INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Protectores y Guías espirituales (III): Misiones de los Espíritus
2.- El viejo de Kafka
3.- Miedo a ser feliz
4.- Educar los sentimientos
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El viejo de Kafka
En su obra “La revolución de la esperanza” , el psicoanalista Erich Fromm cita una intrigante historia del libro “El juicio” de Franz Kafka. Un hombre llega a la puerta que conduce al cielo (la Ley) y le pide al portero que lo deje entrar. Éste le dice que no puede admitirlo en este momento. Aunque la puerta de la Ley está abierta, el hombre decide que es mejor esperar hasta que le permitan entrar. Se sienta y espera durante días y años. Finalmente es viejo y está cerca de la muerte. Por primera vez, hace la pregunta: "¿Cómo es que durante todos estos años, nadie más que yo ha intentado entrar?" El portero respondió: “Nadie más que tú podía pasar por esta puerta, ya que estaba destinada para ti. Ahora voy a cerrarla".
Los burócratas tienen la última palabra. Esta es la moraleja de la historia de Kafka; si dicen que no, no puede entrar. Si hubiera tenido algo más que esta esperanza pasiva, habría entrado, y su coraje para ignorar a los burócratas habría sido el acto liberador.
Muchos, dice Erich Fromm, son como el viejo de Kafka. Esperan, pero no les toca actuar según el impulso del corazón y, hasta que los burócratas les den el visto bueno, siguen esperando.
Los opositores más informados al proceso que hemos llamado “actualización del espiritismo”, no niegan la posible necesidad de esta medida, enfáticamente recomendada por Kardec, pero sí la competencia de los seres humanos encarnados para llevarla a cabo. Según ellos, corresponde exclusivamente a los llamados espíritus superiores, poseedores de los derechos de autor del Espiritismo, tomar cualquier iniciativa en este sentido. Según esta visión, nosotros, los encarnados, tendríamos que esperar pasivamente algunas “señales del cielo” que nos autorizaran a recibir de ellos contenidos actualizados.
El paralelo es evidente. El proceso idólatra se caracteriza especialmente por una sumisión simbiótica y una preocupación neurótica por alienarse, por vaciarse en favor del ídolo, ya sea una persona, una idea o una institución. En el caso que se examina, es evidente la disposición idólatra de quienes niegan a los espíritus encarnados autoridad o capacidad para gestionar el necesario proceso de actualización.
No pudimos encontrar en la obra y el ejemplo de Kardec ningún apoyo para esta posición extraña e inmovilista. ¿Cómo aparcar, cómo interrumpir el camino como si hubiéramos llegado a lo inalcanzable? ¿Cómo esperar la hipotética y discutible iniciativa de una entidad virtual e indefinible a la que llamamos espíritus superiores?
Kardec era acción, iniciativa. La puerta estaba abierta y sin miedo caminó a través de ella. Construyó el Espiritismo utilizando material ya recolectado por otros investigadores y, a partir de ahí, interrogó directa y metódicamente a varios espíritus. Nunca se afirmó, sin embargo, que las preguntas lúcidas y sugerentes con las que Kardec hizo nacer el naciente espiritismo fueran dictadas o sugeridas por los espíritus, lo que me parece atestigua que la conducción del proceso le correspondía a él, a Kardec. , con los espíritus como asesores o como “elementos de instrucción”. Con relación a la elaboración del Libro de los Espíritus, esto queda claro en las “Obras Póstumas – 2ª Parte – Mi iniciación al Espiritismo” donde Kardec, luego de darse cuenta de las limitaciones individuales de los espíritus con los que dialogaba, afirma:“Corresponde al observador formar el todo, coordinando, recogiendo y comprobando, entre sí, los documentos que ha recogido. Traté con los espíritus como lo haría con los hombres; Los consideré, desde los más pequeños hasta los más grandes, como elementos de instrucción y no como reveladores predestinados”.
Más adelante, en el mismo capítulo, refiriéndose al proceso de revisión de los originales de El Libro de los Espíritus, Kardec afirma: “Habiéndome conectado con otros médiums, cada vez que se me presentaba la oportunidad, la aprovechaba para plantear algunas de las preguntas que me tenían. parecían más espinosos. Fue así como más de diez médiums asistieron al trabajo y fue a partir de la comparación y fusión de todas estas respuestas, coordinadas, clasificadas y muchas veces meditadas en el silencio de la meditación , que formé la primera edición de El Libro de los Espíritus. , que apareció el 18 de abril de 1857”.
Considerando las respuestas de los espíritus como la opinión personal de cada uno de ellos, Kardec las censuró, comparó y fusionó, es decir, editó esas respuestas a la luz de su conocimiento y sensibilidad, estableciendo así su primacía en el proceso.
