INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- El espírita ante la Doctrina
2.-Los Pases y sus clases
3.- Poblamiento de la Tierra- Adán
4.- La Vida Superior
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El espírita ante la Doctrina
La obligación primordial del espírita es velar por su tesoro: la Doctrina Espírita.
Pero, para eso, debe estudiarla, conocerla bien, pues de lo contrario, ¿ cómo habrá de cuidar de ella?
El Espiritismo no es tan solo una eclosión mediúmnica, no es solamente manifestaciones de espíritus.
Es la Doctrina del Consolador, del Espíritu de la Verdad, del Paráclito, prometida y enviada por el Cristo para orientarnos.
Siendo así, al espírita no le es suficiente con frecuentar sesiones, hacer oraciones, implorar el auxilio de los Buenos Espíritus.
Si Jesús nos trajo el mensaje redentor del Evangelio, y prometió que nos enviaría al Consolador –y en la época necesaria realmente lo envió–, es que tenemos que conocer el Evangelio y conocer el Espiritismo. Los judíos estudiaban minuciosamente la Ley Antigua, que está en el Viejo Testamento. Los cristianos estudian la Ley Nueva, que está en el Nuevo Testamento. Los espíritas, que son los cristianos renacidos del agua y del espíritu, deben estudiar las obras de Kardec, que son la Codificación del Espiritismo, la Nueva Revelación.
Muchos espíritas consideran que no disponen de tiempo para estudiar los libros doctrinarios. Entienden que basta escuchar a los Guías, en las sesiones mediúmnicas. Muchas veces, sin embargo, esos mismos Guías no tienen conocimiento doctrinario, son espíritus tan ignorantes como sus mismos protegidos.
Y el Evangelio nos enseña que, si un ciego guía a otro ciego, ambos van a caer en el barranco. Vivimos en un mundo en fase de transición evolutiva. En un mundo, por lo tanto, en que proliferan espíritus agitados por ideas nuevas, deseosos de transmitirnos sus «revelaciones» personales.
¿Qué será de nosotros, si no nos esclarecemos ni somos precavidos?
Hay espíritas que se dejan llevar por los falsos profetas, encarnados y desencarnados, que llenan nuestro mundo de novedades absurdas, perturbando el movimiento doctrinario e impidiendo la buena divulgación de la luz.
Creen esos espíritas que Allan Kardec ya está superado, y por lo tanto que la obra de Kardec no tiene nada más que enseñarnos.
¡Ah, cómo se equivocan esos pobres hermanos, influenciados por momentáneas ilusiones! Entonces Jesús, nuestro Maestro y Señor, ¿no sabía lo que nos prometía, cuando anunciaba la venida del Consolador, para quedarse eternamente con nosotros? ¿Jesús nos envió toda una admirable Falange de Espíritus de Luz –la Falange del Espíritu de la Verdad– para hacer revelaciones tan insignificantes, que no resistirían más de un siglo?
Pues hace más de un siglo que el Espiritismo apareció en el mundo, para consolar y orientar a los hombres, con vistas al Mundo Regenerador al que nos dirigimos, en el proceso de evolución de la Tierra. ¿Y en ese breve espacio de ciento y pocos años, toda la Revelación Espírita ha envejecido?
Si la verdad es eterna y, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, continúa brillando de la misma manera que hace miles de años, ¿no tenemos entonces la verdad en el Espiritismo?
Piensen en eso los hermanos que se dejan llevar por las novedades del momento. Y tengan cuidado, pues la responsabilidad espiritual es nuestra mayor responsabilidad en la existencia terrenal. ¡Ay de aquellos que, por vanidad, pretensión, deseo de destacar, contribuyan a la confusión y a la desorientación de sus hermanos espíritas!
Hay espíritas que dicen: las obras de Kardec no aportan nada nuevo, hay otros libros que nos hablan de cosas más interesantes, contándonos hechos desconocidos, que nos traen nuevas enseñanzas.
¡Ah, pobres hermanos que no tienen en cuenta la promesa del Señor, que menosprecian su dádiva! ¿Entonces el Señor y Maestro nos promete el Consolador y nos lo envía, para que ahora nosotros lo dejemos de lado y corramos como locos tras los falsos profetas, falsos Cristos, los falsos Kardecs, que proliferan en la vanidad humana?
