jueves, 26 de julio de 2018

El Padre y el Quinto


Recomendado para hoy:

- Curación Divina (1ª Parte)
- Exorcismo
-El Padre y el Quinto
-Los bienes del hombre






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CURACIÓN DIVINA
( Parte 1)
Dios educa a las almas a través de las propias almas.
Ninguno de los espíritus de alta categoría  viene al mundo  para impedir el sufrimiento de la humanidad. Como el agua que tomamos hoy, sabiendo que mañana tendremos sed nuevamente, surgen como alivio, orientándonos en el sentido  de encontrarnos con la verdadera fuente, dentro de nosotros mismos. Debemos recordar  a Jesús al lado de la samaritana, en el viejo pozo de Jacob: “Dadme de esta agua que yo te daré una, que tomándola nunca más tendrás sed” – ¡agua de la sabiduría, de la pureza espiritual, agua de la verdad!
Bien sabemos que nuestra naturaleza es animal, que nuestros instintos son inferiores y agresivos y que la educación solamente parte de uno mismo, pues los valores del alma, después  que Dios  nos lo dio, son conquistas de nuestro propio esfuerzo de cada día. Dios y Cristo nunca nos abandonan, pero Ellos no pueden  y no deben hacer lo que a nosotros nos corresponde realizar.
Existen muchos métodos de curar, desde masticar hierbas entre los indios, a las más sofisticadas invenciones  en el reino de Hipócrates, desde los siropes de larga vida en el área iniciática, a la medicina homeopática, fundada por Samuel Hahnemann, en las concentradas gotas  de energismo curativo, desde las bendiciones  de los campesinos con ramos  específicos, a la flora medicinal, desde los masajes  de los antiguos egipcios, a las famosas agujas orientales, desde los soplos de los Padres  del Yoga, a los pases en los templos espiritas. En fin, hay un sin número de modalidades de curaciones, por todos los ángulos que podamos imaginar. Y, hoy en día,  hay muchas personas curando por la alimentación; no obstante, todas las curaciones  mencionadas y de las que no necesitamos hablar, carecen de la fuerza del pensamiento, cuya energía se convierte en aquello que quisimos transformar, por la luz del corazón.
Las enfermedades, sean las que sean, son estados anómalos  del espíritu, que las exterioriza en el cuerpo como un hecho depurador que se le hace necesario, con el fin de equilibrarse delante de la Vida Activa  de la cual procede y en la que se encuentra.
No siempre la ausencia de enfermedad puede significar salud, instalada en el Espíritu deudor, lentamente viaja en la dirección del cuerpo donde más tarde o más temprano, se revelará, y al ser identificada por sus síntomas y por el dolor que provoca, el individuo ya era enfermo sin saberlo. No obstante, aunque  mantenga  el bienestar físico, mental y transito social armónico, podrá considerarse una persona con salud y cuando determinados comportamientos  enfermizos se le presenten,  mediante la buena dirección de la mente podrá proseguir feliz, sin permitirse caer en el  desanimo o en los estados mórbidos que representan las enfermedades del alma.
De ese modo la salud  es el estado natural de la vida.
En lo recóndito del ser espiritual. Se encuentran pues, las matrices de las enfermedades y, ahí, por tanto, deberán ser tratadas, sin que puedan cesar  los efectos momentáneamente, postergando empero, la persecución de esos sucesos perniciosos  y destructivos.
El pensamiento es el agente catalizador  de los acontecimientos que involucran al ser humano. Si por acaso,  las acciones no encuentran el agente mental desencadenante en la actualidad, es porque permanece en el ayer  sombrío del viajero espiritual.
Al ser así, es indispensable  que renovemos los pensamientos constantemente,  para mejor, creando hábitos saludables y dinamizando las actividades enriquecedoras de bendiciones, a fin de que el estado de bienestar permanezca como divisor de los diferentes estados de la actividad humana.
Muchos episodios de carencia en el área de la salud se presentan en todas las vidas, pero no debe constituir un motivo de preocupación, ya que forma parte  del desarrollo de las funciones orgánicas vitales, de las auto recuperaciones de las piezas internas de la maquina física, sin ningún perjuicio por la armonía general del cuerpo y de la mente.
El ser humano  es el resultado de todo aquello que elabora, cultiva y realiza.  La cura real es una operación profunda de transformación interior, que ocurre solamente  cuando los factores propiciadores  del mandato dañino se modifican  para mejor, dando lugar al equilibrio de sus variadas funciones en el campo de la energía.
Es preciso que la mente enferma procese los contenidos emocionales y morales de manera adecuada, a fin de la recuperación de la salud a través de la terapia utilizada produzca la cura real, evitando las secuelas  que surgen exactamente  de la falta de composición vibratoria  de los delicados elementos  por los cuales el Espíritu inter-actúa en el cuerpo.
En la gran mayoría de las personas enfermas, está presente el efecto de determinada conducta vivida anteriormente, en la cual hubo renuncia de las referenciales de la vida, aunque de forma inconsciente, como resultado de acontecimientos que podrían haber sido encarados de manera menos pesimista, menos auto-destructiva.
Es inevitable la sucesión de problemas, de frustraciones, de desencantos existenciales, porque la propia existencia humana es rica en manifestaciones de ese orden. Sin embargo, la actitud del individuo frente a ellas, es quien define su futuro, aun cuando cambie de conducta emocional. Por lo general, los daños ya están causados en las tramas delicadas  de los instrumentos generadores de las células, en el área de la energía que elabora las moléculas.
Se puede observar que, antes del surgimiento o instalación de diversas dolencias, el enfermo se permitió desaciertos íntimos, anhelo por abandonar  la lucha material, se sintió agotado por la sucesión de tormentos y dolores morales, permitiéndose el desánimo desgastante.
La conciencia  de la realidad espiritual del ser auxilia a esforzarse para continuar viviendo en el cuerpo, cuando le esté destinado, sabiendo, no obstante, que desencarnará, como es natural, empero haciendo uso de todos los valiosos recursos  de la propia existencia, a fin de tornarla más digna y deseable.
Ese comportamiento contribuye de manera importante para su restablecimiento, para su recuperación inmediata y su cura más tarde, aunque llegue a liberarse de la maquina física en el momento apropiado.
El médico debe cuidar de descubrir en el enfermo el ser que se encuentra bajo la imposición enfermiza, pasando a cuidar de la persona, en vez de solo dedicarse a asistir  su deficiencia y ofrecerle la terapia correspondiente. Tal conducta medica servirá también de valiosa  contribución para la auto confianza del paciente, para su identificación como criatura humana  y no solamente  como alguien que ocupa un lecho de un hospital o se encuentra sometido a la problemática del desgaste orgánico donde quiera que esté.
La complejidad del ser humano tiene raíces ben afincadas en su emocional, en la forma  como se siente cuidado, amado, respetado o por otro lado, olvidado, desconsiderado, una pesada carga sobre los hombros ajenos…
Son varias las maneras por las cuales se procesa la curación de los enfermos.  En los casos realizados por Jesús y los apóstoles,  fueron curaciones instantáneas, en las cuales, como por encanto, las enfermedades desaparecían rápidamente. Para realizar esa operación, es necesario tener  un gran conocimiento espiritual, conocer los fundamentos  de la vida del enfermo, y, a veces,  modificar algo en su mente. A fin de que el cambie su forma de actuar y pensar.  La enfermedad es la fermentación de muchas existencias vividas desordenadamente;  es la respuesta, la consecuencia. Por eso, el dolor, en ciertas circunstancias, es la propia curación. Los duros padecimientos son indicio de elevación del alma, porque ella ya comenzó a pagar los débitos  pasados, por el guante de la enfermedad.
El enfermo, al ser curado, se abre como la flor unida al tallo y sus centros de fuerza activan toda su sensibilidad, facilitándole  la absorción de los fluidos donados por el operador. En muchos casos Jesús decía: “Tu fe te ha salvado” Eso es porque ciertos enfermos  hacen el trabajo casi ellos mismos. Así tener fe, es algo muy importante en la vida. Cuando no existe fe, en la curación a distancia, de cuya operación curativa  no participa el enfermo y que a veces ignora  por encontrarse  inconsciente,  el operador se desdobla, de un modo impresionante, en todas las direcciones del saber, para encontrar la ecuación deseada, es decir, la cura. Examina, por la clarividencia, el tipo de enfermedad, sus causas y busca en el gran manantial divino elementos para sustituir  a los que ya están cansados y gastados. Observa  y activa los puntos energéticos del cuerpo y del alma, hace una transfusión inmediata  de fuerza vital,  tranquiliza la mente enferma y adapta en su más sensible departamento, ideas favorables a la curación. Pensamientos positivos, alegría de vivir y una gran paz  caen en su conciencia limpia. Hay el enfermo favorece el trabajo, como si fuese a someterse a una operación  y como si se relajase en una mesa de cirugía, por las bendiciones de la anestesia completa. Pero todo eso ocurre en minutos, dependiendo de la elevación del espíritu encargado de la curación y, en muchos casos, del tipo de enfermo. La variación es infinita. Entra en acción, como ya  se ha dicho, la ley del karma.
( Continúa y finaliza en la siguiente publicación)