El Espiritismo es intrínsecamente dinámico y sujeto, por tanto, a un proceso permanente de actualización cuya conducción es, en efecto, responsabilidad de los espíritus encarnados, como lo fue su codificación.
- Maurice Herbert Jones -
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Miedo a Ser Feliz
El encuentro amoroso pleno es el sueño de la mayoría de las personas que he conocido. Y ¡qué pocas son las que llegan a ello! ¿Será por casualidad? ¿Serán las dificultades externas – obstáculos de todo tipo – lo que impide la realización del amor?
No me parece que sea nada de eso. Pienso que existe un “factor anti-amor” presente en nuestra mente. Se trata del miedo, que procede de varias fuentes. La más obvia de ellas es la relativa a la dependencia. Sí, porque es absolutamente imposible amar sin depender, sin ponerse en manos del ser amado. Si éste hace un mal uso de ello, acabará por infligirnos gran sufrimiento y dolor. Por eso muchas personas prefieren renunciar a la entrega amorosa. Prefieren ser amadas en vez de amar. Puede parecer agudeza, pero en realidad es cobardía.
Además de la dependencia, hay varios miedos relacionados con la experiencia del amor. Me dedicaré a uno más, quizá más importante que los otros. Es el miedo a la felicidad. Nada hace a una persona tan feliz como la realización amorosa. Cuando estamos al lado del amado, la sensación es de plenitud, de paz. El tiempo podría pararse en aquel punto, pues todos nuestros deseos hubieran quedado satisfechos.
En cambio, a continuación de la euforia surge la inquietud, acompañada de un nerviosismo vago e indefinido. Parece que alguna desgracia está a camino, acercándose a pasos largos. Tenemos la impresión de que es imposible preservar tamaña felicidad. No sirve de nada incluso seguir los rituales supersticiosos: tocar madera, hacer higas… Por cierto, tales actitudes se derivan precisamente de la incredulidad que nos domina cuando las cosas nos van demasiado bien en cualquier sector de la vida.
Dejando a un lado las importantes cuestiones teóricas relativas a la existencia de ese temor, podemos decir que el miedo a la felicidad tiene por base el recelo de su futura pérdida. Cuanto más contentos y realizados nos sentimos, tanto más probable nos parece el final de ese “estado de gracia”. Según un extraño razonamiento, las posibilidades de que ocurran cosas dolorosas y frustrantes aumentan mucho cuando somos felices. El peligro crece proporcionalmente a la alegría. Así, a la sensación de plenitud se va acoplando el pánico.
Entonces ¿ qué hacemos? Nos alejamos deliberadamente de la felicidad. Cometemos sandeces de todo tipo: buscamos un modo de lastimar a la persona amada, de inventar problemas que no existen o exageramos la importancia de pequeños obstáculos. Elegimos compañeros sentimentales inadecuados, perjudicando a veces otras áreas importantes de la vida: salud, trabajo, finanzas. Para reducir los riesgos de una hipotética tragedia, buscamos la forma de apagar nuestra alegría. En fin, creamos un dolor menor con el objetivo de protegernos de uno supuestamente mayor.
El miedo de perder lo que se ha logrado, existe en todos nosotros. Sin embargo, me gustaría registrar con énfasis que la felicidad no aumenta ni disminuye la posibilidad de que ocurran cosas negativas. Se trata tan solo de un proceso emocional muy fuerte, pero que no corresponde a la verdad. ¡La felicidad no atrae tragedias! Es solo una impresión psíquica.
¿Qué hacer para librarnos de ese vértigo simbólico que convierte en inevitable la caída? ¿Cómo salir del brete y tener fuerzas para enfrentar el amor? Solo hay una salida, ya que no se conoce la “cura” para el miedo a la felicidad. Es preciso disminuir el miedo al dolor. Así, adquiriremos coraje para lidiar con situaciones que generan alegría y placer. Perder el recelo a sufrir es necesario, incluso porque la felicidad podrá de hecho acabarse. No tiene excusa, sin embargo, dejar de experimentarla, pensando tan solo en esa eventualidad.
Todo individuo que ande a caballo, estará sujeto a caerse. Solo estará seguro de evitar accidentes quien nunca ha montado. Esto, repito, es cobardía, y no listeza. Reconocer en sí fuerzas suficientes para soportar la caída y tener energías para volver a levantarse muestra coraje y serenidad. Una persona es fuerte cuando sabe vencer el dolor. Se trata de un requisito básico para el triunfo en todas las áreas de la vida, incluso en el amor. A nadie le gusta sufrir, pero no es moralismo religioso decir que superar las frustraciones es la conquista más importante para quien quiere ser feliz. ¿Deseas la realización de tus sueños? ¡Entonces, tienes que correr el riesgo de caer y sentirte capaz de sobrevivir a las penas de amor!
