INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.-¿Las deficiencias desde el nacimiento son siempre resultado de la Ley de Consecuencias?
2.- Dr. Frederick von Stein, la cura y el cambio necesario
3.- Fatalidad
4.- Una buena palabra
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¿Las
deficiencias desde el nacimiento siempre tienen su causa en la Ley de Consecuencias?
En el caso de las desigualdades
humanas, nada nos conmueve más que las desigualdades de salud física y psíquica que vemos en la infancia, porque
todos los niños tienen una apariencia de inocencia enternecedora. Sin embargo sabemos que animando un cuerpo
infantil con una apariencia débil e inocente, se encuentra muchas veces
encarnado un espíritu rebelde, cargado de errores y deudas, que se puede tratar
incluso de un Espíritu viejo que por misericordia Divina experimenta la
reencarnación en un cuerpo frágil, enfermo o limitado físicamente, o con deficiencias mentales, u otros que nacen a veces en medio de ambientes en
donde sufren hambre, frío y miseria. Pero
estas vidas de dolor suponen una escuela bendita para su aprendizaje y
evolución espiritual.
Hay casos extraordinarios en que esas
vidas penosas y tristes no son elegidas voluntariamente por los espíritus que
así llegan a este mundo y las padecen, sino que estando en el más allá, antes de
reencarnar, se sienten forzosamente empujados a aceptar esas situaciones y
condiciones humanamente penosas, pues el grado de infelicidad que padecen en el
plano astral les llega a ser insoportable, y sienten que la reencarnación es la única vía de escape
posible. Esto sucede cuando la propia Ley de Evolución tiene que evitar un
estancamiento indefinido, empujando al Ser a experimentar esas circunstancias
penosas a fin de que pueda superar ciertos aspectos de su depuración
espiritual; esto muestra la infinita Sabiduría Divina que ha forjado estas
leyes, pues hay Seres que se estancan en su carrera de transformación moral,
cayendo siempre en los mismos errores torpemente, vida tras vida, y finalmente
de este modo, encuentran el freno a su lamentable situación que, de no poderse
corregir, les estancaría indefinidamente en un pozo de dolor e infelicidad.
En este caso la necesidad evolutiva del
Ser se encuentra además con la dificultad añadida del estado de rebeldía y
obstinación a que él mismo puede llegar, endurecido por la fuerza y el arraigo
que han tomado en él sus errores y defectos espirituales.
Se podría considerar que cuando el Ser
reencarnante sufre los efectos de la Ley
de Causalidad, de verse abocado a tener que
aceptar esta situación humana lamentable, es porque por la propia Ley del Amor
se le impone y actúa junto con esa otra Ley de Consecuencias, para su bien
evolutivo.Aqui se aprecia la infinita bondad y sabiduría Divinas.
En estas circunstancias el Ser espiritual
actúa igual que la persona enferma que, rebelde, se resiste a tomar el
medicamento que le sanará, por ser amargo o doloroso, y sin embargo se le
obliga a tomarlo para su curación; si por un ilimitado respeto a su libertad no
se le obligase a tomarlo, el enfermo podría perder del todo su salud y hasta su
vida.
Sirva también como ejemplo, el
del niño que se encuentra una pistola y amenaza con ella a los demás y a sí
mismo, creyendo que es un juguete; si no se le arrebata de un modo u otro,
anulando en ese momento su libre albedrío, nos podemos imaginar las
consecuencias que podría tener su libertad para poder utilizarla .
Un Ser nacido en circunstancias
tan humanamente penosas, si lo ha sido contra su voluntad, debe sufrir mucho
por ello, y es normal que a veces se rebele y se resista ante su situación; sin
embargo a cambio del amargo trago que supone esa penosa y efímera vida, tiene
después el premio de verse liberado gracias a las vicisitudes sufridas en esa penosa existencia física, de los lastres espirituales que son los defectos morales que le impedían
aspirar a mayores cotas de felicidad.
Como los espíritus humanos en
general, todavía estamos algo estancados en una infancia espiritual, hay casos en
los que Dios a veces permite que a los estancados recalcitrantes o permanentes se les suprima transitoriamente su libre albedrío
a la hora de negarse a afrontar una vida penosa en este mundo, y esto es así
precisamente porque el Amor de Dios es infinito y su deseo permanente es el de que
alcancemos por nosotros mismos un estado de felicidad todavía inimaginable para el atrasado Ser
humano, debido a nuestra ignorancia, torpeza o por la falta de esfuerzo para
conseguirlo.