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                                                   EXORCISMO 

El casi total desconocimiento de la vida espiritual o la ignorancia al respecto, son responsables de las extrañas prácticas de exorcismo desde épocas remotas. La presunción y falso conocimiento de las personas que se creen capacitadas para imponer su falsa autoridad sobre otro, hacen que transfieran el mismo sentimiento a los espíritus sufrientes o perversos que embisten contra aquellos a quienes afligen con insistente crueldad. 
La obsesión es el resultado del intercambio psíquico, emocional o físico, entre dos seres que se aman o se detestan. La raíz del fenómeno se encuentra, en la identificación vibratoria que facilita el proceso perturbador. Aquel que se sintió engañado o traicionado por su opositor, busca retribuir el mal que sufrió, imponiéndole la crueldad de la persecución sin cuartel, desde el mundo espiritual donde hoy se encuentra. 

Disponiendo de mayor campo de comprensión mental y de técnicas sofisticadas para imponer su voluntad, sobre aquel a quien detesta y desea martirizar, establece el intercambio nefasto, que culmina con la instalación de disturbios, que se convierten en sufrimiento de corto o largo curso, siempre dolorosos. Otras veces, son vinculaciones amorosas de cualidad inferior, en las cuales ambos intercambian sentimientos vulgares, que los llevan a una convivencia mental de torpes satisfacciones o de deseos inconfesables, que la muerte de uno de ellos no permite realizar más. 

La obsesión solamente se instala, porque hay receptividad del paciente, que lo envuelve en las mallas constrictoras. Cualquier tentativa de tratamiento, deberá iniciarse con el conocimiento de las razones que desencadenaron el acontecimiento infeliz. No hay razón para que alguien imponga su voluntad sobre la de otra, y especialmente en lo que respecta a las ingratas obsesiones, también, a nadie se le ha dado el derecho de afligir a su prójimo sin incurrir en la auto punición, de cara a las soberanas leyes que se establecen en la vida de todos. 

