sábado, 11 de octubre de 2025

* ¿ Reforma íntima o transformación moral ?

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- ¿ Existe vida después de la muerte ?

2.- Encarnación de  los Espíritus

3.- Pasiones humanas: Odio y Perdón

4.- ¿ Reforma íntima o transformación moral ?

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 ¿ EXISTE VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE?                              

            La base fundamental del Espiritismo, es la comprobación y la confirmación de que la existencia del ser continúa tras la muerte del cuerpo material. Si tal realidad no hubiese sido manifestada y comprobada en tantos cientos de ocasiones por personas eminentemente científicas e investigadoras, que no religiosas, el resto de los pilares sobre los que se sostiene la doctrina espírita, no tendrían más fundamento que el de una simple teoría o creencia. 

      El materialismo no admite otra vida que no sea la presente. Tampoco reconoce una Inteligencia Suprema Cósmica que gobierne el complejísimo e inconmensurable Universo. que solo conocemos tan parcialmente. Para el materialismo, la vida ha surgido por azar.

" La probabilidad de que la vida haya surgido por azar es similar a la composición espontánea de un Diccionario Enciclopédico en una imprenta, después de una explosión", - afirma un científico.

       Las religiones de todos los tiempos han mantenido encendida la llama de la creencia en el Más Allá. 

   Los estudios y experiencias llevadas a cabo por el Dr. Raymond Moody, con personas consideradas clínicamente muertas son, cuando menos, muy interesantes, Podríamos resumirlos así:

     Individuos que están muriendo, cuando llegan al momento de máximo desfallecimiento, oyen como un zumbido desagradable y se sienten deslizar rápidamente por un largo y oscuro túnel.

   A continuación salen e su cuerpo físico. Se encuentran en un lugar desconocido y luminoso. Otros seres vienen a recibirlos y a ayudarles, entre ellos, los espíritus de sus amigos y parientes muertos.

   Aparece asimismo un Ser luminoso, amoroso y cordial, que no habían visto antes y que comienza a hacerles preguntas relativas a su vida : " ¿ Has aprendido a amar.?; ¿ Estás preparado para morir ?; ¿ Estás satisfecho de tu vida ?....".

    Por breves instantes se ven tal cual son, pasan revista a su vida y se hacen conscientes de lo bueno o de lo malo realizado. Ellos mismos emiten, pues, su propio juicio, en presencia del Ser luminoso.

   El sentido del tiempo resulta distinto al del plano físico.

   Tras "retornar" se encuentran reacios a contar a los demás sus experiencias, por temor a que los crean enfermos mentales. Su vida sufre una profunda transformación. A partir de entonces, "saben que hay vida después de la muerte".

   No solo existiría vida después de la muerte, sino incluso, antes del nacimiento.

   Según Kardec, el alma antes de unirse al cuerpo, era espíritu. Los espíritus, seres inteligentes de la Naturaleza, pueblan no solo el mundo  invisible sino que temporalmente se revisten de un cuerpo material y habitan el mundo visible, "para purificarse e ilustrarse", o sea, para evolucionar.

- Eliseo Nuevo González y José Luis Martín-

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ENCARNACIÓN DE LOS ESPÍRITUS

Estudio  con base en EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS, Libro II, Cap. II, FINALIDAD DE LA ENCARNACIÓN.




Los Espíritus son creados simples e ignorantes y se instruyen a través de las luchas y adversidades de la vida corporal. En su orígen,el Espíritu posee apenas consciencia de sí mismos y de sus actos, actuando de forma instintiva. Su inteligencia se desenvuelve lentamente y paso a paso. Por eso, la encarnación es una necesidad del Espíritu, donde cada nueva existencia, él avanza en su progreso.

La vida del espíritu es constituida por una secuencia de existencias corporales, siendo cada una de ellas una valiosa oportunidad de progreso, de la misma forma que cada existencia se compone de una secuencia de días, donde el hombre adquiere más experiencia e instrucción. Por la Ley de Conservación el espíritu encarnado tiene la obligación de proveer de nutrición al cuerpo, para su seguridad y bienestar, obligándose a aplicar sus facultades en investigaciones, a ejercerlas y a desenvolverlas.