¿Acaso somos más elevados en discernimiento que el propio Maestro?
No, hermanos, no tenemos derecho a pensar así.
El Espiritismo es la Mayor Verdad que podemos conocer, en esta fase evolutiva de la Tierra. Su aparición fue preparada por lo Alto. Antes de encarnar Kardec para cumplir su misión, ya habían sucedido numerosos hechos espíritas en el mundo, predisponiéndonos para la comprensión del trabajo del Codificador.
Él mismo, el Codificador, vivió cincuenta años preparándose, adquiriendo cultura y experiencia, conquistando toda la ciencia de su tiempo, madurando en el seno de la humanidad, para integrarse plenamente en ella, y tras esos cincuenta años recibir de lo Alto la comisión de investigar los fenómenos y organizar la Doctrina. El Espíritu Emmanuel nos dice, en A Camino da Luz, que Kardec era uno de los más lúcidos discípulos de Jesús, enviado a la Tierra para cumplir la promesa del Consolador. ¿Y acaso queremos ser más que él y que el Espíritu de la Verdad, que lo asistía y guiaba?
Algunos hermanos alegan
«El Espiritismo es muy sencillo, es el abecedario de la Espiritualidad; tenemos más instrucciones en la Teosofía o en los rosacruces».
Deberían pensar que necesitamos precisamente del abecedario, ya que somos todavía analfabetos espirituales.
El Espiritismo no tiene la pretensión de saber y enseñar todo. Porque las doctrinas que enseñan todo, en verdad nada saben. Vean lo que los Espíritus respondieron a Kardec, en el primer capítulo de El Libro de los Espíritus, sobre nuestro conocimiento de Dios:
«Dios existe, no podéis dudarlo, y eso es lo esencial. Creedme, no vayáis más allá. No os perdáis en un laberinto del que no podríais salir. Eso no os haría mejores, sino tal vez un poco más orgullosos, porque creeríais saber, cuando en realidad no sabríais nada».
¿De qué nos valdría pensar que sabemos esto o aquello, sin en verdad saberlo?
Solamente nuestra vanidad ganaría con eso, y los beneficios de la vanidad son pérdidas para el espíritu. Ocurre que todavía somos incapaces de conocer las causas primeras y las finales. Lo que más nos importa es evolucionar, progresar espiritualmente.
Para eso estamos en la Tierra, con todas las limitaciones. Aprender el abecedario que el Espiritismo nos ofrece, que los Buenos Espíritus nos aconsejan y que el Espíritu de la Verdad nos envió, como la cartilla de estrellas que necesitamos urgentemente. El espírita, como enseña Miguel Vives, tiene un tesoro en sus manos. Dará prueba de ignorancia y engreimiento, si cierra los ojos a ese tesoro para buscar otros, aparentemente más valiosos.
¿Qué vale más, hermanos: la humildad o la vanidad?
Si es la vanidad, podéis adornaros con todos los grandes conocimientos ocultos, con todas las explicaciones misteriosas sobre Dios y el Infinito, con todas las fábulas y utopías a las cuales se refería el apóstol Pablo.
En ese caso, dejaréis de lado la humildad. Esa pequeña violeta del Mundo Espiritual, abandonada por vosotros, avivará entonces su perfume entre los humildes. Y de estos, según enseñó Jesús, será el Reino de Dios.
No penséis, sin embargo, que el Espiritismo es una doctrina estática, que no quiere ir más allá. Por el contrario, es una doctrina dinámica y avanza siempre. Pero avanza en la medida de lo posible y de lo conveniente, con los pies en la tierra, para evitar el vértigo de las alturas. En la proporción que crecemos moralmente – prestemos mucha atención a esta palabra: moralmente – el propio Espiritismo, dentro de las mismas obras de Kardec, desvelará nuevos mundos y nuevas enseñanzas a nuestros ojos.
Será entonces que estaremos en condiciones de comprenderlas. Todo se hace de manera progresiva, no a saltos. Aferraos al Tesoro del Espiritismo, que la misericordia de Dios colocó en vuestras manos, si queréis realmente aprender en lugar de engañaros a vosotros mismos.