La imprudencia y las pasiones que predominan en la naturaleza humana, lo llevan a desviarse en el cumplimiento de sus deberes, transformándose en insensato enemigo de su compañero de jornada, quien entonces, sufre la crueldad o persecución sistemática, afligiéndolo, y generándole situaciones embarazosas mediante las cuales se siente feliz… 

Esa conducta nefasta, que muchas veces pasa inadvertida para la víctima, luego de su desencarnación pasa a entender lo que le ocurrió, y mediante procesos de sintonía y afinidad, se vincula a su verdugo, y al no poseer valores ético-morales para comprender el perdón, toma la maza de la justicia en sus manos y se cree con el derecho de desquitarse de aquel que tanto daño le hizo. Si tuviese otro conocimiento de la vida, de sus leyes y de la Justicia Divina, que jamás engaña o desvía, y se apoyara en el olvido del mal para tornarse feliz, se liberaría mentalmente de quien lo ha atormentado y ha sido responsable por su desdicha. 
Sin embargo, la inferioridad moral de la víctima, cualidad peculiar en la mayoría de los temperamentos humanos, impone la venganza como el mejor mecanismo para cobrar el mal que padeció, tornándose, a su vez, en perseguidor, cuando podría continuar siendo creadora del respeto, en su condición de acreedor compasivo. Siendo así, la práctica del exorcismo resulta inútil, particularmente en lo atinente a los llamados gestos sacramentales y las palabras cabalísticas, que producen risa en los Espíritus perseguidores, más aún cuando los Espíritus burlones, se complacen acompañando al ridículo de aquellos que pretenden expulsarlos con comportamientos extraños, sin ningún requisito moral que los acredite en la terapéutica curativa. 

Cuando ocurren resultados positivos en el tratamiento de la obsesión por medio de ese recurso, se debe a las cualidades espirituales del terapeuta y no a los rituales extraños que realiza, por cuanto, solamente las energías elevadas, que devienen de una conducta moral y mental, pueden apartar a los Espíritus infelices de aquellos que padecen la imposición penosa. A pesar de eso, para que el proceso curativo se de correctamente, son indispensables la transformación ética del paciente, en sus actividades de beneficencia y de fraternidad y en el compromiso con el amor y la oración, a fin de revestirse de valores elevados que le permitan la sintonía con otras fajas vibratorias, evitando la influencia de nuevas perturbaciones. 

Es ahí el porque, en el tratamiento de las obsesiones, el diálogo con el enfermo espiritual se torna esencial, a fin de esclarecerlo en cuanto al mal que ejecuta, cuando podría ser feliz liberando a su opositor y entregarlo a su propia conciencia y a la Conciencia Divina. Prosiguiendo en la obstinación de hacer el mal a quien lo perjudicó, permanece sufriendo, afligiéndose sin cesar, cuando tiene el derecho de disfrutar de paz y renovación, ya que todos nos enrumbamos hacia la felicidad a la que estamos destinados. 

El proceso de iluminación interior es la meta fundamental de todas las experiencias espirituales, por proporcionar direccionamiento saludable y equilibrado a quien experimenta el infortunio, resbalando por las rampas del odio y de las pasiones más primitivas. 

Cuando Jesús, exhortaba a los Espíritus inmundos y a la Legión a que abandonasen a aquellos a quienes atormentaban, había en el Maestro la energía liberadora que interrumpía el flujo de la obsesión. Además, el Señor sabia cuando terminaba la deuda del antiguo verdugo, liberándolo del dolor. A su vez, las Entidades infelices lo veían aureolado de luz y se conmovían ante su irradiación, alterando su conducta y descubriendo la necesidad de cambio en su comportamiento. 
A través de los tiempos, algunos seguidores de la doctrina cristiana, enfrentando a los Espíritus enfermos y vengativos, intentaron repetir las hazañas del Nazareno, muy distantes sin embargo, de las cualidades vibratorias indispensables para el acometimiento superior, fracasando de inmediato en sus objetivos. Y cuando eso acontecía sin poseer resistencias psíquicas propias, se irritaban, pasando a exigencias descabelladas, cuando no se entregaban a griterías y pugnas verbales injustificables con los obsesores, que se fortalecían en dichos combates. 

Con el conocimiento del Espiritismo, gracias a las seguras informaciones ofrecidas por los mismos desencarnados, se pueden descubrir las saludables terapias para atender las obsesiones y sus víctimas, atendiendo no sólo al encarnado, sino también al hermano que sufre más allá de la cortina carnal, quien sufre la influencia perversa y continua, experimentando sinsabores y amarguras. 

La criatura humana, sedienta siempre de novedades, y sufriendo las consecuencias de su conducta arbitraria, resbala en los profundos fosos de las obsesiones, pero deseando recibir ayuda sin el mayor esfuerzo, se adhiere a los procesos de exorcismo, en escenas grotescas de debates entre los presuntuosos terapeutas y los Espíritus, provocando admiración y creciente fascinación. Sucede que, en muchos casos, aquellos que aturden a los negligentes, a fin de volver a la carga posteriormente, fingen estar arrepentidos del mal que están practicando, y abandonan a su compañero espiritual, sólo por algún tiempo, volviendo después con mayor carga de aflicción y rebeldía. 

En cualquier situación de enfermedad espiritual, las conductas terapéuticas a adoptar son la compasión y la caridad, el amor y el perdón en relación a la víctima, así como a su perseguidor, ambos incursos en los soberanos códigos de la Vida de los cuales ninguno consigue huir. 

Espíritu: Manoel Philomeno de Miranda 
Médium: Divado Franco.