De esta forma la finalidad de la encarnación de los Espíritus es trabajar para la conquista de la perfección. Para unos puede ser una expiación y para otros una misión. Para llegar a esa perfección, los Espíritus deben de pasar por todas las vicisitudes de la existencia corpórea: es en esto donde está la expiación. Pero la encarnación, no es pues, en absoluto, una expiación para el Espíritu, como cualquiera podría pensar, pero una condición inherente a la inferioridad del Espíritu es un medio de progresar. La encarnación tiene aún otra finalidad, que es la del poner al Espíritu en condiciones de afrontar su parte en la obra de la creación. Y para ejecutarla toma un aparejo en cada mundo, en armonía con su materia esencial, a fin de cumplir en él, desde aquel punto de vista, los propósitos de Dios. De esa manera, concurriendo para la obra general, que también progresa.

La encarnación es necesaria para el doble progreso del Espíritu: moral e intelectual. Al progreso intelectual por la actividad obligatoria del trabajo y al progreso moral por la necesidad recíproca de los hombres entre sí. Como no consigue progresar solo, pues no posee todas las facultades, busca la sociedad por instinto a fin de participar con el progreso, no solo individual, como colectivo. Por tanto la vida social es la piedra de toque de las buenas o malas cualidades.

Todos los Espíritus están sujetos a encarnación, pues es necesario que se sometan a las pruebas de la vida material, cuyo objetivo es el de adquirir conocimientos esenciales para llegar a la perfección. La vida puramente espiritual (existencia incorpórea), no es suficiente para la conquista de todos los conocimientos necesarios para el justo adelantamiento moral e intelectual.

De la misma manera que un escolar no llega a alcanzar sus grados sino después de haber pasado por todas las clases, el Espíritu, no habiendo cumplido completamente el deber en la clase a la que pertenece, es constreñido a recomenzar su tarea,  y así, multiplica sus existencias corpóreas que se le hacen penosas por su propia falta.

Pasar por cada clase no es un castigo, es una necesidad, una condición indispensable para su adelantamiento, pero si por su pereza, es obligado a repetirlas, ahí está la punición. Conseguir pasar por ellas es un mérito. La encarnación sobre la Tierra puede ser considerada una punición para muchos de aquellos que la habitan, porque habr`´ian podido evitarla. Pero como el Espíritu actúa en relación a su libre albedrío, puede negligencias las leyes naturales y así retardar su avance, consecuentemente, prolonga la duración de sus encarnaciones en los mundos materiales, permaneciendo en lugares inferiores, siendo necesario recomenzar el mismo compromiso. Depende así, del Espíritu abreviar, a través de un trabajo de depuración en sí mismo ( autoconocimiento), la duración del periodo de encarnaciones.

Una sola existencia corporal es insuficiente para que el Espíritu adquiera todo lo bueno que le falta y eliminar el mal que le sobra. Es por eso que la reencarnación es una necesidad. Cuando haya eliminado de sí todas las impurezas, no precisará más de las pruebas de la vida corpórea, tornándose un espíritu puro.

Un salvaje, por ejemplo, no conseguiría en una sola encarnación nivelarse moral e intelectualmente al más adelantado hombre civilizado. La sensatez rechaza tal suposición, que sería tanto la negación de la justicia y la bondad divina, como de las propias leyes evolutivas de la Naturaleza. Como el proceso de reencarnación, ciertamente, él no quedará eternamente en la ignorancia ni en la salvajería, privado de la felicidad que solo el desarrollo de las facultades puede proporcionarle. Como Dios hizo esas leyes de acuerdo con Su bondad y justicia, naturalmente, le es concedido al Espíritu tantas encarnaciones como le fuesen necesarias para alcanzar su objetivo y perfección. En esa caminata evolutiva el Espíritu, cualquiera que sea el grado de su adelantamiento, en la situación de encarnado, o en la erraticidad, estará siempre colocado entre un grado superior, que lo guía y perfecciona, y uno inferior, para con el que tiene que cumplir esos mismos deberes. Es así como por una ley admirable de la providencia divina, todo se encadena, todo es solidario en la Naturaleza.