- Jose Luis Martín-
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DR. FREDERICK VON STEIN, LA CURA Y EL CAMBIO NECESARIO
Si la
cura física no produce un profundo cambio espiritual en el individuo de nada le
valió a este ser curado, porque no entendió, ni atendió, los objetivos específicos de
la lección, que la enfermedad planeó para él. No pasó la prueba.
La incredulidad es una de las pruebas más difíciles, que el espíritu encarnado tiene que resolver, en el Planeta Tierra. El objetivo es formulado con verbos que pertenecen a los niveles más altos del dominio cognitivo. Por problemas graves anteriores, los hay que nacen sin la intuición natural de la existencia de Dios. Deberán adquirirla a través del esfuerzo personal.
La
persona puede incluso hacer cirugía con un médico desencarnado materializado y,
después, todavía quedar en la duda de si, realmente, eso aconteció y si el alma
(espíritu) es realmente inmortal. No se lo explicará, pero si tendrá que admitir que fue una
cura pos-alucinación del registro fotográfico y el examen posterior
histopatológico, de su pieza quirúrgica.
Recientemente
escribí un texto para discutir el tema antes relacionado y recordé otros
contenidos existentes en la cura ofrecida por Jesús, a los 10 leprosos.
Un
espíritu médico, que se materializaba para aliviar enfermos, resolvió ofrecer
una clase práctica, para alumnos de medicina espiritual.

Stein
cambia una válvula mitral cardiaca, con afección congénita, por una nueva,
“construida” durante el procedimiento. “Cambio el neumático del coche en
marcha”
El
paciente, que también es médico, presentaba un cuadro clínico conocido como
“asma cardiaca”.
Para
que no quedase duda, el espíritu convoca, para junto a sí, dos cirujanos
(Ronaldo Luiz Gazzola e Paulo Cesar Fructuoso), un cardiólogo (Luiz Augusto
de Queiroz) y un anestesista (José Carlos Campos). El espíritu medico concordó
que la pieza fuese para examen histopatológico, lo que fue realizado por
dos patologistas experimentados. Los experimentadores médicos encarnados
tuvieron una tempestad cerebral.
El Dr. Fructuoso dice: “lo
que presencie avalaría al más tenaz y resistente de los espíritus. Aun
hoy, pasados tantos años, me cuesta creer que este episodio increíble haya
realmente ocurrido”.
¿ Alguien irá a
pensar que eran cuatro tontos en una alucinación colectiva, ocurrida lejos de
los médicos patologistas que recibieron la pieza para el
examen histopatológico?
Posteriormente, en el
libro, donaron los derechos tutoriales al Educador Social Lar de Frei
Luiz.
En un texto había
comentado que, con las pesquisas de Kardec, se podría en los días de hoy
cuestionar el destino de aquellos 10 espíritus, en la época de Jesús,
hospedados en cuerpos físicos de leprosos.
Uno de los leprosos
volvió para agradecer y dio su testimonio
¿Qué deberían hacer esos
médicos con los casos, donde fueron testimonios técnicos o los mismos
“asmáticos” del paciente?
El Espiritismo solicita una especie permanente de caridad – " la de su propia divulgación”, por eso el testimonio es fundamental.
Algunos procuran el
Espiritismo, o incluso a los médiums no espiritas con el don de curar. Ansían
la cura de sus cuerpos perecibles y sufridores, pero no se paran a reflexionar
sobre lo que la dolencia está queriéndole revelar. No hacen una
reflexión, después de la cura física. Sus comportamientos
"posteriores" acaban revelando la inexistencia de la cura espiritual.
“La ciencia propiamente dicha tiene por objeto el
estudio de las leyes del principio material, el objeto especial del Espiritismo
es el conocimiento de las leyes del principio espiritual”.
El don de educar es don
de curar.
Los educadores, los estudiosos de la Ética Espirita, de la Medicina Espiritual, son profesionales de la salud del alma, aun poco valorados en el inicio del tercer milenio. Pero, eso cambiará.