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                 EL PADRE Y EL QUINTO 

Al principio de la guerra de Italia, en 1859, un negociante de París, padre de familia, que 
disfrutaba de la estimación general de todos sus vecinos, tenía un hijo que tenía que ser soldado. 
Encontrándose, por su posición , en la imposibilidad de librarle del servicio, tuvo la idea de 
suicidarse a fin de eximirle como hijo único de viuda. Fue evocado un año después en la Sociedad de París, a petición de una persona que le había conocido y que deseaba saber de su suerte en el  mundo de los espíritus. 
A san Luis: 
P. ¿Queréis manifestarnos si podemos hacer la evocación del hombre de quien se acaba de hablar? 
R. Sí, tendrá mucho gusto en ello, porque se sentirá un poco aliviado. 
1. Evocación. 
R. ¡Oh! ¡Gracias! Sufro mucho, pero... es justo. Sin embargo, me perdonará. 
El espíritu escribió con gran dificultad. Los caracteres eran irregulares y mal formados. Después de la palabra pero se detuvo, trató en vano de escribir, y no hizo más que algunos rasgos indescifrables y puntos. Es evidente que no pudo escribir la palabra Dios. 
2. Llenad el espacio que acabáis de dejar. 
R. Soy indigno de hacerlo. 
3. Decís que sufrís. Sin duda habéis hecho mal en suicidaros, pero el motivo que os ha conducido a este acto, ¿no os ha merecido alguna indulgencia? 
R. Mi castigo será menos largo, pero la acción no es por esto menos mala. 
4. ¿Podríais describirnos el castigo que sufrís? 
R. Sufro doblemente en mi alma y en mi cuerpo. Sufro en este último, aunque no lo poseo, 
como el amputado sufre en el miembro ya separado. 
5. ¿Vuestra acción ha tenido por único motivo vuestro hijo, y no habéis sido inducido por 
ninguna otra causa? 
R. Sólo el amor paterno me ha guiado, pero me ha guiado mal, y en consideración a esa 
causa, mi pena será abreviada. 
6. ¿Prevéis el término de vuestros sufrimientos? 
R. No sé el término, pero tengo la seguridad de que existe, lo cual es un alivio para mí. 
7. Ahora mismo no habéis podido escribir el nombre de Dios. Hemos visto, sin embargo, 
espíritus que sufrían mucho escribiéndolo. ¿Forma esto parte de vuestro castigo? 
R. Lo podré con grandes esfuerzos de arrepentimiento. 
8. Pues bien, haced grandes esfuerzos y procurad escribirlo. Estamos convencidos de que si lo conseguís, os será de alivio. 
El espíritu acaba por escribir en caracteres irregulares, temblones y muy gruesos: “Dios es muy bueno.” 
9. Estamos muy contentos con que hayáis venido a nuestro llamamiento, y rogaremos a Dios por vos a fin de alcanzar su misericordia. 
R. Sí, si me hacéis el favor... 
A san Luis: 
10. ¿Queréis darnos vuestra apreciación personal sobre el acto del espíritu que acabamos de evocar? 
R. Este espíritu sufre justamente, porque no ha tenido confianza en Dios, lo cual es una falta siempre punible. El castigo sería terrible y muy largo si no tuviese en su favor un motivo laudable, que era el de impedir a su hijo que fuese a buscar la muerte. 
Dios, que ve el fondo de los corazones y que es justo. no le castiga sino según sus obras. 
Observaciones. Desde luego, este suicidio parece excusable, porque puede ser considerado como un acto de abnegación. Lo es, en efecto, pero no lo es completamente. Como explica el espíritu de san Luis, este hombre no tuvo confianza en Dios. Puede que por su acción haya impedido que su hijo cumpliera su destino. No es seguro que su hijo hubiese de morir en la guerra, y quizás esta carrera debía presentarle la ocasión de hacer algo útil para su adelanto. 
Su intención era buena, sin duda, y también se le ha tenido en cuenta. La intención atenúa el mal y merece indulgencia, pero no impide que el mal sea mal. Sin esto, a favor del pensamiento, podrían excusarse todas las maldades y también se podría matar bajo el pretexto de hacer un servicio. Una madre que matase a su hijo en la creencia de que le envía derecho al cielo, ¿dejaría de estar en error porque lo hiciera con buena intención? Con este sistema se justificarían todos los crímenes que el fanatismo ciego hizo cometer en las guerras de religión. 
Es un principio que el hombre no tiene derecho a disponer de su vida, porque se le ha dado con la mira de los deberes que debe cumplir en la Tierra. Así es que no debe abreviarla voluntariamente bajo ningún pretexto. Como tiene su libre albedrío, nadie puede impedírselo, pero sufre siempre las consecuencias. El suicidio más severamente castigado es aquel que se ejecuta en un acto de desesperación y con la idea de librarse de las miserias de la vida. Siendo semejantes penalidades a la vez pruebas y expiaciones, sustraerse a ellas equivale a retroceder ante la tarea que se había aceptado, y ante la misión que se debía cumplir. 
El suicidio no consiste solamente en el acto voluntario que produce la muerte instantánea. 
Consiste también en todo aquello que se hace con conocimiento de causa para precipitar la extinción de las fuerzas vitales. 
No se puede asimilar con el suicidio la abnegación de aquel que se expone a una muerte 
inminente por salvar a sus semejantes. En primer lugar porque no hay en este caso ninguna intención premeditada de sustraerse a la vida, y, en segundo, porque no hay peligro del cual la Providencia no pueda sacarnos, si la hora de dejar la Tierra no nos ha llegado. La muerte, si tiene lugar en tales circunstancias, es un sacrificio meritorio, porque es una abnegación en provecho de otro. 


El Evangelio según el Espiritismo. Allan Kardec.