En cada nueva existencia el Espíritu se presenta con el bagaje que adquirió en vidas anteriores. Aptitudes, conocimientos intuitivos, inteligencia y moralidad se suman con las conquistas de la existencia actual. Es así que en cada encarnación, dá un paso adelante en el camino del progreso.

Aquellos que progresarán espiritualmente en las existencias corporales, encarnan en mundos cada vez más superiores, donde la materialidad es más suave que la terrestre. La encarnación, así, por consecuencia, se hace cada vez más necesaria, haciéndose voluntaria, donde pueden ejercer sobre los encarnados en mundos inferiores una acción más productiva y tendente al cumplimiento de misiones que escogen para actuar junto a los mismos. Es así como aceptan abnegadamente las vicisitudes y sufrimientos de la encarnación en un mundo adverso.

A medida que los Espíritus progresan, participan cada vez más activamente en el mecanismo de la Creación, debiendo dirigir la acción de los elementos materiales. Presidiendo las leyes que ponen los fluídos en movimiento constante, determinan los fenómenos naturales. Pero ellos no pueden llegar a tal resultado sino por el conocimiento de esas leyes, por eso, no las podrán conocer adecuadamente si primero no aprenden a obedecerlas para después dirigirlas.

El Espíritu, en la proporción que progresa moralmente, gradualmente irá librándose de la influencia de la materia y así, se va depurando. Espiritualizándose, sus facultades y percepciones se van ampliando, siendo así que su felicidad estará siempre en razón del progreso completado. Dios, que es justo, no podía hacer felices a algunos Espíritus, sin dificultades y sin esfuerzo, consecuentemente, sin méritos. Los que siguen el camino del bien llegan más deprisa a la meta. Además de eso, las vicisitudes de la vida son frecuentemente las consecuencias de la imperfección del Espíritu. Cuanto menos imperfecto sea, menos tormentos sufrirá. Aquel que no sea envidioso, ni celoso, ni avariento o ambicioso, no pasará por los tormentos que se originan de esos defectos.

Un punto frecuentemente cuestionado es que el Espíritu, siendo creado simple e ignorante con libertad de hacer el bien o el mal, no sufre caída  moral si toma el mal camino, una v es que llega a hacer el mal que no hacía antes. Todavía, esta argumentación no es sostenible, pues no hay caída sino en el paso relativamente bueno a un estado peor. El Espíritu creado simple e ignorante está, en su origen, en un estado de nulidad moral e intelectual, como la criatura que acaba de nacer. Si no hizo mal, tampoco hizo el bien. Así, no es ni feliz ni infeliz. Actúa sin conciencia y sin responsabilidad, por eso, si nada  tiene, nada puede perder y tampoco no puede retrogradar. Su responsabilidad solo comienza en el momento en que se desenvuelve en él el libre albedrío. Consecuentemente, el mal que viniese a hacer más tarde infringiendo las leyes de Dios y abusando de las facultades a él concedidas, no es un retorno del bien al mal, sino la consecuencia del mal camino que escogió.

Las faltas cometidas por el Espíritu tienen como fuente primera su imperfección, ya que aún no alcanzó la superioridad moral que tendrá un día, pero que, ni por eso, deje de tener su libre albedrío La vida corporal le es concedida para librarse de las imperfecciones a través de las pruebas que en ella padece. Son precisamente esas imperfecciones que lo hacen más frágil y más accesible a las sugestiones de otros Espíritus imperfectos, que se aprovechan para intentar hacerlo sucumbir en la lucha que emprende. Si sale vencedor, será elevado, si fracasa, continuará siendo lo que era, ni peor ni mejor. Será una prueba a recomenzar, pudiendo durar hasta un tiempo mayor que en la encarnación pasada. Cuanto más se depure, más disminuirán sus puntos débiles y menos se entregará a aquellos que procuran conducirlo al mal, pus su fuerza moral crecerá en razón de su elevación y los malos Espíritus, naturalmente, se apartarán.

