miércoles, 24 de abril de 2024

Pruebas y fatalidad

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- Algo de la historia del Espiritismo

2.- Consuelo

3.- Relaciones de los Espíritus en el Más Allá

4.- Pruebas y fatalidad

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ALGO DE LA HISTORIA DEL ESPIRITISMO



Allá por el año 1848, llamaron la atención en los Estados Unidos de América, diversos fenómenos extraños consistentes en ruidos, golpes y movimientos de objetos sin causa aparente conocida. Esos fenómenos acontecían con frecuencia, espontáneamente, con una intensidad y persistencia singulares; pero se observó también que estos ocurrían particularmente bajo la influencia de ciertas personas, a las que se dio el nombre de médiums, que podían en cierta forma provocarlos a voluntad, lo que permitía repetir las experiencias. Para eso se utilizaron sobre todo mesas; no es porque este objeto fuese más favorable que otro, sino solamente porque es el mueble más cómodo y porque es más fácil y natural sentarse alrededor de una mesa que de cualquier otro mueble. Se obtuvo de esa manera la rotación de la mesa, luego movimientos en todos los sentidos, saltos, reversiones, fluctuaciones, golpes dados con violencia, etc. El fenómeno fue designado, al principio con el nombre de mesas giratorias o danza de las mesas.

Hasta entonces, el fenómeno podía explicarse perfectamente por una corriente eléctrica o magnética, o por la acción de un fluido desconocido, y esta fue, en efecto, la primera opinión formada. Pero no se tardó en reconocer en esos fenómenos, efectos inteligentes; así, el movimiento obedecía a voluntad; la mesa iba a derecha o izquierda, en dirección a una persona designada, quedaba sobre una o dos patas según se le mandaba, golpeaba el suelo el número de veces pedido, golpeaba regularmente, etc. Quedó entonces evidente que la causa no era puramente física y, a partir del axioma: Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente, concluyéndose que la causa de ese fenómeno debía de ser una inteligencia.

¿ Cual era la naturaleza de esa inteligencia?. Esa era la cuestión. La primera idea fue que podía ser un reflejo de la inteligencia del médium o de los asistentes, pero la experiencia demostró luego la imposibilidad de eso, porque se obtuvieron cosas completamente fuera del pensamiento o de los conocimientos de las personas presentes, y hasta en contradicción con sus ideas, voluntad y deseo; entonces ella solo podía pertenecer a un ser invisible. El medio de asegurarse bien era bien simple: bastaba iniciar una conversación con esa entidad, lo que fue hecho por medio de un número convenido de golpes, significando si o no, o de las letras del alfabeto; de ese modo se obtuvieron respuestas para las diversas cuestiones que se le dirigían. El fenómeno fue designado por el nombre de mesas parlantes. Todos los seres que se comunicaban de esa forma, interrogados sobre su naturaleza declararon  ser Espíritus y pertenecer al mundo invisible. Como se trataba de efectos producidos en gran número de localidades, con intervención de personas diferentes, y observados por hombres muy serios y esclarecidos, no era posible que estuviesen siendo juguetes de una ilusión,
 Desde América, ese fenómeno pasó a Francia y al resto de Europa, en donde durante algunos años, las mesas giratorias y parlantes fueron la moda y se tornaron la diversión en los salones; después, cuando las personas se cansaron, las dejaron de lado para pasar a otra distracción.

El fenómeno no tardó en presentarse bajo un nuevo aspecto, que lo hizo salir del dominio de la simple curiosidad. Los límites de este resumen no nos permiten seguirlo en todas sus fases; nosotros pasamos sin transición. al que se ofrece como más característico, en el que se fija sobretodo la atención de las personas serias.