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                                             LOS BIENES DEL HOMBRE

El hombre sólo posee como propio aquello que consigo pueda llevarse de este mundo.. Lo que encuentra a su llegada a él y lo que deja al partir, lo disfruta durante su permanencia en la Tierra. Pero, puesto que se ve forzado a abandonarla, sólo le cabe el usufructo y no la posesión real. 
Por consiguiente, ¿qué posee? Nada de lo que se destina al uso del cuerpo y todo lo que pertenece al uso del alma: Inteligencia, conocimientos, cualidades morales, he ahí lo que trae consigo y consigo se lleva, lo que no está en manos de nadie quitarle, lo que le servirá todavía más en el otro mundo que en éste.- De él depende ser más rico a su partida que cuando llegó, por cuanto su situación futura dependerá del bien que haya adquirido. 


El Evangelio según el Espiritismo. 
Allan Kardec 


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sábado, 21 de julio de 2018

Renacer espírita


Hoy veremos aquí :

- Mi religión
-Ley de Causa y Efecto
- ¡ Ayer y Hoy !
- Renacer espírita





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                                                                 MI RELIGIÓN
Asistiendo a una entrevista en un programa de televisión, registramos un hecho interesante.
El reportero estaba entrevistando a un ex jugador de fútbol que fue contemporáneo  de Pelé, Garrincha, y otros maestros del deporte.
La entrevista transcurría de forma agradable, pues el reportero conducía la conversación haciendo correlación entre  el futbol y la vida cotidiana.
En varios momentos el entrevistado dejo trasparecer su buena conducta ante la vida.
Era un jugador ejemplar; un esposo dedicado y fiel; un padre amable y  compañero; no era dado a orgías y borracheras, fue siempre muy apreciado por sus colegas de profesión.
En cada ítem de esos, el reportero preguntaba, ¿”Por qué actúa usted así?  Y el respondía: “es por causa de mi religión”
Los valores expresados por el deportista causaban agradable impresión al telespectador.
 Su ejemplo de vida ciertamente despertó la  curiosidad de muchos, para saber cuál era la religión que el profesaba.
El reportero, como que captando la curiosidad general, hizo la pregunta tan esperada: “¿Cuál es tu religión”?
Para sorpresa de todos, el ex jugador dijo convencido: “mi  religión, es que yo no tengo religión. Como sé que mi vida a acabar en el túmulo, quiero dejar para mis familiares una buena imagen, un buen ejemplo.
Lo que más me impresionó en la exposición de aquel hombre, fue su disposición firme de ser honrado, noble, digno, aun mismo  creyendo que su vida acababa en el túmulo.
Podemos decir que su ejemplo debe provocar serias reflexiones en aquellos que profesan  una religión, que creen en la inmortalidad del alma, que tienen fe en Dios, y no actúan como tal.
Algunos aseguran, sinceramente, que el hecho de seguir esta o aquella religión, basta para que tengan su felicidad futura garantizada. Para que tengan un lugar de destaque en el más allá.
No en tanto, podemos afirmar, sin sombra de dudas, que lo que importa para las leyes divinas, no es la bandera religiosa que se ostenta, más si las obras realizadas.
Las leyes de Dios darán a cada uno según sus obras. Nada más. Nada menos. Si así no fuese, no sería justo. Y Dios es suprema justicia.
La religión, por tanto, es un medio para que se logre un fin, que es el perfeccionamiento del ser humano.
Si la misión de las religiones es ocuparse con el alma,  conduciéndolas a Dios, podemos concluir que la mejor religión es la que mayor número de hombres de bien hace, y menos hipócritas.
Si la persona tiene buena índole vincularse a esta o aquella religión, no dejará de entrar en los cielos, pues el reino de los cielos, como afirmo Jesús, está dentro de nosotros, y no fuera.
En el caso del ex jugador, su religión es su propia conciencia. Y su conciencia es una brújula segura.
De todo esto podemos concluir que más importante  que tener una religión, es ser un hombre de bien.
No queremos decir con esto que no existan  y no existirán hombres de bien  en el seno de las religiones, eso no.
La historia registró y aun registra grandes hombres en el medio religioso. Hombres libres por amar a  todos, sin barreras ni preconceptos.
El hombre verdaderamente libre y bueno entiende que nosotros somos todos hijos de Dios.
Cuando practiquemos el amor al prójimo  a nosotros mismos cumpliremos  nuestro objetivo en la Tierra.
Una gran familia; una familia que se abraza más, y sabe respetar a todos independientes del credo, raza y condición social.
 Cuando el amor norteé nuestras vidas, no precisaremos luchar más y matar en nombre  de Dios. Estaremos más fuertes para enfrentar otros tipos de desafíos; respiraremos aires de paz y unión.
Piense en eso
Procure  ser mejor hoy que mañana y mejor mañana, de lo que está siendo hoy.
Sea un hombre de bien, intentando acertar el máximo que pueda para que, cuando alguien le pregunte cual es su religión, usted pueda responder: “mi religión es el amor.”
¡Piense en eso!
 Equipo de Redacción de Momento Espirita.

