INQUIETUDES
1,. Los agentes del poder divino
2.-Los problemas del Espíritu: Su pasado
Frase de Meimei
3.-Libre albedrío y Providencia
4- El Suicidio
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LOS AGENTES DEL PODER DIVINO
Si no aceptamos la Ley de la Reencarnación como explicación coherente a nuestras dolencias, problemas e infelicidades, ¿ dónde encontraremos la explicación de esos sufrimientos, que pueden, en muchos casos, terminar en obsesiones, y muy grandes?
¿Quién nos dará la clave de tanto dolor y perturbaciones? ¿Cómo encontraremos la forma de escapar de esos laberintos que causan tantas heridas morales?
Cuando aceptamos que somos seres inmortales, Espíritus eternos, con un pasado y un futuro por delante; viviendo un presente que es el resultado de ese pasado y la oportunidad de crear ese futuro mejor, es cuando comenzamos los seres humanos, a ¿despertar?, de ese letargo espiritual milenario.
Nuestra mente es muy poderosa y desconocida para nosotros; una maquinaria que utilizada erróneamente, nos trae padecimientos y dolencias tales como: La Neurosis, La Psicosis y el desdoblamiento de personalidad, entre otras perturbaciones, como las diversas obsesiones, que el Libro de los Médiums, las explica muy bien.
La Neurosis: El aumento de la neurosis en la Tierra, nos hace pensar y nos puede ayudar a discernir, que no sólo el psiquiatra o el hombre de ciencia, está en condiciones de encontrar una solución, ya que ellos, casi siempre, ignoran conscientemente la procedencia del ser, la sublime trascendencia del ser: El Espíritu.
Esa enfermedad merece estudio y observación, a fin de localizar los factores reales que producen las perturbaciones del sistema nervioso, considerando la falta de lesiones anatómicas más graves.
Freud las clasificó de verdaderas, cuando hay desequilibrios fisiológicos al lado de perturbaciones meramente psicológicas, a pesar de ser transitorias. Psiconeurosis, cuando son determinadas por las ¿fijaciones de la infancia?, en regresiones inconscientes. En el primer grupo están situadas las neurosis de ansiedad, la neurastenia, la hipocondría, y las de ascendencia traumática. En la segunda aparecen las de orden histéricas ansiosas, los estados obsesivos y convulsivos.
Con sintomatología extraña, no es raro que la atención de los médicos sea desviada; surgen parálisis, movimientos inconexos, disturbios múltiples, etc.
El neurótico es un Espíritu rebelde y delincuente de las Leyes Universales, en proceso purificador. Reencarnando para resarcir o impulsado a la reencarnación por necesidad urgente, olvida delitos para luego repararlos.
Su psicoesfera impone, en los elementos orgánicos, distonías y desarmonías que se reflejan más tarde en forma de alienación, como consecuencia de su estado interior, como Espíritu desajustado.
Olvidando la mayoría de las veces que somos seres espirituales, nos perdemos en ese entramado de enfermedades físicas y mentales, efecto de una causa que es la rebeldía del Espíritu y su pasado, por consiguiente, ahí encontramos la causa y explicación de tanto desajuste y dolor en la Tierra, así como también las obsesiones más diversas e ignoradas por muchos.
Es obvio que el comportamiento social, las frustraciones infantiles, las inseguridades, los miedos, los factores familiares y de habitat. Los problemas de orden moral y económico, engendran, evidentemente, los principios neuróticos, porque consiguen limitar las aspiraciones del Espíritu, que no consigue sobreponerse.
A la par de todo esto, hay un factor que no debemos olvidar y que la ciencia persiste en ignorar; la dominación obsesiva de entidades espirituales, movidos por el odio, el rencor, la venganza, etc.
Las terapias medicamentosas, las técnicas de análisis, en cuanto que favorecen por un lado, pero dañan por otro los tejidos más sutiles de la organización psicológica, produciendo desequilibrios de otra naturaleza, que se exteriorizarán en el futuro.
El neurótico es alguien rebelado consigo mismo, insatisfecho en el inconsciente y rebelado contra los otros. Es inestable, agresivo, un ser excitado, que se deja llevar por la violencia. Disciplinado por un código moral, por unas enseñanzas espíritas y con un método saludable de vida y pensamientos, el neurótico consigue sobreponerse al desequilibrio, reajustando sus centros mentales en desequilibrio, sus centros de fuerzas, caminando en el progreso espiritual, al que todos estamos llamados.
