INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Espíritus Guías y Protectores (IV)
2.- La vejez (2)
3.- Lo sobrenatural y las religiones
4.- La llamada de la eternidad
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ESPÍRITUS GUÍAS Y PROTECTORES
(IV)


No reprenda a los jóvenes
llamándolos “cabeza hueca, inútiles” afirmando, que “en sus tiempos no era así”
en todas las épocas, en el seno de cualquier pueblo, siempre han existidos
aturdidos y exóticos, llamando la atención de todos. No maldiga la existencia,
pues si a su alrededor existen problemas de difícil solución, en función de la
edad con su sequito de trastornos, recuerde que un día no
muy distante, usted, saltó, corrió, amó, se equivocó, y acertó, con la misma
movilidad y, posiblemente con la misma argumentación usada por los jóvenes de
hoy en día.
Procure tener buen ánimo y siga
adelante, conduciendo las bendiciones de su vejez. Solo la muerte del cuerpo
nos deberá impedir de actuar sobre él, en las labores de Dios mientras ella no
llega, debemos continuar trabajando.
Seguramente, usted cuenta con la
dicha de ser abuelo, una experiencia afectiva que propician elevadas
alegrías al corazón. Ser abuelo o abuela es hacerse padre o madre dos veces, lo
que configura una indiscutible verdad.
Ser agraciado con la honra de ver
a los hijos de sus hijos, de poder acompañar su desarrollo, de cooperar en el
proceso de su felicidad provoca sentimientos legítimos y
ennoblecidos que a nadie se le ocurrirá oponer o condenar.
También en esta misión de ser
abuelo, tenemos que considerar algunos puntos importantísimos, al principio los
abuelos deben ejercitar la virtud del respeto a sus hijos, en lo que se refiere
a la orientación que deseen ellos ofrecer a sus nietos.
Es comprensible que los
abuelos tienen mayores experiencias de la vida que sus hijos; sin
embargo, deben permitir que esas buenas
experiencias coronen las frentes de sus hijos, a fin de que estos no
se hagan continuados tontos con relación a los propios compromisos, porque sus
padres toman su papel.
En la actuación de abuelo o abuela
será imprescindible que no tome sobre sus hombros el deber de criar, de educar a sus
nietos cuando todo esté en la faja de la normalidad, solo se
justifica esta conducta en los casos de orfandad o de desastres morales,
pues como abuelo o abuela usted tiene sus propios deberes
delante de su existencia, lo que no deberá menospreciar, teniendo en
consideración que marcha para el cierre de su vida terrena, teniendo mucho que
realizar no solo por sus nietos, sino por todos los que necesiten de
usted.
Aprenda, en el ejercicio del
respeto a sus hijos, a no conducir a sus nietos por la ruta de sus
concepciones, sin que los padres concuerden con ellas.
Si desea tomar una posición ante
sus nietos sobre cuestiones graves o definitivas, dialogue con sus hijos,
primeramente, haciéndolos aceptar sus puntos de vista.
Nunca se olvide que en la posición
de abuelo o de abuela, usted será forzosamente suegro o suegra, y es muy
desagradable, incluso irrespetuosa, su intromisión no solicitada.
Observando de esta manera si es
aceptada o no su idea, o está ocasionando alteraciones
funcionales entre sus hijos y sus cónyuges, silencie con naturalidad
cohibiendo en si mismo la manía de tener que opinar sobre todo o determinar
todo.
Sus yernos, o sus nueras no están
obligados a aceptar sus posiciones. Tendrán el derecho de discordar,
cabiéndole a usted el esfuerzo de emplear sobriedad y
autocritica, que le permitirán mantener un clima de paz con sus afines.
Procure no abarrotar a sus
nietos con regalos caros. Pregunten antes a los padres de lo que
necesitan o lo que a los pequeños les gustaría que se les regalara, si ya lo
señalaron.
Procure no sofocar a sus
nietos con el conjunto de hábitos que han caracterizado su época. Evite
conflictos cuando ellos están recibiendo la palabra de los
propios padres.
Cuando tenga oportunidad, hable
del bien y del amor, de las buenas costumbres y de la noble
vivencia; sin embargo, no imponga nada, no exija nada, entendiendo que la responsabilidad
directa con ellos no les pertenece.
Intente no generar en los
corazones de sus nietos inseguridad. En el caso de que sus
nietos no reciban ejemplo en el propio hogar o para forzar la directriz que ya
los alumbra en el ámbito domestico, asístalos con cariño, con su vivencia
alegre, honesta y útil, para que sirva de ejemplo a los retoños de
sus hijos.
