miércoles, 19 de noviembre de 2025

El mal del siglo

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- La Ley de Causa y Efecto, y la Reencarnación

2.- La carne es débil

3.- Parábola del Festín de Bodas y otras reflexiones

4.- El mal del siglo

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LA LEY DE CAUSA Y EFECTO Y LA REENCARNACIÓN

 La Ley de la Causalidad es el  principio superior de la responsabilidad espiritual, el cual enseña que cualquier acto realizado conlleva implícitamente sus consecuencias y que cada uno cosecha siempre lo que ha sembrado- La sociedad también sufre las consecuencias de su obrar colectivo en el pasado y en el presente forja las grandezas y miserias del futuro, pues el karma individual se suma al karma c colectivo de las familias, las patrias y las razas.

   La noción de nuestra responsabilidad personal por nuestros actos, es una de las más transcendentes enseñanzas de la doctrina espírita y es continuamente recordada por las individualidades del espacio, en sus frecuentes mensajes. El hombre, de acuerdo con sus actos, forja su libertad o remacha las cadenas de su esclavitud moral y social. Cada acontecimiento está ligado a causas anteriores y a los efectos subsiguientes: el presente es el fruto del pasado y el germen del porvenir. Las verdaderas raíces de la historia están en el Espíritu, pues el hombre, continuamente, entra y sale del proceso histórico, al nacer, morir y renacer.

   Tras desencarnar no encontramos paraísos ni infiernos, ni fuegos eternos ni demonios; cada uno se encontrará con los efectos de sus propias obras, la recolección de lo que sembró. Quien en la Tierra fue generoso y observó el amor al prójimo, lo mismo encontrará para sí en la inmensidad del más allá: quien olvidó al prójimo por su egoísmo, quien detentó la avaricia y la hipocresía o la concupiscencia, encontrará los frutos de sus estados de conciencia. La Ley de Causa y Efecto se hará presente. Cada Espíritu funciona como un imán generador de un campo magnético cuyas líneas son curvas y retornan a él después de haber sido emitidas; así las buenas y malas acciones regresan, con efectos positivos o negativos, hacia su propio autor.

   En la Ley de Causalidad reside la solución del antiguo problema filosófico entre el libre albedrío y el determinismo. Hay libertad para obrar, pero determinismo para recoger sus consecuencias. El libre albedrío, como facultad primordial que caracteriza a toda individualidad consciente para disponer libremente de sus pensamientos, deseos y actos, es el regulador constante del progreso del Espíritu; nada coarta su acción como nada elude la responsabilidad que habrá de derivarse de ella. El enfoque espírita no pretende explicar todos los actos por medio de la libertad absoluta, ya que incorporando los factores que impulsan a la adquisición de superiores estados de conciencia, enseña que el libre albedrío no consiste en la libertad de hacer todo  lo que queremos, sino sobretodo, en la libertad de querer todo lo que hacemos.

   Allí donde la  constatación del mal universal causa a las religiones una dificultad inextricable, poniendo en conflicto la drama de la existencia con la idea providencial, el Espiritismo descubre el sentido de la vida humana en la eterna evolución palingenésica del Espíritu. El ser humano aprende por el amor o por el dolor. Cuando el amor no es suficiente, actúa la escuela del dolor, con sus sabias enseñanzas, haciendo sentir en carne propia el mal causado a otros, purificando el sentimiento y coadyuvando junto al amor, a la evolución del Espíritu hacia su progreso moral.

   En la filosofía kardeciana no cabe hacer una división binaria entre el bien y el mal, pues ni el mal es un castigo, ni el bien una recompensa, sino las consecuencias de nuestro hacer evolutivo; el mal es la medida de nuestra insuficiencia; el bien es la medida de nuestra riqueza espiritual, y por esa misma evolución, el mal deviene en bien, conforme a la dialéctica reencarnatoria. " Más alcanzamos el corazón de todos, cuanto más ahondamos en el nuestro", sentenció Kierkegaard, a tono con su profunda preocupación humanista y existencialista, reafirmando la transformación dialéctica del mal en el bien.