Flávio Gikovate - médico y psiconanalista
EDUCAR LOS SENTIMIENTOS
Todos los sentimientos parten del espíritu, pero
existen los buenos y los malos.
Los sentimientos puros son elevados, crean ambiente de
alegría y felicidad y vuelven a las criaturas valerosas y apreciadas. Los malos
sentimientos prueban inferioridad y a veces son indicio de baja espiritualidad;
esas criaturas viven siempre irritadas, malhumoradas, crean ambientes
infelices, tétricos.
Un niño dotado de buenos sentimientos es querido,
estimado y respetado. Alimentar los buenos sentimientos es apartar los malos.
Por tanto, es deber de todas las criaturas,
principalmente aquellas que tienen hijos que educar, en formación del carácter,
nunca crearan un ambiente de infelicidad para los hijos. Estos deben ver el
semblante de sus padres siempre claros y nunca los oirán pronunciar palabras
rencorosas. Cuando los padres perciben en sus hijos la inclinación para los
malos sentimientos, deben tener el máximo cuidado de corregirlos, a fin de
hacerlos desaparecer.
La espiritualidad se demuestra siempre por los
sentimientos que los espíritus irradian. Todos los espíritus encarnan para
rescatar faltas, crímenes practicados en encarnaciones anteriores. Nadie queda
impune. Por eso se dice que debe haber reflexión, para que no sean practicadas
malas acciones. Todo niño demuestra los sentimientos que poseían en la última
encarnación, y no hay mejor oportunidad que la de la infancia, para combatir
los malos sentimientos, para corregirlos, a fin de que los espíritus comiencen
a aprovechar su tiempo, en esta encarnación.
Es de máxima necesidad que los padres tengan cuidado
con sus hijos. Siempre que puedan, observen sus tendencias espirituales para
ayudarlos o para corregirlos a tiempo. Enseñar al niño es grabar en mármol;
aquello que en la infancia enseñasteis a vuestros hijos, estará grabado para
siempre en su espíritu; no debéis olvidaros de que hay espíritus dóciles y
espíritus rebeldes; para los espíritus dóciles hay siempre facilidad de
inducirlos al camino del bien. Los espíritus rebeldes con dificultad se los
guían para el camino de la virtud y del bien, pero ni por eso deben los padres
desanimar. Su deber es trabajar para hacer que ellos se encaminen para el buen
camino.
La rebeldía del espíritu es siempre una demostración de
la necesidad de corrección, para él espiritualizarse. Hay quien no crea en la
reencarnación del espíritu, ni tampoco en la evolución espiritual a través de
las encarnaciones. Entre tanto, si quisieran pensar y razonar, verificarán que
es un hecho que hay espíritus que se acuerdan de cosas pasadas, en una
existencia lejana y, en la infancia revelan cosas que hacen meditar a los
padres.
Hay espíritus
que en cuerpo de niño demuestran temperamentos de viejos, de niños
experimentados, razonando con acierto, teniendo a veces frases de un cierto
alcance que hacen la admiración de los que los oyen. Son espíritus de hecho
viejos que desencarnaron hace bien poco tiempo, y que tienen ciertas
reminiscencias de la vida pasada.
Hay, por tanto, necesidad de cuidar cariñosamente de la
educación de esos espíritus, de su formación moral, pues, de la formación del
individuo depende su éxito en la vida. De la buena formación espiritual del
niño depende su futuro. Y como todos los padres desean la felicidad de sus
hijos, es preciso que procuren desde ya hacer todo para que ellos sean felices
en el futuro, para que ellos sean fuertes, para que ellos venzan en la vida.
Tengan, pues el máximo cuidado en la educación de sus hijos, sepan darles no
sólo el pan, sino también la educación, recordando siempre que el futuro de los
hijos depende de la educación, depende de los principios que los padres les
pueden dar ahora.
Todo en la vida tiene su explicación racional, y no
podemos dejar de hacer sentir que, a pesar de padres cuidadosos educaron
convenientemente a sus hijos y a pesar de muchas veces poseen muchos hijos,
educándolos todos de la misma forma, hay unos que no siguen la misma ruta de
los otros; esos son los espíritus rebeldes, aquellos espíritus reticentes a
quien difícilmente los consejos y educación de los padres pueden producir
efectos. Pero no deben por eso los padres dejar de cumplir su deber, porque no
hay regla sin excepción y cuanto más cuidado tuvieron en la formación
espiritual de los hijos mejor cumplirán sus deberes y nunca tendrán remordimientos
de haber guiado inconvenientemente a los hijos en el camino de la vida.
Traducción del Grupo Espírita el Amor en
Acción-España
Asesoría
Internacional de ABRADE-Brasil
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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