Y en las convulsiones sociales que el Espíritu puede avanzar más rápido, pues la experiencia adquirida a través de las relaciones difíciles resulta siempre en una mejora. El infortunio puede ser un estimulante útil para inducirlo a probar un remedio para el mal.

Cuando en la erraticidad reflexione, puede tomar nuevas resoluciones para cuando vuelva a encarnar, hacer alguna cosa mejor. Y así que de encarnación en encarnación (reencarnación), el progreso se efectúa en el Espíritu.

Pesquisa: Claudia C y  Elio Mollo

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                                        PASIONES HUMANAS :
                                                      Odio y perdón. 
                        Análisis psicológico y espiritual de este par de opuestos. 

Diversos son los grados de manifestación del odio, esa pasión dañina en alto grado, que sólo anida en las almas pobres y ruines, al dar cabida en sí a esa pasión destructiva, por ignorancia de las consecuencias dañinas que habrá de ocasionarle. Porque el odio comienza por perturbar la tranquilidad de quien lo siente, por su acción perturbadora sobre las facultades del alma, cuyas vibraciones desequilibrantes afectan la mente y perjudican la salud, por la incidencia de esa vibración enconosa en los sistemas nerviosos y glandulares. Y, a más de dañar la salud de quien da cabida en sí al odio, le convierte en una persona amargada que, en sus relaciones de trabajo, negocios, etc., desbarata oportunidades de progreso por la actitud negativa del afectado y los errores que induce a cometer. 

    Conocéis ya la ley de las vibraciones. Por consiguiente, sois conscientes ya de que los pensamientos y sentimientos son vibraciones que contienen en sí una fuerza benéfica o maléfica, constructiva o destructiva, según su naturaleza. Y siendo el odio un sentimiento cargado de deseos de mal, es destructivo por su propia naturaleza enconosa. Por ello, cada sentimiento de odio es una vibración-fuerza, dañina en alto grado hacia quien se dirija, pero que actúa también contra el mismo que la emite. Y cuanto más odie una persona, más y más se envuelve en esas vibraciones intensamente negativas, desequilibrantes, que le atormentarán. Si pudiéseis apreciar el aura de una persona vibrando en odio,os asombraría al verla envuelta en un halo negro, en forma de torbellino. 

 Y quien odia, no tiene paz en su mente ni en su alma, ya que ese sentimiento ponzoñoso produce una desarmonía psíquica mortificante, convirtiendo la vida del afectado en un tormento. Todas esas extrañas misantropías y neurastenias que a veces apreciamos en nuestras relaciones humanas, tienen por causa alguno o varios de esos estados pasionales de odios, rencores, malquerencias, etc., cuyo origen puede ser el egoísmo, envidia, celos, etc. que son sentimientos frecuentes en las almas mezquinas y ruines. Y cuanto más una persona odie a otra, más se une a ella psíquicamente. Y, ¡paradoja! cuanto más lejos la desee, cuanto más en ella piense, más la acerca (vibratoriamente); porque, la persona que odia atrae mentalmente hacia sí a la persona odiada, con la fuerza de su pensamiento, y su imagen no le deja vivir en paz, le sigue y le persigue como una sombra, porque ella misma la mantiene en su mente. Y aquí está el tormento. ¿Hasta cuándo? Hasta que deje de odiarla. 

    Puede que alguno, juzgando a la ligera ese fenómeno de la fuerza de atracción, por afinidad, del pensamiento os diga: vaya una ley rara. Pero, si se considera que esa ley de vibración y atracción no ha sido creada para ser vehículo de odio, sino de amor, para unir las almas que se aman y contribuir a su felicidad; comprenderá mejor. 