La Psicosis: Necesita de un estudio más profundo que la neurosis, por cuanto en la neurosis es un problema menos grave.
Ya no hay duda en cuanto a sus factores causales, clasificados como endógenos y enógenos. Hay sin duda factores más allá de los psicológicos que influyen en la psicosis, tales como factores sociales.
En los factores endógenos, hay causas externas (tóxicos, infecciones) y físicos (dolencia de otros órganos, disturbios del metabolismo, demencias, delirios). En los de orden endógeno (la esquizofrenia, las perturbaciones mentales de la epilepsia, la psicosis maniaco-depresiva), donde las psicosis se exteriorizan como un proceso de auto-castigo, que el Espíritu se impone por los crímenes cometidos y el sentimiento de culpa arrastrado del pasado.
El sicótico maniaco-depresivo, trae registrado en el inconsciente los graves desvíos morales que escaparon a la justicia humana, y que ahora tienen tendencia a la huída al deber y a la responsabilidad, por el suicidio.
El esquizofrénico, en sus múltiples clasificaciones, es también un Espíritu rebelde y delincuente de las Leyes Universales, enredado en los desequilibrios del pasado. Que en el presente viene a reclamarle las deudas, para rectificar y poder así, seguir la marcha del progreso espiritual.
En todos los problemas de psicosis, sea de la naturaleza que sea, el ser espiritual, es siempre responsable por la situación que padece.
Personalidades múltiples: es causada por problemas precedentes a la infancia y se instala, más particularmente, durante ese periodo, creando procesos inconscientes de huidas, ensayando las causas profundas para las neurosis y psicosis centradas en trastornos de origen histérico.
Sin duda los procesos de disociación profunda, en el inconsciente del ser, dan baza a la personalidad neurótica, que se instala dominadora como mecanismo de defensa, y que puede llegar a estados de inconsciencia total, huyendo el ser de la realidad a la que está sometido, y que hoy tiene que someterse a la Ley de Causa y Efecto, para alcanzar algo de equilibrio. Podemos suponer que debió ser una reencarnación obligatoria.
La causa de todas estas perturbaciones radican en el Ser espiritual que, huyendo del deber y la responsabilidad, se demoró por largo tiempo en situaciones de desajuste y delincuencia. El desequilibrio producido en el interior del ser, repercute en su psiquismo y en el cuerpo material, con diversos trastornos más o menos grave, y que pueden durar por muchos años y vidas.
" Sobreviviendo a la muerte física, el Espíritu que despierta aturdido del túmulo busca, por un natural proceso de afinidad psíquica, a aquellos que se le hicieron adversarios, en la mayoría de las veces sin conciencia de eso, produciendo parasitosis de naturaleza espiritual, en los que se manifiestan tormentosos y largos procesos de obsesión profunda, en que predominan los fluidos y los sentimientos del desencarnado actuando sobre el encarnado que le padece la interferencia, al principio en la esfera psíquica y, posteriormente, psico-física, aparentando un proceso de ¿personalidad disociada? que, en verdad, son individualidades distintas, en férreo combate o en proceso de vampirización dolorosa o, aún, en predominio de acción, en la sufrida búsqueda de placeres que ya no pueden fluir, por encontrarse en el Mundo Espiritual, utilizando de ese modo, de otro hombre, en su cuerpo físico, como instrumento para el gozo y para la alucinación?? Palabras de Carneiro de Campos, a través de la mediúmnidad de Divaldo Pereira Franco.
Cuando surgen todos estos conflictos dolorosos, debemos buscar con ahínco el auxilio necesario.
Nada mejor que practicar la caridad moral y material; ejercer el perdón y elevar el pensamiento, orando a Dios, para buscar la armonía necesaria que nos elevará por encima de las dificultades, desequilibrios y obsesiones. Tenemos la obligación de confiar en Dios, en los Buenos Amigos Espirituales y en nuestra fuerza interior. Nadie está desamparado. Si no trabajamos al ritmo que necesitamos o debemos, es por falta de voluntad, dejándonos atraer por las ¿luces? cegadoras de las falsas ilusiones.