Ya dijimos que la realidad del fenómeno encontró numerosos contradictores: unos sin llevar en cuenta el desinterés y la honradez de los experimentadores, no vieron nada más que un hábil juego de engaño. Los que no admiten nada fuera de la materia, que solo creen en el mundo visible, que creen que todo muere con el cuerpo, los materialistas, en una palabra; los que se cualifican como espíritus fuertes, rechazaron la existencia de los Espíritus invisibles para el campo de las fábulas absurdas; tacharon de locos a los que llevaban la cosa en serio, y los llenaban de mofas y sarcasmos. Otros, no pudiendo negar los hechos. y bajo el imperio de ciertas ideas, atribuyeron esos fenómenos a la influencia exclusiva del diablo y  así procuraron asustar a los tímidos. Pero hoy el miedo al diablo perdió singularmente su prestigio; hablaron tanto de él, nos lo pintaron de tantos modos, que las personas se familiarizaron con esa idea y muchos creyeron que era preciso aprovechar la ocasión para ver lo que el diablo es realmente. Resulto que, aparte de un pequeño número de mujeres timoratas, el anuncio de la llegada del verdadero diablo tenía algo de picante para aquellos que solo lo habían visto en cuadros o en el teatro; él fue para mucha gente un poderoso estimulante, de modo que los que quisieron, por ese medio, levantar una barrera a las nuevas ideas, actuaron contra su propio objetivo y se volvieron, sin querer, agentes propagadores tanto más eficaces cuanto más fuerte gritaban. Los otros críticos no tuvieron mayor suerte, porque los hechos constatados con raciocinios categóricos, solo pudieron oponer denegaciones. Leed lo  que ellos publicaron, y en todas partes encontraréis prueba de su ignorancia y de su falta de observación seria de los hechos, y en ninguna parte una demostración perentoria de su imposibilidad. Toda su argumentación se resume así: " Yo no lo creo, entonces no existe; todos los que lo crean están locos y solamente nosotros tenemos el privilegio de la razón y el buen sentido". El número de los adeptos hechos por  críticas serias  o burlescas sería incalculable, porque en todas ellas solo se encontraron opiniones personales, vacías de pruebas en contra. Continuemos con nuestra exposición. 
Las comunicaciones por golpes eran lentas e incompletas; se descubrió que adoptando un lapicero a un objeto movible: cesta, plancheta o cualquier otro, sobre los que se ponían los dedos, el objeto se ponía en movimiento y trazaba caracteres. Más tarde se reconoció que esos objetos eran tan solo accesorios que se podían eliminar; la experiencia demostró que el Espíritu que actuaba sobre im cuerpo inerte dirigiéndolo a voluntad, podía actuar de la misma forma sobre un brazo o una mano para conducir el lapicero. Tuvimos así médiums escritores, o sea, personas que escribían de modo involuntario, bajo el impulso de los Espíritus, de los que podrían ser sus instrumentos e intérpretes. A partir de ahí, las comunicaciones no tuvieron más límites, y el intercambio de pensamientos se pudo hacer con tanta rapidez y desenvolvimiento como entre los vivos. Era un vasto campo abierto a la exploración, el descubrimiento de un mundo nuevo: el mundo de los invisibles, como el microscopio lo había sido para descubrir a los infinitamente pequeños.

¿ Y qué son esos Espíritus?. ¿Qué papel desempeñan en el universo?. ¿ Con que objeto se comunican con los mortales?. Tales son las primeras cuestiones que se tenían que resolver. Se supo después por ellos mismos, que no son seres aparte de la Creación, sino las mismas almas de aquellos que vivieron en la Tierra o en otross mundos; que esas almas, después de haberse despojado de su envoltorio corporal, pueblan y recorren el espacio. No hubo más posibilidades de duda cuando se reconocieron entre ellos a parientes y amigos, con los que se pudo conversar, cuando estos dieron la prueba de su existencia; demostrar que la muerte para ellos fue solamente la del cuerpo, que su alma o Espíritu continúa viviendo, que están allí, junto a nosotros, viéndonos y observándonos como cuando estaban vivos, llenando de solicitud a aquellos que amaron, y cuyo recuerdo es para ellos. una dulce satisfacción.