    Cuando el sublime Maestro Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos”, no estaba enseñando tan solo moral, sino que también una psicoterapia para librarnos de los efectos destructores del odio. Porque, vivir odiando, no es vida; es un tormento. Cuando una persona exclama: “Yo no le perdonaré lo que me hizo”; esa persona está cometiendo un gravísimo error;  error que puede significarle muchos y muchos años de dolor. Porque, cada vez que se acuerda de ese acontecimiento, perjuicio u ofensa, está impregnando su alma con el magnetismo mórbido contenido en sus propias vibraciones de odio, que irán densificando y oscureciendo esa alma, además de que está fortaleciendo esa unión vibratoria con la persona odiada, quien al recibir el impacto de esas vibraciones de odio, percibe también (mentalmente) la figura de quien las envía, reaccionando también del mismo modo, con una andanada de odio, rencor o desprecio, según sea el caso. Y con esa actitud descabellada, ambas partes están destruyéndose mutuamente. ¿No os parece absurda esa actitud? Sin embargo, así acontece con harta frecuencia. 

    Alguien dijo: “Si mis enemigos supiesen el daño que se hacen odiándome, no me odiarían”. Esta frase contiene una gran verdad que todos debieran conocer; y que contribuiría grandemente a liberar al mundo del odio, causa de ¡tantas desdichas!. Porque, aquel que odia está dando poder a su enemigo sobre su tranquilidad, sobre sus nervios, sobre su sueño, su presión sanguínea, su salud toda, y su propia personalidad. 

    ¡Meditemos sobre esto! Por ello, insensato es responder al odio con el odio, rencor o malquerencia hacia aquellos que, por lo que fuere, llegasen a odiarnos; y sí con amor, deseos de bien, ya que de este modo, esas vibraciones cargadas de energía psíquica negativa, no penetrarán en nosotros y rebotarán: porque el amor genera energía positiva, conformando un campo magnético de protección. Además de esos efectos perturbadores, con la actitud de odio y malquerencias resultantes, esas personas están conquistando un puesto en las zonas oscuras del astral inferior, al desencarnar. 

    ¡Cuán frecuentemente es ver personas que, por ignorancia, son esclavas de esa y otras pasiones absurdas. ¡He aquí, la necesidad de la divulgación de este conocimiento y otros conceptos de verdad! He aquí una oportunidad de progreso espiritual para vosotros, divulgando éstos y otros conceptos de verdad. 

    Pongamos en práctica esa maravillosa enseñanza del sublime Maestro: “Amad a vuestros enemigos”. Y con ello quebraréis el poder que sobre vosotros pudieran ejercer a través del odio o rencor. Puede que alguno diga: ¿Cómo puedo yo sentir amor por quien me ha hecho daño? Y yo os pregunto, hermanos muy queridos, ¿no habéis hecho sufrir alguna vez a alguien o causado daño en algún modo? ¿Y no querríais que ese error os fuese perdonado y olvidado? De cierto que sí.  Entonces... Y ¿sabíais que sólo el amor es productor de perdón? Porque, quien ama, perdona; quien mantiene odio, no perdona. Quien ama y perdona, se engrandece; quien odia, se empequeñece. Quien ama es comprensivo y perdona las ofensas, no dando cabida en su alma a sentimiento alguno de odio que pueda desarrollar un deseo de malquerencia, venganza o represalia, aun cuando en el momento del daño u ofensa perciba ese impacto. ¡Sólo las almas débiles y ruines albergan odio! Pedid al sublime Maestro Jesús, con fervor, con verdadero deseo de perdonar y anhelo de superación, que os enseñe a perdonar, que os enseñe a amar a quien daño o agravio os haya hecho. Haced esto una y otra vez, muchas veces. Si así lo hacéis, con fe y humildad sentida, pronto comenzaréis a percibir que una sensación de paz y sosiego inunda todo vuestro ser. Esa es la señal de haber alcanzado la vibración de Amor del Cristo. Y un nuevo deseo de bien comenzaréis a sentir hacia la persona o personas que por error o falta de control de su emotividad, y aún por ruindad os haya causado ese agravio o daño. 
     Y no os desaniméis si no conseguís de inmediato ese propósito digno. Perseverad, perseverad hasta que hayáis establecido la unión vibratoria con la Ley del Amor Universal, generadora de paz y armonía, y liberadora del odio y su secuela de malquerencias y amarguras. Y la paz interna (mental-emocional) aumentará vuestra capacidad intelectual, vuestra alegría de vivir y ansia de progreso. Porque, un alma y una mente despojadas de odios, rencores y malquerencias, con ideales elevados, vibrando en amor fraterno, se exteriorizará en una personalidad más eficiente, ágil y realizadora. Y cada vez que llegue a vuestra mente, en el comienzo, el recuerdo o imagen del motivo del agravio (que poco a poco irá desvaneciéndose) desechadlo y proyectad sobre esa persona vibraciones de amor, a modo de comprensión y deseos de bien; poniendo todo vuestro deseo de bien en ese sentimiento, para que esa vibración sea poderosa y le beneficie intensamente, con lo cual os beneficiaréis vosotros mismos. 