   El Espiritismo promueve la transformación simultánea del hombre y de la sociedad, encarando de forma dinámica la Ley de Causa y Efecto, y en ello se distancia de otras interpretaciones espiritualistas, con sus nociones esotéricas u orientalistas del karma. Siguiendo a Geley, diremos que hay dos enfoques: el de los partidarios de un reencarnacionismo primitivo y simplista, y el de los reencarnacionistas elevados o dialécticos. Para los primeros, la Ley de -Causa y Efecto se torna mecánica y fatal, como un castigo divino a las faltas cometidas, y ante el cual solo cabe la resignación. Dividen al hombre en "buenos" y "malos", como si el mal tuviese un valor ético absoluto. La visión palingenésica dialéctica enseña que la Ley e Causalidad funciona dentro de la relatividad de las continuas variaciones morales, en el proceso ascensional y perfectible del Ser. No se trata de castigos o recompensas divinas que deban aceptarse pasivamente, sino de las consecuencias de nuestros propios actos, las cuales deben ser comprendidas y asumidas, para así ser superadas por una voluntad moral que impulsa al cambio, al progreso y a la evolución.

   Así, la reencarnación a la luz de la concepción de Geley, coincidente en todo con la de Kardec, Denis, etc., no será esgrimida para justificar la existencia de sociedades opresoras, pues por el contrario, ella impulsará la toma de conciencia en favor de la liberación del hombre y de los pueblos.

   Por la evolución, la cultura moral hace al alma cada vez más sensible, penalizando cada infracción con el sufrimiento íntimo, que es la sanción de nuestra responsabilidad personal, de nuestra conciencia. A través de los diferentes roles que cada alma representa en el teatro del mundo, ella se agranda poco a poco, en conocimiento, sabiduría y amor. No es Dios quien premia o castiga, es la Ley de Justicia Inmanente en acción. 

- Lic. Jon Aizpúrua- de su obra "Tratado de Espiritismo".

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                  LA CARNE ES DÉBIL..


Hay inclinaciones viciosas que son evidentemente inherentes al espíritu, porque tienen más relación con la gran parte moral que con la física. Otras más bien parecen consecuencia del organismo, y por este motivo, uno se cree menos responsable, por ejemplo: las predisposiciones a la cólera, a la indolencia, a la sensualidad, etc.
Se reconoce hoy perfectamente por los filósofos espiritualistas que los órganos cerebrales, correspondiendo a las diversas aptitudes, deben su desarrollo a la actividad de su espíritu, y que así este desarrollado es un efecto y no una causa. Un hombre no es músico porque tenga la protuberancia de la música, sino que tiene esta protuberancia porque su espíritu es músico.
Si la actividad del espíritu obra sobre el cerebro, debe obrar igualmente sobre las otras partes del organismo. De este modo, el espíritu es el artífice que arregla su propio cuerpo, por decirlo así, a fin de amoldarlo a sus necesidades y a la manifestación de sus tendencias. Sentado esto, la perfección del cuerpo de las razas adelantadas no será producto de creaciones distintas, sino resultado del trabajo del espíritu, que perfecciona su instrumento a medida que aumenta sus facultades.
Por una consecuencia natural de este principio, las disposiciones morales del espíritu deben modificar las cualidades de la sangre, darle más o menos actividad, provocar secreciones más o menos abundantes de bilis u otros fluidos. Así es, por ejemplo, que al glotón se le hace la boca agua a la vista de un bocado apetitoso. En este caso, no es el bocado el que puede sobreexcitar el órgano del gusto, puesto que no hay contacto, sino el espíritu, que obra en virtud de la sensibilidad que se le ha despertado, con la acción del pensamiento, sobre este órgano, mientras que en otro, la vista de aquel bocado no produce ningún efecto. Por la misma razón una persona sensible derrama lágrimas fácilmente. La abundancia de las lágrimas no da la sensibilidad al espíritu, sino que la sensibilidad del espíritu provoca la secreción abundante de las lágrimas. El organismo, bajo el impulso de la sensualidad, se ha apropiado esta disposición normal del espíritu, como se ha apropiado la del espíritu del glotón.
Siguiendo este orden de ideas, se comprende que un espíritu iracundo debe propender al temperamento bilioso. De esto se deduce que un hombre no es colérico porque sea bilioso, sino que es bilioso porque es colérico. Lo mismo sucede en cuanto a las otras disposiciones instintivas. Un espíritu perezoso e indolente dejará su organismo en un estado de atonía en relación con su carácter, mientras que si es activo y enérgico, dará a su sangre y a sus nervios cualidades muy diferentes. Es tan evidente la acción del espíritu sobre la parte física que se ven a menudo producirse graves desórdenes por efecto de violentas conmociones morales. La expresión común: La emoción le ha cambiado la sangre, no está tan carente de sentido como podría creerse. ¿Pero qué ha podido cambiar la sangre, sino las disposiciones morales del espíritu?
Se puede, pues, admitir que el temperamento es, al menos en parte, determinado por la naturaleza del espíritu, que es la causa y no el efecto. Decimos en parte, porque hay casos en que lo físico influye ciertamente sobre lo moral. Esto sucede cuando un estado mórbido o anormal se determina por una causa externa accidental, independiente del espíritu, como la temperatura, el clima, los vicios hereditarios de constitución, un malestar pasajero, etc. Entonces, puede estar afectada la moral del espíritu en sus manifestaciones por el estado patológico, sin que su naturaleza intrínseca se modifique.
Excusarse de sus defectos por la debilidad de la carne no es más que un subterfugio para eludir la responsabilidad. La carne sólo es débil porque el espíritu es débil, lo cual destruye la excusa y deja al espíritu la responsabilidad de sus actos. La carne no tiene pensamiento ni voluntad.
No prevalece jamás sobre el espíritu, que es el ser pensante y voluntario. El espíritu es quien da a la carne las cualidades correspondientes a sus instintos, como un artista imprime a su obra material el sello de su genio. El espíritu, emancipado de los instintos de la bestialidad, se compone un cuerpo que no es un tirano para sus aspiraciones hacia la espiritualidad de su ser. Entonces es cuando el hombre come para vivir, porque vivir es una necesidad, pero no vive para comer.
Así pues, sobre el espíritu recae la responsabilidad moral de sus propios actos. Pero la razón manifiesta que las consecuencias de esta responsabilidad deben estar en relación con el desarrollo intelectual del espíritu. Cuanto más ilustrado es, menos excusa tiene, porque con la inteligencia y el sentido moral nacen las nociones del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto.
Esta ley explica el mal resultado de la medicina en ciertos casos. Desde luego que el temperamento es un efecto y no una causa, y los esfuerzos hechos para modificarlo se hallan necesariamente paralizados por las disposiciones morales del espíritu, que opone una resistencia inconsciente y neutraliza la acción terapéutica. Dad, si es posible, ánimo al medroso, y veréis cesar los efectos fisiológicos del miedo.
Es prueba, repito, la necesidad que tiene la medicina convencional de tener en cuenta la acción del elemento espiritual sobre el organismo (Revue Spirite, marzo 1866, p. 65).

