INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.-Resignación espírita
2.-La amistad real
3.- La palabra
4.- Solidaridad entre los diferentes mundos
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RESIGNACIÓN ESPIRITA
Una de las acusaciones que se hacen al Espiritismo es la de llevar el hombre al conformismo.
“Los espiritas se conforman con todo, – nos escriben – y de esa manera acabarán impidiendo el progreso, creando entre nosotros un clima de marasmo, favorable a la tiranía política del Oriente. La idea de la reencarnación es el caldo de cultura del despotismo, pues las masas creyentes se entregan a cualquier yugo”.
Muchos confunden la resignación espirita con el conformismo religioso. Pero, contradictoriamente, acusan el Espiritismo y no acusan a las religiones. Por otro lado, quitan conclusiones teóricas de hechos que pueden ser observados en la práctica. La idea de la reencarnación no es nueva, no nació con el Espiritismo, y no necesitamos teorizar al respeto, pues tenemos toda la historia de la humanidad ante nuestros ojos, para mostrarnos prácticamente sus efectos.
Vamos, sin embargo, en orden. Y tratemos, primero, de la resignación y del conformismo. La resignación espirita transcurre, no de una sumisión místico-religiosa a las fuerzas incontrolables, sino de una comprensión del problema de la vida. Cuando el espirita se resigna, no está sometiéndose por el miedo, sino sólo aceptando una realidad a la cual tendrá que sujetarse, exactamente para superarla, para vencerla. No es, pues, el conformismo que se manifiesta en esa resignación, sino la inteligente comprensión de que la vida es un proceso en desarrollo, dentro del cual el hombre tiene que equilibrarse.
¿Acaso no es así como hacemos todos, espiritas y no-espiritas, en nuestra vida diaria? ¿El lector inconforme no es también obligado, diariamente, a aceptar una porción de cosas de las que le gustaría huir? Pero la diferencia entre resignación o aceptación, de un lado, y conformismo, de otro, es que la primera actitud es activa y consciente, mientras la segunda es pasiva e inconsciente. El Espiritismo nos enseña a aceptar la realidad para vencerla.
“Si la enfermedad lo acosa, – dicen – el espirita entiende que está siendo víctima del fatalismo kármico, del destino irrevocable. Si la muerte le roba un ser querido, él cree que no debe llorar, sino agradecer a Dios. Si el patrón lo castiga, él se somete; si el amigo lo traiciona, él perdona; si el enemigo le golpea en la mejilla izquierda, él le ofrece la derecha. El Espiritismo es la doctrina de la despersonalización humana”.
Pero acontece que esa despersonalización no es enseñada por el Espiritismo, sino por el Cristianismo.
Cuando el Espiritismo enseña la conformidad delante de la enfermedad y de la muerte, el perdón de las ofensas y de las traiciones, nada más está haciendo que repetir las lecciones evangélicas. Ahora, como el lector acusa el Espiritismo en nombre del Cristianismo, es evidente que está en contradicción. Además de eso, conviene aclarar que no se trata de despersonalización, sino de sublimación de la personalidad. Lo que el Cristianismo y el Espiritismo quieren es que el hombre egoísta, brutal, carnal, agresivo, animalesco, sea sustituido por el hombre espiritual. La “personalidad” animal debe dar lugar a la verdadera personalidad humana: la espiritual.
En cuánto al caso de las enfermedades, sería oportuno acordar al lector las curas espíritas. ¿No llega eso para demostrar que que no hay fatalismo kármico? Lo que hay es la comprensión de que la enfermedad tiene su papel en la vida humana. Pero cabe al hombre, en ese terreno, como en todos los demás, luchar para vencerla. El Espiritismo, lejos de ser una doctrina conformista, es una doctrina de lucha. El espirita lucha incesantemente, día y noche, para superar el mundo y superarse a sí mismo. Conociendo, sin embargo, el proceso de la vida y sus exigencias, no se tira ciegamente a la lucha, sino que busca realizarla con inteligencia, en un constante equilibrio entre sus fuerzas y el poder de los obstáculos.
