INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.-Sexo y responsabilidad
2.- ¿ Por qué las verdades han estado tanto tiempo ocultadas ?
3.-Temores ante una guerra ( Saludo matinal de Merchita)
****************************
Jamás ha sucedido que Dios permitiera al hombre recibir comunicaciones tan completas e instructivas como las que le es dado obtener en la actualidad. Había, como sabéis, en tiempos antiguos algunos individuos que se hallaban en posesión de lo que ellos conceptuaban como una ciencia sagrada, y que ocultaban a los que, a su entender, eran profanos.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
ALLAN KARDEC
Sábado 21 de junio del 2025

Queridos amigos, hola buenos días, asomados a la ventana observamos con gran preocupación, que pese al equilibrio del planeta, y a la bienvenida que nos da el Sol, nutriendo la vida, con su esplendor, los hombres están temblando, el temor ante una posible guerra, les hace vivir anticipadamente pesadillas, que muchos ya mayores, vivieron, y otros nunca pensaron que iban a vivir. Lo cierto y verdad, es que sabemos que la serenidad debe ser la nota predominante ante cualquier situación.
Sabemos que Dios es el que permite que las cosas sucedan, pese a la mucha fuerza que tenga el ignorante, o el santo, nada sucede sin Su permiso. Dios sabe muy bien qué hacer con sus criaturas, sabe que es lo que más nos conviene, y eso sí, ante todo tipo de acontecimiento, nosotros tenemos un deber a cumplir, nunca sea el de juzgar, ni mucho menos el de tomar la justicia por nuestra mano, ya que nada nos exime de devolver el bien a aquel que nos hace mal, y mucho menos con los conocimientos que hemos recibido.
Desde el punto de vista material, Dios puede impedir que se desencadene una guerra. Pero, desde el punto de vista moral, no puede hacerlo, puesto que una de sus leyes suprema exige que todos – tanto los individuos como las colectividades – suframos las consecuencias de nuestros actos. La conciencia pública, el sentimiento del deber, la disciplina familiar son los atributos necesarios para que los pueblos sean grandes y no se debiliten con procesos de profunda corrupción.
No faltan advertencias y consejos. Pero los seres humanos hacen oídos sordos a las voces del Cielo. Dios nos deja hacer, pues sabe que el dolor es el único medio eficaz para reconducir a los hombres a miras más sanas y sentimientos más generosos.
Las mentiras y la perfidia, la violación de los tratados y el incendio de las ciudades, la masacre de los débiles y de los inocentes no pueden encontrar justificación ante la Divina Majestad.
Todo mal cometido se vuelve, con sus efectos, contra la causa que lo produjo. Así, la violación del derecho de los débiles se vuelve también contra los poderes que lo ultrajan.
De las regiones arrasadas ascienden hacia el Cielo gritos de angustia, y el Cielo no hace oídos sordos a los llamados de desesperación. Los poderes vindicativos del Más Allá entran en acción. Detrás de los que perecen en las guerras otros surgen, hasta que los invasores flaquean y horrorizados ven que el destino se ha puesto contra ellos.
Aquellos que han muerto regresan al Espacio con la aureola del deber cumplido: su ejemplo inspirara a las generaciones por venir.
La lección que se desprende de las guerras consiste en que el hombre debe aprender a elevar sus pensamientos por sobre los tristes espectáculos de este mundo y dirigir sus miradas hacia ese Más Allá de donde le vendrán los socorros, las fuerzas necesarias para emprender una nueva etapa hacia el grandioso objetivo que se le ha asignado.
El depositar la mente y el corazón en las cosas materiales nos demuestra que la materia es inestable y precaria. Las esperanzas y glorias que promete carecen de futuro. No hay fortuna ni poder terrenal alguno que este a cubierto de las catástrofes que puedan sobrevenir. Ninguna riqueza o esplendor es realmente duradero, sino son los del Espíritu inmortal. Solo el es capaz de transformar las obras de muerte en obras de vida. Pero, para comprender esta profunda ley es menester la escuela del sufrimiento.