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    Ley de causa y efecto


Es interesante percibir que no es nada extraño en nuestra cultura el uso de  la expresión Karma.
Basta  que alguien en dificultad, o que esté pasando por un problema grave o frecuente, para que enseguida digamos: Debe ser su karma.
Del mismo modo, para simbolizar algo definido por la Providencia Divina, inevitable o incontrolable, nuevamente tenemos la expresión: "Esto es mi karma".
Percibimos como intuitivamente, tenemos la idea de que nuestras vidas se entrelazan en los procesos de la reencarnación.
Si hay un karma, es porque antes hubo un momento en el que la acción ocurrió, y si no fue en esta vida, fue  en otras vidas anteriores que existieron.
Aunque la expresión tenga origen en las doctrinas espiritualistas orientales, se adaptó con facilidad a la cultura popular.
Así, sin  duda, percibimos que algunos acontecimientos de nuestra vida tienen por origen y explicación, acciones realizadas en otras existencias.
Es natural que así sea. Como volvemos a la vida física innumerables veces, las consecuencias de lo que hicimos en una existencia, se presentarán en las siguientes.
Esas consecuencias podrán ser coherentes con las leyes de la vida, las leyes del amor.
Por otro lado, si aquello que depositamos en nuestro corazón es contrario a las leyes del Padre Celestial, se deduce, por la esencia amorosa que existen en todos nosotros, que en momento oportuno necesitaremos desvincularnos de tal carga.
Como somos libres para actuar, muchas veces nuestras acciones no están de acuerdo con la propuesta de la vida.
Si actuamos con desamor con nosotros mismos o con nuestro prójimo, es por incomprensión o inmadurez.
Por eso, la vida nos vuelve a ofrecer oportunidad de reflexión y aprendizaje.
Ella nos da la oportunidad de que retomemos situaciones, de que nos reencontremos con personas, rehagamos los caminos...
La dinámica de la Ley de Dios es pautada en la bondad y en la justicia.
Así, en todo momento, entendiendo el error cometido, arrepintiéndonos del desacierto cometido, tenemos la oportunidad de rehacerlo.
Por eso, la bondad Divina espera el  momento más propicio, en el que la madurez y el entendimiento  se hagan presentes, para que podamos devolver a la vida lo que de ella usurpamos.
Por tanto, lo que nos ocurre hoy, muchas veces tiene su origen en un pasado lejano.
Pero será siempre nuestro vínculo con las deudas computadas en la contabilidad Divina.
De esa forma, no hay injusticia.
Lo que nos acontece y que clasificamos como injusto, es la conclusión de una visión limitada ante el hecho.
Todo lo que nos ocurre, es en verdad, la justicia Divina ofreciéndonos la oportundad de rescatar el pasado delictuoso, los errores del aiyer
Por eso, cuando los desafíos nos lleguen, cuando los dolores, amarguras y aflicciones nos visiten, tengamos en mente que son invitaciones de la vida para el resarcimiento,
Que las enfrentemos con coraje y dinámica resignación, a fin de que la lección incomprendida del ayer, se vuelva el aprendizaje definitivo.
Actuando así, cuando retornemos a la patria espiritual, conseguiremos aprender más lucidamente que aun ante la aparente injusticia, siempre brilla la bondad Divina.
Redacción de Momento Espírita

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             ¡AYER Y HOY!