Ámelos sin apegos, con su madurez;
ayúdeles sin hacer sus deberes; agrádeles sin envanidecerles; hábleles de Jesús
sin sentimientos ridículos, para que su participación en sus vidas pueda
asemejarse a un rastro brillante, una luz espiritual, apuntándoles caminos de
honorabilidad y de paz, discreta e inteligente.
No se justifique con que los padres de
hoy no saben educar, puesto que el Creador, teniendo visión plena de todo, les
consintió la paternidad y la maternidad, en el derrotero terrestre.
Jamás se indisponga con sus hijos
y afines por causa de sus nietos, puesto que estos están junto a aquellos
obedeciendo las irreprochables Leyes de la Vida y del Destino.
Sea un abuelo o abuela
equilibrada, dando espacio para que sus hijos actúen en el campo que Dios les
dio para perfeccionarse y crecer.
Ayude solamente cuando sea
solicitado para hacerlo.
Confié en el Señor que es el Gran
Padre de sus hijos de sus nietos y de usted mismo.
¡ Qué difícil es envejecer con
alegría y naturalidad! ¡Qué duro es reconocer que se ha entrado en el atardecer
de la vida y captar, al mismo tiempo, que aún queda mucho por hacer! Y al mismo
tiempo, que eso que queda por hacer es algo muy distinto, ¡aunque no menos
importante que lo hecho hasta ahora!
Hay tres cosas y que producen
pena: un “viejo” de cuarenta años, un viejo que se cree “joven” y un viejo que
se cree “muerto”. Y una que produce alegría, un “joven” de ochenta años, es
decir un viejo que asume la segunda parte de su vida con tanto coraje e ilusión
como la primera.
Pero para ser uno de esos, hay que
aceptar, que el Sol del atardecer es tan importante como el del amanecer y el
del mediodía, aunque su calor sea muy distinto.
El Sol no se avergüenza de
ponerse, no siente nostalgia de su brillo matutino, no piensa que las horas del
día le estén “echando” del cielo, no cree que es menos luminoso ni hermoso
porque el ocaso se aproxima. Tampoco su resol sobre los edificios es menos
importante o necesario que el que, hace algunas horas, hacía germinar las
semillas en los campos o crecer las frutas en los árboles. Cada hora tiene su
gozo y el Sol cumple, hora a hora, con su misión.
Es verdad que la Naturaleza es más
piadosa con las cosas, que los hombres con ellos mismos.
Nadie desprecia al Sol de la
tarde, ni le empuja a jubilarse, ni le niega el derecho a seguir dando su luz,
débil, pero luz verdadera, necesaria, a veces la más hermosa. ¡Qué bien sabe el
enfermo lo dulce de este último rayo de sol que se cuela, por la última esquina
de la ventana!
¡Si todos los ancianos entendieran
que su sonrisa puede ser tan hermosa y fecunda, como ese último rayo de sol
antes de ponerse! ¡Si comprendieran que el Sol nunca es amargo, aunque sea más
débil! ¡Si pensaran lo orgulloso que se siente el Sol de ser lo que es, de
haberlo sido, de seguirlo siendo hasta el último segundo de su estancia en el
cielo! ¡Señor, no me dejes marchar hasta haber repartido el último rayo de mi
pobre luz!
El resumen perfecto de estas
Reflexiones es la siguiente oración de José Laguna Menor. ¿Hay algo que añadir?
Sí, ¡hay que vivirlos!
Señor, enséñame
a envejecer como cristiano.
Convénceme de que no son injustos conmigo: los que me quitan responsabilidades;
los que ya no piden mi opinión; los que llaman a otro para que ocupe mi puesto.
Quítame el
orgullo de mi experiencia pasada y el sentimiento de que soy indispensable.
Pero ayúdame, Señor, para que siga siendo útil a los demás,
contribuyendo con mi alegría al entusiasmo de los que ahora tienen
responsabilidades.
Y que acepte mi salida de los campos de actividad, como acepto con sencilla
naturalidad la puesta del Sol.
Finalmente te
doy gracias, pues en esta hora tranquila caigo en la cuenta de lo mucho que me
has amado.
Concédeme que mire con gratitud hacia el destino feliz que me
tienes preparado.
¡Señor, ayúdame
a envejecer así!
Pretender que lo sobrenatural sea el fundamento indispensable de toda religión, y que constituya la piedra angular del edificio cristiano, implica respaldar una tesis peligrosa.
Esta última aportación, de momento, en esta sección de la Trayectoria Íntima de nuestra Alma inmortal, tiene que ver con los planes de Dios más que con los de nuestra propia Alma. Evidentemente, no somos tan presuntuosos ni arrogantes como para pretender siquiera conocer pálidamente los planes de la divinidad para las almas que Él mismo creó y puso a evolucionar a través de los mundos.