Así como el rayo de luz debe ser descompuesto por el prisma para producir los brillantes colores del arco iris, de igual manera el alma humana tiene que ser quebrada por las pruebas para que irradie todas las energías y todas las grandes cualidades que en ella dormitan.
En medio de la desgracia, sobre todo, es cuando el hombre piensa en Dios. Tan pronto como las ardientes pasiones suscitadas por el odio y la venganza se hayan apaciguado, y cuando la sociedad retome su normal ritmo de vida, comienza la misión de los espiritistas. Es entonces cuando tendrá que consolar duelos y curar las llagas morales, y reconfortar a las almas dilaceradas.
El dolor depura el pensamiento, ninguna pena es perdida, ninguna prueba queda sin compensaciones. Los que han muerto por su país cosechan los frutos del sacrificio, y los sufrimientos de los que sobreviven transmiten a su periespiritu ondas de luz y gérmenes de felicidades venideras.
El hombre deberá subir aun los duros peldaños del Calvario, a través de espinos y agudas piedras. Las calamidades son el cortejo inevitable de las humanidades atrasadas, y la guerra es la peor de todas. A no ser por ellas, el hombre poco evolucionado se demoraría en las futilezas del camino o se aletargaría en la pereza y el bienestar. Le hace falta el látigo de la necesidad, la conciencia del peligro, para forzarlo a poner en acción las fuerzas que dormitan en él, para desarrollar su inteligencia y afinar su juicio. Todo cuanto está destinado a vivir y crecer se elabora en el dolor. Hay que sufrir para dar a luz: esa es la parte que toca a la mujer. Y hay que sufrir para crear: esa es la parte que toca al genio.
Sepamos nosotros mientras tanto, mantener la calma ante los acontecimientos, y hagamos oración para que Dios Nuestro Padre, nunca nos abandone y que sepamos reconocer su ayuda dentro del cuadro que vivimos, de espectador ante los acontecimientos que se avecinan, o de autor, procurando no poner en peligro nuestro patrimonio espiritual.
Os deseo un feliz día.
Extraído del libro de León Denis “El Mundo invisible y la guerra”
***********************************************
TEMORES ANTE UNA GUERRA
Sábado 21 de junio del 2025

Queridos amigos, hola buenos días, asomados a la ventana observamos con gran preocupación, que pese al equilibrio del planeta, y a la bienvenida que nos da el Sol, nutriendo la vida, con su esplendor, los hombres están temblando, el temor ante una posible guerra, les hace vivir anticipadamente pesadillas, que muchos ya mayores, vivieron, y otros nunca pensaron que iban a vivir. Lo cierto y verdad, es que sabemos que la serenidad debe ser la nota predominante ante cualquier situación.
Sabemos que Dios es el que permite que las cosas sucedan, pese a la mucha fuerza que tenga el ignorante, o el santo, nada sucede sin Su permiso. Dios sabe muy bien qué hacer con sus criaturas, sabe que es lo que más nos conviene, y eso sí, ante todo tipo de acontecimiento, nosotros tenemos un deber a cumplir, nunca sea el de juzgar, ni mucho menos el de tomar la justicia por nuestra mano, ya que nada nos exime de devolver el bien a aquel que nos hace mal, y mucho menos con los conocimientos que hemos recibido.
Desde el punto de vista material, Dios puede impedir que se desencadene una guerra. Pero, desde el punto de vista moral, no puede hacerlo, puesto que una de sus leyes suprema exige que todos – tanto los individuos como las colectividades – suframos las consecuencias de nuestros actos. La conciencia pública, el sentimiento del deber, la disciplina familiar son los atributos necesarios para que los pueblos sean grandes y no se debiliten con procesos de profunda corrupción.
No faltan advertencias y consejos. Pero los seres humanos hacen oídos sordos a las voces del Cielo. Dios nos deja hacer, pues sabe que el dolor es el único medio eficaz para reconducir a los hombres a miras más sanas y sentimientos más generosos.