Tomado del libro ”El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo” – Allan Kardec

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 PARÁBOLA DEL FESTÍN DE BODAS Y OTRAS REFLEXIONES 


  En esta parábola, Jesús se refiere al estado espiritual que debemos alcanzar como convidados por el Padre al Banquete Bodas que se refiere  al estado de dicha y felicidad en el "Más Allá"   tras seguir en este mundo un  camino de evolución espiritual.

  Este es un festín que está destinado para el disfrute de toda la Humanidad, aunque vemos como en la parábola se refiere en principio al pueblo hebreo que es quien recibió en primer lugar esta invitación de Jesús, porque Él nació en su seno y en medio de tal pueblo desarrolló su doctrina.

   Ciertamente somos muchos los llamados invitados a ese gran festín de boda, pero en función de nuestra disposición moral serán muchos menos los elegidos.  Esta elección para llegar a participar en el banquete del Reino Celestial no la hace el Padre a capricho, sino que toda la Humanidad se autoerige en función del deseo y la disposición por transitar por la senda de progreso basado en el Amor y la Caridad. Precisamente estas son las vestiduras necesarias para alcanzar y gozar de este festín de la parábola. No basta con llamarnos cristianos o espíritas; es necesario que el Amor y la Caridad sean nuestro estandarte en esta vida, formando parte de nuestro ser y personalidad habituales.

   En esta época que atravesamos de tránsito hacia una nueva forma de sociedad mundial, es de considerar que no nacimos ahora casualidad por casualidad No es casual que hayamos nacido en el seno de una sociedad cristiana, ni menos que hayamos conocido el Espiritismo y seamos o nos consideremos  espíritas. Pero no por esto nos podemos envanecer, pues tal vez estamos en el Espiritismo precisamente los más endeudados y los que mas cosas tenemos que rescatar. Tal vez para nosotros, los espíritas, el Espiritismo sea como un cheque en blanco que se nos ha confiado para que lo invirtamos en nuestro progreso efectivo.

    Los espíritas nos consideramos en parte esos “obreros de la última hora” a quienes también se refirió Jesús en otra parábola. Somos igualmente esos llamados al  “banquete nupcial” y no podemos perdernos por los laberintos de la vida y dar la espalda a esa  invitación del Maestro Jesús, a la cual hemos venido comprometidos para  aceptar y seguir.  Pero sin embargo no podemos pretender acceder a ese festín sin las galas necesarias de la práctica del Amor y de la Caridad, viviendo el día a día con los pies en la tierra y la cabeza en unión y relación con la Mente Creadora.