-Luiz
Carlos Formiga - Rio de Janeiro
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FATALIDAD
En «El libro de los espíritus» se nos habla de que debemos ser cuidadosos a la hora de atribuir al destino aspectos que no son más que la consecuencia de nuestras propias faltas, es decir, de aquellas que podemos achacar perfectamente a la ley de causa y efecto. Así, llevar una vida de excesos y de descuidos en cuanto a nuestros hábitos alimenticios o de higiene, provocaría a medio o largo plazo una merma en nuestra vitalidad y sería absurdo imputar a las fuerzas del destino la responsabilidad de algo que nosotros, con nuestros malos hábitos, hemos ido sembrando todos los días hasta recoger el fruto amargo que es el empeoramiento de nuestra salud.
No obstante, en este mismo caso, si el sujeto actúa con la prudencia que la ciencia exige para el cuidado de su cuerpo, como llevar una vida presidida por la moderación y el equilibrio y aun así, desarrolla una enfermedad incompatible con los cuidados que el individuo se ha proporcionado, probablemente estaremos hablando de una prueba del destino, aquella que como antes decíamos era elegida por el espíritu antes de encarnar. Todo ello con el objetivo de afrontarla y salir victorioso de la misma, lo que le permitirá seguir avanzando en su camino evolutivo.
En 1990 acudí a una fiesta de carnaval, a cierta distancia por carretera de mi domicilio, donde bebí alcohol y me divertí como nunca hasta altas horas de la madrugada. Aunque haya transcurrido bastante tiempo, conservo el recuerdo fresco en mi memoria de lo sucedido. Rozando el amanecer, decidí volver en soledad a casa para dormir, pero evidentemente bajo las marcas del exceso en mi cuerpo y en mi mente. El trayecto que debía recorrer en mi coche era de unos 30 km. Sin pensarlo y en medio de la inconsciencia moral, me subí al automóvil para empezar a circular y “aterrizar” en mi cama cuanto antes.
A mitad de la ruta, había una subida prolongada de más de 5 km de longitud en lo que constituía una amplia recta de autovía pero atención, en la que los camiones ascendían con gran lentitud debido a la fuerte pendiente y donde debía extremar la precaución para evitar una posible colisión con ese tipo de obstáculos tan peligroso. Fue entonces cuando la ley de causa y efecto se puso en marcha inexorablemente, sí, la que depende del libre albedrío de cada uno. Di unos cuantos bostezos y la vista se me cerró, el cansancio se aposentó sobre mis hombros y en mitad del crepúsculo que anunciaba el nuevo día ¡me quedé dormido!
No sé cuántos segundos pudieron pasar, quizá no más de 10, antes de enfrentarme a la decisión final de continuar en este plano o de viajar apresuradamente hacia la esfera de lo inmaterial. En aquel supremo instante, conforme la probabilidad de sufrir un mortal accidente crecía hasta el infinito, una dulce pero firme voz se dirigió hacia mí en mis adentros y apretándome las sienes con brusquedad me dijo: ¡Despierta! ¡Frena! ¡Aún no es tu hora! Jamás he podido olvidar este mensaje pues lo escuché con total nitidez. De repente, abrí los ojos y de forma instintiva levanté mi cabeza del volante y pisé con toda la fuerza que me quedaba el pedal del freno.
Si la película de la situación hubiera tenido efectos especiales, alguien habría visto “salir” mi pie por debajo del coche, debido a la tremenda frenada que efectué para evitar una certera muerte. El contador hacia atrás se puso en marcha. A unos 50 metros delante de mí, una gran mole en forma de camión y con su parte trasera elevada, aparecía ante mi nublada vista. Para no estrellarme contra él y segar mi vitalidad, conté los segundos que restaban para el impacto como el que se enfrenta a la decisión más importante de su existencia. Aquel imponente vehículo de transporte circulaba a una velocidad muy reducida por la cuesta, mientras que yo debía volar a más de 100 km/h. Lo supe porque justo después de despertar miré la aguja del panel de control.
La espera resultó angustiosa, dramática, aunque tan solo durara dos o tres segundos. Se trataba de conservar o de dilapidar una vida, truncada en mitad del esplendor de una juventud a causa de una noche irresponsable de excesos. No hubo tiempo para resumir el transcurso de mis cortos años, como a veces sucede en este tipo de fenómenos, ya que justo cuando el parabrisas de mi auto se iba a empotrar en la parte trasera de aquella gran masa de metal, mi coche pudo igualar su velocidad con la de aquel bulto de hierro. De no haber sido así, aquel gran obstáculo, sin duda, habría triturado hasta el último de mis huesos empezando por mi cabeza dada la diferencia de altura y hubiera provocado, en mitad de la confusión más turbadora, mi salida anticipada del armazón físico.