    Cuanto más améis, más felices habréis de sentiros; ya que, la LEY que es Amor, os devolverá ese amor en felicidad. Si dais amor, afectos, alegrías, servicio desinteresado (que es amor en acción); eso mismo recibiréis en la proporción que deis y más aún. Pero, si dominados por una pasión, envidia, egoísmo o amor propio, causáis sufrimiento de algún modo o realizáis actos de venganza o cometéis alguna bajeza; iréis acumulando un karma doloroso, y esos mismos daños causados recibiréis en la proporción que los hayáis causado o deseado, porque, la Ley es justa. 

    Retened en vuestra conciencia este axioma; la siembra es voluntaria; pero, la cosecha es obligatoria. Ahora que ya conocéis las desventajas (algunas tan sólo) del odio, rencor, malquerencias y resentimientos; comprenderéis que, mantener esos enemigos, es un lujo que se paga muy caro.Y lo curioso es... sin disfrutarlo.

     Necesario es saber dar a conocer que, con la muerte del cuerpo físico no mueren las pasiones, antes al contrario, se intensifican; porque, están en la propia naturaleza psíquica que, al dejar la envoltura carnal continúa con los mismos pensamientos, sentimientos y tendencias que mantenía como humano, sin los atenuantes de la vida en la carne. De aquí que, un enemigo en el “otro lado” es mucho más peligroso. Aquí apegados al plano físico, en nuestra propia atmósfera, se agitan millones y millones de almas de los que fallecieron cargados de pasiones. Son seres atrasados que, por sus bajas tendencias no pueden elevarse y deambulan imantados al ambiente en donde han vivido, e inciden o tratan de incidir con harta frecuencia, en la vida de los humanos; quienes, por falta de vigilancia sobre sus sentimientos y reacciones, pueden ser sus víctimas. A más de esos, existen otros seres de maldad y organizaciones maléficas, compuestas por seres desencarnados que continúan viviendo sus pasiones y tratan de arrastrar a los humanos hacia la maldad y el crimen. Son los demonios a que hacen referencia las iglesias del cristianismo. Y  buscan continuar sus gamberradas y la acción de sus odios, rebeldías y maldad de todo género, influyendo en aquellas personas con sentimientos ruines, azuzando sus bajas pasiones. No obstante, esas fuerzas negativas nada podrán hacer en vosotros si no les dais cabida. Las pasiones e imperfecciones humanas, son las puertas de entrada a esas influencias maléficas. No lo olvidéis. La venganza es un sentimiento de las almas ruines, que les liga con el ofensor o enemigo al pasar el umbral del Más Allá, ocasionando grandes sufrimientos. Y a más de eso, volviendo a ligarlo como humano, en alguna de las siguientes vidas planetarias. 