En conclusión:
- El espírita debe estudiar constantemente las obras de Kardec, que son el fundamento del Espiritismo, y no dejarse llevar por las fascinaciones de la vanidad o de la ambición de saber lo que no puede.
- Debe comprender los límites de su actual condición evolutiva y procurar humildemente el medio de progresar.
Miguel Vives
Capítulo III, Marcha hacia el futuro, pg 149 del Libro El Tesoro de los Espíritas.
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LOS PASES Y SUS CLASES
50 – ¿Comenzó la especie humana por un solo hombre?
– No, y el que vosotros llamáis Adán no fue el primero ni el único que pobló la Tierra.
51 – ¿Podemos saber en qué época vivió Adán?
– Poco más o menos en la que vosotros señaláis: aproximadamente 4000 años antes de Cristo.
El hombre, cuya tradición se conservó bajo el nombre de Adán, fue
uno de los que sobrevivieron en cierto país a algunos de los grandes cataclismos que, en diversas épocas, han transformado la superficie del globo y vino a ser el tronco de una de las razas que hoy lo pueblan. Las leyes de la Naturaleza se oponen a que hayan podido realizarse en algunos siglos los progresos de la Humanidad, constatados mucho tiempo antes de Cristo, si el hombre no hubiese vivido en la Tierra más que desde la época señalada a la existencia de Adán.
Algunos consideran y con mucha razón, a Adán como un mito o alegoría
personificando las primeras edades del mundo.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC
Los cielos elevados son la patria de la belleza ideal y perfecta donde todas las artes se inspiran. Los Espíritus superiores poseen en su grado eminente el sentido de lo bello. Cada vez que el arte se revela de una forma perfeccionada en la Tierra podemos considerar que un Espíritu que ha descendido de las altas esferas ha encarnado en la Tierra para iniciar a los hombres en los esplendores de la eterna belleza. Para el alma superior, el arte, bajo sus múltiples aspectos, es una oración, un homenaje rendido al Principio eterno.
Siendo fluídico el espíritu, obra sobre los fluidos del espacio. Su voluntad poderosa los combina, los dispone a su gusto, les presta los colores y las formas que responden a su finalidad. Por medio de estos fluidos, se ejecutan obras que desafían toda comparación y todo análisis.
Toda criatura humana ambiciona la conquista de la salud integral. Con seguir la armonía entre el equilibrio orgánico, el emocional y el psíquico, en un cuadro general de bienestar, constituye un gran desafió para la inteligencia humana que, desde hace milenios, recurre a las más variadas y complejas experiencias, que han dado por resultado admirables y valiosas conquistas.
Cuando el alma virtuosa, después de haber vencido las pasiones, abandona su cuerpo miserable, instrumento de dolor y de gloria, vuela a través de la inmensidad y va a unirse con sus hermanas del espacio. Impulsada por una fuerza irresistible, recorre regiones donde todo es armonía y esplendor. El vocabulario de los hombres es muy pobre para poder explicar las grandezas del infinito, es tanta la libertad cuando se rompe los lazos que nos mantienen atados adheridos al mundo material, que podemos compararlo en su mínima parte a la del preso que cuando cumple su condena, consigue su libertad, el cuerpo muchas veces es un instrumento muy pesado para el espíritu. Liberado del, el alma irradia y se embriaga de espacio y de libertad, la felicidad terrestre, la vejez decrepita y arrugada ceden el puesto a un cuerpo fluídico de formas graciosas, forma humana idealizada que se ha hecho diáfana y brillante.
El alma encuentra allí a los que amaba en la Tierra y que le precedieron en la nueva vida, los elegidos de sus afectos, sus compañeros de labor y de sufrimiento. Ellos la esperan como si viniera de un largo viaje, y puede comunicarse libremente con ellos, expansionado y lleno de felicidad siente más vivamente los recuerdos de la Tierra y la comparación y diferencias de ambas vidas, la actual de gozo, y la pasada en la Tierra, llorando de alegría por su triunfo, rodeado de todos los que participaron de sus buenos y malos días, están aglomerados a su alrededor, despertando súbitamente su memoria, produciéndose entre ellos explosiones de felicidad , efusiones que no se sabe exponer en la tierra.