Con los latidos de mi corazón golpeando mi pecho a una frecuencia de locura y la mente impactada por la experiencia, me situé, una vez salvado, en el carril más tranquilo y a una velocidad más que moderada hasta que empecé a analizar lo sucedido. Merced a la conmoción sufrida, recuperé rápidamente la claridad de conciencia, como si por una desconocida intervención hubiera desaparecido de mis venas la toxicidad del alcohol y de mi carne el agotamiento, recobrando la más alta lucidez. La descarga de adrenalina en mi torrente sanguíneo debió ser brutal.
Por más que quisiera distraer mi mente, no podía omitir el eco de aquella voz suave y salvadora que susurró en mi oído interno la señal de SOS*, gracias a la cual, logré “nacer” por segunda vez. Los veinte minutos que tardé en llegar a casa fueron una mezcla de estupor y de graves reproches dirigidos a mi persona. Se trataba en verdad del tipo de coyunturas que ocurren cada mucho tiempo, pero que marcan el discurrir posterior de una existencia.
En el artículo 855 de “El libro de los espíritus”, se habla de aquellos peligros que corremos pero que no nos producen consecuencias. Se dice allí que se trata de una advertencia que la Providencia sitúa entre nosotros para que nos alejemos del mal y nos volvamos mejores. Por estos peligros, es como “Dios os recuerda vuestra debilidad y la fragilidad de vuestra existencia. De este modo, Dios os amonesta a que os reconcentréis en vosotros mismos y os corrijáis”.
Volviendo al tema de la fatalidad, no tengo ninguna duda de que ese día podía haber perecido perfectamente. Había apostado fuerte por la inconsciencia, mezcla explosiva producida por las drogas y el cansancio y había adquirido todos los boletos en una macabra apuesta para obtener por anticipado un viaje gratis hacia el más allá. Sin embargo, no era mi hora (art. 853). La voz redentora pero firme como un ariete de mi protector, veló por mí y me despertó a la vida. A punto de estrellarme y tronchar mi cuerpo, una vez que logré frenar y evitar el impacto a tan solo un metro de aquel pesado vehículo que me precedía, no puedo recordar cuántas veces salió de mi garganta la expresión “gracias” pero es seguro que fueron a centenares. Definitivamente, ni tuve que hacer el equipaje a toda prisa cuando te dicen que tu tren parte de inmediato ni el diario local de la jornada siguiente hubo de publicar mi fallecimiento en su página de sucesos.
No era para menos. Con el paso de los años y cuando leía el capítulo de la Doctrina referido a la fatalidad, recordaba mi triste pero reveladora experiencia, la que me permitió respirar de nuevo cuando los más negros nubarrones estuvieron a punto de derramar sobre mi cabeza su lluvia más mortífera. No era mi día y como tal, el reino espiritual puso en marcha sus propios mecanismos de regulación, ya que me restaban muchas cosas por hacer y esa cadena de acciones que debía mantener con otros seres y que estaba prevista en mi programación, no debía romperse aún. Benditos obreros celestiales que jamás descansan; para ellos, no hay crisis que les afecte, pues jamás se conoció de datos de desempleo en la dimensión espiritual.
Bien es cierto que a cada persona le ocurren múltiples experiencias en su peregrinaje, pero a mí, aquella me invadió de luz y abrió mis ojos al eterno amor que Dios profesa a cada una de sus criaturas. Todo ello, personalizado en la innumerable legión de mensajeros que se alegran con nuestras victorias y se entristecen con nuestras caídas, pero que ante todo, permanecen alertas y serviciales hacia nosotros durante toda nuestra existencia, todos los segundos que el reloj del destino marca. Transcurridos más de veintidós años desde aquello y contemplando lo acaecido desde esa fecha, solo puedo exclamar con los brazos abiertos: ¡Gracias Dios mío, Tú bien sabías que no era el momento! Y a ti, ángel guardián: ¡Perdona por aquello, te di un trabajo extra y supiste, como siempre, estar a la altura! ¡Gracias a ti también, no te alejes nunca de mí!
SOS: acrónimo inglés de “save our souls”, es decir, “salva nuestras almas”.
- Jose Manuel Fernández- Psicólogo, escritor, poeta y sobre todo Amigo
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UNA BUENA PALABRA
( Comunicado Espiritual)
En tu relación diaria con las personas, no te olvides de dedicarles siempre una buena palabra.
Hermano José- (Espíritu)
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