Las mentiras y la perfidia, la violación de los tratados y el incendio de las ciudades, la masacre de los débiles y de los inocentes no pueden encontrar justificación ante la Divina Majestad.
Todo mal cometido se vuelve, con sus efectos, contra la causa que lo produjo. Así, la violación del derecho de los débiles se vuelve también contra los poderes que lo ultrajan.
De las regiones arrasadas ascienden hacia el Cielo gritos de angustia, y el Cielo no hace oídos sordos a los llamados de desesperación. Los poderes vindicativos del Más Allá entran en acción. Detrás de los que perecen en las guerras otros surgen, hasta que los invasores flaquean y horrorizados ven que el destino se ha puesto contra ellos.
Aquellos que han muerto regresan al Espacio con la aureola del deber cumplido: su ejemplo inspirara a las generaciones por venir.
La lección que se desprende de las guerras consiste en que el hombre debe aprender a elevar sus pensamientos por sobre los tristes espectáculos de este mundo y dirigir sus miradas hacia ese Más Allá de donde le vendrán los socorros, las fuerzas necesarias para emprender una nueva etapa hacia el grandioso objetivo que se le ha asignado.
El depositar la mente y el corazón en las cosas materiales nos demuestra que la materia es inestable y precaria. Las esperanzas y glorias que promete carecen de futuro. No hay fortuna ni poder terrenal alguno que este a cubierto de las catástrofes que puedan sobrevenir. Ninguna riqueza o esplendor es realmente duradero, sino son los del Espíritu inmortal. Solo el es capaz de transformar las obras de muerte en obras de vida. Pero, para comprender esta profunda ley es menester la escuela del sufrimiento.
Así como el rayo de luz debe ser descompuesto por el prisma para producir los brillantes colores del arco iris, de igual manera el alma humana tiene que ser quebrada por las pruebas para que irradie todas las energías y todas las grandes cualidades que en ella dormitan.
En medio de la desgracia, sobre todo, es cuando el hombre piensa en Dios. Tan pronto como las ardientes pasiones suscitadas por el odio y la venganza se hayan apaciguado, y cuando la sociedad retome su normal ritmo de vida, comienza la misión de los espiritistas. Es entonces cuando tendrá que consolar duelos y curar las llagas morales, y reconfortar a las almas dilaceradas.
El dolor depura el pensamiento, ninguna pena es perdida, ninguna prueba queda sin compensaciones. Los que han muerto por su país cosechan los frutos del sacrificio, y los sufrimientos de los que sobreviven transmiten a su periespiritu ondas de luz y gérmenes de felicidades venideras.
El hombre deberá subir aun los duros peldaños del Calvario, a través de espinos y agudas piedras. Las calamidades son el cortejo inevitable de las humanidades atrasadas, y la guerra es la peor de todas. A no ser por ellas, el hombre poco evolucionado se demoraría en las futilezas del camino o se aletargaría en la pereza y el bienestar. Le hace falta el látigo de la necesidad, la conciencia del peligro, para forzarlo a poner en acción las fuerzas que dormitan en él, para desarrollar su inteligencia y afinar su juicio. Todo cuanto está destinado a vivir y crecer se elabora en el dolor. Hay que sufrir para dar a luz: esa es la parte que toca a la mujer. Y hay que sufrir para crear: esa es la parte que toca al genio.
Sepamos nosotros mientras tanto, mantener la calma ante los acontecimientos, y hagamos oración para que Dios Nuestro Padre, nunca nos abandone y que sepamos reconocer su ayuda dentro del cuadro que vivimos, de espectador ante los acontecimientos que se avecinan, o de autor, procurando no poner en peligro nuestro patrimonio espiritual.
Os deseo un feliz día.
Extraído del libro de León Denis “El Mundo invisible y la guerra”
No hay comentarios:
Publicar un comentario