Allan Kardec - El Espiritismo en Su Más Simple Expresión

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                                       CONSUELO
( Comunicado)

HOY
Hoy tienes un trabajo que hacer: secar las lágrimas de quienes lloran la pérdida de un ser querido.
Tu que has visto levantarse el sol de la vida por encima de las frías montañas de la muerte, acércate a los que lloran suponiendo que todo ha terminado para el que cerró los ojos silenciosamente.
Diles que por encima de los sepulcros brillan los luceros de un nuevo amanecer, y que desde allí se ven los rostros de los que partieron más puros y más bellos que cuando vivían en la Tierra.
Diles que el amor no puede ser destruido por la muerte, y que los "muertos son los vivos de la sombra que tiemblan apenas se les nombra."
Diles que el morir es un acto que nos comunica con el amor divino y que más allá de la muerte está la vida plena, real y verdadera.
Diles que los muertos son como alientos invisibles que acarician el rostro de los hombres, y que toda caricia verdadera es aquella que se recibe de las manos tiernas e intangibles de los muertos.
Diles que el amor no mata, sino que salva y aumenta la vida y la alegría de ser útil a la existencia humana.
Diles que el ser es una criatura hecha para la Vida y no para la Muerte.
Que toda forma material se extingue y desmorona, pero que más allá de ese aparente acto aniquilador está la Vida, eterna, profunda y creadora, en cuyo seno se reunirán un día los que ya se fueron con los que aún yacen en la Tierra.
Diles que la Verdad fue ocultada por los sacerdotes porque no quisieron abandonar sus lujosas, vestiduras ni perder sus privilegios, ni tampoco el predominio que ejercían sobre las almas y cuerpos.
Diles que no obstante ello, la Verdad brillará como una estrella sobre el cielo de la humanidad, y se sabrá para siempre que el alma no se extingue con la muerte, que ella sigue viviendo y secundando a Dios en sus magníficos designios.
Diles que los muertos son los mejores amigos de los hombres y que cuando algo necesiten, llamen a un muerto amigo y él les dará la gracia de un consuelo o la necesaria ayuda en toda obra de bien y de progreso humano.
Dejad que rían los incrédulos!
Dejadlos: algún día serán muertos y se acordarán de vuestras palabras; mientras tanto orad y trabajad para que se conozca la Verdad.
Hoy tienes, por eso, un trabajo por realizar: levantar a los que dudan y lloran, en cuyas almas se ha introducido la desesperación.

Sideral (1.958)
Recibido mediumnicamente por Humberto Mariotti

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RELACIONES DE LOS ESPÍRITUS EN EL

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285 – ¿Se conocen los Espíritus por haber vivido juntos en la Tierra? ¿Reconoce el hijo al padre y el amigo a su amigo?

– Sí, y así de generación en generación.
– ¿Cómo se reconocen en el mundo de los Espíritus los hombres  que se conocieron en la Tierra?
– Vemos nuestra vida pasada y leemos en ella como en un libro,y viendo el pasado de nuestros amigos y de nuestros enemigos, vemos su paso de la vida a la muerte.

286 – Dejando el alma sus despojos mortales, ¿ve inmediatamente a sus parientes y amigos que la precedieron en el mundo de los Espíritus?
– Inmediatamente no es siempre la palabra; pues como os dijimos, necesita cierto tiempo para reconocerse y sacudir el velo material.

287 – ¿Cómo es acogida el alma a su regreso al mundo de los Espíritus?
– La del justo, como a un hermano muy amado, a quien de mucho tiempo se esperaba; la del perverso, como un ser que se equivocó.
288 – ¿Qué sentimiento experimenta un Espíritu impuro cuando llega otro Espíritu malo?
– Los perversos quedan satisfechos en ver seres semejantes privados de la dicha infinita; como sobre la Tierra, un bellaco entre sus iguales.
289 – ¿Salen a veces a nuestro encuentro nuestros parientes y amigos, cuando dejamos la Tierra?
– Sí, salen al encuentro del alma que estiman; la felicitan comoal regreso de un viaje, si se libró de los peligros del camino, y la ayudan a desprenderse de los lazos corporales. Es un privilegio para los buenos Espíritus cuando los que estiman vienen a su encuentro, al paso que es un castigo para el impuro el que permanezca en el aislamiento, o rodeado únicamente por los que le son semejantes.
290 – ¿Los parientes y amigos se reúnen siempre después de la muerte?
– Esto depende de su elevación y del camino que siguen para su progreso. Si uno está más adelantado y camina más aprisa que el otro, no podrán estar juntos; podrán verse a veces, pero sólo podrán estar reunidos para siempre cuando puedan alcanzar la igualdad en la perfección. Así la privación de ver a sus parientes y amigos es a veces un castigo.