Artículo de: Isabel Porras González
Nota: Este artículo está relacionado con otros que tratan sobre la obsesión
La cuestión del libre albedrío es una de las que más han preocupado a los filósofos y a los teólogos. Conciliar la voluntad, la libertad del hombre con el juego de las leyes naturales y con la voluntad divina ha aparecido tanto más difícil cuanto que la fatalidad ciega parecía pesar, a los ojos de la mayoría, sobre el destino humano. La enseñanza de los espíritus ha dilucidado el problema. La fatalidad aparente que siembra de males el camino de la vida no es más que la consecuencia de nuestro pasado, el efecto volviendo hacia la causa; es el cumplimiento del programa aceptado por nosotros antes de renacer, siguiendo los consejos de nuestros guías espirituales, para nuestro mayor bien y nuestra elevación.
En las capas inferiores de la creación, el ser se ignora aún. Sólo el instinto y la necesidad le conducen, y sólo en los tipos más evolucionados aparecen, como un pálido amanecer, los primeros rudimentos de las facultades. En la humanidad, el alma ha llegado a la libertad moral. Su juicio y su conciencia se desarrollan cada vez más, a medida que recorre su inmensa carrera. Colocada entre el bien y el mal, compara y escoge libremente. Esclarecida por sus decepciones y sus males en el seno de los sufrimientos es donde se forma su experiencia y donde se forja su fuerza moral.
El alma humana, dotada de conciencia y de libertad, no puede caer en la vida inferior. Sus encarnaciones se suceden hasta que ha adquirido estos tres bienes imperecederos, finalidad de sus prolongados trabajos: la bondad, la ciencia y el amor. Su posesión le emancipa para siempre de los renacimientos y de la muerte y le abre el acceso a la vida celestial. Por el uso de su libre albedrío, el alma fija sus destinos y prepara sus goces y sus dolores. Pero nunca, en el transcurso de su carrera, en el sufrimiento amargo como en el seno de la ardiente lucha pasional, nunca le son rehusados los socorros de lo alto. Por poco que se abandone a sí misma, por indigna que parezca, en cuanto despierta su voluntad de emprender el camino recto, el camino sagrado, la Providencia le proporciona ayuda y sostén.
La Providencia es el espíritu superior, el ángel que vela sobre el infortunio, el consuelo invisible cuyos fluidos vivificadores sustentan a los corazones anonadados; es el faro encendido en la noche para salvación de los que vagan por la mar procelosa de la vida. La Providencia es, además y sobre todo, el amor divino vertiéndose a oleadas sobre la criatura. ¡Y cuánta solicitud, cuánta previsión hay en este amor! ¿No ha sido sólo para el alma, para que sirva de espectáculo a su vida y de teatro a sus progresos, para lo que ha suspendido los mundos en el espacio, para lo que ha encendido los soles, para lo que ha formado los continentes y los mares? Sólo para el alma se ha realizado esa gran obra, se combinan las fuerzas naturales y brotan los universos del seno de las nebulosas. El alma ha sido creada para la felicidad; pero para apreciar esta felicidad en su valor, para conocer su importancia, debe conquistarla ella misma, y, para ello, desarrollar libremente las potencias que lleva en sí.
Su libertad de acción y su responsabilidad crecen con su elevación, pues cuanto más se ilumina, más puede y debe conformar el juego de sus fuerzas personales con las leyes que rigen el universo. La libertad del ser se ejerce en un círculo limitado, de un lado, por las exigencias de la ley natural, que no puede sufrir ninguna modificación, ningún desvío en el orden del mundo; de otro lado, por su propio pasado, cuyas consecuencias resaltan a través de las épocas hasta la reparación completa. En ningún caso el ejercicio de la libertad humana puede entorpecer la ejecución de los planes divinos; de lo contrario, el orden de las cosas sería turbado a cada instante. Por encima de nuestras opiniones limitadas y cambiantes, se mantiene y continúa el orden del universo. Somos casi siempre malos jueces en lo que significa para nosotros el verdadero bien; y si el orden natural de las cosas debiera doblegarse a nuestros deseos, ¿qué perturbaciones espantosas no resultaría de ello?