Al liberarse del vestido carnal, sus percepciones se han multiplicado, ya no tiene limites, ya no existen horizontes limitados. El infinito profundo, luminoso se despliega ante el con todas sus maravillas, con sus millones de soles, sus hogueras multicolores. Todo lo que le rodea es como antorchas, moviéndose y gravitando a su alrededor, son como globos de fuego arrojados al vació por la manos de un invisible prestidigitador.
El hombre no puede percibir esa calma, el majestuoso silencio de los espacios que llena al alma de un sentimiento augusto, de un asombro rayano en el espanto. Pero el espíritu bueno y puro es inaccesible al espanto. Ese infinito, silencioso y frío para los Espíritus inferiores, se anima muy pronto pará el y le deja oír su voz poderosa. El alma, separada de la materia, percibe poco a poco las vibraciones melodiosas del éter, las delicadas armonías que descienden de las colonias celestes; oye el ritmo imponente de las esferas. Esos cantos de los mundos, esas voces de lo infinito que resuenan en el silencio, los percibe y se penetra de ellos hasta el arrobamiento. Recogida, embriagada, henchida de un sentimiento grave y religioso, de una admiración que no puede ser saciada, el alma se baña en las olas del éter, contempla las profundidades siderales, las legiones de Espíritus – sombras frágiles, ligeras que flotan y se agitan en ámbitos de luz. Asiste a la génesis de los mundos; sigue el desenvolvimiento de las humanidades que los pueblan, y en ese espectáculo comprueba que en todas partes la actividad, el movimiento y la vida se unen ordenadamente en el Universo.
El Espíritu que ha conseguido la perfección, cualquiera que sea su grado de adelanto no puede aspirar a vivir indefinidamente en esa vida superior. Sujeto a la reencarnación, esa vida no es más que un tiempo de reposo, una compensación por los males sufridos, una recompensa ofrecida a sus méritos. En ese mundo se empapa y fortifica para futuras luchas. Pero sin olvidar que en el porvenir que le espera, no volverá a encontrar ya las angustias y las preocupaciones de la vida terrena. El Espíritu elevado está llamado a renacer en un mundo mejor dotado que el de la Tierra. La escala grandiosa de los globos contiene numerosas gradas dispuestas para la ascensión de las almas, cada una de estas asciende por ellas gradualmente.
En las esferas superiores de la Tierra, el imperio de la materia es menor, los males en ella se atenúan a medida que el ser progresa y acaban por desaparecer. El hombre nos e arrastra por allí penosamente por el suelo, abrumado por el peso de una atmósfera pesada; se mueve con facilidad. Las necesidades corporales son nulas y también los rudos trabajos son desconocidos. La existencia es más larga, y se suele emplear en el estudio, en el compartimiento de realizaciones de una civilización perfeccionada que tiene como base la moral más pura, el respeto de los derechos de todos, la amistad y la fraternidad. Las guerras, las epidemias, las plagas, y la enfermedad no tienen acceso, y los intereses groseros, que causan tantas codicias en la Tierra, allí no dividen a los Espíritus.
Las condiciones de habitabilidad de los mundos están confirmadas por la ciencia. Esto está comprobado, por medio del espectroscopio, con el cual se ha llegado a analizar sus elementos constitutivos, a calcular su poder de atracción a pesar su masa. Las estaciones varían de duración e intensidad, según la inclinación del eje de rotación de los mundos con relación a su orbita.
El Espíritu cuando alcanza la perfección, ve cerrarse la serie de sus encarnaciones a través de los mundos, y ve abrirse la Vida espiritual superior e infinita, la verdadera vida, en donde están desterrados el mal, la sombra y el error. La calma, la serenidad y la seguridad profunda han reemplazado a las tristezas y a las inquietudes de otro tiempo. Ha llegado el alma al final de sus padecimientos, está segura de no volver a sufrir más.
