu Guía me dice que debes esforzarte aún más en
aprender y debes empezar a controlar tu conciencia. Pensar antes de
hablar. Meditar antes de actuar. Debes sumarte al grupo de estudio del
“Evangelio Según el Espiritismo” que se realiza en el Centro Espírita
los miércoles y seguir participando de las reuniones mediúmnicas con el
fin de ir perfeccionándote.
- ¿Y cuándo empezaré como médium? –
pregunté en el momento en que un escalofrío recorrió todo mi ser.
- Tiempo al tiempo. No hay que correr.
Cuando se crean unos cimientos, hay que esperar
un tiempo prudencial para ver si están en perfectas condiciones antes de
empezar a construir encima. No vaya a ser que con las prisas, no estuviera
bien y todo el trabajo de construcción sea en vano, con el
consiguiente riesgo de perder el trabajo realizado hasta el momento.
Recuerdo que mi mente voló. Me veía en la carne
de alguno de mis compañeros dando paso a los Espíritus. Y no puedo negar que
miles de preguntas se amontonaron en mi cabeza, lo que me bloqueó y
un intenso dolor de cabeza me invadió. Después, ya todos en el salón,
tomando un café con leche y hablando de varias cosas, me despejé.
En mi época de bombero, recuerdo haber pasado
malas noches. Pero esa noche misma no pude pegar ojo. Todos los
temores me invadían. Soñé como si estando yo echado en la cama, los espíritus
se fueran turnando para ponerse encima de mí y comandar mi cuerpo. Yo
notaba como entraban y como salían… ¡Dios mío, que tortura!
Después de tantos años, a veces, aún recuerdo
esos inicios de esa profesora que se llama mediúmnidad. Es con ella
que he aprendido lo que es sufrir y amar, tener y perder, querer y no
poder, poder y no querer….
A través de mi pensamiento han pasado cientos y
cientos de espíritus de todo tipo. Recuerdo aún las dudas del inicio.
¿Seré yo o será un espíritu? Y a veces echo de menos esa observación,
porque a través de la constancia, del trabajo creamos una rutina y esa
rutina nos ayuda a quitar barreras, es cierto, pero también a estar menos
vigilantes… total, ser médium es estar en el filo de la navaja: no corras
para no cortarte e intenta mantener el equilibrio para no caerte.
Si hoy debo hablar sobre la mediúmnidad, no
podría hacerlo sin reconocer que mis rodillas aún conservan signos de errores
que me hicieron caer, pero también conservo los callos de las manos al
agarrarme con fuerza a la cuerda que los compañeros y la espiritualidad
me pusieron delante para que con esfuerzo pudiera levantarme y continuar.
Bendita mediúmnidad. Bendita oportunidad.
Johnny M. Moix
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