El primer uso que el hombre haría de una libertad absoluta sería apartar de sí todas las causas de sufrimiento y asegurarse desde aquí abajo una vida de felicidades. Ahora bien; si hay males a los que la inteligencia humana tiene el deber y posee los medios de conjurar y de destruir -por ejemplo, los que provienen del ambiente terrestre-, hay otros, inherentes a nuestra naturaleza moral, que sólo el dolor y la represión pueden domar y vencer: tales son nuestros vicios. En este caso, el dolor se convierte en una escuela, o, más bien, en un remedio indispensable, y los padecimientos soportables no son más que un reparto equitativo de la justicia infalible. Es, pues, nuestra ignorancia acerca de los fines perseguidos por Dios lo que nos hace renegar del orden del mundo y de sus leyes. Si los censuramos, es porque desconocemos sus resortes ocultos.
El destino es la resultante, a través de nuestras vidas sucesivas, de nuestros actos y de nuestras libres resoluciones. Más esclarecidos en el estado de espíritus con relación a nuestras imperfecciones, y preocupados por los medios de atenuarlos, aceptamos la vida material bajo la forma y en las condiciones que nos parecen propias para realizar este fin. Los fenómenos del hipnotismo y de la sugestión mental explican lo que ocurre en semejante caso bajo la influencia de nuestros protectores espirituales. En el estado de sonambulismo, el alma, bajo la sugestión de un magnetizador, se compromete a realizar un acto determinado dentro de un espacio de tiempo señalado. Vuelta al estado de vigilia, sin haber conservado ningún recuerdo aparente de semejante sorpresa, la ejecuta punto por punto. Del mismo modo, el hombre parece no haber conservado en la memoria las resoluciones adoptadas antes de renacer; pero llega la hora, corre al encuentro de los acontecimientos previstos y participa de ellos en la medida necesaria a su adelanto o para la ejecución de la ley ineludible.
León Denis
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El Suicidio
Este es un tema
duro y tal vez desagradable de abordar para algunas personas pero en el que se
puede entrar a analizar bajo un enfoque de conocimiento espiritual,
que nos facilita una honda enseñanza que puede servir para mejorar la vida
íntima de muchas personas que alguna vez se dejaron tentar para tomar tan
desdichado camino.
Viene a ser como un ente clandestino en el mundo espiritual, pues las leyes que regulan la armonía en ese mundo invisible, se ven contrariadas por su presencia antes del tiempo previsto para su regreso a ese plano de existencia, y estas leyes establecen que sean incesantemente renovadas las oportunidades de corrección y de rehabilitación de los espíritus que cometen ese grave error.
El suicida
cuando vuelva a reencarnar, se encontrará de nuevo en su nueva existencia con
las pruebas y situaciones de las que pretendió escapar con su acto, incluida la
tentación de volver a practicarlo, pero con mucha más fuerza y lucidez para
resistirlo, debido al adoctrinamiento recibido antes de su regreso. Durante la nueva vida que repetirá tras su
acto, estos espíritus, ya como seres humanos,
suelen presentar un estado indefinible de angustia, tristeza, inquietud
e insatisfacción permanentes que atormentan su alma, su mente y su vida. De
este estado retornará a la normalidad cuando finalicen las causas que lo
provocaron, y esto veces es tras algunas
penosas existencias en donde sus valores morales son comprobados mediante duras
y penosas pruebas.
ante la lucha de estas pruebas. En este último caso el suicida toma la equivocada y grave decisión de pretender escapar por la puerta falsa de su último acto humano, de una forma desesperada y ciega, o lo que es peor, de modo frío y calculado creyendo que con su acto entra en un no existir y por tanto se cree en su cobardía e ignorancia, que también dejarán de existir los problemas o situaciones que le han hecho sufrir en esta vida.
Una de las
principales causas de este error es el desequilibrio emocional, mental y
psíquico de la persona, así como el desconocimiento espiritual, la ociosidad, o
la total falta de fe en Dios, la saciedad que produce la posesión de todas las
cosas materiales, o la dureza extrema de su situación en este mundo. Desarmado
de recursos optimistas y sin esperanzas, ni fe,
el hombre llega a no ver otra alternativa que la muerte,
careciendo de fuerzas morales para afrontar los problemas para los que se
siente sin fuerza para continuar. La
cosa se agrava cuando a estas situaciones se añade una creencia materialista acompañada por
un rechazo psicológico contra los postulados religiosos que no
solucionan los problemas graves de la vida con argumentos razonables y lógicos,
apelando solamente a una fé vacía, sin sentido y sin contenido lógico, racional
ni sin bases científicas que la puedan confirmar.