    Sintamos cada día la responsabilidad como invitados al banquete celestial y luchemos por ser siempre dignos de esa invitación. Tenemos la responsabilidad moral de ser buenos espíritas en todo momento de nuestras vidas y para ello debemos y podemos hacer mucho más de lo que hasta ahora hicimos , pues tengamos presente que a quienes más se ha dado más se les va a pedir, y a los espíritas se nos está dando un conocimiento muy valioso, capaz de transmutar nuestras imperfecciones en valores morales positivos, dentro de un continuo proceso de auto-perfeccionamiento, ayudando de paso a otros a lograr semejantes objetivos.

     Llegado a este punto, nos podemos preguntar: ¿ Qué medios tenemos para nuestra transformación moral?. Son varios, valiosos y necesarios: el autoanálisis sincero; la programación de nuestros actos; el fortalecimiento de la voluntad mediante la autodisciplina; la realización de un trabajo íntimo y continuo para nuestra transformación moral, sirviendo al prójimo con Amor, y finalmente evaluándonos cada día.

   Pero, ¿ Cómo se ama al prójimo?: Comprendiéndolo, ayudándole,  sirviendo sin condiciones y  perdonando siempre.
   Finalmente , aquí nace otra pregunta: ¿ Qué es el perdón?.   No solo el dado con la boca o con el Alma; supone dar la oportunidad de rescatar la falta mediante una acción de bien. La misma oportunidad que el Padre, que es Amor, nos da siempre a todos nosotros para poder rescatar las deudas y volver siempre a comenzar.

- José Luis Martín -
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                       ELMAL DELSIGLO                     


Se escucha, a veces, la afirmativa de que la mediumnidad es, hoy, la enfermedad del siglo. Y se apunta como causa de la locura, del desequilibrio mental, su ejercicio.

Bueno, la mediumnidad es una facultad psicofísica, que es normal en casi todas las criaturas. El eminente profesor Charles Richet la denominó sexto sentido. Por lo tanto, no es algo nuevo.

La mediumnidad estuvo presente en Francisco de Asís, que se extasiaba delante del espectáculo de la naturaleza y componía poemas delicados, extravasando lo que su alma percibía de la Espiritualidad Superior.

Igualmente en los éxtasis de Teresa de Ávila o en los coloquios de Rita de Cásia, que se llegaron a reproducir en su cuerpo las llagas de Cristo.

La mediumnidad, hoy tan conocida y poco comprendida, se encuentra descrita en la Primera Epístola a los Corintios, por el Apóstol Pablo, cuando habla de los dones y de los carismas.

Unos ven, otros oyen, otros hablan, otros profetizan, otros curan.

Los dones y los carismas presentados por Pablo de Tarso son la mediumnidad.

Por ser patrimonio de los hombres, la poseen buenos y malos. Así la poseía también Adolf Hitler, que llegó a ejercerla en Berlín, en el período de 1914 a 1918, en el grupo Tullis.

Él creía ser el látigo con el que Dios castigaría a la Humanidad.

Como se percibe, la mediumnidad por si misma no es buena ni mala. Su uso bueno o malo depende de las condiciones morales e intelectuales de su portador.

De esta forma, es oportuno corregir la afirmativa inicial, diciendo que el mal del siglo es la obsesión y no la mediumnidad.

La obsesión es la influencia ejercida por un Espíritu malo sobre el ser encarnado.

Ese mal sí, hoy asola a millones de criaturas, con desequilibrios de la personalidad y de la propia vida mental.

La terapia  es la educación de la mediumnidad. La dirección moral que el hombre le da a su facultad, elevándose en el orden psíquico, moral y emocional, pasando a poder sintonizar con los Espíritus elevados.

De estos, solo recibirá sensaciones agradables, bien-estar y realizaciones en el bien.

Nos cabe estudiar un poco más la mediumnidad a fin de mejor comprender esa facultad que Dios nos presta para que podamos evolucionar.

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Cyrano de Bergerac, en el siglo XVIII, describió en su obra Viagem à lua, un cohete de varios cuerpos y etapas que se quemaban sucesivamente, hasta situar la cápsula tripulada en órbita.

Él también describió, en su obra, la radio y la grabadora.

Y Von Braun, el idealizador de los cohetes norte-americanos afirmaba que, durante sus años de juventud en Berlín, veía a Cyrano.

Dos ejemplos de mediumnidad: premonición y videncia de dos personalidades del área literaria y científica.

Redacción del Momento Espírita,

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