Todo el pasado, sus múltiples existencias, el recuerdo de las antiguas alarmas, de los cuidados, los dolores, se transporta a las felicidades del presente y las saborea con delicia. La convivencia con Espíritus esclarecidos, pacientes y dulces, el estar unido a ellos con vínculos de un afecto que no se turba con nada, el participar de sus aspiraciones, de sus ocupaciones, de sus gustos, el saberse comprendido, amado, liberado de las necesidades de la muerte, joven con una juventud donde ya no hacen presa los siglos…. Todo esto crea satisfacción y plenitud en el espíritu, dedicándose después, al estudio, a admirar y glorificar la obra infinita, penetrando más profundamente en los misterios divinos; reconociendo por todas partes la justicia, la belleza y la bondad celestial, e identificado con ellas se abreva y se nutre de ellas; sigue a los genios superiores en sus tareas, en sus misiones; comprendiendo que podrá un día igualarlos , incluso que podrán elevarse aun más arriba; que siempre , siempre, nuevos goces, nuevos trabajos nuevos progresos los esperan; tal es la vida eterna, magnifica y desbordante , la vida del espíritu purificado por el sufrimiento.
En las moradas etéreas se celebran fiestas espirituales. Los Espíritus puros radiantes de Luz, se agrupan por familias. Todos se conocen y se quieren. Los vínculos, los afectos que les unían en la vida material, rotos momentáneamente por la muerte, se restablecen para siempre. Todos estos Espíritus se conocen y se quieren, los vínculos, los efectos que los unió en la vida material, rotos por la muerte, se han restablecido para siempre. Acuden a diversos puntos del espacio y de los mundos superiores para contarse el resultado de sus emprendimientos, de sus misiones, para felicitarse por sus éxitos, y para ayudarse en las tareas difíciles. Ningún resabio, ningún sentimiento de envidia se desliza en esas almas delicadas. El amor, la confianza y la sinceridad presiden esas reuniones donde a su vez son recogidas las instrucciones de los mensajeros divinos, y donde son aceptadas nuevas tareas que contribuyen a elevarse más.
Unos velan por el progreso y el desarrollo de las naciones, y de los mundos; otros encarnan en las tierras del espacio para cumplir sus misiones de abnegación, para instruir a los hombres en la moral y en la ciencia; otros, Espíritus guías o protectores se dirigen a cualquier alma encarnada, le prestan su apoyo en el áspero camino de la existencia, la conducen desde su nacimiento hasta su muerte durante varias vidas sucesivas, acogiéndola al final de cada una de estas en el umbral del mundo invisible. En todos los grados de la jerarquía espiritual, el Espíritu desempeña su papel en la obra inmensa del progreso contribuyendo a la realización de las leyes superiores.
Por esta asistencia oculta se fortifican los vínculos de solidaridad que unen al mundo celeste con la Tierra. En ambos lados de la vida se crean simpatías profundas, amistades duraderas y desinteresadas. El amor que anima al Espíritu elevado se va extendiendo poco a poco a todos los seres al dirigirse sin cesar hacia Dios, Padre de todas las almas, centro de todos los poderes afectivos.
Esto es una pequeña idea de cómo es la vida celestial definitiva, adaptando la enseñanza de los Espíritus. Es el fin hacia el cual evolucionan todas las almas, el ambiente en el que todos los sueños de felicidad se realizan, donde las nobles aspiraciones son satisfechas, donde las esperanzas perdidas, los afectos fracasados, los transportes comprimidos por la vida material se expanden libremente. Allí, las simpatías, las ternuras, las puras atracciones se juntan, se unen y se funden en un inmenso amor que abarca a todos los seres y les hace vivir en comunicación perpetua en el seno de la gran armonía.
No olvidemos que todos estamos invitados en el gran festín, pero para alcanzar esas alturas casi divinas se necesita haber abandonado las pendientes que conducen a los apetitos, a las pasiones, a los deseos; es preciso haber conquistado la dulzura, la resignación, la fe; haber aprendido a sufrir sin murmurar, a llorar en silencio, a desdeñar los bienes y los goces efímeros del mundo, y aprender a poner el corazón al servicio de los bienes que no perecen.
Si queremos recorrer rápidamente la cadena magnifica de los mundos para llegar cuanto antes a las regiones etéreas, arrojemos lejos de nosotros todo lo que hace pesado nuestros pasos y dificulta nuestro vuelo. ¡Devolvamos a la Tierra todo lo que viene de la Tierra y aspiremos solo a los tesoros eternos; trabajemos, oremos, consolemos y ayudemos amando, amemos hasta la inmolación! ¡Cumplamos con nuestros deberes, aun a costa del sacrificio y de la muerte!. Así sembraremos la felicidad para el porvenir.
Extraído del Libro “Después de la Muerte” de León Denis
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