Pero es preciso un ejercicio de inspiración apoyándonos en aquellas estrellas y luces que han venido a la Tierra para anunciar el destino del alma en la visión universal de las leyes que rigen el proceso evolutivo de la misma. Esas estrellas, configuradas a través de los espíritus que marcaron rumbos en la Tierra, plasmadas en obras grandiosas de inspiración divina, conocidas en las epopeyas y mayores sacrificios de Amor y libertad que la historia de este planeta nos presenta, son los argumentos a los que nos ceñimos para intentar vislumbrar esta última etapa de la trayectoria del alma que podemos entrever.
Todo bajo el influjo, el impulso y el amor divino del Señor de este mundo, nos encamina a reconocer, como humildes e imperfectos seres creados por el Amor Divino, que la gratitud hacia Dios ha de formar parte en cada hálito de nuestra vida, sea esta física o espiritual.
Estemos en el punto en que estemos de nuestra trayectoria inmortal, nuestra alma se reconoce en la intimidad de su propia naturaleza. Esta no es otra que la esencia divina que todos llevamos; por ello es Dios quien nos anima, quien nos guía y quien nos conduce a través de este sendero de ascensión y elevación que todos debemos recorrer antes o después.
Ese Dios interno, que es nuestra propia alma, nos llama hacia su origen, pero ya sublimados, perfectos, elevados, vibrando en amor, trabajando en la verdad, aspirando el bien y el equilibrio, transmitiendo la armonía interior y la fuerza creadora que emana de la Fuente de Amor que todo lo puede.
El reencuentro con nuestro origen, con la fuente que nos creó, se vive interiormente en esta etapa incomprensible para nosotros. Y cuando pasamos a vibrar, sentir y actuar como la propia fuente que nos creó, comenzamos a actuar y trabajar como Él; nos convertimos en co-creadores y sustentadores de este universo. A partir de este momento nuestra alma no es una entidad limitada por ninguna dimensión; nuestro pensamiento nos transporta por los universos, y allí donde podemos ayudar, colaboramos, trabajamos y ofrecemos nuestro amor en base a las necesidades que se tienen.
Si el pensamiento nos transporta, la voluntad nos permite crear mediante nuestras capacidades angélicas los recursos y las providencias que Dios planifica allá donde nos encontremos. Conectados permanentemente con Él no hay error, no puede existir impericia ni fracaso alguno: todo se da perfectamente, en la proporción adecuada, con los recursos precisos que preserven el libre albedrío de los que reciben nuestra ayuda, pero al mismo tiempo ofreciéndoles el ejemplo y las oportunidades que necesitan para seguir recorriendo este camino, esta senda de la Vida Inmortal que es la esencia del Alma en su trayectoria hacia la luz y la perfección.
El pensamiento, la voluntad creadora y el amor divino serán las herramientas que usará nuestra alma inmortal en esta etapa de sublimación divina que nos acercará como nunca a Dios, nuestro padre, auténtico motor y guía de todo lo que existe, existió o existirá.
Y así continuaremos, eternamente vibrando en amor y felicidad, trabajando sin cesar, sirviendo a todos nuestros hermanos menores, agradeciendo constantemente al Creador la vida inmortal que nos concedió a través de nuestras obras, de nuestros proyectos en favor del Amor Divino para con todas las criaturas, en todos los rincones del Universo Físico y Espiritual.
Esta pobre reflexión que nos permite concluir esta sección debe hacernos reflexionar que la felicidad y el amor se encuentran en nuestro interior como almas en trayectoria ascendente, sin posibilidad de retorno ni involución. Lo que conquistamos es nuestro, pero la parálisis o el inmovilismo genera todavía sufrimiento en la etapa que nos encontramos.
Vislumbremos el futuro de nuestra alma inmortal, la felicidad que nos aguarda, la perfección que poco a poco conseguiremos, la oportunidad de vibrar constantemente en amor, la gratitud por ayudar a los demás; muchos de ellos almas queridas por nosotros, amadas hasta lo inimaginable, algunas de las cuales no quisieron caminar a nuestro lado y se estancaron en su progreso.
Todo esto y mucho más que somos incapaces de vislumbrar espera a nuestra alma cuando vayamos transitando y subiendo escalones de esa escalera universal que siempre está ante nosotros para procurarnos el ascenso hacia la plenitud a la que estamos destinados.
Una plenitud que nace del Amor Divino hacia su obra, que somos nosotros mismos. Él desea que gocemos en su creación, en su universo físico o espiritual, a través de los atributos divinos que nos concedió y que forman la fuente permanente de su identidad en nuestra alma desde el principio hasta el final de los tiempos que la eternidad nos permitirá alcanzar.
- Antonio Lledó Flor- (Amor, Paz y Caridad)
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