Siguiendo mis estudios en la gran Biblia de la humanidad, encuentro a veces seres que despiertan en mi un interés vivísimo; los miro, los contemplo, trato de intimar con ellos, hasta que consigo que me cuenten una parte de su historia, y digo entre mi: no me había engañado, este Ser es un volumen preciosísimo, se puede aprender escuchando sus relatos. En efecto, no hay mejor libro que el hombre, y quien dice el hombre dice la mujer, porque, como dijo no sé quien, la realidad supera a todas las ficciones de la fantasía; el mejor novelista no llegará nunca a despertar el interés que despierta un episodio de la vida real.
 Hace algún tiempo que me presentaron a una mujer de mediana edad, distinguida, elegante sin afectación, delgada, pálida, con ojos tristes y expresivos; se lee en aquellos ojos todo un pasado de lágrimas. Cecilia es viuda, tiene una hija casada y un hijo adoptivo de unos doce años, al que quiere con delirio y el niño le corresponde, teniendo sobrados motivos para quererla, porque a los quince días de haber nacido se quedó sin padre ni madre, y Cecilia, que vivía poco menos que en la miseria, no titubeó ni un segundo en quedarse con él, a pesar que su familia le decía:
-¿Tú estás loca? Si no tienes para ti ni para tu hija, ¿cómo vas a criar a ese infeliz?
-Dios es muy grande -contestó Cecilia-, mi hija lo quiere y, queriéndolo ella, ya tengo yo bastante.
-Si, si, mamá, decía Amparo, besando al huerfanito. Será mi hermano; se llamará Enrique; yo no quiero separarme de él.
Y Cecilia, Amparo y Enrique formaron la más hermosa trinidad y el niño creció entre caricias, sin conocer la orfandad.
Pasaron los años y Amparo se casó cuando la vistieron de largo. Enrique creyó volverse loco de alegria cuando Amparo fue madre de un precioso niño; su júbilo no tuvo límites: para la recién nacida fueron todas sus caricias, todos sus halagos, y soñaba con ser hombre para ganar mucho dinero y comprarle a la pequeña Luisita trajes de terciopelo y collares de perlas; la niña correspondió a su cariño de tal modo que, cuando comenzó a balbucear sus primeras palabras, en lugar de decir como dicen todos los niños, papá y mamá, ella sólo decia Quique, diminutivo de Enrique que ella inventó, y tan grabada tenia en su mente la figura del niño, que cuando se separó de él, porque sus padres se fueron muy lejos, decía Luisita a su madre en cuanto veía un niño: -Mamá, ahí va Quique. Y Enrique, a su vez, cuando veía a una niña blanca y rubia, gritaba alborozado: -Mamá, mira a Luisita.
Cuando Cecilia me contó estos detalles, sentí en todo mi ser una gran sacudida, y dije entre mi: ¿qué habrá entre estos dos niños? En la tierra no se acostumbra a querer tanto; los niños más tiempo emplean en pegarse y en disputarse un juguete que en acariciarse y en recordarse.
Un niño, por regla general, a la primera que llama es a su madre, y Luisita llamó a Quique.
¿Lo conoció antes? ¿Lo amó con toda su alma? ¡Quién sabe!
No por curiosidad, sino por estudio, pregunté al guia de mis trabajos si efectivamente se habían conocido antes Luisa y Enrique, y el Espíritu me dijo asi:
No te has engañado en tus suposiciones. Cecilia, su hija Amparo, su nieta y Enrique han estado unidos por los lazos carnales más fuertes que se conocen en la Tierra. Cecilia y Enrique han sido madre e hijo en varias existencias, los dos han tenido vidas accidentadas, y en su antepenúltima encarnación Cecilia cometió un crimen para ocultar la deshonra de su hija, la que en aquella época era una joven encantadora y apasionada perteneciente a una gran familia con muchos pergaminos, escudos de nobleza y castillos señoriales, y que no era otra que el hoy llamado Enrique.
Cecilia, la mujer que hoy ves tan modesta, tan sufrida, tan resignada con las múltiples adversidades de su expiación, era entonces una altiva castellana que no creía que los plebeyos fueran hijos de Dios. Entre ella y el pueblo había, según su entender, una distancia tan inmensa, que nada ni nadie podía acortar. Así es que su asombro y su dolor fueron espantosos cuando escuchó de labios de su hija la más horrible confesión: ¡estaba deshonrada! y su deshonra no podía ocultarse porque se agitaba en sus entrañas el fruto de sus vergonzosos amores; amaba a un hombre del pueblo, a un trovador sin fortuna, que lo mismo cantaba las bellezas de la Naturaleza que las trasladaba al lienzo su mágico pincel. Pero era un artista vagabundo que iba de castillo en castillo ofreciendo sus trovas y sus paisajes; no había conocido a sus padres, ¡no tenía apellido!, le llamaban Iván a secas… ¡qué oprobio!… y aquel perdido, aquel ser abandonado, muy hermoso de cuerpo, pero usando una ropilla muy deteriorada, sin un mal escudo en sus bolsillos, se había atrevido a seducir a la rica heredera de cien duques, con la esperanza de unirse a ella cuando su madre conociera su deshonra. Mas ¡ay! el artista sabía leer en el gran libro de la Naturaleza, pero no en el corazón de una mujer orgullosa, y Cecilia entonces no podía creer que el amor es el gran igualitario del Universo; prefería mil veces ver a su hija muerta que unida a un hombre sin ningún título de nobleza y, sigilosamente, sin dar a comprender a su pobre hija sus inicuas intenciones, hizo prender a Iván acusándole de agitador del pueblo. Lo embarcaron y fue deportado muy lejos de sus lares, en tanto que su amada daba a luz un niño que, recogido por su abuela, desapareció para siempre. Muerto el niño y deportado su padre, la honra de la nieta de cien duques quedó sin mancha; nadie sospechó lo ocurrido; pero la joven madre no pudo resistir la separación del amado de su corazón y del tierno ser que llevó en sus entrañas; no murmuró una queja; comprendió que su madre había obrado dominada por el orgullo de raza; la perdonó porque la amaba mucho, y lentamente se fue marchitando su espléndida belleza, muriendo en brazos de su madre, diciéndole: -¡Te perdono!…
Cecilia entonces se horrorizó de su obra, pero al mismo tiempo respiró con más libertad, porque desaparecía la víctima de su orgullo de raza; los muertos no hablan; la joven deshonrada fue vestida de blanco y le colocaron entre sus manos la palma de la virginidad (que era la palma de su martirio) y sobre su blanca frente se marchitaron delicadas rosas; no le faltó ningún atributo de su pureza a la casta virgen; a su madre todas las demostraciones le parecían insuficientes para ocultar su deshonra porque, aunque todos ignoraban lo acontecido, lo sabía ella; y siempre veía la figura de su nieto y escuchaba, temblando, una voz que le decía: ¡Te perdono!
De Iván no volvió a tener noticias: murió en el destierro maldiciendo su infausta suerte, y Cecilia atormentada por el remordimiento y al mismo tiempo satisfecha de su obra, por haber salvado el honor de su opulenta familia, no sobrevivió mucho tiempo a su pobre hija; dejó la Tierra en medio de la mayor turbación, sin poderse dar cuenta de si había cometido un crimen horrible o si había llevado a cabo un acto heroico, sacrificando lo que más amaba para evitar mayor escándalo.