ALLAN KARDEC.

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PRUEBAS Y FATALIDAD 


PRUEBAS: vicisitudes de la vida corporal por las cuales los Espíritus se depuran, según la manera cómo las soportan. En sentir de la doctrina espiritista, el Espíritu desprendido del cuerpo reconoce su imperfección; elige por si mismo, en uso de su libre albedrío, el género de pruebas que considera más apropiado a su adelanto, y se somete a él en su nueva existencia. Si elige una prueba superior a sus fuerzas sucumbe y retrasa su progreso. 

FATALIDAD (del latín fatalitas, destino, y fatum, hecho): destino inevitable. 
Doctrina que supone que todos los acontecimientos de la vida, y por extensión, todos nuestros actos, están decretados por anticipado y sometidos a una ley, de la que no podemos sustraernos. Hay dos clases de fatalidad: una proveniente de causas externas que reaccionan sobre nosotros, a la que se puede denominar reactiva, externa, fatalidad  eventual, y otra que tiene su fuente en nosotros mismos y determina todos nuestros actos, siendo, por ello, fatalidad personal. La fatalidad, en el sentido absoluto de la palabra, hace del hombre una máquina, sin iniciativa ni libre albedrío, y por consecuencia, sin responsabilidad: es la negación de toda moral. 
Según la doctrina espiritista, el Espíritu, al elegir su nueva existencia y el género de prueba a que habrá de someterse, hace un acto de libertad. Los acontecimientos de la vida son la consecuencia de esa elección y están relacionados con la posición social de la existencia. Si el Espíritu debe renacer en una condición servil, el medio en que se hallará regulará los acontecimientos de modo opuesto que si debiera ser rico y poderoso; pero, cualquiera que sea esta condición él conservará su libre albedrío en todos los actos de su voluntad y no estará fatalmente encadenado a hacer tal o cual cosa ni a sufrir tal o cual accidente. Por el género de lucha que ha elegido, tiene la posibilidad de ser arrastrado a determinados actos o de encontrar ciertos obstáculos;pero esto no quiere decir que hayan de cumplirse infaliblemente, ni que él no pueda evitarlos y transformarlos por su prudencia y decisión. Para esto le ha dado Dios el juicio. 
Valgámonos de un ejemplo para la mayor comprensión del concepto. Supongamos a un hombre que para llegar al lugar que se propone, tenga tres caminos para elegir: uno, por la montaña, otro, por la llanura, y el tercero, por el mar.
En el primero, es lo más probable, que halle chinarros y precipicios; en el segundo, pantanos; y en el tercero, tempestades; pero esto no presupone que haya de ser aplastado por una peña, ni que haya de hundirse en un pantano, ni que haya de naufragar en una ruta más bien que en otra. La misma elección del camino, no es fatal en el sentido absoluto de la palabra. Por instinto, tomará el hombre aquel en que habrá de encontrar la prueba elegida. Si debe luchar contra las olas, no le llevará su inclinación a tomar el camino de la montaña. 

Según el género de pruebas elegido por el Espíritu, está expuesto a ciertas vicisitudes, y por razón de estas vicisitudes, se halla sometido a determinados impulsos, que depende de él refrenar o consentir que se desarrollen. Aquel que comete un crimen, no es porque fatalmente sea llevado a cometerlo: eligió una vida de lucha que pudo excitarle a semejante acto; mas, si cedió a la tentación, culpa fue de su débil voluntad. De lo que se sigue que el libre albedrío existe, para el Espíritu en el estado errante, en la elección de las pruebas a que se somete, y en el estado de encarnado, en los actos de la vida corporal. 
No hay fatal sino el instante de la muerte, pues hasta el modo de morir, es una consecuencia del género de pruebas elegido.
Tal es, en resumen, la doctrina de los Espíritus, por lo que respecta a la fatalidad
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Tomado de:
Manual Práctico de la Manifestaciones Espiritistas
Allan Kardec
 

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