    Aquellos que, impregnados de creencias religiosas, manteniendo todavía conceptos dogmáticos apartados de la Verdad, y que obrando mal creen que, arrepintiéndose y confiando sus faltas y actos de maldad a los oídos de un confesor puedan quedar libres de esas deudas espirituales, o indultados por hombres que se atribuyen poderes divinos; están en un craso error. Ni el arrepentimiento, ni la confesión, ni la penitencia les darán el perdón; porque, el perdón no existe en lo espiritual. Existe la Ley justa de: a cada cual según sus obras. Y toda transgresión a la Ley del Amor, produce un desequilibrio en la sección espiritual del causante, cuyo equilibrio tendrá que ser restablecido por el mismo causante: ya sea por el amor, ya sea por el dolor. ¡No nos engañemos con espejismos! 

Termino este análisis, con una llamada a vuestra razón: Perdonad todo agravio y ofensa que os hagan y seréis los más gananciosos. ¡Engrandeceros por el perdón! ¡Perdonad siempre!. 

SEBASTIAN DE ARAUCO

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¿ REFORMA ÍNTIMA O TRANSFORMACIÓN MORAL ?



Lo que equivocadamente se llama “reforma íntima” es uno de los temas prevalentes en el medio espírita. La expresión intenta dar significado a la principal razón de nuestra existencia: la transformación moral, objetivo de la reencarnación.

Hablada, decantada, estudiada y debatida, dicha reforma íntima asusta a mucha gente, pues falta la exacta comprensión de lo que sea este “reformarse” íntimamente. Muchos sufren con este tema, lanzándose intempestivamente a lo que se ha decidido llamar reforma íntima, de forma obligatoria, desordenada, impensada. Esperan alcanzar resultados inmediatos. Sufren porque no consiguen verse en la persona “santificada”, pues todavía andan a vueltas con sentimientos y deseos puramente humanos, contradictorios con lo que imaginan ser la tan propalada “criatura ideal”. Invariablemente, sin notarlo, son estimulados por agentes externos punitivos que traen una gran carga de culpa. Se olvidan que Allan Kardec preconizaba: “Se reconoce al verdadero espiritista por su transformación moral y por los esfuerzos que hace para dominar sus malas inclinaciones.”

Toda reforma significa cambiar algo ya existente, hacerlo mejor. Nadie en su sano juicio cambia algo existente para hacerlo peor. Implica también en que se mantenga la estructura básica, cambiando solo los accesorios. Si fuese para que se rehiciera también la estructura, no sería reforma, sino “reconstrucción”. Toda reforma apurada, sin el debido conocimiento ni base sólida a su ejecución, tiende a salir mal, causa disgustos y decepciones, y eso cuando no obliga a buscar el auxilio de un profesional especializado (en el caso de los edificios: un ingeniero o arquitecto; en el caso del ser humano: un psicólogo o psiquiatra).

La “reforma íntima” significa en verdad la transformación del ser humano a través de la modificación de los modelos de valores, pensamientos, conceptos, prejuicios y comportamientos, manteniendo la estructura básica de la persona a ser modificada. Así, la verdadera transformación moral se inicia a través del análisis sincero de sí mismo, del auto-cuestionamiento y del conocimiento real de lo que necesita ser cambiado, lo que normalmente se denomina autoconocimiento. El ser humano solo cambia lo que conoce y acepta como verdadero. Los propios espíritus indicaron a Kardec esta necesidad en la respuesta a la pregunta 919 de El Libro de los Espíritus: “¿Cuál es el medio práctico más eficaz para mejorarse en esta vida y resistir a la solicitación del mal?” “Un sabio de la antigüedad os lo dijo: ‘Conócete a ti mismo’.”

Entonces, todo espírita estudioso, aun sin percibirlo, está en franca ascensión con su seudo reforma íntima, y de forma natural. Uno de los principales objetivos de la doctrina es el desarrollo del ser humano, por la comprensión de nuevos conceptos sobre su realidad espiritual. Así, no debería haber trauma alguno para que el espírita ejercitara su transformación moral, salvo por una irrazonable exigencia de sí para consigo, motivada por la falta de estudio adecuado o la falta de auto-consideración y de amor a sí mismo.