J. HERCULANO PIRES
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LA AMISTAD REAL
Un gran señor que supo amontonar sabiduría, más allá de la riqueza,
auxiliaba a diversos amigos pobres, en el mantenimiento del buen animo en la lucha por la vida.
Sintiéndose más viejo, llamó al hijo para que cooperara. El joven debía aprender con él a distribuir gentilezas y bienes.
Para comenzar, lo envió a la residencia de un compañero de muchos años, al cual destinaba trescientos cruceiros mensuales.
El joven siguió sus instrucciones.
Viajó seis kilómetros y encontró la casa indicada. Pero contrariamente a lo que él esperaba, no halló una vivienda en ruinas. El domicilio, a pesar de ser modesto, mostraba encanto y confort. Las flores perfumaban el ambiente y albo lino vestía los muebles con belleza y decencia.
El beneficiario de su padre lo saludó con efusiva alegría, y, después de una inteligente conversación, mandó a traer el café en un servicio agradable y distinguido. Le presentó a los familiares y amigos que se desenvolvían felices,
en una aureola enorme de salud y alegría.
Dándose cuenta de la tranquilidad y la abundancia, allí reinantes, el portador regresó al hogar, sin entregar la dádiva.
– ¿Para qué? – Conversaba consigo mismo – aquel hombre no era un mendigo. No parecía tener problemas que mereciesen compasión y caridad.
En verdad, su progenitor se engañaba.
De vuelta, explicó a su viejo padre, con detalles, restituyéndole el importe de que fuera emisario.
El anciano, con todo, después de oírlo tranquilamente, retiró más dinero de la cartera, dobló la cantidad y consideró:
– Hiciste bien, volviendo hasta aquí. Ignoraba que nuestro amigo estuviese bajo más amplios compromisos. Vuelve a la residencia de él y, en vez de trescientos, entrégale seiscientos cruceiros, mensualmente, en mi nombre, de ahora en adelante. Su nueva situación reclama recursos duplicados.
– Pero, padre mío – acentuó el mozo – no se trata de una persona en posición miserable. Por lo que supongo, el hogar de él posee tantas comodidades como el nuestro.
– Descanso bastante con la noticia – exclamó el viejo, e imprimiendo tierna censura a la voz consejera y añadió:
– Hijo mío, si no es lícito dar remedio a los sanos y limosnas a los que no precisan de ellas, semejante regla no se aplica a los compañeros que Dios nos confió. Quien socorre al amigo, solamente en los días de extremo infortunio, puede ejercer la piedad que humilla en vez del amor que santifica.
Quien espera el día del sufrimiento para prestar el favor, muchas veces no encontrará sino silencio y muerte, perdiendo la mejor oportunidad de ser útil. No debemos exigir que el hermano de jornada se convierta en un mendigo, con el fin de parecer superiores a él, en todas las circunstancias. Tal actitud de nuestra parte representaría crueldad y dureza. Extendámosle nuestras manos hagámoslo subir hasta nosotros, para que nuestro concurso no sea orgullo vano. Toda la gente en el mundo puede consolar la miseria y compartir las aflicciones, pero son raros los que aprenden a acentuar la alegría de los entes amados. El amigo verdadero, con todo, sabe hacer esto.
Vuelve, pues, y atiende mi consejo para que nuestro afecto constituya una sementera de amor para la eternidad. Nunca desees improvisar necesitados, alrededor de nuestra puerta y, sí, crear compañeros para siempre.
Fue entonces que el joven, envuelto en la sabiduría paterna, cumplió cuanto le fue determinado, comprendiendo la sublime lección de la amistad real.
NEIO LÚCIO
FRANCISCO CANDIDO XAVIER
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LA PALABRA
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