Ahora bien, Cecilia está hoy en la Tierra completamente transformada: su orgullo de raza ha desaparecido. Hoy es humilde, paciente, resignada; hoy sólo sabe amar; el amor es su religión; espíritu enérgico, cuando se dió cuenta del error en que había vivido, con la misma decisión que empleó en hacer el mal se consagró a practicar el bien, y como ella no fue criminal más que a medias, los espíritus, que fueron víctimas de su orgullo de raza, no se han separado de ella, la han perdonado y la acompañan en sus encarnaciones de expiación.
Su hija Amparo es el Espíritu del niño que Cecilia hizo morir al nacer, y su nieta Luisita es el Espíritu de Iván que sigue a Enrique sin dejar de amarle. Por eso, Cuando en su actual existencia comenzó a hablar, le llamó a él, porque es Enrique el amado de su alma; van juntos hace muchos siglos, es decir, juntos no es la frase más apropiada, porque hace mucho tiempo fueron impacientes: cometieron un crimen para unirse más pronto, y desde entonces se encuentran, se aman, luchan por vivir enlazados, y siempre una mano oculta los separa; esa mano oculta es su expiación, dado que la felicidad no puede tener por cimientos sangre y lágrimas.
Estudia bien este verídico relato, porque es de gran enseñanza. Cecilia fue culpable; fuera por su orgullo de raza, por su ignorancia, por la dureza de su corazón, se hizo dueña de la felicidad de tres seres, causando la muerte de su hija, de su nieto y de Iván. Los tres Espíritus la han perdonado; su nieto no pudo ser más generoso eligiéndola para devolverle bien por mal. Su nieta Luisita, que ayer murió en el destierro, maldiciendo la hora en que nació, hoy le reclama sus más dulces caricias, y Enrique adora a su madre adoptiva sin recordar lo pasado. Sus víctimas no sólo la han perdonado sino que la aman con delirio. Entonces, habiendo desaparecido el odio de sus víctimas, ¿no tiene Cecilia derecho a ser dichosa? No, no lo tiene; por eso no lo es, por eso lucha con la miseria, con la humillación; por eso da la vida por la vida; por eso no puede estar con su hija y sus nietos y sólo tiene a su lado a su hijo adoptivo, costándole inmenso sacrificio el poder disfrutar de su compañía, y lógico es que así suceda porque ayer rompió en mil pedazos un nido de amor, su hija murió mártir, Iván desesperado y su nieto no pudo dormir en su cuna de flores. Por eso hoy Cecilia suspira por su hija, por sus nietos y se sacrifica por su Enrique, dándole todo el amor que un día en su locura le negó. Cecilia es un alma redimida: ha visto la luz, en la luz quiere vivir, el amor que siente por su familia es inmenso, daría por ellos su vida con el mayor placer; se ha despertado en ella una sed de amor que nunca ve satisfecha; siempre le parece que ama poco, siempre está descontenta de sí misma. ¡Dichosas las almas que sólo piensan en amar! Cecilia es una de ellas.
Adiós.
Efectivamente que la historia de Cecilia es de gran enseñanza, porque se ve que nadie puede ser dichoso si ha causado la desgracia de sus deudos o de sus servidores. La dicha existe, no cabe la menor duda; es una planta delicadísima que necesita para su florecimiento el agua de la abnegación y del sacrificio. ¡Dichosos los que saben amar!… porque sólo los que aman saben luchar y vencer en la ruda batalla de la vida.
Artículo extraído del libro “Hechos que prueban” de Amalia Domingo Soler.
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                                   RENACER  ESPÍRITA 
     El Calvario cristiano estaba en Palestina. El Calvario espírita está en España. 
    Miguel Vives presintió, con su sensibilidad mediúmnica, la aproximación de la tragedia 
española. Las palabras que dirige, en el final de este volumen, a la Mocedad Espírita de 
España son proféticas. Él prevé los dolores, los sufrimientos, la asfixia que va a caer 
sobre los que profesan el Espiritismo en tierras españolas. Y enseña, aconseja, advierte: 
«¡Confiemos en Él, Juventud Espírita, y no desmayemos en el camino!». 
     Joaquín Rovira Fradera, Miguel Vives, José Hernández, Amalia Domingos Soler:  son unos pocos nombres que nos recuerdan la España Espírita. Después del Auto-de-Fe de Barcelona, en que los libros de Kardec ardieran en las llamas inquisitoriales, el Espiritismo floreció en Cataluña e invadió todo el país. Grandes nombres brillaran en la tierra, como respuestas de luz a las estrellas del cielo. Mas la noche llegó de nuevo, la noche de plomo de la Inquisición, sin estrellas y sin luces terrenas. Este libro es una centella que escapó de las tinieblas, y que nos da el testimonio de la España espírita. 
     No importa el dominio pasajero de las tinieblas. El suelo de Barcelona está sembrado de luces. Las vidas espíritas que allí se apagaran volverán a brillar. Simientes de luz no mueren en las tinieblas. ¿No fue de las tinieblas del Calvario que las luces del Cristianismo subieron para los cielos de todo el mundo? Los sicarios judíos y romanos no sabían lo que hacían, mas Dios lo sabía. Y Jesús ya enseñara que, si el grano de trigo no muere, no puede fructificar. Los dolores de la España fanática de hoy son como dolores de parto. Quien lee este libro de Miguel Vives siente la pulsación del futuro en el subsuelo de España. Los muertos resucitan y los túmulos hablan. Otros apóstoles marcarán de nuevo el mapa de España, con sus pies misionarios. 
     La publicación de este libro es un homenaje del Brasil espírita de hoy a la España   espírita de ayer, de hoy y de mañana. Al pasar por Madrid y Barcelona, los médiums 
brasileños Francisco Cándido Xavier y Waldo Vieira encontraron el Espiritismo como fuego de rescoldo, en los braseros ocultos del subsuelo. Nada consiguió matar el ardor espírita de los españoles. Vieron con sus propios ojos, bibliotecas doctrinarias y la venta secreta de libros espíritas. Compraron algunos volúmenes para la Exposición Permanente de Uberaba. El Brasil espírita testimoniaba el Calvario de la España espírita.
     Y ahora el Brasil espírita, a través de la vivencia doctrinaria de Miguel Vives en Tarrasa, comulgará con la España espírita. 
Hagamos de este librito nuestro tesoro. Revivamos en el Brasil esta vivencia espírita catalana, que brota de la pluma de Miguel Vives como la sangre de los mártires cristianos de la Antigüedad, y como la de los mártires espíritas, de la Actualidad brotó de las heridas mortales. Todos los sicarios pasan, como figuras de un gran-guiñol, esfumándose en la memoria de las generaciones. Mas los mártires permanecen. Renacen. Se hacen oír. Los espíritas españoles, masacrados aquí, están de nuevo, enseñándonos a vivir el Espiritismo. Oigámoslos en estas páginas de amor y vida, que serán un tesoro en nuestras manos. 
Extraido del Libro El Tesoro de los Espiritas                                                                    Miguel Vives 
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