En la transformación moral, ¡el respeto por sí mismo es importante! El amor a sí mismo es uno de los principales puntos que deberían ser debatidos, estudiados e incentivados en el medio espírita, sin la falsa impresión de que amar a sí mismo es actuar con vanidad y orgullo, faltar con la humildad, con la caridad para con el prójimo. Es común ver espíritas dedicándose al extremo a la caridad externa, mostrando con eso el amor al prójimo, olvidándose de ser caritativos y amorosos consigo mismos. Jesús recomendó como uno de los puntos principales de la Ley Divina “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.

Difícilmente alguien acepta en el otro lo que no acepta en sí mismo. Entonces, el respeto y la consideración por sí mismo es el primer gran paso al verdadero autoconocimiento. No habiendo el autoperdón, no hay la aceptación de los errores y, consecuentemente, estos se ignoran. Es difícil aceptar que somos imperfectos y sujetos a cometer errores, sin cargar procesos de culpas que nos atemorizan y paralizan. Todo proceso de culpa inhabilita la criatura a que se sienta bien consigo misma. Tiende a criar un proceso de sufrimiento y baja estima, cuando no es ignorado completamente a través del “encubrimiento” que tranquiliza y mantiene a la persona en paz consigo misma, pero extremamente crítica en cuanto a idénticas situaciones en los semejantes.

Jesús, en el diálogo con los acusadores de la mujer adúltera, al proponer que arrojara la primera piedra aquel que estuviera sin pecado, buscó mostrar que no se puede acusar a nadie y que todos, indistintamente, somos merecedores de consideración y respeto los unos por los otros. Tampoco condenó a la mujer, mostrándole, así, que aprendemos con nuestros propios errores. Quien no yerra hoy, puede haber cometido errores semejantes ayer o es pasible de cometerlos hoy, en idénticas situaciones. Quien ya ha errado no acusa al otro porque sabe que también es falible. Así, no hay beneficio alguno en acusarse: aquel que se acusa, rotula a sus errores como un pecado y no se preocupa en trabajar para modificarse. ¡Autoacusación provoca inanición!

El proceso reencarnacionista lleva al crecimiento por la experiencia (errores y aciertos) y no por el “pagamento de deudas anteriores”, como comúnmente se dice. El auto-cuestionamiento constante, sin la acusación insana y paralizante es saludable. Cuestionarse es diferente de acusarse. Mientras uno estimula el ser al crecimiento, el otro lo retrasa en el sufrimiento innecesario.

La transformación moral del espírita consciente se hace natural, automática y constantemente. Sin traumas, sin cobrarse, a través del cuestionamiento saludable de sí mismo y de la observación de las actitudes y los sufrimientos ajenos. La persona que se cuestiona de forma natural no exige de sí actitudes no aprehendidas todavía. Cambia sus conceptos según las necesidades y los nuevos aprendizajes, manteniéndose equilibrada ante los hechos de la vida. No cobra del otro, no juzga, pues sabe que somos todos aprendices y merecedores de indulgencia.

No hay transformación moral sin cambio de actitudes, recordando el refrán de Raúl Seixas, “Prefiero ser esa Metamorfosis Ambulante que tener aquella vieja opinión formada sobre todo”. Las personas que se mantienen firmes en sus viejas opiniones son las que más sufren, las que más hacen sufrir. Son tan duras y exigentes con los semejantes como lo son consigo mismas. ¡Transformación moral no se compatibiliza con intransigencia!

Concluyendo: el espírita consciente se queda en paz consigo mismo. Se acepta como verdaderamente es. No se cree ni mejor ni peor que nadie. Está siempre atento a sus sentimientos y necesidades, sin culparse ni criticarse, buscando corregir aquello que piensa estar mal, en aquel momento. No se molesta en cambiar sus modelos. Tiene total consciencia de que la vida es un eterno cambio rumbo a la perfección.

Así siendo, ¡¡feliz transformación moral para ti, lector! !

 Edson Figueiredo de Abreu –Presidente del Grupo Espírita Manoel Bento, de São Paulo/SP.

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