El suicida que
siempre tiene responsabilidad por su
acto voluntario y comprende después con
horror que en realidad no ha conseguido su propósito, porque con su muerte no ha cesado su existencia, y
contempla su cuerpo muerto, pero él se sigue sintiendo vivo. Entonces comienza
a comprender que se ha equivocado
gravemente y de un modo irreversible, porque la muerte del cuerpo no
tiene rectificación ni vuelta atrás.
Tras el acto del
suicidio comienza a actuar en él la Ley de Consecuencias. Al principio el
suicida se encuentra solo y aturdido ante “las imágenes de su vida”, y pronto comienza a comprender en profundidad
lo grave de su error, al tiempo que en su
cuerpo astral comienza a sentir permanentemente reflejado el dolor
“físico” que le causó el suicidio, sintiéndose
como perdido en medio de un estado de terror, oscuridad y
sufrimiento, creyendo que su situación no tendrá jamás un final.
De otra parte, el suicida también percibe el sufrimiento que su muerte causa a los Seres queridos que quedaron en la Tierra, por lo cual sufre aun más y se siente culpable por esos sufrimientos, sintiéndose atraído hacia ellos en medio de sus tinieblas.
El suicida en muchas ocasiones suele volver a reencarnar de inmediato según la cantidad de penosas consecuencias que su acto provocó, pero en esos casos lo hace con su nuevo cuerpo carnal en unas condiciones penosas de sufrimiento como consecuencia del gran desequilibrio que su acto suicida dejó marcado en su cuerpo espiritual.
Hay una clase de suicidio, indirecto, que es el que se lleva a cabo lenta y conscientemente mediante los vicios y la vida insana que van minando la salud física seriamente, sí como actividades de riesgo en las que son conscientes que se juegan la vida, sin importarles. Este suicidio es mucho mas grave que el que lo ejecuta en un momento de desesperación, porque es mucho más consciente.
Otra forma de llevar a cabo lo que parece suicidio, que en realidad no lo es, es el cometido por motivos altruistas, como puede ser cuando alguien se entrega voluntariamente a la muerte por salvar la vida de otras personas. En este caso no se trata de un suicidio, sino de un acto heroico que tiene su premio en el mas allá..
Otras tienen el “atenuante “ moral de quitarse la vida bajo la influencia de depresiones psíquicas, obsesiones espirituales o bajo la influencia de una terrible pérdida, lo que le resultan pruebas incapaces de afrontar.
Otros suicidas, en realidad en muchos casos, no quieren suicidarse, sino solamente llamar la atención de los demás para que atiendan sus problemas o sus necesidades, de un modo dramático y por un error en su pretensión se encuentran con la muerte verdadera que en el fondo no pretendían.
Si los Seres humanos cuando sienten la tentación de poner fin a los problemas de la vida, recurriendo a esta decisión cobarde, comprendiesen el grave error que van a cometer, no lo harían jamás, porque sabrían que no van a poner fin a su existencia real, y que continuarán existiendo, pensando y sintiendo, aunque ya no tengan el cuerpo físico que tenían.
El mejor antídoto contra esta tentación es el adoptar una actitud optimista ante la vida, sabiendo que a pesar de que existan problemas, la vida puede ser muy bella, y es el más preciado regalo que Dios nos hace para que podamos continuar nuestro caminar evolutivo.
Como epílogo a lo comentado, podríamos concluir con que debemos vivir la
vida, por dura que esta sea, como un don divino, porque en ella junto a nuestro
cuerpo físico, aprendemos a crecer hacia la Luz y hacia el Amor de Dios. Y si
es muy dura y amarga, tomemos conciencia de que estamos como el condenado en
una carcel: cumpliendo la condena pendiente que nos pueda quedar, sabiendo que
por mala que nos resulte, siempre es muy preferible a la que tendríamos que
cumplir en el plano espiritual inferior o en otro mundo primitivo.
- Jose Luis Martín-
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